Relato breve para el fin de semana





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Realidad artificial

 Solo unos días después de cumplir mis treinta y cinco años fui convocado para el gran viaje. Después de tantos años, por fin había llegado el momento para la emigración final.
Al subir a la nave miraba con sumo interés a mis compañeros de viaje pero nadie hablaba con nadie.
Nos indicaron el lugar destinado para sentarnos y no debíamos movernos en las seis horas que duraría el transporte.
Miraba a través de la pantalla que estaba delante de mi asiento, las imágenes del exterior  donde observaba por última vez el suelo del planeta en que había nacido y vivido hasta este momento.
Me consolaba en parte el pensar que adonde me dirigía encontraría a otros como yo. Las historias contadas por mis abuelos vividas en la Tierra serían ya solo una actividad cerebral de mi sistema nervioso.
Estaba sumido en estos pensamientos cuando ella entró en la nave. La sentaron en la fila de asientos que estaba delante de la mía. Los pocos minutos que la vi de pié bastaron para que me adelantase en el viaje que estaba por hacer.
Un viaje al deseo y a la imaginación.
Desde el sitio en que yo me encontraba solo veía de ella su pelo negro y fuerte. Su hombro desnudo y solo una parte lateral de su cara.  Era joven, alta, de piel blanca y la intuía bellísima aunque no podía verla completamente y lo que más me maravilló era que leía un libro de los antiguos, de papel. Me imaginé que era una privilegiada ya que tenía acceso a estas obras en ese soporte.
En las horas que duró el traslado solo me dediqué a pensar si ella y yo podríamos ser pareja en el nuevo hábitat al que nos dirigíamos.  Me parecía oler su cuerpo. Estábamos separados unos cincuenta centímetros por unos asientos y sin embargo yo ya me sentía  enamorado de ella. La deseaba, me imaginaba besándola y  acostándome con ella. Lo vivía con pasión y ternura. También presentía que seríamos compañeros para siempre en nuestro nuevo hogar. No perdí un minuto de descifrar sus movimientos mientras leía ese libro. Con la mirada le acariciaba esa piel delicada y fuerte de su hombro que es lo único a lo que podía acceder desde mi asiento.  Esta joven mujer que en la fantasía ya me había conquistado el cerebro y como decían antes, también mi corazón.  Me imaginé viviendo en su compañía los momentos alegres y tristes de la vida. La lucha por la existencia y la crianza y educación de nuestros hijos hasta que tuviésemos que entregarlos  al sistema.
La conocía en estos momentos y ya la amaba con intensidad. Solo una parte de su hombro y de su cara bastaron para que la deseara. Su capacidad de seguir leyendo despertó mi admiración.
Las seis horas del transporte me pareció una vida compartida pero también me angustió el final del viaje.
Teníamos que bajar según el número asignado. Ella salió de la nave unos diez minutos antes que yo. Traté de adelantarme para no perderla de vista pero fui reprendido por los guardianes ya que no respetaba sus indicaciones. Finalmente salimos de la plataforma y me dirigía a mi asignado transporte que nos trasladaría a la colonia cuando la volví a ver.  La habían desconectado y la subían a un módulo de recarga de los robots. Parecía estar muerta. Inmóvil, mecánica, transformada en lo que era, una máquina.
Quedé conmocionado. Ya había conocido historias de amor con las máquinas pero no las creí.
Algo se rompió en mi corazón. Aunque me empujaron a mi cola para el nuevo transporte me prometí que pasase lo que pasase volvería a por ella ya que nos esperaba una vida juntos.

Carlos Bustamante

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