Apuntes de la realidad: lazos y cruces amarillas
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Lazos, cruces y vocabulario para la confrontación

El fascismo fue un movimiento político surgido en
las primeras décadas del siglo pasado. Su característica más conspicua es el
totalitarismo, la falta de libertades y el empleo de la violencia.
El adjetivo «fascista»
se aplica hoy con fines peyorativos de manera muy extendida en el
lenguaje coloquial, y muy frecuentemente también en todo tipo de escritos,
sobre todo a efectos polémicos o descriptivos, más allá de su adecuación o no a
una estricta correspondencia con la ideología o los regímenes políticos
fascistas históricamente hablando. Se asociaba hasta ahora casi siempre con las
posturas políticas de extrema derecha y con las ideas y actitudes racistas,
intolerantes o autoritarias; al desprecio por el diferente, el marginado, o a
la opresión del que no piensa del mismo modo o hacia el desprecio de las
minorías.
Sin embargo actualmente grupos que se consideran
de izquierdas emplean este término
para insultar a sus adversarios políticos usando unas formas y modos
típicamente fascistas (violencia, intolerancia hacia ideas diferentes de
las suyas, amedrentamientos, amenazas, falta de respeto a las leyes del estado
de derecho democrático, presión de la masa, enaltecimiento de los asesinos
terroristas, etc.).
Si estos grupos, además, apoyan a un líder supremacista, xenófobo
y racista, dan la vuelta al círculo y se expresan con las mismas
características del fascismo.
Podríamos decir que hoy en día, dada la desaparición de los
modelos políticos económicos fascistas de los primeros años del siglo XX, que el
denominar fascista a alguien debería estar más en relación a las formas de desarrollar la política que
a los contenidos ya afortunadamente perimidos y obsoletos de sus orígenes.
Estar vinculados a “tradiciones ancestrales”, folclorismos,
negación supremacista del otro, privilegios de regiones donde se vive, disposición
inagotable de dinero para las campañas de acoso del adversario entre otras
características son las observadas hoy
en los movimientos separatistas
catalanes. Tiempo atrás también observamos estas formas empleadas por los
matones y criminales de ETA.
La imposición en la sociedad catalana de las cruces y lazos amarillos me recuerdan mucho a las imposiciones
de la esvástica en Alemania de los años 20 y 30 del pasado siglo.

Los lazos amarillos, las cruces, son hoy una forma de amedrentamiento,
de imposición, de mostrar categorías entre los ciudadanos (aquí estamos los de
la “tierra”, los de siempre, los mejores, los superiores en última instancia,
aunque la expresión defendida básicamente en sus comienzos fuese expresar la
disconformidad con la llamada a la justicia de unos políticos presos que
desobedecieron a multitud de leyes del estado de derecho.
Invadir playas con cruces, señalar al que no sea portador de
lacitos amarillos, hacer un carnaval con los lazos en el parlamento de todos,
es nada más ni nada menos que una afrenta fascista
al resto de la ciudadanía. No existe un debate sereno, político y dentro del
marco del estado de derecho, pero si existe una política de acoso del que no
piensa igual y convierte al lazo y a la cruz como un instrumento totalitario de
coloración amarilla.

Ya el mundo ha vivido este tipo de dislates en otras épocas.
Debemos tener mucho cuidado para no repetir errores históricos que tanto daño
han hecho a la democracia y a los ciudadanos en general.

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