Apuntes de la realidad: lazos y cruces amarillas






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Lazos, cruces y vocabulario para la confrontación
 
En estos días hemos oído la palabra fascista como una forma de insulto. Hablando con unos jóvenes observé que no comprendían bien este vocablo en el contexto del destinatario de ese insulto. 
Por este motivo se me ocurrió referirme a ello en esto apuntes de borrador para el fin de semana. 
El fascismo fue un movimiento político surgido en las primeras décadas del siglo pasado. Su característica más conspicua es el totalitarismo, la falta de libertades y el empleo de la violencia.

El adjetivo «fascista» se aplica hoy con fines peyorativos de manera muy extendida en el lenguaje coloquial, y muy frecuentemente también en todo tipo de escritos, sobre todo a efectos polémicos o descriptivos, más allá de su adecuación o no a una estricta correspondencia con la ideología o los regímenes políticos fascistas históricamente hablando. Se asociaba hasta ahora casi siempre con las posturas políticas de extrema derecha y con las ideas y actitudes racistas, intolerantes o autoritarias; al desprecio por el diferente, el marginado, o a la opresión del que no piensa del mismo modo o hacia el desprecio de las minorías.
Sin embargo actualmente grupos que se consideran de izquierdas emplean este término para insultar a sus adversarios políticos usando unas formas y modos típicamente fascistas (violencia, intolerancia hacia ideas diferentes de las suyas, amedrentamientos, amenazas, falta de respeto a las leyes del estado de derecho democrático, presión de la masa, enaltecimiento de los asesinos terroristas, etc.).
Si estos grupos, además, apoyan a un líder supremacista, xenófobo y racista, dan la vuelta al círculo y se expresan con las mismas características del fascismo.
Podríamos decir que hoy en día, dada la desaparición de los modelos políticos económicos fascistas de los primeros años del siglo XX, que el denominar fascista a alguien debería estar más en relación a las formas de desarrollar la política que a los contenidos ya afortunadamente perimidos y obsoletos de sus orígenes.
Estar vinculados a “tradiciones ancestrales”, folclorismos, negación supremacista del otro, privilegios de regiones donde se vive, disposición inagotable de dinero para las campañas de acoso del adversario entre otras características son las  observadas hoy en los movimientos separatistas catalanes. Tiempo atrás también observamos estas formas empleadas por los matones y criminales de ETA.

La imposición en la sociedad catalana de las cruces y lazos amarillos me recuerdan mucho a las imposiciones de la esvástica en Alemania de los años 20 y 30 del pasado siglo.
Los lazos que en general se crearon con finalidad solidaria, inclusiva, para conseguir adhesiones contra enfermedades o para protestar contra la conculcación de derechos humanos, se están convirtiendo en un ariete agresivo para afianzar una política excluyente de grandes sectores de la ciudadanía.
Los lazos amarillos, las cruces, son hoy una forma de amedrentamiento, de imposición, de mostrar categorías entre los ciudadanos (aquí estamos los de la “tierra”, los de siempre, los mejores, los superiores en última instancia, aunque la expresión defendida básicamente en sus comienzos fuese expresar la disconformidad con la llamada a la justicia  de unos políticos presos que desobedecieron a multitud de leyes del estado de derecho.
Invadir playas con cruces, señalar al que no sea portador de lacitos amarillos, hacer un carnaval con los lazos en el parlamento de todos, es nada más ni nada menos que una afrenta fascista al resto de la ciudadanía. No existe un debate sereno, político y dentro del marco del estado de derecho, pero si existe una política de acoso del que no piensa igual y convierte al lazo y a la cruz como un instrumento totalitario de coloración amarilla.
También en otros casos vemos como el vocabulario se ha transmutado. Los de la CUP, que han permitido con su voto la asunción de un president xenófobo, racista y supremacista se atreven a llamar a fascista a la representante más votada de un partido democrático en Cataluña. En fin, absurdos…
Ya el mundo ha vivido este tipo de dislates en otras épocas. Debemos tener mucho cuidado para no repetir errores históricos que tanto daño han hecho a la democracia y a los ciudadanos en general.
Urge en la sociedad una reflexión serena y autocrítica. Ser consciente de las manipulaciones emocionales, históricas y educativas que nos conducen al supremacismo y al victimismo que solo lograrán una confrontación ciudadana violenta.


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