Artículo periodístico recomendado
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El artículo recomendado se publicó hace unos días en un periódico nacional (El País). Se trata del extracto de un libro
muy interesante.
Su autor es José María Lassalle (
ensayista y ex secretario de Estado de Cultura y Agenda Digital).
- El libro se titula ‘Ciberleviatán, el fracaso de la democracia liberal frente a
la revolución digital’, que publica Arpa el 8 de mayo.
Emerge
el rostro de una dictadura tecnológica
La digitalización masiva de la experiencia humana
comienza a revestir el aspecto de una catástrofe progresiva
Una figura destaca sobre el horizonte de
incertidumbres, malestares y miedos que acompaña el comienzo del siglo XXI. Se
trata por ahora de una silueta por definir. Una imagen que todavía no refleja
con exactitud sus contornos pero que proyecta una inquietud en el ambiente que
nos previene frente a ella. Su aparición delata un movimiento de alzada
vigorosa, que lo eleva sobre la superficie de los acontecimientos que nos
acompañan a lo largo del tránsito del nuevo milenio.
THOMAS PETER (REUTERS) Feria de seguridad en
Internet, celebrada en Pekín en octubre de 2018.
Envuelta por un aliento de energía sin límites, su
forma va adquiriendo volúmenes titánicos en los que se presiente la desnudez
granítica de una nueva expresión de poder. Con sus gestos se anuncia el reinado
político de un mundo desprovisto de ciudadanía, sin derechos ni libertad. Una
época que asistirá a la extinción de la democracia liberal. Que instaurará una
era mítica a la manera de las que imaginó Hesíodo, hecha de vigilancia y
silicio, habitada por una raza de humanos sometidos al orden y a la seguridad.
Un mundo de fibra óptica y tecnología 5G, dominado por una visión poshumana,
que desbordará y marginará el concepto que hemos tenido del hombre desde la
Grecia clásica hasta nuestros días.
El mundo evoluciona a lomos de la revolución
digital hacia una nueva experiencia del hombre y del poder. Una evolución que
parte de una resignificación del papel del ser humano debido a la introducción
de un vector que lo transforma radicalmente. La causa está en la
interiorización de la técnica como una parte sustancial de la idea de hombre.
Esta circunstancia se desenvuelve dentro de un marco posmoderno que da por
superadas las claves que definió la Ilustración filosófica del siglo XVII bajo
el rótulo histórico de la Modernidad. Jean-François Lyotard explicó a finales
de la década de los años setenta del siglo pasado que la condición posmoderna
era el final de las grandes narrativas que habían interpretado el mundo dentro
de un relato coherente de progreso y racionalidad. Para este autor la
estructura intelectual de la Ilustración era insostenible debido, precisamente,
a los avances técnicos y los cambios posindustriales que propiciaban las
telecomunicaciones de la sociedad de la información. Estas circunstancias
hacían que el humanismo, y la centralidad que atribuía este al hombre, hubiera
sido desplazado como eje de interpretación del mundo por una visión científica
que lo subordinaba a la técnica y a su voluntad de poder.
La revolución digital en la que estamos inmersos
en la actualidad hace cada día más palpable la condición posmoderna. Y, sobre
todo, contribuye a una reconfiguración del poder que está gestando una
experiencia del mismo a partir de una voz de mando que es capaz de gestionar
tecnológicamente la complejidad de un mundo pixelado por un aluvión infinito de
datos. Hoy, los datos que genera Internet y los algoritmos matemáticos que los
discriminan y organizan para nuestro consumo son un binomio de control y
dominio que la técnica impone a la humanidad. Hasta el punto de que los hombres
van adquiriendo la fisonomía de seres asistidos digitalmente debido, entre
otras cosas, a su incapacidad para decidir por sí mismos.
Esta circunstancia hace que la humanidad viva
atrapada dentro de un proceso de mutación identitaria. Un cambio que promueve
una nueva utopía que transforma su naturaleza al desapoderar a los hombres de
sus cuerpos y sus limitaciones físicas para convertirles en poshumanos
programables algorítmicamente, esto es, seres trascendentalmente tecnológicos y
potencialmente inmortales al suprimir sus anclajes orgánicos. Un cambio que
adopta un proceso previo de socialización que hace de los hombres una especie
de enjambre masivo sin capacidad crítica y entregado al consumo de aplicaciones
tecnológicas dentro de un flujo asfixiante de información que crece
exponencialmente.
La experiencia de la posmodernidad va descubriendo
de este modo no solo la naturaleza fallida de la Ilustración que describió
tempranamente Lyotard, sino el fracaso de los relatos que la fundaban en toda
su extensión. Destacando de entre todos ellos el político, pues, como veremos,
la institucionalidad de los Gobiernos democráticos y la legitimidad de las
sociedades abiertas de todo Occidente se encuentran en una profunda crisis de
identidad. Se ven cuestionadas en sus fundamentos por la sustitución de la
ciudadanía como presupuesto de la política democrática por multitudes digitales
que allanan el camino hacia lo que Paul Virilio describió como “la política de
lo peor”.
Todos estos factores son los que están
contribuyendo a que emerja esa figura titánica que describíamos más arriba y
que adopta el rostro de una dictadura
tecnológica. Una especie de concentración soberana del poder material que
descansa en la gestión de la revolución digital. Gestión que ofrece orden
dentro del caos y seguridad en medio de la época de catástrofes que acompaña la
mutación que estamos viviendo a velocidad de vértigo. El protagonista político
del siglo XXI ya está con nosotros. Todavía no ejerce su autoridad de manera
plena pero va haciéndose poco a poco irresistible. Acumula poder y crece en
fuerza. Se insinúa bajo modelos distintos —China y Estados Unidos son los
paradigmas—, que convergen alrededor de los vectores que impulsan su
desarrollo: la inteligencia artificial (IA), los algoritmos, la robótica y los
datos.
Avanzamos hacia una concentración del poder
inédita en la historia. Una acumulación de energía decisoria que no necesita la
violencia y la fuerza para imponerse, ni tampoco un relato de legitimidad para
justificar su uso. Estamos ante un monopolio indiscutible de poder basado en
una estructura de sistemas algorítmicos que instaura una administración
matematizada del mundo. Hablamos de un fenómeno potencialmente totalitario que
es la consecuencia del colapso de nuestra civilización democrática y liberal,
así como del desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea. Se basa
esencialmente en una mutación antropológica que está alterando la identidad
cognitiva y existencial de los seres humanos. La digitalización masiva de la
experiencia humana, tanto a escala individual como colectiva, comienza a
revestir el aspecto de una catástrofe “progresiva, evolutiva, que alcanza la
Tierra entera”. (…)
El siglo XXI continúa su andadura bajo el
presentimiento de que es inevitable la aparición de un Ciberleviatán. Sobre sus
espaldas se entrevé cómo se ordenará la complejidad planetaria que sacude
nuestras vidas y que libera oleadas de malestar e incertidumbres que amenazan
las estructuras clásicas de un statu quo que se volatiliza por todas partes. Lo
más probable es que el Ciberleviatán se instaure por aclamación, a la manera de
la dictadura pensada por Carl Schmitt. Mediando un pacto fundacional sin debate
ni conflicto, como el producto de una necesidad inevitable y querida si se
quiere preservar la vida bajo la membrana de una civilización tecnológica de la
que ya nadie puede desprenderse para vivir.
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