Artículo periodístico recomendado
Días pasados se publicó en un periódico de tirada nacional un interesante artículo que analiza nuestro presente y la realidad en la que estamos inmersos. Os lo transcribo para compartirlo con vosotros.
Libre-mente
ANTONIO ROVIRA Antonio
Rovira es catedrático de Derecho Constitucional
4
de Mayo. El País
No lo notáis? Vivimos sin parar, desengañados,
desorientados, preocupados. El miedo nos domina y hemos estado a punto de tirar
la toalla y regresar al tiempo de las banderas y los magos. Pero no nos
conformamos, y aunque no sabemos muy bien adónde vamos, sí sabemos que podemos
llegar muy lejos si el camino lo elige el cerebro y la cultura.
Sobre todo la “corteza prefrontal” una zona
plagada de detectores neuronales y redes que conforman nuestra libertad y, con
ella, la facultad de perfeccionarnos. Allí descansa nuestra alma
diferenciadora, nuestra humana conditio. Allí se fabrican nuestros pensamientos
y decisiones y se realizan las acciones con objetivos (Joaquín M. Fuster). Allí
escogemos los medios y los fines para ser humanos cada uno a nuestro modo.
Así es la persona y ahora lo sabemos. La libertad
no cae del cielo, no es un valor absoluto, ni una ideología, ni una promesa
eternamente diferida. Mi libertad soy yo. La liberty es un proceso fisiológico
en el que cientos de millones de neuronas conectadas y culturalmente
alimentadas producen las decisiones, elecciones, equivocaciones y
rectificaciones. ¿Quién puede negarlo? Es la libertad la que habla, grita y
aplaude, y esta libertad psíquica que nos define es contingente, variable, muy
previsible y tiene grados.
Nuestro libre albedrío depende de que dispongamos
de la salud suficiente para gobernarnos a nosotros mismos, para controlar el
sistema límbico, la parte más animal de nuestro cerebro, situada justo debajo
de nuestra corteza, que toma las decisiones emocionales, instintivas, que no
decide, sólo actúa, que no escucha ni respeta nada, pero condiciona nuestra
percepción de los hechos hasta anular nuestra libertad si no oponemos
resistencias.
Además, las neuronas para funcionar necesitan que
estemos juntos, conectados. Necesitan estar en sociedad para alimentarse de los
impulsos exteriores e interiores, presentes y pasados, que recibimos de la
familia, la educación, los medios... Un conjunto de conocimientos
necesariamente plurales, en ocasiones muy tóxicos y a veces imperceptibles a la
vista y al tacto, pero indispensables, insustituibles. Un conjunto de
informaciones que se acumulan, diluyen y consolidan en nuestro interior y a
partir de las cuales pensamos. No hay nada equiparable, pero cuidado, porque lo
que percibamos, lo que atraviesa nuestra piel y se incrusta en nuestras
neuronas, sin poder remediarlo, ni impedirlo, sin quererlo, conquista la mente,
dirige nuestras decisiones y determinará nuestras vidas.
Y ahí está el problema, porque ahora la convivencia
está en las redes sociales y las apariencias no engañan: en las redes el que
miente triunfa, esta es la realidad. Cuando nos conectamos nos realizamos,
incluso sentimos el mundo en nuestras manos, pero también nos desnudamos y nos
hacemos más vulnerables, más previsibles, más manipulables.
Entonces, mucho cuidado con los chismes y rumores
y con las informaciones falsas, porque, como hemos visto, destilan rabia y son
el instrumento de los fabricantes de fake news para conquistarnos a través de
nuestro “cerebro reptil”, la parte límbica que nos somete a las más fuertes
ataduras. ¿Quién combate contra quién?
Claro que navegar por las redes es necesario y
divertido porque te pierdes y te encuentras. El problema es que nuestras
estructuras políticas, con sus policías y tribunales, con sus agencias de
protección de datos, no pueden hacer casi nada para protegernos. No nos
engañemos, el viejo Estado se está quedando pequeño para defender nuestros
derechos en la Red. Somos un juguete en manos de los teléfonos espía, los
altavoces y aspiradoras inteligentes y los modernos algoritmos que ocupan
nuestra mente sin necesidad de tocar nuestro cuerpo.
Estamos al descubierto y no hay nadie a quien
llamar para que nos ayude. De manera que no tenemos más remedio que aprender a
cuidarnos nosotros mismos. Claro que tenemos que vivir conectados, pero hay que
hacerlo de otra forma. De vez en cuando hay que conectarse de manera
imprevisible y poner entre paréntesis las noticias recibidas, las lecciones
escuchadas, los consejos pedidos y contar hasta tres antes de seguirlos. Los
tuits y los rumores nos entretienen, pero no podemos tomarlos en serio ni
hacerles mucho caso. No debemos creer en lo que dicen sin antes mirar a todos
lados para no caer en la tentación.
Pero no termina ahí la cosa. Al parecer —nos dijo
hace poco el científico Rafael Yuste, ideólogo del Proyecto Brain, en una
singular conferencia—, la bioingeniería junto con la inteligencia artificial
descubrirán el funcionamiento del cerebro y descifrarán las bases físicas de la
libertad. Nos alertó de que dentro de unas décadas se podrán “manipular los
pensamientos, dirigir los sentimientos, alterar los recuerdos o falsear las
emociones”.
¿Qué os parece? En unas décadas podrán mapear y controlar mis patrones neuronales como lo hacemos ya con el ADN. Y entonces lo celebraremos como es debido, porque podremos curar enfermedades mentales terribles y eliminar el dolor, incluso prever los comportamientos delictivos y disolverlos. Pero la ciencia no tiene voluntad, nos hace mejores, pero también nos deja sin defensas frente a las intrusiones maliciosas que podrán programar y hackear el funcionamiento de nuestro cerebro.
¿Qué os parece? En unas décadas podrán mapear y controlar mis patrones neuronales como lo hacemos ya con el ADN. Y entonces lo celebraremos como es debido, porque podremos curar enfermedades mentales terribles y eliminar el dolor, incluso prever los comportamientos delictivos y disolverlos. Pero la ciencia no tiene voluntad, nos hace mejores, pero también nos deja sin defensas frente a las intrusiones maliciosas que podrán programar y hackear el funcionamiento de nuestro cerebro.
¿Y qué podemos hacer? Lo único seguro es que las
antiguas melodías ya no sirven. No tenemos más remedio que fijar nuevas reglas,
nuevos derechos (freedom right) que protejan nuestra alma diferenciadora, la
integridad psíquica de nuestra corteza, la incolumidad del funcionamiento
fisiológico de la libertad.
Pero para obstruir la puerta del infierno y dejar
abierta la del paraíso los derechos fundamentales no sirven de nada si no
disponen de garantías, de instrumentos jurídicos y estructuras políticas
eficaces para controlar, limitar y democratizar la fabricación y el uso de los
descubrimientos científicos que lo están cambiando todo. Y este es nuestro gran
problema, porque mientras los mercados y los imperios, visibles e invisibles,
son globales, nuestras estructuras políticas de garantía son locales, y los
enemigos, inmunes a ellas.
Entonces, ¿cómo podemos protegernos? La política
es la única salida. La democracia es un sistema que se adapta a las situaciones
y para defender nuestro libre albedrío necesitamos fortalecer sus estructuras,
reforzar el Estado democrático con un “contrato social” más global, más
europeo. Nunca Europa ha sido tan necesaria para garantizar los derechos, y
este es nuestro desafío, inmenso, pero también inevitable y urgente si queremos
seguir siendo lo que somos: libre-mente.
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