Estudio cerebral del amor y del odio
Ignacio Morgado
Bernal
Se
ha dicho que del amor al odio hay sólo un paso, por lo que no es extraño que
algunas de las estructuras cerebrales que se activan para el odio lo hagan
también cuando las personas se enamoran románticamente.
Mediante resonancia magnética funcional se ha podido
comprobar que cuando una persona ve la foto de alguien a quien odia se activan
en su cerebro estructuras como la corteza frontal medial, involucrada en la
capacidad de razonar, el núcleo putamen, la corteza premotora bilateral y la
corteza insular. Curiosamente, el putamen y la ínsula son estructuras del
cerebro que participan también en la percepción del desdén y el asco. No
es extraño por tanto que estén implicadas en el odio. Ese conjunto de estructuras
con diversas funciones es lo que podríamos considerar como un circuito del
odio, sin excluir por ello otras menos observadas que también puedan
intervenir, pues tampoco son muchos los experimentos realizados hasta la fecha
que nos puedan informar de ello.
La activación de la corteza prefrontal medial que tiene
lugar en la persona que odia es especialmente importante para hacer inferencias
sobre las mentes ajenas. Esa parte del cerebro, involucrada como decimos en el
razonamiento, se activa más cuando pensamos en nosotros mismos, en nuestra
familia o en alguien por quienes nos preocupamos, y también cuando pensamos en
quienes piensan igual que nosotros, pero menos cuando pensamos en aquellos que
piensan de otro modo o nos son indiferentes. Así, cuando los políticos
conservadores piensan en lo que piensan otros conservadores su corteza
prefrontal se activa más que cuando piensan en lo que piensan los de izquierda,
y al revés. En general podemos decir que se activa menos cuando aquellos en los
que pensamos los concebimos como menos inteligentes y menos emocionales. Por
ejemplo, los vagabundos pueden ser vistos casi como objetos sin mente más que
como auténticas personas. También podemos sentir que tenemos más libre
albedrío, más capacidad de decidir, que aquellos a los que desconsideramos.
Se ha dicho que del amor al odio hay sólo
un paso, por lo que no es extraño que algunas de las estructuras cerebrales que
se activan para el odio lo hacen también cuando las personas se enamoran
románticamente.
Utilizando la resonancia magnética funcional el neurocientífico Semir Zeki estudió a 17 personas elegidas por profesar odio a alguien, como a un ex-amante, a un compañero de trabajo, o incluso a un político. Observó que estructuras como el putamen y la ínsula se activaban en el cerebro de esas personas tanto para estímulos relacionados con el odio como para estímulos relacionados con el amor romántico, lo que podría justificar al menos en parte y biológicamente la relación entre ambos. Curiosamente, el putamen se activa también en la preparación de conductas agresividad en el contexto amoroso.
Utilizando la resonancia magnética funcional el neurocientífico Semir Zeki estudió a 17 personas elegidas por profesar odio a alguien, como a un ex-amante, a un compañero de trabajo, o incluso a un político. Observó que estructuras como el putamen y la ínsula se activaban en el cerebro de esas personas tanto para estímulos relacionados con el odio como para estímulos relacionados con el amor romántico, lo que podría justificar al menos en parte y biológicamente la relación entre ambos. Curiosamente, el putamen se activa también en la preparación de conductas agresividad en el contexto amoroso.
Pero no todo son coincidencias, pues
también se ha observado que la corteza prefrontal asociada al juicio y
razonamiento que se desactiva en el amor, no lo hace tanto cuando lo que
sienten las personas es odio. Como si el odio requiriera conservar la capacidad
de razonar para calcular mejor cómo proceder contra el odiado, o para mantener
los pensamientos que lo alimentan y lo incrementan. Zeki dice que
mientras en el amor romántico el enamorado suele ser menos crítico y juzga
menos al amado, es más probable que en el contexto del odio el odiador ejercite
juicios y cálculos para herir, injuriar o vengarse. La actividad de
alguna de dichas estructuras cerebrales responde a las caras odiadas con una
fuerza proporcional a la intensidad del odio manifestado, lo que permite que el
estado subjetivo, es decir, el sentimiento de odio propiamente dicho, sea
objetivamente cuantificado.
Para saber más: I. Morgado. Emociones
corrosivas:Cómo afrontar la envidia, la codícia, la culpabilidad y la
vergüenza, el odio y la vanidad. Barcelona: Ariel, 2017.
Revista de Investigación y Ciencia
Ignacio Morgado Bernal
Catedrático de Psicobiología en el Instituto de
Neurociencia y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de
Barcelona.
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