Sanidad pública: ¿Hacia dónde vamos?
La sanidad es uno de los pocos indicadores sociales en el que España no está a la cola de la Unión Europea. Sin embargo, nuestro país también cede posiciones en este aspecto. Así lo señala el último Informe sobre el índice de Justicia Social en la Unión Europea que anualmente publica la fundación Bertelsmann Stifftung. En él, la sanidad española figura en la posición 12 de los 28 países y cae tres puestos con respecto al informe de 2016, donde España figuraba en novena posición.
Además de los recortes económicos de la época de crisis sin duda ha influido también la política y los criterios de gestión sanitaria que han primado estos últimos años. Un punto de vista sobre la problemática de la sanidad pública es abordado en un artículo excelente publicado el viernes 22 de junio en el periódico Diario Sur. Su autor, Juan de Dios Colmenero, es un conocido y destacado médico que siempre ha aportado todos sus conocimientos para el avance de la medicina en nuestro entorno. Os lo transcribo para compartirlo con vosotros.
LOS LASTRES DE LOS SISTEMAS SANITARIOS PÚBLICOS
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Además de los recortes económicos de la época de crisis sin duda ha influido también la política y los criterios de gestión sanitaria que han primado estos últimos años. Un punto de vista sobre la problemática de la sanidad pública es abordado en un artículo excelente publicado el viernes 22 de junio en el periódico Diario Sur. Su autor, Juan de Dios Colmenero, es un conocido y destacado médico que siempre ha aportado todos sus conocimientos para el avance de la medicina en nuestro entorno. Os lo transcribo para compartirlo con vosotros.
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Foto. El Confidencial |
LOS LASTRES DE LOS SISTEMAS SANITARIOS PÚBLICOS
La tribuna. Diario Sur.
Aún estamos a tiempo
de exigir un pacto de Estado por la sanidad al margen de criterios de
oportunidad política o de interés partidista. El Sistema de Salud corre el
peligro de tomar un rumbo lento pero inexorable hacia su desaparición
JUAN DE DIOS COLMENERO. Médico
El desencanto político es un síndrome cada vez más
prevalente. De naturaleza multifactorial, su pronóstico es muy variable,
oscilando ampliamente entre el desinterés absoluto por lo colectivo y el
proselitismo entusiasta de la militancia partidista. En medio, la gran mayoría
de ciudadanos que padecen perplejos los avatares de una lucha política que ha parasitado
todo el tejido social.
Más preocupados en sus cálculos elementales de
intención de voto y traducción en escaños que en resolver los grandes temas de
estado, su interés parece centrado en acaparar el foco mediático y lograr la
iniciativa, verdadera piedra filosofal y panacea de la clase política.
En los últimos años, todas las comunidades
autónomas, sin distinción de color político, han tenido sus particulares
'mareas blancas' exigiendo la mejora de la sanidad pública. La respuesta
institucional siempre es homogénea, «el sistema sanitario público no corre
ningún riesgo, somos referentes europeos, estamos en la vanguardia, las quejas
no están justificadas». Sin dejar de reconocer que España tiene un buen Sistema
Nacional de Salud, y que somos ejemplo asistencial en algunos campos, no
conviene confundir la parte con el todo. ¿Cómo explicar si no que siendo el
sistema excelente y los sanitarios unos de los profesionales más valorados, las
agresiones a los mismos aumenten? En temas sanitarios es poco responsable caer
en la autocomplacencia y más aún generar expectativas imposibles de cumplir.
El nuestro es un país proclive al olvido. Ya nadie
parece recordar los esfuerzos que han sido necesarios para alcanzar nuestro
actual desarrollo sanitario. En el contexto actual, donde las consecuencias de
la reciente crisis económica aún no han sido superadas, es imprescindible hacer
todos los esfuerzos necesarios para lograr un buen gobierno de la sanidad
pública.
Ninguna estructura en movimiento, y los sistemas
sanitarios lo son, evoluciona al ritmo deseado cuando se la carga con unos
lastres que no figuraban en el modelo.
Empleo
populista de la cartera de servicios, politización de los equipos de gobierno,
duplicación de estructuras, descoordinación en la evaluación de las nuevas
tecnologías y terapias innovadoras y bloqueo del Consejo Interterritorial de
Salud son los lastres fundamentales que ponen en peligro la viabilidad futura
de los sistemas sanitarios públicos.
Las ofertas asistenciales cortoplacistas y con
poco fundamento científico no son nuevas. Ya en los albores del Servicio
Andaluz de Salud a algún alto responsable sanitario se le ocurrió la feliz idea
de definir la urgencia médica «como toda aquella situación que el ciudadano
percibe como tal». Apoyado en una amplia campaña de difusión, este concepto
comenzó a arraigar progresivamente en la población y condicionó la asistencia
en los servicios de urgencias hospitalarias, los cuales sin filtro alguno
empezaron a convertirse en estructuras cada vez más masificadas.
Decía Seneca
que «la diferencia entre una persona inteligente y un mediocre es que los
primeros se recuperan pronto de un fracaso, pero los mediocres jamás lo hacen
de un éxito».
En su devenir, la sanidad pública ha logrado
innumerables éxitos, pero por desgracia sus verdaderos artífices no han tenido el reconocimiento
debido.
El efecto
colateral de esta forma de proceder ha sido la pérdida progresiva del sentido
de pertenencia de los profesionales y de su tendencia natural a formar parte de
los órganos de gobierno. La
consecuencia final, la politización progresiva de los órganos superiores de
gestión e incluso la dificultad para renovar cargos directivos con
profesionales experimentados.
La creciente centralización de la toma de
decisiones ha impedido el desarrollo de la gestión clínica, una iniciativa
diseñada para fomentar la participación que no ha dado los frutos esperados por
nacer carente del soporte jurídico necesario y haber sido instrumentalizada más para el control del gasto que para
la verdadera corresponsabilización de los profesionales en el sostenimiento del
sistema.
Stendhal, máximo exponente del realismo francés, afirmaba
que «tan necesario es desconfiar de los hombres como disimular la
desconfianza», quizá sea esta la filosofía que finalmente inspira los actuales
modelos de gestión y explica la ineficiente expansión de innumerables
estructuras de control, más basadas en la desconfianza que en la cooperación.
Actualmente existen múltiples evidencias que
sugieren que el riesgo de la sostenibilidad de los sistemas sanitarios públicos
guarda más relación con el coste de las nuevas tecnologías y terapias
innovadoras que con el gradual envejecimiento de la población.
Quizá sea prudente asumir el consejo de Thomas Mann cuando decía que «llegado
el momento es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil». En este mismo
sentido, Félix Lobo, gran experto en economía de la salud, consultor de la ONU,
OMS y de la Comisión Europea, se ha pronunciado reiteradamente sobre la
necesidad de una Agencia Central de Evaluación de Nuevas Tecnologías bien
dotada e independiente, en contraposición a múltiples agencias regionales mal
dotadas, desconectadas y dependientes de sus respectivos gobiernos regionales.
Los ejemplos del Reino Unido y Suecia en este tipo de iniciativas son muy
ilustrativos.
Existe en España un tácito pero sólido contrato
social entre la ciudadanía y sus representantes sobre la necesidad de
salvaguardar el sistema sanitario público. Este objetivo no es posible sin la
necesaria cohesión de los elementos que lo integran. Desgraciadamente, el
Consejo Interterritorial de Salud, órgano que debería velar por el cumplimiento
de este objetivo, nació maniatado y en la práctica nuestro Sistema Nacional de
Salud funciona como la suma de diecisiete sistemas cada vez más heterogéneos,
desvinculados e incluso competidores entre ellos.
Aún estamos a tiempo de exigir un pacto de Estado
por la sanidad al margen de criterios de oportunidad política o de interés
partidista. Si no asumimos pronto esta tarea, el Sistema Nacional de Salud,
patrimonio de todos los españoles, corre el peligro de tomar un rumbo lento
pero inexorable hacia su desaparición.
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