Escritores recomendados: Sándor Márai
Sándor Márai es un escritor húngaro del siglo
pasado que muchos ya conoceréis. Imprescindible para comprender el siglo XX
vivido en Europa. Su lectura atrapa y hace pensar y reflexionar.
Durante la década de 1930 se labró un
gran prestigio por la claridad y precisión de su prosa de estilo realista,
prestigio que pocos años después era casi comparable al de Thomas
Mann o Stefan Zweig. Sus obras se traducían a numerosos idiomas.
Aunque Sándor Márai destacó sobre todo por su obra
narrativa, también escribió poesía, teatro y ensayo, además
de múltiples colaboraciones periodísticas, entre las que se encuentran algunas
de las primeras reseñas sobre las obras de Franz Kafka. En sus novelas,
escritas originariamente en húngaro y cuidadosamente desarrolladas,
Marai analiza la decadencia de la burguesía húngara durante la
primera mitad del siglo, en títulos como Divorcio en Buda, El
último encuentro o La herencia de Eszter. Además de sus
novelas, Márai escribió libros de memorias que retratan las convulsiones
sufridas por Hungría durante la primera mitad del siglo XX, como
la Primera Guerra Mundial (retratada en Confesiones de un
burgués) o las invasiones del ejército nazi, primero, y soviético, después
(en ¡Tierra, tierra!).
A continuación transcribo una pequeña reseña de la
Revista Cultural Leedor elaborada por Adriana Santa Cruz.
Sándor Márai: la palabra que
seduce
Por Adriana Santa Cruz –
Revista Cultural Leedor
Sándor Márai, escritor húngaro, nació el 11 de
abril de 1900. Durante su juventud viajó por Europa y visitó París, donde
convivió con algunos de los representantes más destacados de las vanguardias
estéticas del momento. Escribió poesía, narrativa, teatro y ensayos. Abandonó
definitivamente su país en 1948 y, tras una breve estancia en Suiza e Italia,
emigró a Estados Unidos en 1952 y se instaló en Nueva York. Posteriormente,
recibiría la nacionalidad estadounidense.
Sus novelas El último encuentro, La
herencia de Eszter, Divorcio en Buda, El amante de Bolzano y La
mujer justa, así como su autobiografía Confesiones de un burgués cautivan
a un público variado. En ellas se nota el sello del estilo de Márai: extensas
conversaciones y largos monólogos, escasa acción, tono melodramático y
sentimental. Además, el lector se ve atrapado por las descripciones del
ambiente que recrean, aquel mundo europeo de los años de entreguerras, mezcla
de cosmopolitismo y grandiosa decadencia burguesa, un mundo tan lejano y ajeno
al nuestro, pero que deviene cercano a partir de estas obras.
Cuando cayó el régimen comunista en su país, Márai
volvió a ser reconocido, e incluso recibió ofertas para regresar, pero ya era
tarde. Se disparó un tiro en la cabeza en cuanto supo que estaba enfermo.
A continuación, algunos fragmentos de sus obras para disfrutar de la filosofía que hay detrás
de cada diálogo o de cada monólogo. Estos fragmentos corresponden a tres obras de Márai muy conocidas.
La mujer justa
Sólo obtienes algo de los libros si eres capaz de
poner algo tuyo en lo que estás leyendo. Quiero decir que sólo si te aproximas
al libro con el ánimo dispuesto a herir o ser herido en el duelo de la lectura,
a polemizar, a convencer y ser convencido, y luego, una vez enriquecido con lo
que has aprendido, a emplearlo, a construir algo en la vida o en el
trabajo.
Un día me incorporé en la cama y sonreí. Ya no
sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el
cielo ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en
cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que
esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura
única, particular, maravillosa e insustituible que nos hará felices. Sólo hay
personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un
rayo de luz…, sin duda es cierto que no existe la persona justa y que las
ilusiones se desvanecen, pero yo lo amo y eso es distinto. Cuando uno ama a
alguien siempre se le sobresalta el corazón al verlo o al oír algo sobre él. En
resumen, creo que todo pasa, menos el amor. Aunque eso no tiene ningún sentido práctico.
El último encuentro
Uno acepta el mundo, poco a poco, y muere.
Comprende la maravilla y la razón de las acciones humanas. El lenguaje
simbólico del inconsciente… porque las personas se comunican por símbolos, ¿te
has dado cuenta?, como si hablaran un idioma extraño, chino o algo así, cuando
hablan de cosas importantes, como si hablaran un idioma que luego hay que
traducir al idioma de la realidad. No saben nada de sí mismas.
Porque la amistad no es un estado de ánimo ideal.
La amistad es una ley humana muy severa. En la antigüedad, era la ley más
importante, y en ella se basaba todo el sistema jurídico de las grandes
civilizaciones. Más allá de las pasiones, los egoísmos, esta ley, la ley
de la amistad, prevalecía en el corazón de los hombres. Era más poderosa que la
pasión que une a hombres y a mujeres con fuerza desesperada; la amistad no
podía conducir al desengaño, porque en la amistad no se desea nada del otro; se
puede matar a un amigo, pero la amistad nacida entre dos personas en la infancia
no la puede matar ni siquiera la muerte, puesto que su recuerdo permanece en la
conciencia de los hombres, como permanece el recuerdo de una hazaña, en el
sentido fatal y silencioso de la palabra, donde no resuenan ni sables ni
espadas: una hazaña, como cualquier otra actitud desinteresada.
Liberación
La decimoctava noche después de Año Nuevo —la
vigésimo cuarta jornada del asedio a Budapest—, una joven decidió abandonar el
refugio antiaéreo de uno de los grandes edificios céntricos sitiados, para
ganar el otro lado de la calle, ya reducida a un campo de batalla, y llegar a
cualquier precio hasta el hombre que llevaba cuatro semanas escondido junto a
otros cinco en un angosto sótano tapiado en el edificio de enfrente. Aquel
hombre era su padre, a quien la policía secreta seguía buscando con especial
celo y escrupulosa saña incluso ahora, en el caos y la desintegración final.
La joven no era ninguna heroína, al menos no se
consideraba como tal. Hacía semanas que se sentía presa de un cansancio
terrible: el cansancio que deriva de un esfuerzo físico descomunal, cuando el
alma aún cree poder soportar las penas pero el cuerpo se rebela sin avisar, el
estómago se revuelve y todo el organismo queda tan impotente como si lo
hubieran envuelto en un sudario de plomo. Es el mismo cansancio extremo y
cercano a la náusea que se experimenta en ciertas jornadas estivales de feroz
canícula y humedad.
La joven tenía sobradas razones para estar
exhausta: llevaba mucho tiempo sin hogar fijo y su padre se hallaba en peligro
de muerte. Hacía diez meses que estaba escondido junto a otros hombres
perseguidos, clandestinos, que en aquel mundo ya en desintegración buscaban
techo, un refugio provisional por una noche. En las últimas semanas ella misma
se había visto obligada a vivir oculta, «al margen de la ley», ya que en la
facultad, donde cursaba el último semestre, había desobedecido a los
comandantes alemanes negándose a subir con sus compañeros de curso al tren que
llevaría a los universitarios a Alemania para «salvarlos» de los rusos. De
manera que ahora también se consideraba una especie de desertora y vivía
escondida con documentación falsa. Pero, como a muchas otras personas, detalles
tan nimios no la preocupaban demasiado. Los rusos ya habían dejado atrás los
suburbios y combatían en las manzanas del centro de la ciudad.
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