Entrevistas: Jürgen Habermas (Filósofo)
Dias pasados en El País Semanal el periodista Borja Hermoso entrevistaba a uno de los filósofos contemporáneos más destacados. A continuación y de forma resumida transcribiré esa entrevista para compartirla con vosotros. Independiente de que se pueda coincidir o no con él, conocer las opiniones sobres diferentes temas de una persona culta e inteligente siempre nos enriquecerá.
(Fotografías de Gorka Lejarcegi)
Si hay que expresarlo en
estilo telegráfico, estoy de acuerdo, aunque no sin una pizca de la dialéctica
negativa de Adorno…
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Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929), sin
duda el filósofo vivo más influyente del mundo por trayectoria, obra publicada
y actividad frenética aun hoy, cuando falta menos de un mes para que cumpla 89 años. Miembro de la Escuela de Fráncfort, catedrático de Filosofía,
premio Príncipe de Asturias 2003 y autor de numerosas publicaciones sobre
pensamiento, ciencia política y sociología.
“No puede haber intelectuales
comprometidos si ya no hay lectores a los que seguir llegando con
argumentos” (J. Habermas)
(Fotografías de Gorka Lejarcegi)
Profesor Habermas, se
habla mucho de la decadencia de la figura del intelectual comprometido.
¿Considera justo ese juicio? ¿No es a menudo un mero tema de conversación entre
los propios intelectuales?
Para la figura del
intelectual, tal como la conocemos en el paradigma francés, desde Zola hasta Sartre y Bourdieu, fue determinante una esfera pública cuyas
frágiles estructuras están experimentando ahora un proceso acelerado de
deterioro. La pregunta nostálgica de por qué ya no hay intelectuales está mal
planteada. No puede haberlos si ya no hay lectores a los que seguir llegando
con sus argumentos.
¿Puede pensarse que
Internet ha acabado por diluir esa esfera pública que quizá garantizaban los
grandes medios tradicionales y que eso ha afectado a la repercusión de los
filósofos y los pensadores?
Sí. Desde Heinrich Heine, la figura histórica del intelectual ha
ganado altura de la mano de la esfera pública liberal en su configuración
clásica. Sin embargo, esta vive de unos supuestos culturales y sociales
inverosímiles, principalmente de la existencia de un periodismo despierto, con
unos medios de referencia y una prensa de masas capaz de dirigir el interés de
la gran mayoría de la ciudadanía hacia temas relevantes para la formación de
opinión política. Y también de la existencia de una población lectora que se
interesa por la política y tiene un buen nivel educativo, acostumbrada al
conflictivo proceso de formación de opinión, que saca tiempo para leer prensa
independiente de calidad. Hoy en día, esta infraestructura ya no está intacta.
Si acaso, que yo sepa, se mantiene en países como España, Francia y Alemania.
Pero también en ellos el efecto fragmentador de Internet ha desplazado el papel
de los medios de comunicación tradicionales, en todo caso entre las nuevas
generaciones. Antes de que entrasen en juego estas tendencias centrífugas y
atomizadoras de los nuevos medios, la desintegración de la esfera ciudadana ya
había empezado con la mercantilización de la atención pública. Estados Unidos y
su dominio exclusivo de la televisión privada es un ejemplo espeluzante. Ahora,
los nuevos medios de comunicación practican una modalidad mucho más insidiosa
de mercantilización. En ella, el objetivo no es directamente la atención de los
consumidores, sino la explotación económica del perfil privado de los usuarios.
Se roban los datos de los clientes sin su conocimiento para poder manipularlos
mejor, a veces incluso con fines políticos perversos, como acabamos de saber a
través del escándalo de Facebook.
“La
única forma de hacer frente a las oleadas mundiales de emigración
sería combatir sus causas económicas en los países de origen”
¿No cree que Internet,
más allá de sus indiscutibles ventajas, ha forjado una especie de nuevo
analfabetismo?
Usted se refiere a las
controversias agresivas, las burbujas y los bulos de Donald Trump en sus tuits. De este individuo no se puede decir siquiera que
esté por debajo del nivel de la cultura política de su país. Trump destruye ese
nivel permanentemente. Desde la invención del libro impreso, que convirtió a
todas las personas en lectores en potencia, tuvieron que pasar siglos hasta que
toda la población aprendió a leer. Internet, que nos convierte a todos en
autores en potencia, no tiene más que un par de décadas de edad. Es posible que
con el tiempo aprendamos a manejar las redes sociales de manera civilizada.
Internet ya ha abierto millones de nichos subculturales útiles en los que se
intercambia información fiable y opiniones fundadas. Pensemos no solo en los
blogs de científicos que intensifican su labor académica por este medio, sino
también, por ejemplo, en los pacientes que sufren una enfermedad rara y se
ponen en contacto con otra persona en su misma situación de continente a
continente para ayudarse mutuamente con sus consejos y su experiencia. Se
trata, sin duda, de grandes beneficios de la comunicación, que no sirven solo
para aumentar la velocidad de las transacciones bursátiles y de los
especuladores. Yo soy demasiado viejo para juzgar el impulso cultural que
originarán los nuevos medios. Lo que me irrita es el hecho de que se trata de
la primera revolución de los medios en la historia de la humanidad que sirve
ante todo a fines económicos, y no culturales.
En el paisaje
hipertecnologizado de hoy, donde triunfan los mal llamados saberes útiles, ¿qué
vigencia y sobre todo qué futuro tiene la filosofía?
Mire, soy de la anticuada
opinión de que la filosofía debería seguir intentando responder a las preguntas
de Kant: ¿qué puedo saber?, ¿qué debo hacer?, ¿qué
me es dado esperar? y ¿qué es el ser humano? Sin embargo, no estoy seguro
de que la filosofía, tal como la conocemos, tenga futuro. Actualmente sigue,
como todas las disciplinas, la corriente hacia una especialización cada vez
mayor. Y eso es un callejón sin salida, porque la filosofía debería tratar de
explicar la totalidad, contribuir a la explicación racional de nuestra manera
de entendernos a nosotros mismos y al mundo.
¿Qué queda de su vieja
filiación marxista? ¿Sigue siendo Jürgen Habermas un hombre de izquierdas?
Llevo 65 años trabajando
y luchando en la universidad y en la esfera pública a favor de postulados de
izquierdas. Si desde hace un cuarto de siglo abogo por la profundización
política de la Unión Europea, lo hago con la idea de que solamente ese régimen
continental podría domar un capitalismo que se ha vuelto salvaje. Jamás he
dejado de criticar al capitalismo, pero tampoco de ser consciente de que no
bastan los diagnósticos a vuelapluma. No soy de esos intelectuales que disparan
sin apuntar.
Kant + Hegel +
Ilustración + marxismo desencantado = Habermas. ¿Le sirve esta ecuación para
despejar la “x” de su ideología y de su pensamiento?

Usted acuñó en 1986 el
concepto político del patriotismo constitucional, que hoy suena casi medicinal
frente a otros supuestos patriotismos de himno y bandera. Es mucho más difícil
ejercer el primero que los segundos, ¿no?
En 1984 pronuncié una
conferencia en el Congreso español por invitación de su presidente, y al acabar
fuimos a comer a un restaurante histórico. Estaba, si no me equivoco, entre el
Parlamento y la Puerta del Sol, en la acera de la izquierda. Sea como sea,
durante la animada tertulia con nuestros impresionantes anfitriones —muchos de ellos
eran compañeros socialdemócratas que habían participado en la redacción de la
nueva Constitución del país—, mi esposa y yo nos enteramos de que en ese local
había tenido lugar la conspiración para preparar la proclamación de la Primera República española en 1873. Al saberlo, experimentamos una sensación
totalmente diferente. El patriotismo constitucional necesita un relato
apropiado para que tengamos siempre presente que la Constitución es el logro de
una historia nacional.
Y en ese sentido, ¿se
considera usted un patriota?
Me siento patriota de un
país que, por fin, tras la Segunda Guerra Mundial, dio a luz una democracia
estable, y a lo largo de las subsiguientes décadas de polarización política,
una cultura política liberal. No acabo de decidirme a declararlo y, de hecho,
es la primera vez que lo hago, pero en este sentido sí, soy un patriota alemán,
además de un producto de la cultura alemana.
¿De qué cultura alemana?
¿Solo hay una o hay culturas alemanas?
Yo me siento orgulloso de
esa cultura también cuando de la segunda o la tercera generación de inmigrantes
turcos, iraníes, griegos, o de donde quiera que hayan llegado, aparecen de
repente en la esfera pública los cineastas, los periodistas y las locutoras de
televisión más fabulosos; los ejecutivos y los médicos más competentes, o los
mejores literatos, políticos, músicos o profesores. Todo ello constituye una
demostración palpable de la fuerza y la capacidad de regeneración de nuestra
cultura. El rechazo agresivo de los populistas de derechas contra las personas
sin las cuales esa demostración habría sido imposible es una majadería.
“Macron
me inspira respeto porque, en la paralizante escena actual, es el único que se
atreve a tener una perspectiva política y que ha demostrado valor”
Creo que prepara un
nuevo libro sobre la religión y su fuerza simbólica y semántica como remedio a
ciertas lagunas de la modernidad. ¿Puede contarnos algo sobre ese proyecto?
Bueno, la verdad es que
este libro no trata tanto de religión como de filosofía. Yo espero que la
genealogía de un pensamiento posmetafísico desarrollado a partir de un discurso
milenario sobre la fe y el conocimiento pueda contribuir a que una filosofía
progresivamente degradada en ciencia no olvide su función esclarecedora.
Hablando de religiones
y de guerra de religiones y culturas… Teniendo en cuenta el actual nivel de
intransigencia y los fundamentalismos de todo corte, ¿cree que vamos a un
choque de civilizaciones? ¿Quizá estamos ya inmersos en él?
En mi opinión, esta tesis
es totalmente errónea. Las civilizaciones más antiguas e influyentes se
caracterizaron por las metafísicas y las grandes religiones que estudió Max Weber. Todas ellas poseen un potencial universalista, y
por eso se levantaron sobre la base de la apertura y la inclusión. Lo cierto es
que el fundamentalismo religioso es un fenómeno totalmente moderno. Se remonta
a los desarraigos sociales que surgieron y siguen surgiendo a consecuencia del
colonialismo, la descolonización y la globalización capitalista.
Escribió en cierta
ocasión que Europa debería fomentar el auge de un islam ilustrado y europeo.
¿Cree que lo está haciendo?
En la República Federal
de Alemania nos esforzamos por incluir en nuestras universidades la teología
islámica, de manera que podamos formar profesores de religión en nuestro propio
país y no tengamos que seguir importándolos de Turquía o de otros lugares.
Pero, en esencia, este proceso depende de que logremos integrar verdaderamente
a las familias inmigrantes. No obstante, esto no alcanza ni mucho menos a las
oleadas mundiales de emigración. La única manera de hacerles frente sería
combatir sus causas económicas en los países de origen.
¿Cómo se hace eso?
No me pregunte cómo
conseguirlo sin cambios en el sistema económico mundial del capitalismo. Es un
problema de siglos. No soy un experto, pero lea el libro de Stephan Lessenich Die Externalisierungsgesellschaft [La
sociedad de la externalización] y verá que el origen de las oleadas que ahora refluyen hacia Europa y
el mundo occidental está en estos mismos.
“Europa es un gigante
económico y un enano político”. Firmado, Jürgen Habermas. Nada parece haber ido
a mejor tras el Brexit, el auge de populismos y extremismos, los movimientos
neonazis, los intentos nacionalistas de escisión en Escocia o Cataluña…
La introducción del euro
ha dividido la comunidad monetaria en norte y sur, en ganadores y perdedores.
La causa es que las diferencias estructurales entre las regiones económicas
nacionales no se pueden compensar si no se avanza hacia la unión política.
Faltan válvulas, como por ejemplo la movilidad en un mercado laboral único o un
sistema de seguridad social común, y faltan competencias europeas para una
política fiscal común. A ello se añade el modelo político neoliberal
incorporado a los tratados europeos, que refuerza aún más la dependencia de los
Estados nacionales con relación a los mercados globalizados. El elevado
desempleo juvenil en los países del sur es un escándalo que clama al cielo. La
desigualdad ha aumentado en todos nuestros países y ha erosionado la cohesión
de la ciudadanía. Entre los que consiguen adaptarse, se extiende el modelo
económico liberal que orienta la acción en beneficio propio; entre los que se
encuentran en situación precaria, cunden los miedos regresivos y las reacciones
de ira irracionales y autodestructivas.
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