Historia de un político. Relato


Despertar

Según me dijeron, solo hacía unos días que había vuelto a conectar con el mundo real.
En ese despertar me encontré en una sala en la que separada por  unos biombos había unas ocho camas.
El ambiente estaba iluminado por luz artificial y se oía de forma continua unos pitidos y un sonido rasposo que luego supe que correspondían a los monitores y respiradores de la unidad de cuidados intensivos en la que me encontraba.
Con frecuencia pasaban por el pasillo con actitud diligente enfermeras de uniforme azul y médicos, que tras observar los monitores y gráficos apuntaban datos en sus historias.
En aquel momento traté de recordar como había llegado allí pero no lo conseguí. Desconocía el día y hora en que estaba.
Más tarde me dijeron que había tenido una trombosis e infarto cerebral y que tras varios días de estado crítico y en coma había conseguido superar el trance.
Cuando me vi en aquella cama, tenía una mascarilla de oxígeno, sonda y sueros en perfusión venosa.
Entonces fue cuando me di cuenta que no podía moverme. Sobre todo una parte de mi cuerpo estaba totalmente paralizada, entendía con dificultad lo que se me decía y lo peor era que no podía comunicarme con los demás.
Me visitaban personas que decían ser mis familiares aunque yo no los reconocía.
Salvo alguna excepción me sentí cuidado, querido y tratado con afecto por todos los que se acercaron a mí.
Pasaban los días y yo había perdido totalmente la dimensión del tiempo y del sitio en que me encontraba. Mi mundo pasó a ser el espacio limitado de los biombos vecinos y la medida del tiempo la daban los cambios de turnos de las enfermeras y de los médicos.
Los días transcurrían y solo percibía mínimos progresos en mi estado físico y mental. Fue por entonces cuando comencé a tener interés por  saber que ocurría  fuera de mi nuevo hábitat.
En una esquina de la sala en la que me encontraba había un televisor que parecía estar encendido constantemente; esto, más la luz artificial continua, daba la sensación de que el día y la noche eran periodos idénticos. Lamentablemente desde el lugar en que se situaba mi cama  no era posible acceder a la imagen y sonido de aquella pantalla.
Por esta razón, en una de las visitas de uno de los decía ser mi familiar le pedí, de manera apenas inteligible, que me trajera una radio.
Desde ese día mi estancia en la UCI cambió. Permanecía horas y horas escuchando la radio, sobre todo la información política diaria del país y del mundo. Atraían más mi atención  las opiniones encendidas, beligerantes e interesadas de tertulianos a sueldo que me parecía que fomentaban la crispación y la cizaña en la sociedad.
Quizá por  una sensibilidad particular hacia esos temas, (después me dijeron que yo había sido un político muy conocido antes de enfermarme), fui cogiendo con un interés y una curiosidad insaciable los acontecimientos diarios. Eso además me permitía evadirme de la soledad angustiante en que me hallaba derivada de la ausencia de recuerdos que sufría entonces.
Comencé a discernir con mi actual análisis desprejuiciado, dado que yo no sabía quién era, la verdad de las mentiras, las medias verdades y los mecanismos que empleaban los individuos para no conceder jamás la razón al adversario político y más aún,  transformar a éste en enemigo. El ocultar la información para que ésta no produjese réditos electorales a los opositores y desarrollar la capacidad para nunca reconocer los errores cometidos, eran el pan de cada día en mis observaciones radiofónicas. Descubrí a quién servía cada cuál y percibí la intromisión de otros poderes de la sociedad en la vida democrática de este país.
En fin, volvía a ser un político como según me decían yo lo había sido antes del infarto cerebral. La diferencia estribaba ahora en que mis observaciones y mis opiniones no defendían intereses partidistas ni se basaban en ideologías, sentimientos y prejuicios  nacidos y heredados de mi entorno inmediato. Tampoco creía yo ahora en identidades ancestrales, caudillismos, ni en los derechos de los pueblos si no solo en los derechos de los individuos, de los ciudadanos de esos pueblos. Como es de suponer a esta forma de enfocar la vida llegué después de muchos meses de rumiar con mi minusvalía y con la cercanía de la muerte. 
Quizás esa sensación de desvalimiento continuo me enseñó a analizar la realidad sin estereotipos, con sentido común y con una mayor sensibilidad por los marginados. 
Cuando ya me habían pasado a una sala normal del hospital donde practicaban la rehabilitación física a mi deteriorado cuerpo, alguien, que decía ser de mi familia, me trajo un libro recientemente publicado del cual yo era su autor. 
Lo leí en dos días, casi sin pegar ojos y lo que quedó en mí tras el final de la lectura, fue una inmensa vergüenza por lo que yo exponía en el texto. Mis sentimientos eran tales que durante un tiempo permanecí sumido en un mutismo aún mayor que el que había estado hasta ese momento.
Con el paso de las semanas, comencé a recordar cosas de mi pasado y a reconocer a algunos de mis familiares y amigos.
Sentía tanta deshonra, quiebra del pundonor y arrepentimiento por lo que yo había sido que preferí seguir en silencio fingiendo no recordar nada y reflexionando sobre lo que haría en el futuro si conseguía recuperarme.
Comencé a repudiar mi anterior vida y detesté al personaje que yo antes había encarnado, soberbio, altanero e insensible, siempre dispuesto a la confrontación  con los que no se doblegaran a sus opiniones e intereses.
A partir de entonces, con frecuencia me aislaba del entorno, simulando oír la radio con los ojos cerrados mientras en mi mente bullían las preguntas de cómo lograr revertir lo hecho hasta ahora o como lograr ser una nueva persona.
Solo me consolaba saber que quizás podría tener una segunda oportunidad.
JP


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