Historias de la Ciencia.10ª Entrega. "Tuskegee". F. Soriguer

 

HISTORIAS DE LA CIENCIA. DÉCIMA ENTREGA


 F. SORIGUER

 

HISTORIAS DE LA CIENCIA CON MORALEJA 



 Federico Soriguer. Capítulos ya publicados

 

1.      El precio de la ignorancia. Marcel Proust y compañía.  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/01/historias-de-la-ciencia-con-moraleja-i.html)

2.      La guerra de los huesos.  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/la-guerra-de-los-huesos-f-soriguer.html?m=1)

3.      Koch, Ferrán y Cajal. Un cruce de historias  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/koch-ferran-y-cajal-un-cruce-de.html)

4.      Una factoría de genios  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/una-factoria-de-genios-f-soriguer_7.html%.)

5.      Cajal, Río Hortega y los “Fake News .(http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/cajal-rio-hortega-y-las-fake-newsv-f.html)

6.      No es la raza, imbécil.  (https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/no-es-la-raza-imbecil-vi-f-soriguer.html)

7.      Lombroso. https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/lombroso-vii-historias-de-la-ciencia.html

8.  Pero, ¿existe tal cosa como el método científico? 

         https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/historias-de-la-ciencia-octava-entrega.html

9. El caso Lysenko:  Ciencia burguesa frente a ciencia proletaria

         https://joaquinperal.blogspot.com/2025/05/historias-de-la-ciencia-lysenko-9.html

 

 

10.

TUSKEGEE

 


                                                      Experimento Tuskegee

Se suele utilizar el término de “cobayas humanas” referido a la utilización de unas personas por otras, generalmente durante una investigación científica, sin su permiso, con el objetivo de conseguir algún beneficio (no siempre para el sujeto de experimentación). 

En la historia de la ciencia hay numerosos ejemplos de científicos que por una mal entendida intención benefactora, interés curricular o comercial, ignorancia o por el simple afán de conocimiento, han utilizado a las personas como cobayas.  En realidad, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX el cobayismo más que la excepción fue la regla.   Y era así porque los médicos poseían un gran poder sobre las personas y las instituciones, carecían de un mecanismo regulador de sus decisiones y gozaban de un alto respeto y consideración moral al mismo tiempo que cierta impunidad jurídica. Nos limitaremos aquí a contar el caso ejemplar de Tuskegee, pero antes, para que el lector se haga una idea del contexto les contaré una experiencia personal. 

En los años en los que estudié la carrera de medicina (1963-1969) la ética médica como disciplina no existía. Existía sí, un alto aprecio sobre la naturaleza misma de la medicina, aprecio que era transmitido por los catedráticos de medicina a los jóvenes médicos. La medicina era una profesión, la única junto al sacerdocio, digna de recibir tal nombre, ejercida desde siglos en régimen de monopolio y portadora de unos privilegios que le concedían un enorme poder. Poder social y sobre todo poder sobre los propios enfermos cuyas decisiones quedaban subordinadas a la auctoritas del médico. Este estatus ahora en buena parte perdido, llegó, desde luego hasta los años de mi licenciatura y postgrado.   

Recuerdo muy bien como en el último año de la carrera entré como interno en la cátedra de psiquiatría, asistiendo con regularidad a aquel viejo y enorme hospital psiquiátrico de Miraflores en Sevilla donde se hacinaban miles de pacientes de todo tipo y condición. El profesor con el que trabajaba estaba haciendo alguna investigación sobre el líquido cefalorraquídeo de los enfermos con psicosis. Nunca supe muy bien los objetivos, pero me encargó que obtuviera las muestras de algunos de los pacientes allí ingresados.  Yo era un imberbe que ni siquiera había terminado la licenciatura, pero los celadores del psiquiátrico traían los pacientes con esquizofrenia, los sentaban “a la flamenca”  en una silla con los brazos al revés cuyo diseño parecía sacado de un instrumento de tortura medieval y,  convenientemente sujetos,  se les rapaba la  mitad de la cabeza hasta el cuello tras lo que alguno de los estudiantes  con una enorme aguja  pinchábamos en la cisterna magna por encima de la primer vértebra cervical para extraer el  líquido cefalorraquídeo. Aunque bien tolerado era como darles la puntilla y a mí me parecía milagroso que no les ocurriera nada.  

Nunca supimos para qué servía todo aquello, ni desde luego y mucho menos los propios pacientes, aunque para mí la estancia en aquel hospital me sirvió para que abandonara, si es que la tuve alguna vez, mi incipiente vocación psiquiátrica. En otros capítulos contare otras historias personales, pero baste esta para situar a un lector no familiarizado con la ética de la investigación científica y pueda contextualizar la historia americana que voy a contar a continuación y cómo pudo durar tantos años.

La sífilis, es una enfermedad venérea conocida desde muy antiguo. El agente causal es la espiroqueta Treponema pallidum transmitida, sobre todo, por contacto sexual.  Extendida por todo el mundo, ha sido uno de los más importantes problemas de salud durante mucho tiempo y ha recibido nombres muy distintos según en qué lugar pues cada uno de ellos intentaba adjudicar a otros países su origen. Así en ItaliaAlemania y Reino Unido se la ha denominado “enfermedad francesa”, en Francia, desde la epidemia en el ejército francés en las guerras italianas, se le llamó “mal napolitano o enfermedad napolitana”, en Rusia, “enfermedad polaca”, en Polonia, “enfermedad alemana”, en Japón del Período Sengoku, “morbo chino”, en los Países BajosPortugal y el Norte de África, “enfermedad española”, en Turquía, “enfermedad cristiana” y en  España, “mal portugués” o “mal francés”. 

En el año 1932 en la ciudad estadounidense de Tuskegee (Alabama), el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos comenzó un estudio con el objetivo de  comparar la salud y longevidad de la población sifilítica no tratada, con un  grupo control libre de enfermedad, y así observar  la progresión natural de la sífilis (sin tratamiento).  El estudio fue llamado "Tuskegee Study of Untreated Syphilis in the Negro Male”. Seleccionaron para ello a seiscientos trabajadores negros, en su mayoría analfabetos, cuatrocientos varones infectados con sífilis, y doscientos como grupo control.  A los sujetos enfermos no se les trató su enfermedad, y se les ofrecieron algunas ventajas materiales (tratamiento médico gratuito, transporte gratuito a la clínica, comidas y un seguro de sepelio en caso de fallecimiento que de tener lugar llevaba el compromiso de autorizar la autopsia). Nunca se les informó sobre la naturaleza de su enfermedad y sólo se les dijo que tenían la sangre mala (“Bad Blood”).  


                                                              Experimento Tuskegee

Durante el estudio, ya en 1936, se comprobó que las complicaciones eran mucho más frecuentes en los infectados que en el grupo control, y diez años más tarde, resultó claro que la tasa de mortalidad era dos veces mayor en los pacientes infectados con sífilis. Y aquí un paréntesis: (En la década de los 30 del pasado siglo, cuando comenzó el experimento de Tuskegee, los tratamientos para la sífilis (sales mercuriales y salvarsanes) eran muy tóxicos, peligrosos y de efectividad cuestionable. Aun así, el neosalvarsán había demostrado ya cierta eficacia en el tratamiento de la sífilis.  Sin embargo, no es hasta la comercialización de la penicilina durante la segunda guerra mundial cuando aparece un tratamiento verdaderamente curativo). 

En el año 1942 se hace extensivo el uso de penicilina descubierta por Fleming años antes, capaz de curar a los enfermos con sífilis.  Aun así, a los pacientes del grupo experimental se les mantuvo sin tratamiento. La investigación continuó sin cambios sustanciales y se publicaron trece artículos en revistas médicas. En la década de los sesenta al menos dos investigadores independientes denunciaron el estudio sin que las instituciones oficiales hicieran caso, hasta que en los comienzos de los setenta (para que se sitúen.  yo ya había terminado la carrera de medicina), uno de ellos decidió contarlo a un periodista.  En 1972 (30 años después del uso generalizado de la penicilina y 50 después del comienzo del estudio), el periodista J. Heller publicó un artículo sobre el “experimento de Tuskegee”, en el New York Times[1]. Tras la controversia levantada los investigadores se vieron obligados a interrumpir la investigación. 

El experimento de Tuskegee no era un estudio hecho de manera privada por unos investigadores locales. Tenía un carácter institucional dentro del Servicio de Salud Pública de EEUU (PHS, por sus siglas en inglés), institución que tenía la responsabilidad de monitorizar la evolución del proyecto, pues había, entre otras cosas, recibido financiación pública además de privada. El PHS había sido creado a principios del siglo XX y organizado en secciones y divisiones, incluida una dedicada a las enfermedades venéreas. Todas las secciones del PHS realizaron investigaciones científicas con seres humanos. 

Desde luego los estándares éticos de ese momento eran muy diferentes a los actuales. A lo largo de las tres primeras cuartas partes del siglo XX los científicos creían que pocas personas fuera de la comunidad científica podían comprender las complejidades de la investigación, desde la naturaleza de los experimentos científicos hasta el consentimiento para convertirse en un sujeto de investigación. Estos sentimientos eran particularmente ciertos acerca de la comunidad negra pobre y sin educación[2]. Solo así se explica que cuando el experimento salió a la luz pública, el Dr. John Heller uno de los responsables del estudio defendiera resueltamente la ética médica del estudio, afirmando: “La situación de esos hombres no justifica el debate ético. Ellos eran sujetos, no pacientes; eran material clínico, no personas enfermas”.  

Tuvieron que pasar 25 años más, para que el  16 de mayo de 1997, con cinco de los ocho supervivientes presentes en la Casa Blanca, el presidente Bill Clinton pidiera disculpas formalmente a los participantes en el experimento de Tuskegee: “No se puede deshacer lo que ya está hecho, pero podemos acabar con el silencio.....Podemos dejar de mirar hacia otro lado. Podemos miraros a los ojos y  finalmente decir de parte del pueblo estadounidense, que lo que hizo el Gobierno estadounidense fue vergonzoso y que lo siento”[3].

La justificación última de los investigadores de Tuskege fue la de ser un proyecto cuyos resultados redundarían en un beneficio para la humanidad.  La realidad, sin embargo, es que la ambición (en el mejor de los casos intelectual) les cegó el buen juicio y solo fueron capaces de ver los objetivos científicos sin que les importara para conseguirlos perjudicar gravemente a sus pacientes, convirtiendo el estudio en el experimento “no terapéutico” en humanos más largo de la Historia de la medicina. 

Desde luego no consiguieron un gran beneficio para la humanidad. Tras cincuenta años de seguimiento ¿cuáles fueron los resultados de este largo estudio?: 

  •100 hombres murieron de sífilis.

•40 viudas contrajeron la enfermedad.

•19 niños nacieron con sífilis congénita

Resultados científicos: Ninguno. La historia natural de la sífilis se conocía ya    desde hacía casi 100 años.

El de Tuskegee es un ejemplo de investigación científica en la que los humanos han sido considerados como medios y no como fines. Pero ni ha sido el primero ni el último. En realidad, era bastante habitual hasta después de la segunda guerra mundial el no contar con el consentimiento de los pacientes (o de los controles sanos) que eran sometidas a algún tipo de manipulación experimental.  El caso más dramático fue, sin duda, el del  manicomio de Hadamar[4], [5]. Antes de que el nacionalsocialismo decidiera la “solución final a la cuestión judía”, se realizó en la Alemania nazi el programa de eutanasia. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se puso en marcha la matanza sistemática de los enfermos ingresados en los manicomios. Para ello se creó una organización burocrática, con el nombre encubierto de “Aktion T4”, encargada de gestionarla. Si Auschwitz simboliza el intento del nacionalsocialismo por exterminar a los judíos europeos, el manicomio de Hadamar, una pequeña ciudad de Hessen, representa la utilización criminal de la medicina y de los médicos para aniquilar a los enfermos sin posibilidades de curación. 

Este trágico episodio del nazismo ha permanecido, sin embargo, oculto durante mucho tiempo, a pesar del inmenso número de sus víctimas: unos doscientos mil en Alemania, más otros cien mil en los países ocupados, sobre todo en Polonia y en Rusia. Una de las cosas que más sorprende de la locura nazi es el pragmatismo y la racionalidad con la que se llevó a cabo tanto la shoah como el exterminio de enfermos psiquiátricos e incurables. De hecho, hasta se diseñó un ensayo clínico para decidir qué procedimiento era el más adecuado para acabar con los pacientes. El experimento tuvo lugar en enero de 1940 en una cárcel abandonada de Brandeburgo del Havel una pequeña localidad situada cerca de Berlín. A un grupo de pacientes se les inyectó una dosis letal de barbitúricos mientras que a otros los metieron en una cámara hermética en la que insuflaron monóxido de carbono. El ensayo fue diseñado, presenciado y evaluado por médicos y jerarcas de la T4, quienes “científicamente” debieron decidir a la vista de lo que vino después que la mejor solución era la cámara de gas[6].

            El de la Alemania nazi ha sido el más radical y dramático caso de abuso de la experimentación en humanos, pero, como hemos visto con el experimento de Tuskegge, no el único. De hecho durante la investigación sobre el caso de Tuskegee se descubrió que en Guatemala, entre los años 1944 y 1946 la Secretaría de Salud Pública del gobierno federal estadounidense — patrocinó un estudio en el que médicos estadounidenses infectaron mediante inoculación directa y sin consentimiento ni conocimiento de las víctimas -ciudadanos guatemaltecos, entre ellos soldados, reos, pacientes psiquiátricos,  con sífilis y otras enfermedades venéreas como gonorrea-, para comprobar la efectividad de nuevos fármacos antibióticos como penicilina y otros tratamientos. Aunque el experimento fue interrumpido no es sino hasta el año 2010 cuando el gobierno de EEUU reconoció los hechos y pidió disculpas al pueblo guatemalteco. En una  conversación telefónica con el mandatario guatemalteco Álvaro Colón  el presidente  Obama reconoció  los hechos a los que  consideró abominables y gravísimos[7] 

 

Todavía entre los años 1950 a 1970, se realizó una investigación, conocida como el Estudio de Willowbrook, en el que se analizó un grupo de niños con retraso mental, que estudiaban en régimen de internado, en la Escuela Estatal de Willowbrok en Nueva York, donde había una alta incidencia de hepatitis. A un grupo de niños se les contagio intencionadamente el virus de la hepatitis con el objetivo de evaluar el curso natural de la enfermedad sin recibir tratamiento alguno. El proyecto fue autorizado inicialmente por el Departamento de Salud Mental del Estado de Nueva York y apoyado por el área epidemiológica de las Fuerzas Armadas. Los investigadores justificaban el estudio por “ser beneficiosos para la humanidad los nuevos conocimientos que proporcionaría, y también para estos niños enfermos pues recibirían ayuda médica sin costo. Las inoculaciones con el virus de la hepatitis en forma intencionada, fueron justificadas por la inevitabilidad del contagio en la institución dada la alta densidad de niños enfermos en la escuela de Willowbrook. Además, señalaban, era mejor para los niños ser contagiados bajo cuidadosas y controladas condiciones de investigación y supervisados por médicos de excelencia[8]. 


En el año 1963 tuvo lugar otro estudio en el Hospital Judío de Enfermedades Crónicas: Brooklyn, New York. Los investigadores interesados en   la inmunidad del cáncer  inyectaron células cancerosas a pacientes ancianos sin cáncer y  sin informarles  de lo que estaban haciendo ya  que se consideró que la palabra cáncer podría provocar rechazos en los  pacientes[9].  Denunciado por otros médicos que se negaron a participar en el estudio, el juicio tuvo una gran repercusión mediática e influyó,  junto al de Tuskegee,  en que  pusieran en marcha medidas legales y, sobre todo, los llamados en USA,   Institutional Review Board (IRB)  o comités de ética que en muy poco tiempo se han convertido en instituciones garantes de la ética de la investigación científica en la mayoría de las instituciones públicas  y privadas de todo el mundo[10], no siendo posible hoy conseguir recursos ni publicar un estudio sin disponer de la correspondiente autorización de un comité de ética.  

En el marco de los  Juicios de Núremberg a los criminales de guerra nazis,  tuvo lugar el denominado Juicio de los Médicos, que comenzó el 9 de diciembre de 1946. Fueron juzgados 15 médicos y 7 de ellos condenados a la horca y ejecutados por crímenes contra la humanidad.  Sólo hasta muy recientemente se ha comenzado a investigar la colaboración de la medicina con el Holocausto y ahora empezamos a saber que no fue una colaboración sólo de aquellos médicos ajusticiados. El 45 % de los médicos alemanes pertenecían al partido nazi, una proporción mayor que en cualquier otra profesión. 

De Núremberg surgió el primer código internacional de ética para la investigación con seres humanos, el Código de Núremberg, publicado el 19 de agosto de 1947 bajo el precepto hipocrático primun non nocere, es decir “lo primero, no hacer daño”. Este Código estableció las normas para llevar a cabo experimentos con seres humanos, incidiendo especialmente en la obtención del consentimiento voluntario de la persona, que, desde entonces, se ha considerado como la piedra angular para la protección de los derechos de los pacientes.

Tras la publicación del Código de Núremberg, el empeño legislativo sobre el control ético de la investigación en humanos no ha cesado. Dejamos aquí solo constancia de algunos de los hitos más importantes: Declaración de Ginebra (1948);  Código Internacional de Ética Médica (1949); Declaración de Helsinki (1964), Informe Belmont (1978), Pautas Éticas Internacionales para la Investigación Biomédica en Seres Humanos (CIOMS, 2002) de la OMS; Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos de la UNESCO (2005) o el  Convenio de Derechos humanos y Biomedicina del Consejo de Europa (CEB), conocido como Convenio de Oviedo (1997), códigos en los que con énfasis diferentes se resalta el respeto a la autonomía de las personas capaces de tomar decisiones, la protección de las que no son capaces de hacerlo y de las poblaciones vulnerables a la hora de ser sujetos de una investigación científica. 

¿Podemos, para terminar, sacar algunas conclusiones de estas trágicas historias de la ciencia, incluidas en este capítulo?:

1.     En primer lugar, que los científicos no pueden ser dispensados de la regulación externa de sus investigaciones. Su trabajo está sometido a un sinfín de intereses, como cualquier otro ciudadano y, además, en ellos la tentación del conocimiento es en algunas ocasiones demasiado fuerte. La curiosidad insaciable está en la naturaleza humana y como cualquier otra propiedad de la naturaleza humana necesita ser regulada por las costumbres (la moral o la ética) o las leyes. No es nada nuevo, basta recordar, como en el Antiguo Testamento, podemos ver que Luzbel el ángel preferido fue condenado por querer poseer el conocimiento de Dios y como Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso por su curiosidad. Como dijo uno de los jueces del caso del Hospital Judío de Enfermedades Crónica: “el celo por la investigación no debe ser llevado a cabo al punto tal que viole los derechos básicos y la inmunidad de las personas".

2.     En segundo lugar, que el rigor científico no es ninguna garantía de que una investigación científica sea ética. De hecho, una investigación puede ser exquisitamente científica, pero terminar acabando con la vida de una persona.   

3.     En tercer lugar, como ya hemos comentado en el caso de Tuskegee y como vieron quienes han analizado los resultados de los experimentos nazis, las aportaciones reales para el avance de la ciencia médica de todos los programas de investigación en el que se conculcan los derechos humanos básicos, han sido escasas o nulas. En palabras de uno de los jueces de Núremberg: ¿Resultados?, Sí.  “el resultado fue un significativo avance para la ciencia del asesinato o ktenología[11].

4.     La conclusión final es que la ética (convertida ya en bioética) forma parte hoy y de manera indisoluble del método científico. 

Afortunadamente la cultura y la sensibilidad ética de los científicos y, sobre todo, de la sociedad, ha cambiado mucho desde aquella permisividad que yo mismo viví en los comienzos de mi carrera, como he contado arriba.   Aun así, la tentación es permanente. Escribí el primer borrador de este capítulo en la fase final del des-confinamiento por la pandemia Covid19. Ante la urgencia por encontrar una vacuna, numerosas voces reclamaban el saltarse algunos de los pasos habituales en la investigación y comercialización de las vacunas, así como el uso de voluntarios o “cobayas” que pudieran ser contagiados previa administración aleatoria de la nueva vacuna o un placebo. Una cuestión que en este momento es objeto de debate por la comunidad científica[12].[13].  Uno de los más insistentes en este punto fue Peter Singer el conocido filósofo utilitarista australiano.  Mientras que no haya vacunas la gente seguirá muriendo, decía,  ”la pandemia ha demostrado que no todas las vidas valen lo mismo”, dice[14]. Esto justificaría para Singer el “cobayismo” y el adelanto de la fase III de la experimentación (o fase extensiva de la vacuna bajo vigilancia epidemiológica). Sí, ciertamente, ya lo hemos visto en otros capítulos, hay precedentes de voluntarios que asumen los riesgos de la primera fase de la investigación en humanos, como los hay de investigadores que se han inoculado el preparado vacunal o el fármaco por ellos estudiado (habrá un capítulo más adelante sobre la autoexperimentación). En todo caso, salvando algunas importantes distancias, los argumentos sobre el bien de la humanidad y el progreso del conocimiento, no son muy distintos de los que utilizaron los investigadores de los (malos) ejemplos arriba citados. 

Aquí para terminar solo cabe recordar que las prisas no han sido nunca buenas consejeras para la investigación científica. La prudencia, en cambio, sí. Incluso en situaciones como la pandémica en la que un virus con alta infectividad y mediana letalidad acosó a toda la humanidad. 



En la foto podemos ver a uno de los últimos supervivientes de Tuskegee. El personaje apareció fotografiado en la última página del periódico El País. Al pie de la foto puede leerse: “Charlie Pollar, a la derecha, uno de los ciudadanos usados como cobayas”.  


Las fotografías del texto fueron tomadas de El Confidencial y de Muy Interesante.


[1] Jean Heller. Syphilis Victims in U.S. Study Went Untreated for 40 Years. https://www.nytimes.com/1972/07/26/archives/syphilis-victims-in-us-study-went-untreated-for-40-years-syphilis.html

 

[2] About the USPHS Syphilis Study. https://www.tuskegee.edu/about-us/centers-of-excellence/bioethics-center/about-the-usphs-syphilis-study

 

[3] U.S. Public Health Service Syphilis Study at Tuskegee. Presidential apology. https://www.cdc.gov/tuskegee/clintonp.htm

[4] M. von Cranach .The Killing of Psychiatric Patients in Nazi-Germany between 1939 – 1945. http://www.phil.gu.se/sffp/reports/16.%20von%20Cranach.pdf

 

[5] Este texto es parte de un capítulo del libro: Si Don Santiago levantara la cabeza. La lógica científica contada en 101 historias nada científicas. (Federico Soriguer).  E. Incipit, Madrid, 2016. 

[6] José Antonio García Marcos. La eutanasia nazi. Claves de razón práctica, nº 238,2015

[7] Experimentos sobre sífilis en Guatemala. https://es.wikipedia.org/wiki/Experimentos_sobre_s%C3%ADfilis_en_Guatemala

 

 

[8] Bakal CW, Novick LF, Marr JS, et al. Mentally retarded hepatitis-B surface antigen carriers in NYC public school classes: A public health dilemma. Am J Public Health 1980; 70:712- 716.

 

[9] Langer E. Human experimentation: cancer studies at Sloan-Kettering stir public debate on medical ethics. Science 1964; 143:551-553. 

 

[10] Drazen JM, Koski G. To protect those who serve. N Engl J Med 2000; 343:1643-1645.

[11] El Código de Núremberg: el amanecer de la bioética tras los crímenes del nazismo. https://theconversation.com/el-codigo-de-nuremberg-el-amanecer-de-la-bioetica-tras-los-crimenes-del-nazismo-137492

[12] Eyal, Nir, Marc Lipsitch, and Peter G. Smith. "Human Challenge Studies to Accelerate Coronavirus Vaccine Licensure." Journal of Infectious Diseases (2020): 31 March 2020.

 

[13] Schaefer GO, Tam CC, Savulescu J, Voo TC. COVID-19 vaccine development: Time to consider SARS-CoV-2 challenge studies? Vaccine. 2020; S0264-410X(20)30768-4. 

 

[14] Peter Singer: “La pandemia ha demostrado que no todas las vidas valen lo mismo”

https://www.larazon.es/coronavirus/20200616/md57e2uhpjbxbfq5fnpturmuri.html

 

Comentarios

  1. Estremece la falta de ética y la sempiterna superioridad moral de algunos por nuestro bien.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares