Libro: El verano de Cervantes. A. Muñoz Molina/Opinión

 

Sobre el nuevo libro de Antonio Muñoz Molina

El verano de Cervantes





Artículo de  Juan Bonilla, publicado en jotdown.es


https://www.jotdown.es/2025/06/el-verano-de-cervantes/?mc_cid=568273afc0&mc_eid=40e6878fb9


Los libros sobre escritores o libros tienen que vérselas con un dilema inesquivable: o se ponen al servicio de quienes los inspiran y se conforman con ser puertas de entrada, invitaciones a las lecturas de los libros o escritores sobre los que versan, o los vampirizan de tal modo que los lectores salen de ellos con la impresión de que ya saben lo suficiente, y han recaudado imágenes, argumentos, rasgos de estilo que operan tan eficazmente que prestan la sensación de que no hay necesidad alguna de sumergirse en esos libros o esos escritores.

Ejemplos: el leve Evaristo Carriego de Borges no se propone que ningún lector acabe en la obra de Evaristo Carriego, serán pocos los que, después de En busca del barón Corvo de Arthur Symonds hayan necesitado enfangarse en las pomposas páginas de Adriano VII del barón Corvo, el magnífico Un libro sobre Platón de Antonio Tovar explica y extracta con tal maestría los diálogos de Platón que muchos lectores no sentirán el menor apetito de acudir a ellos; ahora bien, es difícil acabar U & I de Nicholson Baker sin querer sumergirse en alguna de las novelas o memorias de John Updike (precisamente porque el libro de Baker apenas habla de ellas, habla mucho más de lo que significaron para él), y casi imposible no leer La orgía perpetua de Vargas Llosa sin a continuación no abrir Madame Bovary de Flaubert.

Antonio Muñoz Molina, con prosa hipnótica y acompasada, le dedica un libro al Quijote y desde la primera página, haciendo trampolín de las dos novelas de Cervantes —pues es el segundo de sus aciertos: distinguir la primera de la segunda parte como dos obras distintas—, nos envuelve en una luminosidad que no cesa en un libro que tiene más de cuatrocientas páginas, y está entre el ensayo y la memoria, y se ha construido sobre muchas lecturas de las novelas que componen el Quijote y mucho buceo en biografías, ensayos, artículos sobre Cervantes. El primero de sus aciertos es relacionar las novelas con el verano: el tiempo en el que los días se nos alargan y no sabe uno con qué ocuparlos (desocupado lector), o para un niño (alérgicos a la siesta de los mayores) las horas que a la vez son de libertad (no hay vigilancia) y silencio (no se puede despertar a quienes duermen), inducían a la lectura. Todas las peripecias que se encabalgan en las dos novelas de Cervantes son estivales, de donde sea misteriosamente poético que muchos la hayamos leído o releído en los meses veraniegos.

El autor de El verano de Cervantes comienza con un primer lance en el que con sagaz inteligencia apunta el nombre de Montaigne para dar prueba convincente de que don Quijote tiene algo de suma de pruebas, ensayos, improvisaciones que van, en el juego de la escritura que se desata y que a la vez que compone una historia logra que la historia revele a quien la escribe, definiendo un camino de modo que lo intuitivo (1605) cuaja firmemente en lo fatal (1615). Pero no tarda en entreverar los sedimentos de las novelas que componen el Quijote con su experiencia de lector. Precozmente, antes de los diez años, un verano, en una edición de Calleja del siglo XIX salvada de la guerra con otros pocos tomos, comenzó el hechizo que culmina ahora en el propio encantamiento de su libro.

En 1905, Miguel de Unamuno quiso en Vida de D. Quijote y Sancho enmendarle la plana a Cervantes —seguro de que ni él sabía lo que había logrado creando a don Quijote— y se propuso volver a contar sus novelas ofreciendo una interpretación de la que según él el autor ni siquiera era consciente (Borges detestaba ese libro, a pesar de lo cual ese libro fue álveo de su «Pierre Menard»). Por ejemplo, en el famoso capítulo de los molinos de viento, Unamuno está convencido de que Cervantes se equivoca al suponer que el caballero ataca a unos gigantes: no, nos dice, el caballero está atacando a los molinos como representantes del progreso, como embajadores de la deshumanización, como gigantes, sí, pero no gigantes que sean producto de una alucinación sino de la convicción de que la tecnología nos jibarizará primero y nos acabará destruyendo (ahí se veía que Unamuno, tan visceral, tenía al caballero como un fundamentalista que podía ser utilizado como espejo de sus agonías, significando esto «lucha constante»). El de Unamuno —uno de los experimentos literarios más audaces que se hayan escrito en español— es un libro que gusta poco o nada a los cervantistas, por supuesto, pero no le hace el menor daño a las novelas de Cervantes: las obras maestras se caracterizan por despertar tal número de interpretaciones que, por muy distintas que sean, todas colaboran para ir alzándolas de generación en generación.

Muñoz Molina, que está, por suerte, muy lejos de operar a lo Unamuno, utiliza a don Quijote para, a la vez que escudriña su composición (el modo en el que avanza un poco tambaleante hasta que, tras la noche de los batanes, se vuelve de repente otra, con «una gloriosa plenitud sensorial», y permite que «Cervantes encuentre lo que es la ambición máxima y el sueño de un novelista, una maqueta en la que contener el mundo y revelarse a sí mismo a través del artificio de la ficción»), ir deslizando recuerdos de sus lecturas, hacer calas en la vida y las otras obras de Cervantes y visitar también toda una constelación de autores que recibieron su influencia y de algún modo están en su propio árbol genealógico de escritor (una de las ventajas de la literatura: cada cual puede decidir su árbol genealógico). Lo hace con una prosa limpia, eufónica, elegante, marca de la casa sin duda, en tramos cortos llenos de inteligencia crítica y datos preciosos —en las dos novelas protagonizadas por el Quijote de Cervantes siempre es verano, como hemos dicho, y en todo el Quijote llueve una sola vez—. La memoria personal se abraza así a la investigación y tal y como le pasa al propio Quijote —que necesita suplir los libros de caballería por la vida como caballero y son los libros los que le empujan a echarse a los caminos y estos los que acaban dando un libro—, el lector MUñoz Molina necesita salir de los libros —de la Travesía marítima con don Quijote de Thomas Mann, de las Cartas de Flaubert, de las Meditaciones de Ortega o los apuntes de Azaña— para echarse a la intemperie, visitar el Toboso, entrar en la cueva de Montesinos.

«Don Quijote de la Mancha es un largo relato de ficción y un tratado crítico y disperso sobre todas las artes de la literatura y todas las formas de contar, y también un libro cómico que contiene una reflexión profunda sobre la risa y la comedia», escribe Muñoz Molina. ¿Cuál es el secreto de Cervantes? ¿Dónde su encanto? ¿Por qué aún nos hiere y cautiva, nos divierte y hechiza? Hablando de documentos notariales donde aparece la firma de Miguel de Cervantes, Muñoz Molina repara en que de Cervantes nos quedan huellas de una vida de la que sabemos muchas cosas triviales y casi ninguna fundamental: sabemos que conoció el poderío seductor de la ficción por haberlo experimentado él mismo en las ficciones descabelladas que leyó en los libros y en las experiencias donde se le exigió heroísmo militar. Sabemos que se casó en Esquivias con una mujer veinte años más joven, que fue padre de una hija ilegítima nacida de la relación con la mujer de un tabernero, que pasó quince años dando tumbos entre Castilla y Andalucía, que comió cárcel. «Y sin embargo sentimos su presencia tan cercana como la de un amigo cuando leemos y escuchamos su voz».

Es este un libro extraordinario en el que Muñoz Molina homenajea no solo a Cervantes sino también el milagro de la lectura, el milagro de que leer nos empuje a la vida, nos inyecte ansia de caminos, consiga la magia perturbadora de hacer tan real, tan viva, tan nuestra, a una criatura de ficción que se sacó de los adentros alguien que vivió hace más de cuatrocientos años. Ante el dilema inesquivable del que hablaba al principio, El verano de Cervantes no necesita optar por ninguna de las bifurcaciones del camino. Valdrá a la vez como puerta de entrada perfecta para quien quiera regalarse un verano acompañando en sus andanzas a don Quijote y Sancho, y como exacto ejercicio de alquimia mediante el cual muchas lecturas se juntan y combinan, después de una vida entregada a ellas, para deparar una escritura que instruye deleitando y alza un soberano canto a la literatura como modo de compañía —por un lado— y de examen y comprensión de la realidad en «tiempos en que tecnologías mucho más poderosas que la imprenta tienen el poder de hipnotizar nuestras mentes hasta un grado de delirio».

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