No es la raza, imbécil. (VI). F. Soriguer
HISTORIAS DE LA CIENCIA CON MORALEJA
Federico Soriguer
Capítulos ya publicados
- El precio de la ignorancia. Marcel Proust y compañía. (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/01/historias-de-la-ciencia-con-moraleja-i.html)
- La guerra de los huesos. (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/la-guerra-de-los-huesos-f-soriguer.html?m=1)
- Koch, Ferrán y Cajal. Un cruce de historias (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/koch-ferran-y-cajal-un-cruce-de.html)
- Una factoría de genios (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/una-factoria-de-genios-f-soriguer_7.html%.)
- Cajal, Río Hortega y los “Fake News .(http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/cajal-rio-hortega-y-las-fake-newsv-f.html)
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No es la raza, imbécil
La primera vez que oí hablar del hombre de Cheddar, ese “primer británico”, fue con motivo de la preparación de mi libro: Un animal inacabado. Una historia del cuerpo humano. No recogí allí su historia, pero no la olvidé. Supe de ella antes que la del hombre de la Braña, que contaré al final de este capítulo. Pero antes quisiera contextualizar las razones del interés de ambas en este momento.
La creencia de que hay grupos humanos superiores a otros ha existido desde tiempo inmemorial. El hombre es un bípedo implume se suele decir con humor, sin saber que citamos a Platón. Laercio lo cuenta así: “Habiendo Platón definido al hombre como animal de dos pies sin plumas, y agradándose de esta definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas, y lo echó en la Escuela de Platón, diciendo: éste es el hombre de Platón. Y así, se añadió a la definición, con”uñas anchas”. Un mono desnudo le llamaría Desmond Morris en su celebérrimo libro del mismo título. Hoy nadie pone en duda nuestra pertenencia a la gran familia de los simios. “El Origen de las Especies” tiene buena culpa de ello, si bien la duda sobre el origen de la especie humana ha sobrevivido hasta nuestros días, como parte de las diferentes teorías creacionistas.
Es bien conocido el apócrifo comentario de una señora victoriana a su doncella: “dicen por ahí que descendemos del mono, pero por favor no se lo cuente a nadie”. No es en cambio apócrifa, aunque existan muchas versiones, la respuesta de Thomas Henry Huxley (llamado el buldog de Darwin) ante la impertinente pregunta del obispo de Oxford, Samuel Wilberforce: ¿... en su caso particular su descendencia del mono es por parte de madre o de padre?. Huxley le contestó algo así: “no estoy avergonzado de tener a un simio como ancestro, pero sí lo estaría de estar emparentado con un hombre como el Obispo, que hace un uso tan mezquino de sus maravillosas dotes de ponente para intentar silenciar, mediante un ejercicio de autoridad, el avance del conocimiento”. Todo esto ocurría solo siete meses después de la publicación de “El Origen de las especies” y, aunque anecdóticas, ambas historias representan muy bien el cambio radical que, para la sociedad del siglo XIX, supuso la teoría de la evolución.
Volviendo al tema que nos ocupa, los pre-homínidos y los primeros humanos debieron ser más o menos territoriales, viviendo en grupos que velaban primero de su horda, de su tribu y de su clan, después. Para ellos, todo lo que no era próximo (prójimo) era extraño. Al principio no hacía falta recurrir a la raza para expulsar al extraño. Fue la cultura, esa capacidad humana de construir mundos imaginarios, se encargó de revestir esta pulsión filogenética, de abalorios ideológicos, como el racismo. En la cultura occidental el racismo tiene una fundamentación religiosa basada en la lectura literal de la Biblia. Según esta interpretación en la Biblia se describe la existencia de tres razas humanas provenientes de Sem, Cam y Jafet, los tres hijos de Noé. De Sem descenderían los judíos y árabes; de Cam los negros; y de Jafet los blancos. Según esta versión, Noé, maldijo a Cam, “maldito sea Canaán, siervo de siervos será a sus hermanos”, condenándolos a la esclavitud por sus hermanos. De aquí a una traducción literal de que el destino histórico de los negros era servir a los blancos no había más que un paso. Es lo que hicieron los colonizadores belgas, alemanes y anglosajones, cuando explicaban sin pudor alguno esta tesis evangélica a los jóvenes africanos del Congo y de otras colonias africanas y es lo que aún hacen los supremacistas blancos que sobreviven en tantos lugares de la Tierra, sobre todo en EEUU.
En el siglo XIX, la ciencia vino a blanquear al viejo racismo de corte religioso. Para la mayoría de los científicos del siglo XIX, la filiación genealógica del origen animal de la humanidad, constituía una de esas revelaciones que marcan de un modo decisivo el destino de “la humanidad”. La ciencia llegó a convertirse en un instrumento que certificó la presunta inferioridad de las razas no caucásicas y dio un fundamento “racional” a las políticas de segregación y la privación de los derechos civiles. La inferioridad estaba en las mismas bases de su esquema evolucionista, y allí permaneció, certificada ahora bajo la pátina de la verdad y la certeza científica”.
Es sorprendente el empeño de muchos científicos por encontrar las claves de las diferencias biológicas entre grupos humanos. La cuestión no era nueva e inicialmente la interpretación evolucionista de la supervivencia del más fuerte, supuso un fuerte respaldo a las tesis racistas en su empeño de justificar tanto las diferencias entre razas, como entre clases sociales dentro de los mismos grupos humanos. Si el lector quiere consultar las opiniones de los más distinguidos científicos ingleses, franceses y alemanes, del siglo XIX (Darwin, Broca, Huxley, Haeckel, Vogt), entre otros muchos, puede hacerlo en la referencia. Opiniones que resumimos en este fragmento del libro de Darwin “The descent of man, and selection in relation to sex”, tomado de esta referencia. “Por lo que a mí respecta, aceptaría de mejor gana descender de aquel heroico monito que encaraba a su terrible enemigo para salvar la vida de su cuidador; o de aquel otro viejo babuino que, bajando desde las montañas, liberó triunfantemente a su joven camarada de una jauría de perros, dejándoles estupefactos —antes que de un salvaje que se deleita en torturar a sus enemigos, ofrece sacrificios sangrientos, practica el infanticidio sin remordimiento, trata a sus mujeres como esclavas, no conoce la decencia, y se obsesiona con las más groseras supersticiones”.
No fue Darwin el más radical en la interpretación de su propia teoría, pero la traslación al campo social y político de las teorías racistas, basadas ahora en la presunta certificación científica de la superioridad de la raza caucásica, han sido devastadoras para la humanidad. Aunque los ejemplos son muy numerosos, escogemos tres momentos de la historia en los que se implementaron las tesis racistas con base presuntamente científica. Las leyes supremacistas blancas de EEUU, las llamadas leyes Jim Crow, que sancionaron entre 1876 a 1965 la separación completa entre blancos y negros en los estados sureños de EE.UU. La toma del poder del partido nazi en Alemania entre 1933 y 1945 que identificó, en nombre de una presunta raza aria, al pueblo alemán como un pueblo elegido con derecho a exterminar a los judíos. Y el Apartheid en Sudáfrica que entre 1948 y 1992, mantuvo un estado racista basado en la presunta superioridad de los blancos. Son solo una muestra pues los ejemplos son tan numerosos como bien conocidos.
Pero la rueda del mundo ha seguido girando y la misma ciencia que dio apoyo a las teorías racistas ha desmoronado las bases biológicas del racismo. El desarrollo de la biogenética y los estudios de genética de poblaciones han demostrado suficientemente que el concepto de raza basado en diferencias genéticas carece de apoyo científico. Hoy sabemos que la humana es una especie muy poco diversa genéticamente, menos, por ejemplo, que los chimpancés, y que hay más diferencias genéticas entre individuos de un mismo grupo humano tomados al azar que entre individuos de grupos distintos.
Aun así, la justificación racial de las diferencias entre grupos humanos sobrevive sin que sea posible separar donde empieza el racismo y donde los intereses de clase. La historia ha demostrado que la depreciación y deshumanización del otro autoriza el control físico y legal, facilitando y justificando la marginación y la explotación de un grupo humano sobre otro.
Me he permitido esta ya demasiada larga introducción para justificar la inclusión aquí de esta historia del hombre de Cheddar que anunciaba al principio de este capítulo.
El hombre de Cheddar es un fósil de un hombre masculino encontrado en la cueva de Gough de la garganta de Cheddar, Somerset, Inglaterra, en 1903. Desde entonces los restos han permanecido conservados en el Museo de Historia Natural de Londres. Son los restos de humanos más antiguos encontrados en Inglaterra, datando del Mesolítico (alrededor de 9100 a. C.), Se trata de un hombre de menos de 30 años que debió de emigrar desde el Continente al final de la última edad del hielo y que falleció probablemente de muerte violenta. Aunque hubo intentos previos. no ha sido hasta 2018 cuando se ha investigado el genoma completo de una muestra extraída del hueso temporal. Los resultados de la secuenciación genética revelan que aquel primitivo británico tenía la piel negra, el pelo rizado y oscuro, los ojos claros o azules e intolerancia a la lactosa, lo que sugiere que no debería llevar mucho tiempo asentado en el continente europeo en donde, como se sabe, especialmente en las latitudes altas, la intolerancia a la lactosa es escasa.
Estudios posteriores de los mismos autores (incluyendo restos de esqueletos encontrados en las islas británicas, tanto del mesolítico como del neolítico más reciente), muestran la heterogeneidad en la “repoblación” neolítica de la isla británica. Mientras que los hallazgos más antiguas, como las del hombre de Cheddar, tienen genéticamente más relación con pobladores del norte de Europa, las procedentes del neolítico más reciente, están más cerca de los antiguos pobladores de la Península Ibérica lo que sugiere un origen mediterráneo. En todo caso, en opinión de los autores de estos hallazgos, “las categorías raciales comúnmente utilizadas en nuestra era responden, en términos históricos, solo a reconstrucciones recientes”. “La perspectiva histórica nos indica que las cosas cambian, que siguen un flujo y que lo que parecería una verdad consolidada, como la idea de que los británicos siempre han tenido la piel blanca a lo largo del tiempo, no es una realidad inmutable”.
Pero, para ser justos deberíamos haber comenzado hablando de el hombre de la Braña, pues, aunque el de Cheddar fue encontrado en 1903, su genoma no ha sido publicado hasta 2018. En cambio los restos del hombre de la Braña datados de hace unos 7000 años, (también en el Mesolítico) fueron ya genotipados y publicados en 2014. El de la Braña 1 (una cueva de la provincia de León) es el primer genoma de un cazador-recolector europeo que la ciencia es capaz de rescatar. Y nos ha revelado un buen número de datos sobre un hombre (en realidad los restos de dos hombres) en el que se mezclaban rasgos de las poblaciones del norte y del sur del viejo continente. Poseía las versiones africanas en los genes que conforman la pigmentación de la piel, lo que indica que tenía la piel oscura, y las variantes genéticas que producen los ojos azules en los europeos actuales, así como intolerancia a la lactosa. Es decir, era muy parecido al hombre de Cheddar.
¿Por qué nos debería sorprender encontrar un británico negro en el neolítico? (o a un leonés). En el imaginario occidental los británicos son blancos y los blancos pertenecen (y nosotros con ellos) a un grupo étnico homogéneo que durante siglos ha dirigido los destinos del mundo. Por eso sorprende que nuestros orígenes sean negros. El Homo sapiens no nació en Europa sino en África y todos los humanos modernos fuimos negros antes que alemanes, británicos o suecos. Algo que parecen olvidar los que utilizan la raza como argumento. Quienes lo hacen, seguramente, verán en el espejo por la mañana el salvaje que cree ver en los otros y “horrorizado” saca a relucir los viejos prejuicios que le liberan de su mediocritas existencial. Incapaz de reconocerse a sí mismo se dedica a dar palos de ciego, a tirar piedras sobre su propio tejado y, sobre todo, a perder el tiempo pues la historia, la ciencia y la ética, hace ya mucho que los ha condenado como bárbaros. Pero en su canto del cisne aún pueden hacer mucho daño.
Desde hace unos años, sobre todo desde el primer gobierno Trump en EEUU, en todo el mundo se están produciendo grandes manifestaciones con motivo de brotes racistas (por ejemplo la violencia racista de la policía en USA, como el asesinato de George Floyd a manos del departamento de policía de Minneapolis). La respuesta entonces por el presidente Donald Trump, irritó a buen parte de los ciudadanos del mundo y llenado las calles de muchas ciudades. Los manifestantes reclamaban que los derechos humanos de las minorías negras, no sean papel mojado. Las respuestas fueron masivas y universales y una corriente de mea culpa (Black Lives Matter) similar a la del Metoo se extendió por el mundo. Se derribaron estatuas y en nombre de lo políticamente correcto, líderes e instituciones se daban golpes de pecho y pedían perdón públicamente. Es lo que ha hecho recientemente la revista “Nature”. “La empresa de la ciencia ha sido, y sigue siendo, cómplice del racismo sistémico, y debe esforzarse más por corregir esas injusticias y amplificar las voces marginadas. La propia revista ha negado a los investigadores negros durante mucho tiempo un espacio y una plataforma para sus publicaciones. Junto con el resto de la comunidad investigadora, debemos escuchar, reflexionar, aprender y actuar, y nunca eludir nuestra responsabilidad de acabar con el racismo sistémico”.
Pues así será si lo dice el editor de “Nature”. Lo que me pregunto es cómo han sabido todos estos años el color de la piel de los autores que enviaban sus originales para publicar. Y cómo lo van a saber a partir de ahora. Pero de esto nada dicen en la revista por lo que quedan las dudas de si todo esto no será sino ese “postureo”, al servicio de lo políticamente correcto, que como un fantasma recorre hoy el mundo. Y que el dios de la ciencia, es decir “Nature”, me perdone. Bastaría con que hubieran escrito un editorial con el mismo título que encabeza este capítulo: ¡No es la raza, estúpido ¡
1 Federico Soriguer. Un animal inacabado. Una historia del cuerpo humano. Fundación Málaga
2 Juan Manuel Sánchez Arteaga. La biología humana como ideología: el racismo biológico y las estructuras simbólicas de dominación racial a fines del siglo XIX (Human biology as ideology: Biological racism and symbolic structures for racial domination in the last part of the XIXth. century). THEORIA 61 (2008): 107-124. http://philsci-archive.pitt.edu/10411/1/12-628-1-PB.pdf«"
3 Juan Manuel Sánchez Arteaga (ibidem).
4 Juan Manuel Sánchez Arteaga (ibidem).
5 El mesolítico es un periodo que abarca desde hace 10.000 años a hace 5.000, periodo en que comenzó el neolítico, con sus cambios de costumbres y dieta debidos a la llegada de la agricultura y la ganadería desde el Próximo Oriente.
6 Selina Brace, Yoan Diekmann, Thomas J. Booth, et al. Ancient Genomes Indicate Population Replacement in Early Neolithic Britain . Nat Ecol Evol. 2019 May; 3(5): 765–771.
7 Olalde I, Allentoft ME, Sánchez-Quinto F, ….. Lalueza-Fox C. Derived immune and ancestral pigmentation alleles in a 7,000-year-old Mesolithic European. Nature. 2014 13;507(7491):225-8. doi: 10.1038/nature12960. PMID: 24463515; PMCID: PMC4269527.
8 NOTA BENE: Lo sorprendente es que “los mismos que derribaban estatuas han vuelto a llevar a a Trump al poder”. Pero esa es otra historia.
Muy interesante, invita a la reflexion
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