Sexo en el futuro. Artículo para el debate y reflexión
Recientemente en la Revista Jot Down la psicóloga Laura Morán publicó un artículo para la reflexión y el debate. Adjunto enlace.
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https://www.jotdown.es/2019/08/el-futuro-del-sexo-o-el-sexo-del-futuro/
El
futuro del sexo o el sexo del futuro
Publicado por Laura
Morán (Psicóloga y sexóloga).
Jot Down. Agosto2019
Ruby, Marine y Olive
(Tilda Swinton) en Teknolust, 2002. Fotografía: Blue Turtle /
Epiphany / Hotwire / ZDF.
Erróneamente, se suele esperar de algunos
profesionales, como, por ejemplo, de los psicólogos, que seamos capaces de leer
la mente de nuestros interlocutores, de predecir el comportamiento de una
persona o de imaginar cómo evolucionará una relación de pareja. En ocasiones se
nos atribuyen unas cualidades casi mágicas totalmente alejadas de la realidad.
Sin embargo, en esta ocasión, apoyados en lo que la sexología nos cuenta de la
evolución social, cultural, ética, legal, etc., de algo tan complejo como la
sexualidad humana se puede intentar imaginar cómo será, en un futuro próximo,
eso: el sexo.
Nos animamos a fantasear con un futuro porque, de
alguna manera, asumimos que existirá uno en el que el sexo siga presente, no
solo como proceso aún necesario para la procreación y perpetuación de la especie,
sino también como fuente de conocimiento, placer y disfrute tanto individual
como compartido.
El futuro es un tema recurrente en novelas,
ensayos, películas, congresos científicos, publicaciones, etc. Pero ¿qué
emociones despierta en el ser humano? ¿Interés? ¿Curiosidad? ¿Fascinación?
Seguramente, también incertidumbre. ¿Preocupación? ¿Ansiedad? Desde hace
décadas, uno de los principales motivos de consulta en los gabinetes
psicológicos es la ansiedad, que no es ni más ni menos que el miedo al futuro. Ese
temor difuso hacia lo que podría acontecer y que sospechamos que no podremos
controlar. ¿Hemos de tenerle miedo? Veamos.
Cuando pensamos en el futuro es casi inevitable
que nuestros sesgos tiñan de tecnología el entorno en el que imaginamos que nos
relacionaremos, moveremos, aprenderemos, en el que, en resumidas cuentas,
viviremos. De hecho, ya está pasando. En el presente aprendemos, nos
informamos, nos comunicamos, nos relacionamos a través de dispositivos capaces
de trasmitir pensamientos y emociones a cientos de kilómetros en décimas de
segundo. Existe un almacén virtual de ingente información codificada en ceros y
unos que solo los artilugios con características similares a los ordenadores,
móviles o tablets pueden convertir en información sensible a
nuestros humanos sentidos. ¿Será también así para el sexo y las emociones que
lo rodean?
Sexo y futuro. Futuro y sexo. Es casi inevitable
que estas ideas se asocien con conceptos tales como el sexo virtual, los robots
sexuales, la juguetería erótica o las aplicaciones para ligar mejor, para tener
un mejor sexo, y conmejor no nos referimos solo a eficacia y
habilidad, sino también a la consecución de una de las mayores aspiraciones del
ser humano: sufrir menos.
De la virtud a lo virtual
Es difícil imaginar un futuro sin echar la vista
atrás. En el pasado el sexo estaba asociado a dos curiosas palabras: virtud y
vicio. Era importantísimo saber cuándo estaba justificado y cuándo era pecado.
Escribir sobre ello no es algo nuevo. De hecho, podemos encontrar en la Biblia
una suerte de guía del buen sexo: el Cantar de los Cantares. En él,
los amantes hablan de manos que gotean mirra (5.5) y abdómenes tallados en
marfil (5.14). Versos llenos de metáforas que educan acerca del amor y las
relaciones sexuales.
En la actualidad, tras varias revoluciones
(algunas de ellas sexuales), vivimos un presente más libre,
liberado, incluso libertino para algunos, en el que las nuevas
tecnologías nos permiten experimentar nuestra sexualidad de formas menos
corpóreas y más virtuales. Puede que Tino Casal lo augurara,
sin saberlo, en su tema «Mañana», cuando cantaba sobre «el nuevo sexo libre, al
fin, de polvo y paja». Quizás se refería al cibersexo y el sexting,
a la pornografía en realidad virtual, a las experiencias sexuales en realidad
aumentada o a la posibilidad de desarrollar programas y tecnologías capaces de
permitirnos tener relaciones sexuales con un holograma, alcanzando unas cotas
de inmersión tanto o más reales que la vida misma.
¿Hacia qué futuro nos lleva este presente? En
2015, El Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social
de Japón publicó un informe que indicaba que el 42 % de los hombres y el 44 %
de las mujeres de entre dieciocho y treinta y cuatro años era virgen.
¿Indicaban estos datos que el deseo sexual estaba desapareciendo? Quizás
existiera una tendencia que explicara y justificara su falta de libido, si no
fuera porque al año siguiente se vieron obligados a clausurar un festival de
pornografía de realidad virtual por exceso de público. De modo que ¿no hay
deseo? ¿O lo que no hay es deseo de hacer inmersión en la vida
real para tener relaciones sexuales? ¿Perderemos lo real en favor de lo
virtual?
Pris Stratton (Daryl Hannah) en Blade
Runner, 1982. Fotografía: The Ladd Company / Shaw Brothers / Warner Bros,
Del sexo con juguetes a la gamificación del
sexo
La juguetería erótica tampoco es reciente en la
historia del ser humano. Los expertos han encontrado falos prehistóricos en
yacimientos arqueológicos en diferentes puntos del planeta. Algunos les
atribuyen una función simbólica relacionada con la fertilidad y la fecundación;
otros, en cambio, sostienen que podrían haber tenido la misma finalidad que
los dildos en la actualidad. Quizás nunca lleguemos a saberlo.
En el pasado también queda la invención del primer vibrador, historia
maravillosamente novelada en la película Hysteria (2011).
Hoy en día tenemos todo tipo de juguetería
con tecnología punta: los vibradores se cargan como el móvil, con
cables USB; algunos tienen mando a distancia y/o aplicaciones en el móvil que
permiten provocar en la pareja todo tipo de sensaciones sexuales sin necesidad
de tocarla, sin necesidad de estar en la misma habitación, ¡ni siquiera en el
mismo continente! Por poder, se puede hasta besar con un artilugio llamado
Kissenger.
Por otro lado, los wearables han
llegado al sexo. Existen pulseras cuantificadoras para el
pene. Lovely es un anillo vibrador que, además de estimular el clítoris durante
la penetración, cuantifica calorías, la velocidad alcanzada durante el coito,
el número de repeticiones y la fuerza empleada. Además, tiene una app que
emplea toda esta información para facilitar consejos y mejorar la vida sexual
del usuario. Puede sonar totalmente lógico, teniendo en cuenta la evolución de
las tecnologías y el gusto del ser humano por la eficacia y la eficiencia. Sin
embargo, no deberíamos dejar de preguntarnos si es conveniente marcarnos
también objetivos cuantificables en una actividad tan emocional y lúdica como
es el sexo.
Los expertos hablan de un futuro en el que habrá
geles lubricantes con nanorrobots capaces de generar sensaciones placenteras,
de provocar orgasmos rápidos e intensos porque estos irán aprendiendo,
serán programables o los manipulará nuestra pareja sexual
desde su móvil. Parece ser que también nos colocarán implantes que nos
permitirán controlar nuestro placer simplemente con el pensamiento o
presionando un botón. En los años cincuenta, Olds y Milner implantaron
electrodos en el cerebro de una rata para investigar el sistema reticular del
cerebro medio. Por error, los implantaron en una zona más adelantada conocida
como septum pellucidum. De forma inesperada, se dieron cuenta de la
querencia de la rata por esa estimulación. Entonces, introdujeron un elemento
típico del condicionamiento operante de Skinner: una palanca que permitiera al
animal estimularse a sí mismo. Lo que sucedió fue que las ratas prefirieron
accionar la palanca miles de veces (y experimentar la estimulación que el
electrodo activaba en su circuito del placer) en vez de comer, beber, cortejar
o cuidar de su camada. ¿Tendría o tendrá este sistema resultados similares en humanos?
Resulta llamativo el hecho de que, a pesar de toda
la gamificación del sexo, a pesar del desarrollo de artefactos
orientados a vivir, compartir y disfrutar de la sexualidad, la gran mayoría
están pensados para hacerlo en la lejanía. ¿Se está convirtiendo la distancia
en preferencia cuando hasta ahora era circunstancia?
De las muñecas de Famosa a las famosas muñecas
El ser humano es contradictorio y paradójico en
muchas ocasiones, por lo que no es de extrañar que manifestemos deseo por el
contacto en contraposición al gusto por la distancia. Por mucho que insistamos
en la virtualidad del presente y del futuro, no podemos
olvidar que vivimos con y a través de nuestro cuerpo. Estamos
hechos para lo corporal. Nos gusta ver, nos gusta tocar.
Los mismos expertos que defienden la función
ritual de los falos prehistóricos sostienen que tallas tan voluptuosas como la
Venus de Willendorf representan el éxito, la abundancia y la fertilidad. Es muy
probable que lleven razón. Aunque también hay quienes apuntan que esculturas de
este estilo pueden, también, tener un objetivo erotizante.
En el pasado reciente también tenemos pruebas de
lo relevante que es lo visual o lo táctil en el ser humano: pornografía y
muñecas hinchables. En la actualidad ganan terreno las muñecas sexuales o
RealDoll X. Hechas de silicona, pelo natural o sintético de altísima calidad,
algunas están diseñadas para realizar movimientos en determinadas zonas de su
anatomía e, incluso, para emanar calor gracias a unos dispositivos térmicos
estratégicamente situados que les dan un toque más real, más humano.
En abril de este año se puso a la venta la primera con inteligencia artificial,
capaz de mantener una sencilla pero amorosa conversación al más puro estilochatbot y
que promete quererte para siempre.
Parece que el futuro, en este sentido, es obvio.
Sin embargo, ¿serán los robots sexuales, combinación de muñecos realistas e
inteligencia artificial, quienes puedan, además de cumplir con las tres leyes
de la robótica, cubrir las humanas demandas de la erótica?
Del sexo con amor al sexo sin compromiso
En el pasado los matrimonios eran por
conveniencia. Apalabrados; en el más estricto sentido de la palabra,interesados.
La pasión, el enamoramiento, el amor, quedaban para el o la amante. Eran
ingredientes del adulterio, de lo prohibido.
Con el paso del tiempo se ha podido elegir a quién
amar, con quién casarnos, tener descendencia (o no), incluso divorciarnos. El
amor y el sexo han podido ir de la mano. Sin embargo, no parece que sea algo
que termine de convencer porque, en los últimos años, está de moda el
sexo casual, sin complicaciones, sin compromiso, sin amor. Aunque
los teóricos de la psique humanan llenan páginas de tinta (y blogs de bytes)
reflexionando acerca de los motivos, de los porqués, el para
qué es tan antiguo como evidente: el ser humano tiende a la búsqueda
del placer y a la evitación del sufrimiento. Parece ser que ahora asociamos
problemas al hecho de relacionarnos sentimentalmente. Así que, por qué no
buscar sexo (placer) sin complicaciones, sin compromisos, sin sufrimiento; por
qué no servirnos de algoritmos y apps para ligar y tener
relaciones sexuales.
¿Qué nos depara el futuro? En este sentido sí me
atrevo a hacer una predicción. Creo que los psicólogos y sexólogos siempre
vamos a ser necesarios porque, sí, es posible el sexo sin amor, pero no el sexo
sin emociones. Y emociones hay muchas. Se puede practicar el sexo desde la
curiosidad, el deseo, la pasión, la ilusión, la diversión, etc. Y se pueden
experimentar otras tantas después de haberlo practicado: placer, afecto,
afinidad, reconocimiento, amor. O decepción, disgusto, dolor, enfado,
frustración. Es decir, es imposible arrinconar las emociones, son inherentes al
ser humano. Aunque sean negativas. Ni siquiera en la distancia, ni siquiera con
robots, ni siquiera sin amor.
El sexo del futuro que me gustaría
Un futuro en el que la sexualidad se viva sin
miedo, sin culpa y con buena comunicación. Uno en el que las personas podamos
ser sexuales y sexuadas. Uno en el que podamos desear y ser deseadas sin ser
juzgadas. Un futuro de sexualidad libre y respetada. Uno que no sea ni rosa ni
azul. En resumen, uno en el que cada uno pueda, simplemente, ser uno mismo.
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