Microrrelatos para pasar unos momentos
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Días pasados en un descanso obligado me puse a recorrer en la red blog y páginas literarias donde se publicaban microrrelatos. Algunos de ellos me gustaron y los transcribo para compartirlos con vosotros.
Poco antes de la oración
del huerto, un hombre tristísimo que había ido a ver a Jesús conversaba con
Felipe, mientras concluía de orar el Maestro.
–Yo soy el resucitado de
Naim –dijo el hombre–. Antes de mi muerte, me regocijaba con el vino, holgaba
con las mujeres, festejaba con mis amigos, prodigaba joyas y me recreaba en la
música. Hijo único, la fortuna de mi madre viuda era mía tan solo. Ahora nada
de eso puedo; mi vida es un páramo. ¿A qué debo atribuirlo?
–Es que cuando el Maestro
resucita a alguno, asume todos sus pecados -respondió el Apóstol-. Es como si
aquél volviera a nacer en la pureza del párvulo…
–Así lo creía y por eso
vengo.
–¿Qué podrías pedirle,
habiéndote devuelto la vida?
–Que me devuelva mis
pecados –suspiró el hombre.
Noche de hospital de Joaquín Peral
Unas horas antes me
habían realizado una pequeña pero importante intervención en quirófano y ahora
ya entrada la noche no podía dormir.
En esta planta peculiar
del hospital, dos habitaciones más allá de la mía lloraba un bebé recién
nacido. Pensé que nos separaban casi setenta años. Su llanto era suave aunque
tenía la fortaleza del comienzo de la vida. En mi insomnio me preguntaba si era
niño o niña, qué le depararía su porvenir, cómo se situaría en este futuro
amenazante que hoy vislumbramos. En fin, me preocupaba por él sin conocerlo.
Comienzo y finales de la
existencia. Ese bebé tenía quizás todo el tiempo humano de la vida posible. Yo
estaba en el tercio final con reparaciones biológicas para posponer el último
periodo de mi tiempo. Aún así, me sentía afortunado por lo que me había tocado
vivir. Hubo cosas malas pero en conjunto han sido más las buenas. Entre estas
haber conocido el amor, la amistad, las ilusiones y a personas a las que he
admirado mucho.
Unas horas después me
dormí. Al día siguiente tenía mucha curiosidad por conocer a mi pequeño
compañero de insomnio. Al marcharme miré en los pasillos y en algunas
habitaciones que tenían la puerta entreabierta. No lo vi. Solo vi a una madre
puérpera con cara de mal dormida. Me fui pensando en él. Más tarde al llegar a
casa lo olvidé a ratos ya que me esperaban a mí no los problemas del futuro
sino los del presente.
EL DEDO, DE FENG MENG-LUNG
Un hombre pobre se
encontró en su camino a un antiguo amigo. Éste tenía un poder sobrenatural que
le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades
de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato se convirtió
en oro. Se lo ofreció al pobre, pero éste se lamentó de que eso era muy poco.
El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo
agregó al ladrillo de oro. El amigo insistió en que ambos regalos eran poca
cosa.
-¿Qué más deseas, pues?
-le preguntó sorprendido el hacedor de prodigios.
-¡Quisiera tu dedo!
-contestó el otro.
TRANVÍA, DE ANDREA BOCCONI
Por fin. La desconocida
subía siempre en aquella parada. “Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre
excelente para mis hijos”, pensó. La saludó; ella respondió y retomó su
lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor:
era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: “¿Y
los niños, con quién van a quedarse?”
MENSAJE, DE THOMAS BAILEY ALDRICH
Una mujer está sentada
sola en una casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres
han muerto. Golpean a la puerta.
LITERATURA, DE JULIO TORRI
El novelista, en mangas
de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se
dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a
pintar los mares del sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su
vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y
oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los
jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros y grandes aves
marinas los cielos sombríos y empavorecedores.
La lucha que sostenía con
editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; la
miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que
se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin
triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante,
mágica, sobrenatural.
ÁNGELES, DE ESPIDO FREIRE
Apostados cada uno en una
esquina de la cama le veían cada noche rezar y dormir. Una vez quisieron mostrarse.
El niño rompió a gritar y su madre trató de convencerle de que los monstruos no
existían. Ellos bajaron la cabeza, avergonzados, y ocultaron su fealdad tras
sus alas.
LA CARTA, DE LUIS MATEO DÍEZ
Todas las mañanas llego a
la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y, antes de
comenzar la tarea diaria, escribo una línea en la larga carta donde, desde hace
catorce años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.
LA CONFESIÓN, DE MANUEL PEYROU
En la primavera de 1232, cerca
de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde
Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa,
pues su mujer lo engañaba con el Conde.
Lo sentenciaron a morir
decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su
mujer, en la celda.
-¿Por qué mentiste?
-preguntó Giselle D’Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?
-Porque soy débil
-repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado
que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían
LA MANO - RAMÓN GÓMEZ DE LA SERNA
El doctor Alejo murió
asesinado. Indudablemente murió estrangulado. Nadie había entrado en la casa,
indudablemente nadie, y aunque el doctor dormía con el balcón abierto, por
higiene, era tan alto su piso que no era de suponer que por allí hubiese
entrado el asesino. La policía no encontraba la pista de aquel crimen, y ya iba
a abandonar el asunto, cuando la esposa y la criada del muerto acudieron
despavoridas a la Jefatura. Saltando de lo alto de un armario había caído sobre
la mesa, las había mirado, las había visto, y después había huido por la
habitación, una mano solitaria y viva como una araña. Allí la habían dejado
encerrada con llave en el cuarto.
Llena de terror, acudió
la policía y el juez. Era su deber. Trabajo les costó cazar la mano, pero la
cazaron y todos le agarraron un dedo, porque era vigorosa corno si en ella
radicase junta toda la fuerza de un hombre fuerte. ¿Qué hacer con ella? ¿Qué
luz iba a arrojar sobre el suceso? ¿Cómo sentenciarla? ¿De quién era aquella
mano? Después de una larga pausa, al juez se le ocurrió darle la pluma para que
declarase por escrito. La mano entonces escribió: «Soy la mano de Ramiro Ruiz,
asesinado vilmente por el doctor en el hospital y destrozado con ensañamiento
en la sala de disección. He hecho justicia».
CARTA DEL ENAMORADO - JUAN JOSÉ MILLÁS
Hay novelas que aun sin
ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas
vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.
LA MUERTE EN SAMARRA - GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ (Adaptación)
El criado llega
aterrorizado a casa de su amo.
-Señor -dice- he visto a
la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.
El amo le da un caballo y
dinero, y le dice:
-Huye a Samarra.
El criado huye. Esa
tarde, temprano, el señor se encuentra la Muerte en el mercado.
-Esta mañana le hiciste a
mi criado una señal de amenaza -dice.
-No era de amenaza
-responde la Muerte- sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de
Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.
UN SUEÑO - JORGE LUIS BORGES
En un desierto lugar del
Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única
habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una
mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mi
escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en
otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda
circular...El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros
escriben.
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