Inmortalidad, reflexiones de un antropólogo
En la Revista Cultural Leedor, D. Díaz de Córdova ha publicado un breve artículo reflexionando sobre la inmortalidad. Os aconsejo su lectura y también otros artículos de esa revista que pienso que os van a interesar.
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Breve ensayo sobre la inmortalidad
Por Diego Díaz Córdova – Profesor
de Antropología.
Revista Leedor
Interminables ríos de tinta y bytes, se han
escrito sobre la inmortalidad. Tantos que el propio tema ya es inmortal. La
filosofía, la religión, el arte y la ciencia lo consideran un tema importante y
lo han tratado de diferentes maneras. Y quién puede decir que nunca pensó en
ello, quien no fantaseó y hasta se aburrió de antemano, pensándose inmortal.
La inmortalidad tiene puntos en común con el
infinito, podemos entonces asumir que algunos atributos de ese número inmenso,
pueden aplicarse también a este concepto problemático. Sabemos desde Georg
Cantor que hay diferentes tipos de infinito, algunos más chicos que otros.
Podemos entonces preguntarnos si hay un solo tipo de inmortalidad. ¿Es la
inmortalidad lo que recuerdan los seres humanos a lo largo de la historia? ¿Es
algo que trasciende a los propios humanos? ¿Está limitada a la duración del
Universo desde el Big Bang hasta el Big Crunch? ¿La inmortalidad se adquiere después
del nacimiento y es una forma de vencer a la muerte o el inmortal tampoco tiene
que tener un nacimiento sino vivir desde siempre?.
Sin ánimo (ni posibilidades) de ensayar una
respuesta, pareciera que la inmortalidad va desde una duración que excede el
propio marco de la vida individual (Aristóteles con sus 2500 años de vigencia
cae en esta categoría), hasta la cuestión metafísica de creer en Dios y
atribuirle, justamente, esa misma propiedad. Pero en esta segunda opción
incurrimos en una paradoja; por su propio carácter, la inmortalidad es enemiga
del tiempo, de hecho lo anula y entonces, como decía el querido William Blake,
el infinito en la palma de la mano y la eternidad en una hora.
Hay un caso extraño, que me gustaría contarles,
que va a provocar que se sientan incómodos, pero donde la inmortalidad juega un
triste papel. Es una auténtica incomodidad, aquella que no nos permite terminar
de decidirnos y nos deja estampada la marca de la duda.
Henrietta Lacks fue una mujer norteamericana, de
clase obrera, afrodescendiente, a la que le diagnosticaron un tipo de cáncer
muy extraño, a comienzos de la década del ‘50. La enfermedad fue fulminante y
al poco tiempo, falleció. Hasta aquí nada raro, una triste historia de nuestra
modernidad, donde el cáncer se enseñorea y se resiste con una funesta
persistencia.
El punto central es que en el hospital donde ella
murió, fueron guardadas algunas células de su tumor. Y que estas células
cancerosas, a diferencia de otras, se podían cultivar en el laboratorio y, para
sorpresa de los científicos, crecían indefinidamente. Las células cancerosas
tienen un ADN levemente diferente del “dueño” original; son células que sólo se
siguen reproduciendo, sin obedecer el mandato del ADN original. Como decía la
gran Lynn Margulis, las células del cáncer se resisten a morir, son, a su modo,
inmortales.
La posibilidad de tener una línea celular como las
HeLa (así las bautizaron) implica que se pueden hacer experimentos que permitan
acabar con ciertas patologías. Así sucedió con la vacuna contra la polio o con
otros proyectos de investigación, cuyos fines claramente eran favorables a la
humanidad en su conjunto. Pero aquí también empiezan los problemas éticos. En
principio nadie le consultó a la familia de Henrietta, si querían donar esas
células para realizar trabajos en laboratorios. Claro ella era mujer, negra y
de clase obrera. Pero si eso es grave, mucho peor es que se ha hecho mucho
dinero vendiendo el linaje celular, sin, por supuesto, dar un solo centavo a la
familia. Una de las principales compradoras de células HeLa, es la industria de
los cosméticos…
Desde hace más de 60 años que esas células se
siguen multiplicando, mostrándonos un nuevo espacio donde crece la
inmortalidad. Tal vez no fuera como lo imaginamos, tal vez sea un poco
escalofriante la forma en que estamos venciendo a la muerte por partida doble.
Por un lado, porque esas células siguen vivas; por el otro, porque por cada
cura que se logra es una victoria sobre la misma parca. La realidad es que el
legado de Henrietta está allí, reproduciéndose sin parar, poniéndonos en una
situación incómoda, donde hay un grave dilema ético revolviéndose justo frente
a nuestros ojos.
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