Artículo para el debate. ¡Prohibir las humanidades!
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¡Prohibamos
las humanidades!
POR REYES CALDERÓN *
Artículo publicado en la revista Telos 112
¿Cómo educar e investigar en la IV Revolución
Industrial? ¿Deben tener prioridad las ciencias hard (science, technology, engineering & mathematics,
STEM) sobre las ciencias soft, sociales y humanísticas? Repasamos
el coste y el impacto de una supuesta neutralidad ética y abogamos por un nuevo
contrato social que integre hard y soft.
Meter a un poeta en la Academia es como meter un
árbol en el Ministerio
de Agricultura
Juan Ramón Jiménez
de Agricultura
Juan Ramón Jiménez
“Hay que ser absolutamente moderno”, escribía
Rimbaud, en 1873. ¿Cómo no serlo hoy, en el mundo líquido de Internet, donde
hemos ahogado toda categoría tradicional de territorio, propiedad o identidad?
Puesto que, como científico y docente, deseo ser moderna sopeso afiliarme a
STEM1,
que no es un nuevo deporte, sino las siglas de la asociación de las más hard de
las ciencias: Science, Technology, Engineering & Mathematics. Algunos
diseñadores de políticas educativas de vanguardia y la avanzadilla científica
más disruptiva están intentando convencerme de que investigar y enseñar en STEM
resulta mucho más útil para la sociedad que hacerlo en Social Science &
Humanities (SSH)2,
ciencias simplemente soft. ¿Acaso no es preferible dedicar más tiempo,
esfuerzo y presupuesto a la biología sintética, que solucionará la enfermedad
del envejecimiento, que al análisis sociológico de las consecuencias de la
inmortalidad? ¡Avancemos en la buena dirección y desarrollaremos un catálogo de
títulos, competencias y destrezas adaptativas para la meta-educación!
En aras del progreso, me recomiendan investigar,
en el nuevo esperanto STEM, desde
ciencias precisas, eficientes, medibles y en la vanguardia de la tecnología y
arrinconar la subjetividad cualitativa de la ciencia degenerada escrita
a lápiz, en bellas e inútiles palabras. Porque no basta definir triángulo, en
cuanto entrar en las propiedades geométricas y de medición asociadas a
cualquier triángulo, la palabra debe decaer en beneficio de diagramas, árboles,
experimentación, autorregulación y feedback permanente.
Debemos elaborar materiales educativos nuevos, consensuar una lista de key
skills3,
preparar profesores, y definir un entorno cultural adecuado. Siguiendo un
artículo reciente, la asociación apuesta por la cultura hip-hop.
Confieso mis carencias para rapear cadenas de Markov4,
pero lo intentaré.
¿Qué pasará con las ciencias soft en
ese escenario? Bradbury apunta una solución en Fahrenheit 4515:
¡quememos los libros que predican fantasías y desvían del objetivo! ¡Pongamos a
latinistas, teólogos, antropólogos, novelistas y a todos los que se resisten a
la modernización a trabajar por el bienestar! ¡Reeduquémosles! ¿Necesita un
niño conocer a Séneca, Napoleón o Borges?, ¿precisa memorizar teniendo un
teléfono inteligente en el bolsillo? ¿Y qué me dicen de investigar el universo
Kandinsky6?
Su resultado puede satisfacer nuestra curiosidad intelectual pero es
conocimiento inútil: no ofrece soluciones reales para problemas auténticos. Me
permito sugerirles que conserven a los cineastas: la gente necesita recargar
sus baterías pasando muchas horas ante una pantalla y hay que darles de
comer.
Como científico, me veo obligada a preguntar
dónde se cimenta la presumida superioridad STEM
Me viene a la cabeza el dicho del
Eclesiastés Nihil novum sub sole (Nada nuevo bajo el sol) y
pido confirmación de que esto es absolutamente moderno. Porque la contienda
STEM-SSH recuerda al viejo debate entre culturas científica y humanística. Como
disciplina, la ingeniería hace años que aplica conocimiento científico y
computación matemática al diseño de procesos o productos para resolver
problemas emergentes. ¿Por qué renace como un Fénix? Responden, y estoy de
acuerdo, que “la clave está en la T”. Es la incorporación al viejo mundo hard de
la más avanzada versión exponencial del antiguo player, la
tecnología, la que consigue un equipo ganador. Es la T, esa gran habilitadora,
la que carga de razón a las ciencias hard y provoca una oleada
de cambios en hábitos, comportamientos, profesiones o liderazgo industrial. Así
como las pantallas son hoy e-fingers, una extensión de nuestros
dedos, que nos capacitan para tocar el mundo inmaterial y lejano, en breve,
será el nivel de capital STEM el que determinará el estatus futuro de un país.
Como científico, me veo obligada a preguntar dónde
se cimenta la presumida superioridad STEM. Responden que en trabajar para
grandes audiencias y testar la aplicabilidad de las teorías y la usabilidad de
los productos. En poner el foco en el consumidor, valorar la data y
busca leyes universales, porque lo que no puede escalarse es inútil. Por sus
problemas de foco y contextos tan fragmentados, los soft padecen rigor
mortis. Lo muestran con este ejemplo: como no estudian desigualdad sino la
desigualdad en el campo andaluz en 2010, no pueden diseminar sus resultados a
otras audiencias para crear nuevo conocimiento. Por ello, el número de patentes
SSH es ínfimo respecto a sus homólogas STEM.
El hombre y la máquina
Cuando alguien promete la inmortalidad —y son
formidables las expectativas creadas alrededor de la inteligencia artificial y
el dato— cualquier otra propuesta queda eclipsada. Pero, además, las SSH omiten
mirar a las empresas y colectivos para identificar sus problemas regionales y
ayudar a solucionarlos, y se centran en asuntos irrelevantes, desconectados de
consumo y bienestar. ¿Cuánto mejorará el PIB, la desigualdad o la vida media
estudiando si fue el propio Cervantes quien escribió El Quijote? ¿A
quién interesa su autoría fuera de la pequeña audiencia de académicos? Antaño
Sócrates hablaba en plazas y mercados, con consecuencias políticas. Hoy están
encerrados en cenáculos, enredándose en sus propios debates.
En 1917, Marcel Duchamp firmó un urinario de
porcelana con el pseudónimo R. Mutt, lo llamó Fuente y
lo envió a la exposición de la sociedad de artistas independientes, de cuyo
jurado formaba parte. Lo tomaron como una broma de mal gusto. En 2004,
quinientos expertos declararon ese mingitorio la obra más influyente del arte
contemporáneo. ¿Pudo ese ready-made ser un motín contra la
“religión del arte” y sus “sacerdotes oficiales”, que debamos reeditar hoy?
Si el futuro que previsiblemente viene nos
acercará a la ortopedización de la naturaleza y la eliminación de fronteras
entre lo real y lo virtual o entre el hombre y la máquina; si vamos a verter
nuestra mente, a modo de software, en una máquina que nos conducirá
a la inmortalidad, ¿debemos seguir discutiendo cómo educar a las crías de
humanos?
[ ILUSTRACIÓN: DAQ ]
¡Ah, lo STEM es tan fascinante y tan potente su
rodillo científico que estoy tentada a perder la independencia de mi
pensamiento moral y caer en sus redes! Pero sé que lo absolutamente moderno no
es necesariamente correcto, completo o definitivamente útil. De modo que me veo
obligada a seguir discutiendo, a pedir sus métricas de valor social y sus
datos, porque los artículos que leo si bien muestran diferencias materiales y
de usabilidad entre STEM y SSH, no aportan evidencias sobre una menor utilidad
social de las segundas. Los impactos de la investigación STEM pueden ser más
tangibles, contabilizables y cercanos a los negocios, pero eso no les hace más
valiosos. Además, ¿por qué pintar STEM y SSH como opuestos o excluyentes? ¡Para
el humanismo, la ciencia no es el enemigo! Ni viceversa. El uso intencionado de
procedimientos, valores y criterios; la modelización mediante herramientas
matemáticas o computacionales; la estandarización, escalabilidad o
simplificación hacen más eficiente la ardua tarea de vivir. Pero es de miopes,
o de interesados que buscan maniobras de distracción, obviar que la eficiencia
no es el único elemento. Como recuerda George Lucas: “Las ciencias nos
proporcionan el cómo; las humanidades, el porqué”.
Vayamos al meollo. ¿Tienen utilidad las SSH? Si
prescindiéramos de ellas, ¿qué perderíamos? Inicialmente, tendríamos un impacto
negativo en términos de generación y difusión de conocimiento, empleo,
contribución al PIB, ingresos fiscales y etcétera, y de valor intrínseco: seis
millones de personas contemplan anualmente el retrato de Mona Lisa,
la obra más visitada del mundo.
Leonardo da Vinci desconocía que su arte, además
de dar placer a la gente, mejoraría las cuentas del estado francés. Los
arqueólogos nos acaban de presentar al Homo luzonensis, del
Pleistoceno tardío.
Tres aspectos proclaman la pertenencia de unos
restos a la categoría homo: uno —herramientas—, más STEM; los otros
dos —enterramientos y arte—, más SSH. Una herramienta es directamente útil:
mejora el alimento y la supervivencia; enterrar a un muerto o pintar la cueva
parecen inútiles, pero es precisamente esa inutilidad la que genera esa
sensación de pertenencia indispensable para el progreso y para hacernos pensar
en útiles sistemas de lograr la inmortalidad.
Y hay más. Desde la larga tradición platónica,
pienso en la felicidad colectiva y el bien común, muy distinto del interés
general. Solo con STEM no podemos formularnos las preguntas adecuadas, casi más
importantes que las respuestas eficientes. Esperamos pasos de gigante, pero,
como recuerda Arent en The Human Condition7,
“la única cuestión que se plantea es si queremos o no emplear nuestros
conocimientos científicos y técnicos en este sentido, y tal cuestión no puede
decidirse por medios científicos: se trata de un problema político de primer
orden, por lo tanto, no cabe dejarlo a la decisión de los científicos o
políticos profesionales”. En su conclusión a Homo Sapiens, Harari8 abunda:
“¿En qué deseamos convertirnos?… Puesto que pronto podremos manipular también
nuestros deseos,… ¿qué queremos desear?”, pregunta irresoluble con metodología
STEM.
Diré con Nietszche, somos “humanos, demasiado
humanos”, es decir, complejos. Los sistemas complejos tienen como peculiaridad
que, como resultado de la interacción de sus componentes, en cuanto totalidad
organizada, de ellos surgen espontáneamente propiedades emergentes. Eso es
bueno y malo a la vez. Malo porque, en nuestro espacio-tiempo, nos acechan los
demonios de la relatividad, la transitoriedad o lo probabilístico.
Heidegger recuerda que la realidad estadística
implica que percibimos “una realidad entre muchas posibles”; Wagensberg que,
basta con que un elemento no sea predecible, para que “el mundo sea
indeterminista”. Esto perturba nuestra ansia de exactitud, pero nos abre a un
futuro prometedor: nos enfrentarnos a la relatividad del punto de vista, que no
es pérdida de objetividad sino una de sus categorías. De la existencia de
varias miradas simultáneas mana la innovación pero nos obliga a acordar un
meditado contrato social.
Los impactos de la investigación STEM pueden ser
más tangibles, contabilizables y cercanos a los negocios, pero eso no los hace
más valiosos
Una visión a largo plazo guiada por valores es
prerrequisito para generar una nueva historia que reduzca la insostenibilidad.
Sin una reflexión científica completa, STEM-SSH, el dogma se infiltrará en
nuestro ideario abocándonos a un sectarismo global. Debemos evitarlo a toda
costa. En The Common Sense of Science, el matemático Bronowsky9 escribe
sobre Auschwitz: “De ese charco fluyeron las cenizas de cuatro millones de
personas. Y no fue por el gas. Fue por el dogma. Fue por la ignorancia. Cuando
la gente cree que tiene el conocimiento absoluto, sin ninguna verificación con
la realidad, así es como se comporta”.
No estoy sosteniendo que una élite intelectual
humanista —la “minoría instruida” de J.S. Mill10—
tutele las decisiones de la mayoría objetiva. Tampoco apelo al aguijón
socrático, aunque creo que el mundo necesitará ser provocado para despertar.
Recuerdo que profesar una neutralidad ética nos aboca a un tipo de esclavitud
intelectual, y educar desde esa neutralidad a un panorama hobbessiano.
Nuestra democracia, marco institucional y contrato
social, no pasa por su mejor momento. Está famélica. No la alimentarán las
pantallas sino la mirada crítica sobre la tradición, la comprensión del
sufrimiento ajeno, el acercamiento al complejo mundo de la religión, las raíces
de la tolerancia, la responsabilidad y la ley. Por ello, debemos exponernos, en
alguna forma y medida, a las ciencias SSH y a la palabra, no por erudición sino
por supervivencia: necesitamos entrenamiento para la ciudadanía; valentía para
disentir, más que arte para chillar. Un científico global necesita agile y
arte.
Cultivo dos bonitas aficiones: escribo y pinto
novelas, y desarrollo algoritmos con redes neuronales artificiales. Son dos
tipos de órdenes que casan a la perfección. Programar en Phayton me recuerda al
arte de utilizar los colores; desarrollar algoritmos, a escribir para llevar al
lector a un placentero final.
Punto de inflexión
“El color es misterioso”, sostiene Verity11,
“escapa a la definición; es una experiencia subjetiva, una sensación cerebral
que depende de tres factores relacionados y esenciales: luz, un objeto y el
observador”. Hoy, con la luz de la tecnología impactando con intensidad
inusitada, nuestra sociedad debe decidir qué catálogo de colores desea y cómo
equilibrar sus exquisitas variaciones. Esa paleta, recuerda Kandinsky, “es en
sí misma una obra más hermosa… que muchas obras”. La naturaleza es maestra en
esa combinación; nosotros, no. Debemos detenernos en ella, en las preguntas que
machaconamente nos recuerda la literatura, en las advertencias de los
científicos sociales, para lograr una transformación digital verdaderamente
humana.
Los tonos rojos, cuyo valor simbólico es el
peligro, se ven mejor con luz. En nuestra paleta, hay mucho rojo. Contemplar
una cena familiar, con cada miembro atento a su pantalla y ajeno a con quién y
qué come, es una bandera roja. La inteligencia artificial puede ser roja si así
lo queremos. Soy de las que sostienen que en la historia surgen individuos-enzimas
que hacen reaccionar a toda una sociedad. Einstein, Colón, Borges, Marx,
Hitler… Sería difícil que alguno de ellos hubiera ocasionado un punto de
inflexión fuera de su contexto porque desafiar exitosamente al sistema precisa
un clima intelectual, una tensión social, además de tecnología. Las pantallas
sin contrapunto no son un clima favorable para los Einstein, pero sí para los
Hitler.
Apalancadas en la tecnología y dejadas a su aire,
las ciencias STEM pueden convertirse en modos de dominación. Trabajando para
el progreso, pueden saltarse el paso del hombre o de la historia. Necesitan
integrar una armonía cromática. Pero si las ciencias sociales se encierran en
sus cenáculos, sin resiliencia para absorber las perturbaciones de la era
digital, solo ofrecerán una paleta para pintar naturaleza muerta. Innovarlas es
posible y completamente necesario. Pero falta voluntad y sobra soberbia
intelectual. Ven un ecosistema estático, reparable solo con sus medios. Se
equivocan. Tanto como se equivocaron Nokia o Blackberry. Se creen color blanco.
Puede sorprender, pero cuando hay varios pigmentos, lejos de purificar, el
blanco apaga la mezcla. Debemos seguir presionando para repensar las ciencias
SSH porque ese cambio no será voluntario. Pero también para repensar las STEM.
La matemática de cenáculo enturbia el color. Para que un algoritmo tenga vida
hay que lograr que los colores hablen entre sí: que el técnico y el empresario
se entiendan. Hace falta un poco de amarillo, color ambiguo, ambivalente: luz,
oro, envidia; sabiduría para el Islam, traición para la tradición católica.
Quizás solo un limón algo amargo: entender que no debemos hacer todo lo que se
nos ocurra.
“A cada época, su arte; al arte, su libertad” que
decía el Sezessionsstil vienés12.
Hoy más que nunca necesitamos un nuevo contrato social y un nuevo arte.
PD. No me admiten en la asociación.
Notas
1STEM de science,
technology, engineering y mathematics, tiene como equivalente
español la sigla CTIM, de las correspondientes ciencia, tecnología, ingeniería
y matemáticas.
2Ciencias sociales y Humanidades.
3Competencias clave.
4En referencia al modelo
estocástico desarrollado por el matemático ruso Andréi Márkov (1856-1922).
5Bradbury, R. (1956): Fahrenheit
451.
6En referencia al artista Wassily
Kandinsky.
7Arendt, H. (1958): The
Human Condition.
8Harari. Y.N. (2011): Sapiens.
De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad.
9Bronowski , J. (1951): The
Common Sense of Science. Londres, Heinemann.
10En referencia al británico John
Stuart Mill, considerado uno de los fundadores de la ciencia política
contemporánea.
11Verity, E. (1980): Colour
Observed. Nueva York, Van Nostrand Reinhold.
12También conocido como Sezession
vienesa, un movimiento artístico cultural nacido en Viena a finales del siglo
XIX.
Bibliografía
Bate, J. (ed) (2011): The Public Value of the Humanities. Londres,
Bloomsbury Academic.
Eduards, B. (1999): The New Drawing on the Right Side of the Brain. Nueva York, Penguin.
Mars and SSH from Venus’? A comparison of research and transfer activities in the hard and soft disciplines” en Science and Public Policy, 41(3): 384–400.
Olmos-Peñuela, J.; Benneworth, P. y Castro-Martínez, E. (2013): “Are ‘STEM from Mars and SSH from Venus’?” en Science and Public Policy, 3 de octubre 2013.
Van Langenhove, L. (2012): “Global issues: Make social sciences relevant”
en Nature, 484: 442.
Zamagni, S. (2018): “Civil Economy. A New Approach to the Market in the Age of the Fourth Industrial Revolution” en Recerca, 23: 151-168.
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en Nature, 484: 442.
Zamagni, S. (2018): “Civil Economy. A New Approach to the Market in the Age of the Fourth Industrial Revolution” en Recerca, 23: 151-168.
Artículo publicado en la revista Telos 112
* REYES CALDERÓN
Doctora en Economía y Filosofía; enseña Ética y
transformación digital en la Universidad de Navarra. Es profesora visitante en
la University of Berkeley y en el University College London. Como escritora ha
publicado doce novelas.
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