Anna Ajmátova en el Museo Ruso de Málaga
Una visita inolvidable al Museo Ruso de Málaga realizada por Monika Zgustova. La sala destinada a Anna Ajmátova es pequeña pero deja huella. La obra de la poetisa y su vida conmueven.
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La
noche en que retumbó el eco del estalinismo
Monika Zgustova. El País Semanal. Diciembre 2019
Retrato de Anna Ajmátova, de Natham Altman,
presente en la exposición del Museo Ruso de Málaga. MUSEO RUSO DE MÁLAGA
Una evocación de la larga velada de confesiones
entre la poeta Anna Ajmátova y el filósofo Isaiah Berlin
PASEO POR la exposición temporal que el Museo Ruso de Málaga dedica
a la poeta de San Petersburgo Anna
Ajmátova. Me detengo ante el
dibujo en el que la retrató Modigliani; Ajmátova y el pintor se conocieron
en París en 1911 y se convirtieron en inseparables. Ese retrato se encuentra
habitualmente en su casa-museo en San Petersburgo, donde decora la habitación
en la que ella residió durante dos décadas.
Fue allí donde, en noviembre de 1945, la visitó el
filósofo de origen ruso Isaiah
Berlin, profesor en Oxford y diplomático brillante de 36 años enviado a la
URSS por Churchill. Eran las nueve de la noche cuando llamó a la puerta.
Ajmátova, 20 años mayor que su invitado y tan elegante, bella y misteriosa como
antes, le contó lo más importante de su vida: su marido, el poeta Gumiliov, fue
fusilado por los bolcheviques en 1922. Ella se instaló en el piso donde su
amante, el historiador del arte Punin, vivía con su mujer e hija. Ajmátova
solía llevar a sus amigos a su habitación, donde se encerraba con ellos para
recitarles de memoria la Divina comedia en italiano, además de
sus propios versos. Tras leer un poema recién escrito a sus huéspedes, entre
ellos Pasternak y Osip
y Nadezhda Mandelstam, que acudían desde Moscú, encendía una cerilla y
quemaba el papel.
Lo hacía porque durante el estalinismo todas las
vidas corrían peligro y las de los intelectuales más, contaba Ajmátova a Isaiah
Berlin: a su hijo Lev Gumiliov lo habían enviado al gulag. En plena narración,
la poeta rompió en sollozos. Para restablecerse recitó fragmentos de sus ciclos
de poemas Réquiem y Poema sin héroe.
“Habló con voz calmada y monótona, como una
princesa en un lugar remoto en el exilio, orgullosa, infeliz, inabordable,”
recordó Berlin poco antes de morir, en 1997. Y añadió: “Me di cuenta enseguida
de que estaba escuchando la obra de un genio. El relato de la tragedia absoluta
de su vida superó todo lo que jamás había oído”.
Ya se había hecho de día, se oía el tamborileo de
la lluvia helada contra los cristales de la ventana. El acompañante nocturno
se levantó y besó la mano de Anna. En su hotel, el Astoria, comprobó que eran
las once de la mañana. Se dejó caer encima de la cama y murmuró: “Estoy enamorado.”
También Anna quedó hechizada. El profundo impacto
de la noche con Berlin le inspiró varios poemas, entre ellos el ciclo Cinque. En
él confiesa que ese encuentro era central en su vida y algo que cambiaría el
mundo. Y algo en el mundo cambió. Fue entonces cuando empezó la Guerra Fría.
Cuando Berlin regresó a Leningrado, ya no la
encontró. Las autoridades habían espiado su encuentro y la apartaron de su
domicilio. En la exposición malagueña observo los retratos de Anna que datan de
las últimas dos décadas de su vida: la persecución de la que fue víctima tras
el encuentro nocturno causó un cambio drástico en su apariencia.
A pesar de que a lo largo de su vida Ajmátova
quemara muchos poemas, otros tantos han quedado, entre ellos el ciclo Cinque. Y
Réquiem, aunque solo nos podemos imaginar cómo fue la voz de Anna
Ajmátova cuando lo recitaba a su visitante nocturno, a pesar de que nos puede
ayudar la grabación que la poeta realizó en Oxford 20 años después.
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