La lógica de lo misterioso. Historias médicas.
Nuestro amigo y colaborador de Sinapsis, Ildefonso Alonso Tinoco nos cuenta una interesante historia relacionada con la medicina.
El fuego sagrado
El fuego sagrado
(La lógica
de lo misterioso)
En la oscura profundidad de la Edad Media, allá por el siglo
XI, apareció una extraña enfermedad. Según parece, Galicia y Castilla-León
fueron especialmente castigadas. Un gran número de personas comenzaba a sentir
hormigueos por el cuerpo; también nauseas y vómitos; a veces, diarrea. La
enfermedad progresaba por días: mareos, dolor de cabeza intenso, vértigos.
Algunos tenían convulsiones e incluso enloquecían. Cuando la extraña enfermedad
alcanzaba a una mujer gestante, esta abortaba. Los médicos estaban
desorientados: no identificaban el mal, que se extendía rápidamente, como una
peste. Algunos enfermos morían en poco tiempo. En otros, la enfermedad era más
lenta: aparecían picores intensos en manos y pies, como si tuviesen sabañones.
Las orejas, nariz y dedos enrojecían primero y azuleaban después. La piel se
iba enfriando y sus dedos morían en vida: se gangrenaban.
La extraña enfermedad aparecía y desaparecía misteriosamente.
Había años buenos y años malos. Se comportaba como una epidemia pero nadie
comprendía por qué llegaba y por qué se iba. Y el miedo hizo presa en aquellas
gentes y disparó todas las especulaciones. Algunos recurrieron a la magia y
hubo también amuletos que se compraban y vendían a precios marcados por el
pánico. Pero no resultaba.
Pronto arraigó la idea de que era un castigo de Dios. Las
rogativas y procesiones florecieron en las zonas castigadas. Llamaba la
atención que en los monasterios y conventos no enfermaba nadie. Aun más: los enfermos
acogidos en ellos, mejoraban rápidamente. ¿Podía estar más claro?
La enfermedad fue llamada El Fuego Sagrado (“Ignis Sacer”) y
también “Fuego de San Antón”.
Desde entonces han pasado unos cuantos siglos. No hace muchos
años, los químicos estudiando un hongo (Claviceps purpúrea) identificaron
algunas sustancias contenidas en él: la ergotamina, ergonovina, ergocornina,
ergocriptina… A ese hongo lo conocemos con el nombre ordinario de “cornezuelo”
y es un parásito del centeno que, como es sabido, es uno de los cereales más
importantes junto con el trigo y la cebada. Las sustancias del cornezuelo,
alcaloides, producen una potente contracción del musculo liso (uterino,
vascular) y por tanto un espasmo uterino y vasoconstricción (hipertensión,
cefalea, isquemia, gangrena); también bloqueo adrenérgico y efectos psicotropos
(el famoso LSD está estrechamente emparentado).
El centeno, antiguamente, era muy empleado en alimentación
humana (pan de centeno) especialmente en el noroeste peninsular. Al moler el
grano, la harina incluía el cornezuelo que parasitaba la planta y, con el pan,
se intoxicaban. El Fuego de San Antón era ergotismo: envenenamiento por los
alcaloides del cornezuelo. La cantidad ingerida o su frecuencia marcaban la
evolución aguda (convulsiva) o crónica (gangrenosa) de la enfermedad.
El cornezuelo -hongo parásito- también está sometido a todas
las influencias ambientales y, por lo tanto, tenía años de expansión, con
fuerte colonización de las cosechas de centeno y otros años en que su impacto era
menor. La infección masiva de las cosechas producía las presentaciones
epidémicas.
Pero ¿y los monasterios? ¿Por qué allí no incidía la
enfermedad? ¿Y por qué mejoraban los enfermos en ellos?
En los conventos y monasterios la elaboración del pan solía
ser más cuidadosa. Generalmente, cribaban el grano antes de molerlo. Y los
granos parasitados por el cornezuelo están hinchados, son más gordos. La
mayoría de ellos no pasaban por el cedazo y, por lo tanto, la harina elaborada
en los monasterios no tenía alcaloides o los tenía en muy escasa cantidad. El
pan que se comía en los conventos no era tóxico, aunque nuestros abuelos
medievales no podían saberlo.
Esta curiosa historia es más que una hermosa anécdota. A mí
me hace reflexionar. Cuando me encuentro frente a algo que me resulta
incomprensible pienso que puedo estar frente a un “Fuego de San Antón”: algo
que no puedo entender porque no tengo información suficiente pero que será
comprensible, en términos razonables, cuando se disponga de ella.
Además, esa idea, protege del miedo e impulsa a investigar
espoleando lo más creativo que tiene el hombre: la curiosidad.
I.Alonso Tinoco
Fuentes de información empleadas:
-Centro de interpretación de la naturaleza del monasterio de
El Paular (Rascafría)
-Diccionario terminológico de ciencias Médicas (Salvat)
-Farmacología médica (Goth) Editorial Interamericana
-Gargoris y Habidis: Una historia mágica de España. F.
Sanchez Dragó. Editorial Argos Vergara
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