Democracias y populismos
Recomiendo la lectura de este artículo que trata un tema actual en política (las crisis de la democracia). Es controvertido, no comparto algunas de las afirmaciones, sobre todo aquella que dice que no hay populismos de izquierda, pero pienso que su lectura es interesante para la reflexión y el debate. En realidad es una entrevista realizada por I. Fariza a John Keane conocido politólogo australiano. Se publicó en El País a comienzos de 2019.

John
Keane. “Hay una cierta moda en hablar de la crisis de la democracia”
Por
Ignacio Fariza. El País. 2019
Politólogo. John Keane, australiano y experto en
democracias, habla del tema político que más le preocupa: el auge de los
populismos nacionalistas
“Permitir a Google o a Facebook que se regulen a
sí mismos es lo más parecido a dejar a una cabra cuidar el jardín”
El politólogo australiano John Keane (1949) es uno
de los mayores teóricos sobre sistemas políticos. De pelo cano y revuelto, es
autor de Vida y muerte de la democracia, publicado en español por el Fondo de
Cultura Económica. La charla, en la capital mexicana, se extiende sobre más de
dos horas, pero él podría seguir otras dos: una idea le lleva a otra, y esa otra,
a otra más. Casi no hacen falta preguntas. Keane, muy preocupado por el auge de
los populismos nacionalistas y profundamente reaccionarios, se considera a sí
mismo progresista, pero tiene “un problema”: cuando está con gente de
izquierdas se ve de derechas, y cuando está rodeado de conservadores se siente
de izquierdas.
LEONARDO ÁLVAREZ. John Keane en México DF el pasado mes de noviembre.
PREGUNTA. Usted cree que somos demasiado
pesimistas al hablar del futuro de la democracia.
RESPUESTA. Hay una cierta moda en hablar de crisis
de la democracia en el mundo, y tengo dudas del uso de la palabra “crisis”, que
tiene connotaciones apocalípticas, casi religiosas. No se está teniendo en
cuenta la resiliencia y la vitalidad de las democracias actuales y se infraestiman
las innovaciones que esta supuesta crisis ha desencadenado. Pienso en ciudades
como Barcelona, Sídney o Ámsterdam, que son laboratorios para el autogobierno,
que están apostando por el transporte público y por soluciones
medioambientalmente sostenibles, y que están experimentando con conceptos como
la renta básica. Estos brotes verdes son parte de la realidad contemporánea; el
problema es que la mayoría de intelectuales y periodistas tienden a
concentrarse en la crisis y obvian estas otras tendencias.
P. Pero esos brotes verdes se están dando solo en
algunas urbes y no a escala nacional. ¿Hasta cuándo durará el momento dulce de
los populismos nacionalistas?
R. Es imposible saberlo, así que antes de hacer
predicciones prefiero definirlo: el populismo es un estilo de hacer política
estructurado en torno a hablar directamente a la gente, que tiene a un gran
líder, un caudillo, y un oponente u oponentes a los que confrontar, que suele
llamar establishment. Y que degrada instituciones de monitorización, tribunales,
medios de comunicación y otros órganos de defensa de la integridad. Todo ello
aderezado por un cierto nivel de normalización de la violencia, de
nacionalismo, de sentido de la territorialidad y de clientelismo. Esto último
es muy claro en el caso de Trump: llegó al poder con la promesa de “drenar la
ciénaga” y acabó nombrando el Gabinete con la mayor concentración de
millonarios de la historia. El populismo es una enfermedad autoinmune de la
democracia: requiere condiciones democráticas para florecer (libertad de
expresión, de reunión, acceso a los medios de comunicación, multipartidismo…),
pero su lógica es profundamente antidemocrática, destruye los órganos de
control y margina a sectores importantes de la sociedad.
P. Dice que hablar de populismo de izquierdas es
un error.
R. Es un oxímoron. No tiene ningún sentido: el
populismo en el que piensa Chantal Mouffe cuando habla de populismo de
izquierdas —Perón, el primer [Hugo] Chávez…— es una fantasía. El populismo es
de derechas en tanto que es antidemocrático.
P. ¿Sobrevivirá la democracia tal como hoy la
conocemos?
R. No lo sé. Lo que está claro es que no tiene el
futuro garantizado. El nuevo populismo es una reacción alérgica a la democracia
monitorizada. Y quiere debilitarla o, directamente, liquidarla.
P. ¿Por qué esa alergia a las instituciones de
control?
R. Estamos en un momento de gran fragmentación e
incertidumbre y con millones de ciudadanos enfadados. Es una combinación de
varias fuerzas: la desigualdad —con una brecha insostenible entre ricos y
pobres, y con la marginalización de muchos sectores de la población—, la
migración, el multiculturalismo visto como una amenaza… Eso es pólvora para los
populistas. Lo han entendido muy bien.
P. No menciona las redes sociales.
R. No es el
factor principal: la desigualdad, las burbujas financieras, la desafección con
el sistema de partidos son mucho más importantes. Las redes son uno más. En
esta era de abundancia comunicativa, hacer las cosas en privado es mucho más
difícil, y eso es bueno y es malo a la vez: también se está poniendo en riesgo
la privacidad y facilitan la difusión de las noticias falsas. La multiplicación
del conocimiento y la distribución masiva de información llevan a la ciudadanía
a pensar que el mundo es complejo y a no aceptar la mentira y la corrupción,
pero las redes sociales también se están utilizando para hacer justamente lo
contrario. Prolifera la información sin contrastar, la utilización comercial
del sensacionalismo o la bazofia informativa.
P. ¿Deberían regularse?
R. En los años noventa se pensaba que un Internet
sin trabas ni regulaciones permitiría tirar abajo las fronteras y haría
florecer la democracia. Años después hemos visto cómo en ese jardín han
florecido también flores venenosas: el discurso del odio, la xenofobia, la
manipulación… Son tendencias que van en contra de la utopía digital del
pluralismo que se vendía. Gobiernos y sociedad civil tienen que abordar la
cuestión de cómo regular estos flujos de información: necesitamos un acuerdo
digital que permita la conexión de todos los ciudadanos, pero que también
traiga estabilidad a este ecosistema. No creo que la solución sea la
autorregulación de los gigantes digitales: permitir a Google o a Facebook que
se regulen a sí mismos es lo más parecido a dejar a una cabra cuidar del
jardín.
P. ¿Debería ser global esa regulación?
R. No creo que debamos constituir un órgano
mundial para regular estos flujos. Lo que necesitamos es un modelo policéntrico
de regulación que tenga como principio que esos flujos informativos sigan
fluyendo. Esta revolución de las comunicaciones, aún inacabada, también tiene
muchos aspectos positivos que hay que preservar.
P. ¿Vivimos en una sociedad informada o inundada
de información?
R. No me gusta el término “ciudadanos informados” entendido
como alguien que sabe todo sobre todo. Prefiero hablar de “ciudadanos sabios”:
humildes, demócratas, que son conscientes de que ni ellos ni las autoridades lo
saben todo.
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