Sociedad: cambios en las relaciones interpersonales
Meses pasados un periodista de El País (Javier Dale), resumía en un artículo opiniones de expertos sobre cambios producidos en la sociedad española respecto a la forma de relacionarse de los individuos. Más abajo os lo transcribo para compartirlo con vosotros.
Os recuerdo que sobre un tema similar ya publicamos en Sinapsis algunas reflexiones sobre cómo están cambiando las relaciones humanas en la sociedad actual. Podéis verlo en la entrada antigua correspondiente a enero de 2018.
Vista la realidad del mundo actual estas preocupaciones podrían parecer "menores" pero probablemente expresan el "malestar" de la sociedad vinculado a los grandes problemas del presente y futuro del entramado socio-económico y la falta de enseñanza de valores que mejoren la convivencia. Personalmente no comparto algunos de las opiniones que se exponen en el artículo pero sin duda que nos lleva a pensar y analizar nuestro comportamiento y el de nuestro entorno. JP
-->
Os recuerdo que sobre un tema similar ya publicamos en Sinapsis algunas reflexiones sobre cómo están cambiando las relaciones humanas en la sociedad actual. Podéis verlo en la entrada antigua correspondiente a enero de 2018.
Vista la realidad del mundo actual estas preocupaciones podrían parecer "menores" pero probablemente expresan el "malestar" de la sociedad vinculado a los grandes problemas del presente y futuro del entramado socio-económico y la falta de enseñanza de valores que mejoren la convivencia. Personalmente no comparto algunos de las opiniones que se exponen en el artículo pero sin duda que nos lleva a pensar y analizar nuestro comportamiento y el de nuestro entorno. JP
-->
Elogio de la amabilidad (o en qué
momento perdimos la cortesía)
Javier
Dale. Periodista. Artículo publicado en El País. Sección Psicología. 2018
Cuando uno visita el Palacio Real de Madrid puede
dejarse sorprender con el contenido de sus salones (el edificio tiene más de
3.400 habitaciones), pero es inevitable acabar reparando en una particularidad: la
ausencia casi absoluta de pasillos. Las estancias se conectan unas con
otras, de modo que la manera más habitual de ir de una habitación a otra cinco
estancias más alejada es atravesando todas y cada una de las cámaras
interpuestas entre ambas.
El Palacio Real es una construcción del siglo
XVIII, una época en la que la intimidad, que hoy es todo un derecho, no era ni
siquiera un valor.
Por eso no existen los pasillos: porque las
habitaciones no eran tanto espacios privados como estancias de tránsito donde
socializar y ser amable. Y con la corte como modelo de comportamiento, los
hábitos de la corte —la cortesía— no eran tanto un trámite como una
forma de hacer.
En el mundo actual —donde la conciencia individual
es dominante— la cortesía, entendida como la amabilidad en las formas entre
personas, se ha perdido.
Encontrarse con un "buenos días", con un "que pase una buena
tarde" o con un saludo casual pero cortés entre desconocidos es una
rareza, particularmente en las ciudades ¿Hemos perdido la capacidad de ser
amables unos con otros? ¿Vivimos, de alguna manera, enfrentados a los demás?
Los individuos se distancian de las instituciones
"Es evidente que en la sociedad hay una
búsqueda de espacios individuales", explica el profesor de Sociología de
la Universidad Complutense de Madrid, José Antonio Santiago. "No
solo de espacios sino de tiempos. Cada vez se reivindican más los momentos de
intimidad, bien para estar con uno mismo o simplemente para no hacer
nada".
La sensación del tiempo propio como un valor
conlleva incluso que el rato de ocio, generalmente empleado para la vida
social, derive en una especie de cadena de montaje: una tarde de distensión es
una tarde de planes consecutivos y cerrados, dibujados en una agenda. "Las
personas quieren rentabilizar su tiempo, lo que provoca una sensación de
estrés", sostiene Santiago. Es así: a veces, relacionarse con
otras personas se convierte en una actividad para la que no tenemos tiempo.
Santiago añade que "hemos pasado de ser
sociedades donde las instituciones ejercían un poder muy fuerte sobre los
individuos a sociedades donde los individuos marcan distancias y pueden elegir
y tomar decisiones que antes les venían dadas por las
instituciones". Un ejemplo está en el cambio del modelo familiar:
se ha pasado de la familia nuclear normativa y de la presión que ejercía
("a ver cuándo te casas", "¿para cuándo los hijos?") a un
modelo que acepta lo que antes estaba estigmatizado, como puede ser el de las
parejas que no se casan, las madres solteras, las parejas del mismo sexo o,
incluso, la soltería elegida.
El Estado del Bienestar y el "atrévete"
No obstante, el profesor de la UCM opina que hoy
en día no existe una sociedad más egoísta, sino que es la propia sociedad la
que fomenta la individualidad. "Hay un cambio de relación entre la
sociedad y el individuo. Porque es el propio entorno el que impone a las
personas un discurso individual: sé tú mismo, sé responsable, atrévete, busca
la realización personal".
A la sociedad individual que habitamos se le suman
las contradicciones del beneficio que supone el Estado del Bienestar, al menos
antes de la crisis económica. En su libro, Un individualismo placentero
y protegido (Deusto, 2010), los profesores Javier Elzo y María
Silvestre señalan una paradoja que se manifiesta en la sociedad española:
"La protección viene de la mano de una concepción del Estado de bienestar
protector y prácticamente omnipresente (…) El individuo se afirma en su
principio de libertad individual, pero se protege desde una concepción universalista
del papel del Estado social". Esto es, como sociedad individualista anteponemos
nuestros deseos a los de los demás, pero sustentamos esa libertad en las
obligaciones de un Estado que, en ocasiones, damos por supuesto y del que no
nos sentimos obligados a participar.
El trabajo de Elzo y Silvestre señala además que
la evolución del grado de satisfacción de la sociedad española entre 1981 y
2008, fundamentado en el Estado del Bienestar, no alimentó la confianza entre
las personas: si en 1981 el 61% de la población afirmaba ser prudente a
la hora de confiar en la gente, en 2008 esa cifra aumentaba tres puntos, hasta
el 64%. ¿Cómo se puede ser amable con alguien en quien no confías?
La vuelta a la afectividad tras la crisis
La crisis económica que detonó en 2008 cambió el
sentido del estudio de Elzo y Silvestre, al punto que en 2014, dentro del
Informe sobre exclusión y desarrollo social en España de la Fundación Foessa
(Fomento de Estudios Sociales y de Sociología Aplicada) redefinía el estado del individualismo
placentero y protegido como individualismo no placentero y desprotegido.
Este nuevo estudio recoge que el 52% de la población sentía que había
descendido de clase social económica durante la crisis.
Ante el fallo del Estado del Bienestar se estableció
un discurso de la queja, de la protesta, que de alguna forma renovó la
confianza en las personas.
La amabilidad, entendida como la afectividad entre
iguales, regresó cuando nos sentimos individuos, sí, pero desprotegidos, cuando empatizamos de
nuevo con los problemas colectivos. Movimientos como el 15-M, o el
posicionamiento del feminismo como valor en las sucesivas manifestaciones del 8
de marzo o ante la sentencia del caso de La Manada muestran que la afectividad,
que la amabilidad, permanece. De no existir sería imposible que hubieran
surgido lemas como "yo te creo, hermana".
"Vivimos en sociedades de individuos, pero
con una fuerte implicación afectiva", subraya José Antonio Santiago, que
apostilla: "El problema es cómo canalizarlos en acciones colectivas".
Para el profesor de Sociología estamos lejos de ser "una sociedad
atomizada", y pone como ejemplo la actitud ante los mayores en
situación de dependencia: "Todo lo que tiene que ver con los cuidados
todavía es una cuestión que se vive muy de puertas para adentro", en un
núcleo de afecto y amabilidad. Es la consecuencia, explica, de que el Estado
del Bienestar español se nutra del modelo de familia mediterráneo. Del clan,
dicho en lenguaje plano.
Del individualismo a la singularidad
La pérdida de la sociedad cortés, amable en las
muchas situaciones sociales de ocio o de obligación compartidas, y la defensa
del individualismo no son el punto final de nuestra relación con los demás. El
sociólogo francés Danilo Martuccelli defiende la existencia de una sociedad
singularista, que sostiene que las singularidades del individuo le
distinguen ante la idea de que nuestras vidas están estandarizadas y que con
una vida social más compleja es más difícil encontrarnos con iguales. Dicho
de otro modo: por estadística, una persona con una afición muy concreta
—coleccionar sellos prusianos del XIX, por ejemplo— difícilmente encontrará en
su entorno próximo individuos que compartan su afición, pero se aferrará a esa
particularidad, a esa singularidad, como factor diferencial del resto.
La de Martuccelli es una idea que comparte
Santiago, que pone como ejemplo los objetos de consumo: cada vez son más
singulares. "Pensemos en la música: antes, cuando querías escuchar
una canción tenías que comprarte el disco, todo el disco. Ahora, creas tu
propia lista, canción a canción en Spotify, y la compartes, sin necesidad
de comprar el disco". Sucede lo mismo con determinada alimentación. El
chocolate ya no es solo chocolate: hay diferentes tipos, tamaños, mezclas y texturas
para atender, precisamente, a las demandas singulares.
"La vida social —prosigue el profesor
Santiago— lleva consigo este proceso de singularización, que es paralelo al de
estandarización.
Estamos rodeados de singularidades que
dificultan encontrarse con iguales en la misma situación que uno.
Contrariamente, para los obreros de fábrica del XIX era fácil encontrarse entre
sí: compartían sueldos, trabajo, horarios y procedencia". Y es
precisamente en el XIX cuando emergen los movimientos sociales de corte obrero.
En el siglo XXI, al reducirse esas tareas colectivas y extenderse las
individuales y, posteriormente, las singulares, es más complejo empatizar con
situaciones ajenas y ser amables. Y en consecuencia se multiplica la
actitud de ver al otro como un ser ajeno: "Es tu problema, no el mío".
La ventana digital
Cualquier mirada a las relaciones asociales
actuales tiene que pasar por la ventana digital: internet y las diversas redes
sociales. En la sociedad singularista de Martuccelli, es el entorno digital el
que permite establecer relaciones entre individuos singulares. En primer lugar,
porque dan una voz. No hace mucho, antes de la revolución digital, las voces
públicas estaban limitadas a las instituciones: llámense partidos políticos, instituciones,
portavoces religiosos o sindicales. Hoy, cada persona con acceso a conexión a
internet tiene, si lo desea, una voz pública, y capacidad de encontrar a quien
comparte sus intereses.
La construcción de nuestro entorno social no es ya
por proximidad física o por las circunstancias vitales. La proximidad se
produce en una dimensión digital.
Nos buscamos más que encontrarnos en canales diferentes de los tradicionales, y
con códigos afectivos distintos.
Así que pese a todo seguimos siendo una
sociedad amable, aunque de un modo distinto: menos formal en las distancias
cortas. Tal vez se ha perdido la costumbre de saludarnos cada mañana, pero la
fuerza de los movimientos colectivos demuestra que los lazos afectivos sociales
mantienen su vigor. No somos una
sociedad amable en el sentido cortés, porque nos hemos
construido como una sociedad de la urgencia, de la falta de tiempo, del estrés.
Y quizá por eso no nos queda tiempo para darnos los buenos días. O eso creemos.
Comentarios
Publicar un comentario