Relato corto: La navidad de Jon
LA NAVIDAD DE JON
Eran las diez de la noche del 23 de diciembre y
Jon llevaba mucho tiempo inmóvil en el sofá. No sabía que una hora más tarde
estaría muerto y que las profundas cavilaciones en las que estaba sumergido
carecerían de sentido.
Estaba esperando una respuesta de su
organización. Ahora dudaba si había sido correcto sincerarse con su compañero
al que en realidad apenas conocía.
Todo había comenzado en la navidad pasada.
Entonces había sufrido un “terremoto emocional” por sentimientos “pequeños
burgueses” como él lo describía y fueron esas mismas palabras las que empleó
para explicárselo a su enlace.
En la nochebuena pasada él tenía treinta
años pero sentía que estaba a la vuelta de todo; no entraba en su esquema
mental, la duda; respecto a las navidades, por ejemplo, pensaba que eran unas
fechas de sonrisas fáciles, de deseos huecos, de ambiente postizo, creado por
los grandes centros comerciales aderezados por villancicos y películas
lacrimógenas sobre la bondad y la caridad. Según él todo esto solo servía para
satisfacer a la sociedad de consumo.
Pero en esa noche navideña de hacía un año
se produciría un vuelco radical e inesperado en su vida.
Cuando en repetidas ocasiones en los meses
siguientes analizaba lo ocurrido aquel día, llegaba a la conclusión que no
había pasado nada extraordinario; solo había vivido una fiesta familiar como
millones de personas pero era en su cerebro, en sus sentimientos, en sus
residuales principios éticos donde sí se había producido una conmoción.
En ese 24 de diciembre, Jon (aunque nadie
le llamaba por ese nombre desde hacía años), estaba observando sin atención los
programas de televisión en donde se resaltaba el ambiente familiar de estas
fiestas, los deseos, los regalos, los programas de la próxima nochevieja y
también el bombardeo propagandístico de juguetes para los más pequeños.
Nada de esto tenía que ver con él ya que
llevaba más de nueve años sin estar en su pueblo, sin ver a su familia ni a sus
amigos de la infancia y este ambiente navideño le provocaba algunas reflexiones
en las que no quería entrar.
A pesar de todo no pudo evitar pensar y
recordar como era él en su infancia y juventud antes de entrar en la vida que
ahora tenía, de clandestinidad, de desconfianza y de sentimientos controlados y
fríos.
En segundos su mente repasó el pasado y
recordó su transformación de una persona idealista y romántica en otra
ejecutiva y práctica donde aprendió que no debería temblarle el pulso o la
moral cuando tuviese que ejecutar al enemigo o golpear ferozmente a todo lo que
se opusiera a la independencia de su tierra.
Su memoria seguía divagando y aunque tenía
buenos mecanismos defensivos para no entrar en profundidades íntimas, comenzó a
sentirse solo.
En ese momento sus reflexiones se
interrumpieron por que llamaron a la puerta sus vecinos de piso. Éstos creían
que él era maestro y que estaba solo en Madrid y lo invitaron a pasar la
nochebuena con ellos.
No pudo, no quiso o no supo negarse. Fue
una invitación tan sincera y transparente que a los minutos estaba, casi sin
darse cuenta en otra casa que sí era un hogar de gente “común” como él más
tarde lo catalogaría. Allí había personas de todas las edades, abuelos, hijos,
nietos y amigos. Durante la cena, ruidosa, alegre y festiva se dieron todos los
tópicos de comportamientos que esperaba de unas personas de ese barrio de
trabajadores.
Sin embargo, se sintió en familia, quizás
ayudado por los repetidos brindis de cava, rió, contó historias, bailó y se sintió como una persona “normal”. Algo
que hacía años no sentía.
Cuando volvió a su piso y se encontró
otra vez solo, pensó y meditó muchas
horas sin poder conciliar el sueño. Reflexionó sobre su vida, su familia;
lamentó no tener pareja o hijos; reflexionó sobre su militancia; se preguntó
donde estaban los límites éticos de sus actividades; matar, aterrorizar,
secuestrar ¿estaban justificados en función de conseguir la sociedad que él
deseaba? ¿cómo se construiría una sociedad libre y fraterna si había aceptado
que mediante el terror podría imponer sus ideas?¿cuándo se acabaría o siempre
estaría justificado eliminar al adversario? Su militancia, como decía una
antigua novia suya, ¿estaría más dentro del análisis psicopatológico que del
político?...Finalmente se durmió.
Al día siguiente, quizás por la resaca o
por esa magia que los propios seres humanos necesitamos, creamos o sentimos en
navidad, se sintió otra persona.
Todos los meses que siguieron a esa
navidad tuvo una crisis profunda de militancia. Planteó problemas a la
organización; quiso abordar temas no discutibles e intentó polemizar y hacer reflexionar a los compañeros que
funcionaban con él.
A mediados de diciembre, manifestó que
quería dejar la organización por discrepancias personales y políticas.
Aún sabiendo los riesgos que conllevaba
programó ir estas navidades a su pueblo para ver a su familia, a su ex novia y
a algunos amigos.
Ahora estaba esperando a un enlace de la
organización para que le respondiesen sobre su decisión.
Eran las veintitrés horas del día anterior
a nochebuena. Sonó el timbre y abrió la puerta
a un antiguo compañero.
Minutos más tarde volvía a estar sentado
en su sofá, sin vida, con la mirada fija hacia el televisor donde nuevamente se
repetían los mensajes mediáticos que forman parte del entorno sentimental de la
navidad. Él ya no los veía, ni los oía, y tenía una expresión de estupor y
asombro en su rostro. Quizás, como todos los días de estos últimos meses, un
rato antes se habría vuelto a preguntar ¿por qué?,¿para qué?.
JP
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