Relato corto: Las moritas y Angelina


Las moritas  y Angelina

Angelina era hasta hace unos meses una mujer segura en sus convicciones, inflexible y tras un carácter dicharachero, ocultaba una dureza temperamental quizás heredada o aprendida en su familia.
Su pensamiento era conservador, aunque nunca había tenido una reflexión íntima y personal sobre sus ideas y creencias.
Sus padres y abuelos fueron siempre defensores del sistema imperante después de la guerra fratricida española. Ella creció bajo la influencia formativa de un pensamiento único, el del régimen dictatorial.
Para Angelina las cosas solo podían ser de un modo, el que ella conocía y aceptaba. Lógicamente detestaba cualquier signo, actitud o política progresista o de cambio.
No era religiosa convencida ni practicante pero se enardecía cuando el estado aconfesional y laico insinuaba disminuir las ayudas económicas a la iglesia católica, que para ella era, por cierto, la que representaba a la única religión verdadera.
En su trabajo de enfermera de maternidad, era áspera pero eficiente. Perdía su compostura cuando tenía que atender a alguna inmigrante, olvidando que los españoles lo han sido por millones hasta hace pocos años.
Su rostro se transfiguraba y cambiaba su comportamiento cuando sus pacientes eran marroquíes, negras o extranjeras de bajo nivel social.
Era insensible a la realidad frecuente de desamparo, temor y soledad de estas mujeres que además de la situación derivada de su contexto personal, están afligidas y a veces incomunicadas por el idioma, para afrontar este momento tan crucial como es el nacimiento de un hijo.
A las marroquíes las trataba con distancia y jerarquía. Si estas eran muy jóvenes y sumisas las llamaba moritas; si no simplemente, la mora de la habitación tal.
Nunca reflexionó sobre si  los magrebíes sentían como algo despectivo el término moro.
Angelina hacía gala de su comportamiento, cuando al no entender la lengua de estos inmigrantes, enfatizaba, que cuando ella iba al extranjero tampoco le facilitaban las cosas con el idioma.
Por cierto ella olvidaba, que visitaba otros países como turista, con billete de ida y vuelta, hoteles seguros y una tarjeta de crédito en su cartera para lo que fuese a necesitar.
No era consciente o no quería serlo, de las diferencias de sus viajes a otras naciones con el de estas mujeres inmigrantes, para quienes muchas veces la estancia en nuestra tierra, era una huida del hambre, de la pobreza, de las violaciones o de las guerras.
A pesar de sus enormes prejuicios, al no poder conseguir una empleada de hogar española, tuvo que contratar los servicios de una mora.
Cuando ella hablaba de la mora, (a la que nunca llamaba por su nombre), lo acentuaba de un modo inequívoco, lo que confirmaba su racismo y xenofobia, aunque como era de esperar, ella negaba esos  sentimientos.
Sin embargo, tras regresar Angelina de sus vacaciones y de una baja laboral prolongada parecía haber sufrido una metamorfosis.
Sus compañeros de trabajo estaban sorprendidos por el cambio radical que se había observado en su personalidad.
Ahora ella es sensible, afable, solidaria, y dúctil en muchos temas de la vida cotidiana.
Ya no llama a las inmigrantes con desprecio y corrige a sus compañeros cuando estos hacen referencia a alguna paciente como la morita o la negrita.
Ella las llama por su nombre y les tiende todos los puentes de ayuda para la comunicación y la integración. Ahora piensa que si alguien es malo no lo es por su raza u origen sino por sus actos o su personalidad.
Incluso algunos colegas suyos, además de estar sorprendidos por el cambio de Angelina ya le recriminan su exquisita sensibilidad.
Todos se preguntan que ha podido ocurrir en la vida de Angelina para ocasionar este portentoso cambio.
Nadie lo sabe; ella sí.
Cada vez que recuerda lo vivido en estas vacaciones, su corazón se sobrecoge y en un semblante dolorido pero apacible, se ven discurrir unas lágrimas que descienden por el otrora adusto rostro de Angelina.
Solo ella conoce las vicisitudes vividas hace unos meses cuando al visitar Estados Unidos sufrió un accidente grave. Durante las semanas que estuvo ingresada, los únicos apoyos afectivos y sanitarios los recibió de una enfermera egipcia y de una médica asiática en aquel frío hospital de Boston, donde ella solo era, la hispana de la habitación tal.
JP

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