"Lombroso" (VII). Historias de la Ciencia. F.Soriguer


HISTORIAS DE LA CIENCIA CON MORALEJA 

Federico Soriguer 

 


Capítulos ya publicados

1.      El precio de la ignorancia. Marcel Proust y compañía.  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/01/historias-de-la-ciencia-con-moraleja-i.html)

2.      La guerra de los huesos.  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/la-guerra-de-los-huesos-f-soriguer.html?m=1)

3.      Koch, Ferrán y Cajal. Un cruce de historias  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/koch-ferran-y-cajal-un-cruce-de.html)

4.      Una factoría de genios  (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/una-factoria-de-genios-f-soriguer_7.html%.)

5.      Cajal, Río Hortega y los “Fake News .(http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/cajal-rio-hortega-y-las-fake-newsv-f.html)

6.      No es la raza, imbécil.  (https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/no-es-la-raza-imbecil-vi-f-soriguer.html)

 

Nueva entrega:

LOMBROSO (VII)


                                                     Cesare Lombroso


En el siglo XIX muchos creyeron que podían conocer lo que ocurría en el interior del cráneo midiendo y estudiando su exterior. Como suele ocurrir cuando se intenta  definir   qué es lo normal detrás, casi siempre, hay razones no siempre explícitas.  En esa época la mayoría de los científicos europeos estaban obsesionados por demostrar que todas las razas eran inferiores a las caucásicas.  Aunque esta “epidemia” comenzó con los científicos ingleses, alemanes y franceses pronto se extendió a todos los de Occidente, como tendremos oportunidad de ver cuando hablemos en este capítulo de la interpretación racista de los nacionalismos periféricos españoles. Dos disciplinas se disputaron el protagonismo, la frenología y la craneometría  o craneología. La primera era una teoría que consideraba que cada instinto o facultad mental radica en una zona precisa del cerebro que se corresponde con un determinado relieve o protuberancia del cráneo.  La segunda se esforzaba en establecer mediciones precisas del volumen, forma y estructura de la cabeza y el cerebro. 

Cercanas a ella estaba la fisionomía que se ocupaba del estudio de los rasgos faciales.  Todas ellas pretendían predecir conductas o capacidades intelectuales a partir de las observaciones del cráneo. En Inglaterra, el médico Barnard Davis (1801-1881) fue pionero del estudio de las formas del cráneo  extendiéndose su fama por  todo el mundo lo que le permitió construir una colección de más de 1500 calaveras, gracias entre otras cosas a la donación de personas importantes. Su principal empeño científico era demostrar que las personas de tez oscura habían sido creadas de forma independiente a las de tez clara, asunto  que, como se ha comentado, se había convertido en una obsesión para muchos científicos europeos. Sin salir de Inglaterra, el médico Hohn Langdon Hayden Down (1828-1896) describió por primera vez el síndrome que hoy conocemos con “Síndrome de Down”, en un artículo publicado en 1866 titulado: “Observations on an ethnic classification of idiots“ (“Observaciones sobre una clasificación étnica de los idiotas”), enfermedad a la que llamó mongolismo, nombre con el que ha llegado hasta nuestros días. En realidad, a los casos que describió los llamó “idiotas mongoloides”, por las similitudes faciales con las razas nómadas del interior de Mongolia, convencido como estaba de que aquellos sujetos sufrían una regresión innata como la que padecían los habitantes de Mongolia. Down creía en la estrecha relación entre idiocia y etnicidad calificando, por ejemplo, a los malayos y negroides como tipos humanos regresivos. 

No fue hasta 1959 cuando J. Lejeuéne y P. Jacobs demostraron que el origen era la trisomía del par 21 de cromosomas. Mientras tanto el término mongolismo, además de tener “connotaciones engañosas”, se había convertido en “un término vergonzoso” tanto para Mongolia como para las propias familias y personas con síndrome de Down. Fue esta una de las razones que llevaron en  1961 a un grupo de diecinueve genetistas (entre los que se encontraba un nieto de Langdon Down) a escribir una carta al editor de “The Lancet”, en la que sugerían que el término idiocia mongoloide debía ser eliminado. Sin embargo es en  1965, tras los nuevos descubrimientos sobre la genética del síndrome,  junto a  la protesta de la República Popular de  Mongolia, cuando la OMS elimina oficialmente el nombre de mongolismo a la hora de hablar del  síndrome de Down.

 Aun así, la comunidad médica fue resistente al cambio de nombre. De hecho, en los tratados de patología médica que yo estudié (promoción 1962-69) el término de mongolismo era el habitual. Pero solo cuando las asociaciones de pacientes tomaron cartas en el asunto, las cosas   comenzaron a cambiar.  Así, la “Mongoloid Development Council” americana creada en 1960 cambió su nombre en 1972 por el de “Asociación Nacional para el Síndrome de Down”. Finalmente, en 1975, el Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos recomendó la eliminación de la forma posesiva en los epónimos: “el posesivo se debe eliminar, ya que el autor no tiene la anomalía ni tiene la propiedad de la anomalía”. La enfermedad no es de nadie, ni del que la describió (de Down), si acaso del paciente que es el que la padece. Es como si en castellano quitáramos el “de” para dejarlo en síndrome Down. Desde entonces, la forma sin posesivo es aceptada entre los profesionales en los EE.UU. o Canadá, mientras que en otras áreas se utiliza el término Down´s síndrome o simplemente trisomía 21[1].

Pero volvamos al comienzo de este capítulo.  En   Francia la frenología fue  desarrollada alrededor de 1800 por el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall y la craneometría tuvo su máximo exponente en Pierre Paul Broca (1824-1880). En 1861 durante la autopsia de una persona con afasia por apoplejía Broca describió el centro del habla dentro de un área que aun hoy se llama área de Broca. Broca estaba convencido de que las mujeres, los extranjeros de piel oscura, los criminales, tenían los cerebros más pequeños y menos ágiles que los hombres de raza blanca y conducta honesta. Su razonamiento era típicamente inductivo y era inasequible a las evidencias que contradecían su opinión. En una ocasión un estudio alemán llegó a la conclusión de que por término medio el cerebro de los alemanes pesaba 100 gramos más que el de los franceses, algo verdaderamente inaceptable para Broca. La explicación de Broca fue que los sujetos franceses estudiados eran muy viejos y que con la vejez los cerebros se encogen. Tampoco se rindió ante la observación del mayor tamaño del cerebro de algunos criminales, achacándolo al hinchamiento artificial debido al estrés del ahorcamiento. “Desgraciadamente nunca sabremos la explicación que Broca hubiera dado al hecho de que tras su  muerte se descubriera que su cerebro era más pequeño de la media”, cuenta Brysson[2].

Durante la carrera de medicina mi profesor de psiquiatría aun clasificaba a los seres humanos en función de la forma de su cráneo en dolicocéfalos (cráneo delgado y largo), braquicéfalos (corto y ancho) y mesocéfalos o turricéfalos  (largo y ancho),  a cada uno de los cuales le correspondería una distinta capacidad intelectual, siendo mayor en los dolicocéfalos. Mi profesor al menos no los identificaba con ninguna raza, cosa que sí hizo   el sueco Andrea  Retzius (1796–1860) quien  usó por primera vez el índice cefálico en la antropología física para clasificar los restos humanos antiguos hallados en Europa. 

Es algo que hizo también, el norteamericano Samuel George Morton (1799–1851), pionero de  la antropología física, quien  estudió cientos de cráneos humanos de todo el mundo y creyó que  podía juzgar la capacidad intelectual de una raza gracias a su  capacidad craneal.

Aunque Broca fue, probablemente, el más influyente de los craneometristas, el más conocido es sin duda el italiano Cesare Lombroso (1835-1909) considerado el predecesor de la moderna antropología criminal. Lombroso estaba convencido que los criminales podían ser identificados por los rasgos de su cráneo y de sus facciones. Estos son algunos de los criterios que utilizaba para identificar el fenotipo criminal: mandíbulas largas y adelantadas, frente baja e inclinada, pómulos grandes, narices aplastadas o respingonas, orejas con forma de asa, nariz aguileña o labios carnosos, ojos duros y furtivos, barba escasa o calvicie, insensibilidad al dolor, brazos largos, etcétera.



Incluso ahora, después de que la biogenética haya puesto en duda el concepto mismo de raza, los estudios craneométricos buscando las diferencias fenotípicas entre grupos humanos (entre unas razas que la genética niega), sobreviven, como sobrevive aun el empeño por encontrar diferencias intelectuales entre los hombres y las mujeres.  No deja de ser interesante esta obsesión que solo puede ser explicada por la pervivencia de sesgos cognitivos anidando en el interior de las vivencias de algunos investigadores que dedican parte de sus mejores esfuerzos en machacar un clavo que hace tiempo está ya bien clavado. Estas son también las conclusiones de científicos evolucionistas como,  
Franz BoasStephen Jay GouldRichard Lewontin, o Leonard Lieberman[3]. Así, por ejemplo Stephen Jay Gould (1941–2002), un paleontólogo, biólogo evolucionista e historiador de la ciencia estadounidense, que investigó los estudios craneométricos desde una perspectiva histórica en “The Mismeasure of Man” (1981), mostrando que Samuel Morton había manipulado datos y rellenado los cráneos para poder justificar sus preconcebidas nociones sobre las diferencias raciales.[4] Por otra parte Leonard Lieberman[5], ha analizado  críticamente la clasificación jerárquica de Morton de la capacidad intelectual basada en la agrupación fenotípica de tres razas mongoloide, caucasiana y negra, llegando a la conclusión de que los criterios jerárquicos han ido cambiando en función del contexto  histórico, económico y cultural siendo la principal consecuencia de estas clasificaciones la justificación de la explotación de los identificados en la jerarquía humana como los de “abajo” por los etiquetados como los de “arriba”.

A finales del siglo XIX y principios del XX se produce un declive del movimiento frenológico, aunque parte de su legado ha sobrevivido incorporado, aunque de manera encubierta, al movimiento eugenésico, a la psiquiatría, al darwinismo, a la antropología criminal o a la paleontología comparada.

En España la frenología entró por Cataluña de la  mano del catalán Marià Cubí (1801-1875), que había pasado gran parte de su vida en EEUU desde que muy joven decidiera  abandonar Mahón, donde había residido toda su niñez y juventud, y embarcarse en una aventura que le llevaría a recorrer los Estados Unidos, México y Cuba[6].  No fue el único. Don Santiago Ramón y Cajal cuenta en “Memorias de mi vida” (1917) los lazos de afecto que le unían al Dr. Bartolomé Robert un médico catalán compañero suyo del claustro, en la época que fue catedrático de la Universidad de Barcelona. El 14 de marzo de 1889 el Dr. Robert dio una conferencia con el llamativo título de “La Raza catalana”, rodeado de grandes dibujos de cráneos con los que mediante la comparación de los índices cefálicos pretendía separar las distintas razas en el interior de España. 

Según las crónicas de la época, Robert comenzó su conferencia recordando las observaciones de lord Salisbury respecto a la degeneración de la raza española y siguió mostrado al auditorio sobre un mapa coloreado como los habitantes de Valencia tenían el cráneo más oval, mientras que en Asturias y Galicia predominaba un cráneo redondo, similar al de los “primitivos habitantes” llegados a la península ibérica desde el norte de África.[7] Robert intentó definir las características físicas de una «raza catalana»  descendiente de los etruscos, una raza  avanzada y emparentada con las grandes culturas europeas de la era clásica,  frente a otras más primitivas, de cráneos redondeados, descendientes quizá de antiguos pobladores africanos en la península y de los que eran representantes los asturianos[8]. Robert fue elegido el día antes de la conferencia alcalde de Barcelona y sus tesis no pasaron desapercibidas Según la crónica aparecida al día siguiente de su nombramiento en La Vanguardia, el doctor Robert dejó para otra conferencia el ocuparse de los caracteres diferentes de la raza catalana bajo el punto de vista mental. Pero aquella segunda conferencia nunca llego a pronunciarse.

 Es posible que influyeran las opiniones de Ramón y Cajal sobre su colega:  “Clínico eminente, luchador de palabra precisa e intencionada que, andando el tiempo, debía sorprendernos a todos dirigiendo el nacionalismo catalán y proclamando urbi et orbi, un poco a la ligera (no era antropólogo [...]), la tesis de la superioridad del cráneo catalán sobre el castellano”. Con humor Cajal precisaba que la opinión de Robert era “desinteresada, pues además de gozar de un cráneo exiguo, aunque bien amueblado, había nacido en México y ostentaba un apellido francés”.  Diremos en su descargo que el Dr. Robert era regionalista pero no independentista  pues en numerosas ocasiones defendió la necesidad de mantener el Estado (español) pero estaba obsesionado con las diferencias entre los grupos humanos  lo que le llevo a defender en un discurso ante la Reina María Cristina la necesidad de que la representación en el Parlamento nacional fuera estamentaria por clases sociales y gremios  además, claro está, por regiones, porque de esta forma quedarían mejor representadas las diferentes propiedades y capacidades de cada una de los grupos, que para el eran diferencias biológicas como queda claro en las ideas que tenía sobre los negros:(...) “Los negros se parecen a los monos por el cráneo comprimido, por la osificación tardía del hueso intermaxilar, por la simetría y gran parecido de las circunvoluciones cerebrales, por la longitud de los brazos y por la estrechez de la pelvis y corren parejas con esos paralelismos los naturales de Australia que se asemejan también a los simios por el pie, que lo tienen ancho y largo, por la fina delgadez de los huesos de las extremidades y de los tobillos, por los brazos largos y por la nariz ancha y boca grande (...). Bien es verdad que esto lo dijo después de defender la continuidad biológica entre los hombres y los demás seres vivos, pero también tras haber puesto como ejemplo (...) “La esbeltez de las razas caucásicas (...)”. [9]

Para quien crea que todo esto es el pasado, no está de más terminar este capítulo con el recuerdo de algunos líderes del actual independentismo catalán. Así Oriol Junqueras el  27 de agosto de 2008, en  el diario Avui,  se hace eco de un estudio publicado on line en “Current Biology”  sobre diferencias genéticas entre distintos países, resultándole  "curioso" que entre las conclusiones del estudio los españoles tengan "más proximidad genética con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses",  dando así pábulo a la biología como última ratio de un supremacismo catalán al nombrar presidente de la Generalitat el molt honorable Quim Torra, persona que ha escrito miles de tuist racistas en el que se recogen perlas como que la “vieja y noble raza de los socialistas catalanes, extinguida por sus continuos cruces con los socialistas españoles". 

No es sorprendente que en la memoria del independentismo catalán figure hoy alguien, como el Dr.Robert,  que no fue independentista pero si un radical regionalista y aunque médico ilustrado, racista. Una figura que no pasará a la historia de la ciencia pero que es recordado con un gran monumento situado en la plaza de Tetuán de Barcelona sobre el que, en este momento de revisionismo historicista, nadie se ha atrevido a arrojar ni una gota de pintura. 

 Sí, en el siglo XXI hay todavía personas que no soportan ser como todo el mundo y necesitan creerse diferentes. Desgraciadamente para ellos hoy no es fácil demostrar estas diferencias y cuando se agotan los argumentos, los irredentos echan manos de la biología convirtiendo la  obsesión identitaria  en un esperpento, que como todo el mundo sabe es un género literario “inventado” por Valle Inclán, caracterizado por la presentación de una realidad deformada y grotesca que se pretende defender con unos valores degradados y obsoletos, convirtiendo el argumento que se pretende épico en simplemente  ridículo.


[1] En el nombre del síndrome de Down. https://downberri.org/2010/11/01/en-el-nombre-del-sindrome-de-down-2/

 

[2] Bil Brysson. El cuerpo humano guía para ocupantes. RBA, 2010. 

 

[3]Craneometrios.  https://es.wikipedia.org/wiki/Craneometr%C3%ADa

[4] Gould, S. J. (1981). The Mismeasure of Man. Nueva York: Norton

[5] Lieberman, L. (febrero de 2001). «How “Caucasoids” Got Such Big Crania and Why They Shrank — From Morton to Rushton». Current Anthropology 42 (1).2001. 

[6] David Nofre Mateo. Saber separar lo bueno de lo malo, lo cierto de lo incierto”: la frenología y los médicos catalanes, c. 1840 - c. 1860. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: Vol. XI, núm. 248, 15 de septiembre de 2007. http://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-248.htm

[7] Manuel Ansede. El País. Ramón y Cajal contra “la superioridad del cráneo catalán”. https://elpais.com/elpais/2017/11/30/ciencia/1512040611_706407.html

 

[8] L. Ordoñez. Los asturianos, una raza inferior; la lucha de Ramón y Cajal. La Voz de Asturias. https://www.lavozdeasturias.es/noticia/asturias/2017/12/01/asturianos-raza-inferior-lucha-ramon-cajal/00031512127635982388218.htm

 

[9] Discurso en el Ateneo Barcelonés, en la sesión pública inaugural del curso el 18 de noviembre de 1881: https://bvpb.mcu.es/es/catalogo_imagenes/imagen.do?path=15653&posicion=1&registrardownload=1

 

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