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La polarización y el factor humano

DANIEL GASCÓN

La crispación ha vuelto y es un regreso llamativo. Hasta hace poco, se hablaba de polarización. Crispación remite a los años noventa y a un contexto español; polarización sugiere un fenómeno más amplio. Polarización señala una dinámica general; crispación destaca un responsable. Una aspira a una descripción amplia y otra se centra en una parte: critica una estrategia determinada.

El clima recuerda a la “guerra civil sin lucha armada” de Runciman. Desaparecen los espacios moderados. Quienes los ocupaban se desentienden o evolucionan hacia posiciones radicales. Lo que sufren los cercanos se considera grave, inédito; lo que le pasa al contrario es una exageración o una mentira. Ignoras a los extremistas de tu lado: son una anécdota. Del otro bando escuchas a los más estridentes: encarnan la esencia de tu adversario. Deslegitimas la estrategia del rival y racionalizas la tuya. Se erosionan instituciones y principios comunes. Dejan de ser de todos y se convierten en armas en la refriega partidista.

A corto plazo, la polarización produce parálisis, pero el destino final es la deshumanización de quien no piensa como tú.

 La educación te ayuda a buscar justificaciones sofisticadas para posiciones instintivas. Una mayor implicación en la política o unas ideas más progresistas no te hace menos intolerante, quizá porque en esos casos la identificación ideológica ocupa un papel más decisivo.

Puede que sea útil cierta distancia irónica. Una característica de la polarización es el lenguaje hiperbólico, pero la inflación léxica indica lo poco que valen las palabras.

Montserrat Bassa, de ERC, llamó verdugos a los diputados del PSOE, y luego votó para facilitar que llegaran al Gobierno. Si crees que alguien es un verdugo, ¿apoyas que gobierne? La distancia entre el lenguaje y la realidad es abismal.
La política española es un partido en el que se mueven más las porterías que el balón, y donde a menudo diriges tu mayor vehemencia contra la posición que ocupabas hace dos minutos. Por eso son valiosos gestos como la demostración de afecto a la diputada Aina Vidal o la imagen de una charla distendida entre políticos de partidos de ideologías muy distintas.
La fractura no solo es un aburrimiento. Nos distrae de los problemas reales y del debate para encontrar soluciones, debilita la arquitectura institucional que nos protege y niega lo que da sentido a todo, que es el factor humano.


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