Alberto Salamanca: El hombre (sin dioses)

Hoy contamos con la colaboración de Alberto Salamanca. Para ello nos ha cedido la última entrada de su blog donde aborda un tema muy debatido e interesante: la religión y el sentimiento religioso en el homo sapiens. Su blog se llama  Mis paseos con Jachi que también os invito que visitéis.


El hombre (sin dioses)

Alberto Salamanca.  Blog: Mis paseos con Jachi




«Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón a Marco Aurelio, en el que sólo estuvo el hombre» Gustave Flaubert.

Hoy, Jachi, que recorremos un camino hollado en múltiples ocasiones, reflexiono sobre la especie que ha acompañado a la tuya desde que los perros son perros. El hombre. Me refiero aquí al hombre solo. El hombre solo ante el principio, ante la existencia, ante el universo, ante el silencio, ante la desventura, ante el sufrimiento, ante la muerte. Sobre todo ante la muerte. El hombre solo sin buscar vano consuelo. Porque no hay nada más meritorio, más memorable, más prometeico, nada más humano que el hombre solo. El hombre solo y, a la vez, vinculado con todo, como señalaría Marguerite Yourcenar.

Me remonto a la República romana tardía, a la que alude Flaubert en la cita de más arriba, en la que existieron algunos arquetipos de nuestra cultura occidental que son fuente de inspiración aun hoy día. Un período en el que el hombre pareció apresar el sentido de la vida, arrogarse la propia existencia, en una cómplice sintonía con la naturaleza. Un instante efímero en la historia de la humanidad y, es posible, que irrepetible.  Un momento en que prescindió de los dioses.

Durante todo el resto de la historia, el hombre ha sido amparado por dioses. Se ha mostrado religioso. Pero, ¿por qué es religioso el ser humano?.  Filósofos, antropólogos, sociólogos, biólogos, paleoantropólogos, psicólogos y neurocientíficos se han ocupado de la manifestación religiosa. Y han llegado a demostrar, entre otros múltiples hallazgos, que existen estructuras cerebrales vinculadas con la experiencia religiosa. Y el hecho de este sustrato anatómico en forma de circuitos neuronales, representa para algunos una prueba de que Dios no es sino una elaboración del cerebro. Para otros, ha sido precisamente Dios quien ha preparado el cerebro de tal forma para tal finalidad. Pero, la religiosidad se relaciona con cambios en la estructura del cerebro, y con neurotransmisores, que determinan el advenimiento de la autoconciencia, el lenguaje… transformaciones que facultan complicados procesos cognitivos y que, en modo alguno, son una función específica, es decir, la religión es consecuencia de la inteligencia.

Para algunos, el atomismo, desde Demócrito, nos ahorra disquisiciones trascendentes. La biología evolutiva subraya que el hombre es resultado de un desarrollo azaroso. Los genes mutan de forma aleatoria y el ambiente determina su utilidad y que el portador sobreviva o no. No existe otra ley que la que induce al ser vivo a mantenerse vivo. No existe ningún «diseño inteligente», ninguna potencia sobrenatural detrás del advenimiento del hombre.
Sin embargo, desde la aparición de Homo sapiens el fenómeno religioso es casi un continuo. La religiosidad es cultura de la humanidad en todas las civilizaciones. Es posible que la facultad para desplegar la religiosidad, igual que, por ejemplo, el habla, viniera a ser un atributo que otorga ventaja a la especie, por lo que se ha visto beneficiada por la evolución. Es posible asimismo que la sociabilidad, una vez más, juegue un papel trascendente en este sentido, porque es el estar rodeado de semejantes lo que pone al ser humano frente a las eternas preguntas. Preguntas sin respuesta, a las que la religión atiende, por lo que ayuda a someter la ansiedad de la ignorancia. Los hombres se inventan dioses para no mirar a la realidad de frente.

No obstante, el vínculo religioso colabora en el bienestar psicológico y emocional. Es patente, por ejemplo, cómo, en la aceptación de la muerte, las creencias religiosas pueden ayudar. También hay certidumbre acerca de que la religión confiere los valores que contribuyen a organizar una comunidad alrededor de elementos colectivos, proporcionando vínculos sociales que cooperan en la participación de los individuos como sociedades. Pero puede que sean aquellos valores ―generosidad, solidaridad, respeto, honestidad, lealtad, equidad, justicia…―, comunes en todas las religiones, lo que realmente confiere una ventaja evolutiva, y no la propia religión. Hay evidencias científicas con respecto a esto, la religión beneficia la confianza en los demás y ayuda a mantener comunidades más duraderas. La religión parece pues útil, lo cual podría demostrar la tendencia de nuestra especie a ser receptiva ante las creencias y actividades religiosas.

Un extenso estudio multinacional y multidisciplinar ―«The Cognition, Religion and Theology Project»―, realizado en los últimos años bajo el patrocinio de la Universidad de Oxford, con representación de sociedades religiosas y de sociedades ateas, vino a demostrar que el ser humano tiende a creer en dioses o agentes sobrenaturales y en la vida después de la muerte. Personas de muchas culturas distintas creen instintivamente que su mente, su espíritu y su alma seguirán existiendo después de morir y que tanto la teología como el ateísmo son respuestas razonadas a un impulso que es básico en la mente humana. A raíz de estos hallazgos, los investigadores concluyen que la religiosidad existe para favorecer la cooperación social y que en ella hunde sus raíces el pensamiento humano.

La recomendación musical que acompaña a este texto es de: Christina Pluhar & L’Arpeggiata. Ciaccona, de Maurizio Cazzati (All’improvviso: Ciaccone, Bergamasche & un po’ di Follie… Alpha. 2004).


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