Relatos: Mudanza en nochevieja



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      Mudanza en nochevieja

     Esa mañana del 31 de diciembre del setenta y seis, gris, fría y con cielos encapotados de nubes, él tenía que realizar la mudanza.
     Hacía solo tres meses que había llegado de ese país en el que imperaba solo el terror y la muerte. Ahora no pensaba en ello, solo pensaba en realizar un nuevo cambio de residencia, a un piso más barato y acorde a su exigua situación económica.
     Atravesó el portal bajo la mirada desconfiada del portero que ya le había manifestado sus ideas xenófobas y se fue a buscar un taxi para el traslado de sus escasas pertenencias.
     Regresó a los veinte minutos y subió a recoger a su hija y a su mujer. Ella con mirada triste y casi sin hablar le dijo que estaba todo listo.
     En el vestíbulo del apartamento había dos maletas desgastadas y cerradas a presión; un cochecito de su hija que se lo habían prestado en la pensión que antes habían estado y un par de libros de medicina, gordos y pesados que eran como la compañía científica y el apoyo para el trabajo desde que inició el forzado y doloroso exilio de Argentina.
     Pero ahora no quería y no podía pensar en ello. No podía y no quería pensar en sus padres temerosos de nuevas “visitas” paramilitares; no quería y no podía pensar en sus amigos desaparecidos, muertos o torturados. Solo debía pensar en la mudanza.
     Él y su mujer, que entonces eran muy jóvenes, cargaron con dificultad pero con decisión todos los enseres en el taxi. También llevaban un enorme, antiguo y feísimo televisor alquilado.
     Fueron atravesando Madrid, hacia zonas más periféricas cercanas a Batán y Aluche. Eran las doce de la mañana y la ciudad estaba preparada con todos los ornamentos navideños; no dejaba de sorprenderles el periodo invernal en el que estaban ya que en su país siempre habían pasado las navidades en verano.
     Su hija de menos de un año, morena, de pelos rizados, dulce, pero con mirada de temor al entorno jugaba con el botón de su abrigo;  solo cambiaba su rostro a una expresión de seguridad y paz cuando se sentía abrazada y protegida por su padre. Él la llevaba sobre sus piernas con la mente ocupada por los problemas de la mudanza, de la nueva vivienda y del futuro incierto del día siguiente.
     Su mujer, práctica y buena luchadora en las adversidades, no hablaba; solo miraba a través de los cristales del taxi quizás recordando otras navidades o pensando con temor y tristeza que no recobraría algunos momentos de felicidad y seguridad que había tenido en el pasado. La dureza de los tiempos vividos había conducido a que entre ellos no hablasen ya de sus cosas si no  solamente de estrategias y tácticas de supervivencia o sobre el cuidado de su hija.
     Después de atravesar la Casa de Campo, llegaron por fin al nuevo hogar. Tras subir cuatro pisos cargando el pesado y viejo televisor alquilado, desempacaron las maletas y ordenaron algo aquella casa vacía.
     Más tarde compraron un turrón, agua y prepararon para cenar arroz hervido con atún de latas. A su hija le hicieron una papilla de patatas con calabaza y un biberón de leche con maizena.
     Se sentaron los tres alrededor de una pequeña mesa camilla y comenzaron a ver en el televisor que estaba apoyado en el suelo del salón las noticias políticas de la insegura transición y el programa de fiesta de nochevieja.
     Comenzaban a conectarse a través de esa caja cuadrada y en blanco y negro, con ese país al que tanto querrían después y en el que se sentirían con el tiempo como partes del mismo.
     Pero en ese momento no lo sabían; brindaron con agua la llegada del nuevo año; se dieron un abrazo y tras un silencio dijeron... ¡bueno, ya hemos hecho la mudanza!.
     Su hija dormía con una sonrisa de paz y tranquilidad, mientras a lo lejos se oía el estallido de algún petardo navideño y villancicos que acompañaban a los anuncios comerciales de la tele.
     En el suelo del salón estaban las maletas abiertas y las bolsas de plástico que habían servido para la mudanza.
 JP


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