Relatos: Gratitud


    Gratitud

A mediados y finales de los setenta en Argentina se vivía un clima de terror y una desaparición total de los derechos más elementales de las personas. En esa sociedad, donde muchos no querían saber y otros decían por algo será, solo imperaba de forma dominante el sentimiento del miedo.
Mi mujer, yo y nuestro bebé de pocos meses, habíamos conseguido, después de sortear innumerables dificultades abandonar aquel horror y llegar a España con pasaportes de turistas con validez para tres meses de estancia.
Ese tiempo se nos estaba acabando y no podíamos regresar al país en el que habíamos vivido nuestra infancia y juventud.
Gracias a la solidaridad desinteresada de personas entrañables que conocimos en esta tierra de acogida, establecimos un contacto muy importante para solucionar nuestro problema.
A través de un amigo que a su vez tenía un conocido relacionado con un funcionario policial, conseguimos la autorización para permanecer en España tres meses más. Esto nos produjo enorme alegría y tranquilidad familiar.
Pensamos durante varios días como agradecer a esa persona que nos había ayudado devolviéndonos con esa legalidad transitoria nuestra dignidad y esperanza.
No teníamos ningún ahorro pero de algunos trabajos irregulares que pudimos realizar, obtuvimos algo de dinero y le compramos un regalo. Desde nuestra visión intentábamos expresar a través de este obsequio nuestra sincera gratitud por la ayuda recibida.
Con el estrés tremendo que nos producían los locales policiales (y a mí aún me lo siguen produciendo) acudimos para ver a nuestro funcionario benefactor. Esperamos más de tres horas para ver a la persona destinataria de nuestro regalo y agradecimiento.
Por fin se abrió la puerta, salió, nos miró y preguntó por que queríamos hablar con él. Su rostro era duro, desconfiado y su tono de voz gélido y afilado. ( En mi mente, tiempo después, asocié esas características al modo de hablar de los xenófobos). Le explicamos, algo temblorosos y vacilantes, a lo que íbamos. Dijo un casi imperceptible gracias, nos señaló a su secretaria para que le dejásemos el regalo sobre la mesa y se fue casi sin mirarnos dando pasos firmes y seguros por el pasillo de aquella oficina policial.
Regresamos a casa en silencio.
JP


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