La mayor amenaza para la Unión Europea es la interior. I. Sánchez Cuenca
Artículo para el debate
La mayor amenaza para la UE es la interior
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA (Catedrático de Ciencia Política)
El nuevo mandato de Donald Trump está poniendo el mundo patas arriba. Hasta el momento ha habido tres cambios de calado. El primero es el nuevo proteccionismo; estamos asistiendo a los primeros compases de una guerra arancelaria que será perjudicial para todas las partes.
El segundo es el abandono por parte de Estados Unidos del multilateralismo. El desdén y la hostilidad de la nueva Administración de Trump hacia sus aliados europeos no pueden ser más explícitos. Lo mismo sucede con el desprecio hacia las organizaciones internacionales.
El tercero es la nueva postura de Estados Unidos en la guerra de Ucrania. Ha pasado de sufragar generosamente la resistencia de los ucranios contra la invasión rusa a buscar un acuerdo de paz en el que, según parece, Rusia saldrá beneficiada. Este giro con respecto a la etapa de Joe Biden ha pillado a Europa con el paso cambiado.
Ante estos acontecimientos, caben dos lecturas en clave europea bastante distintas. Una es la dominante, basada sobre todo en la idea de rearme. Hay otra de la que se habla menos. Aunque no son excluyentes, empujan en direcciones distintas.
De acuerdo con la interpretación dominante, Europa se ha quedado sola. Ya no puede confiar en su antiguo aliado y protector. Desde la Guerra Fría, los países occidentales entendían que si la situación internacional se deterioraba y surgía un conflicto grave que afectara directamente a Europa, Estados Unidos actuaría counión mo superpotencia protectora. A cambio de esa seguridad, Europa no mostraba gran oposición a las aventuras militares estadounidenses (en Afganistán o en Irak, por ejemplo) y no cuestionaba seriamente el apoyo incondicional de EE UU a Israel.
Ahora ese entendimiento ha saltado por los aires. Ni siquiera está claro que en estos momentos la OTAN funcione como una auténtica alianza. No sabemos cuál sería la reacción de Estados Unidos si un país báltico fuera atacado por Rusia. Y, por si todo esto no fuera suficiente, Trump está amenazando con anexionarse de algún modo (no especificado aún) Groenlandia, un territorio de un país aliado de la OTAN.
En estas circunstancias, nada más lógico para Europa que buscar autonomía estratégica. Ha llegado la hora de que Europa rompa con la dependencia que siempre ha tenido de Estados Unidos. La Unión Europea tiene que hacerse adulta. Eso supone un nuevo modelo de seguridad al margen del antiguo amigo americano. Y, como cabría esperar, los países europeos tienen que implicarse en construir dicho modelo gastando más en defensa. Según esta lectura, no queda más remedio que rearmarse hasta conseguir alcanzar una capacidad de respuesta que disuada a Rusia de invadir nuevos países.
En artículos anteriores he intentado argumentar que esa amenaza rusa no es tan grave, que se está exagerando con intención de amortiguar la oposición ciudadana que podría surgir ante la apuesta por el rearme. Por no repetirme, lo diré telegráficamente: en mi opinión, Rusia no tiene ni interés ni recursos suficientes para invadir Europa oriental.
Ahora bien, lo que me gustaría indicar es que incluso si fuera verdad que Rusia es una amenaza para la supervivencia de Europa, cosa que, repito, no creo que pueda sostenerse con buenas razones, incluso así, hay otras formas de abordar el problema, que dependen, en última instancia, de una lectura algo diferente de lo que supone para Europa la presidencia de Trump.
Según esta otra interpretación, el giro profundo de las relaciones internacionales es consecuencia de que un líder con claras tendencias autoritarias haya ganado las elecciones en el país más poderoso del mundo. La crisis interna de la OTAN no es el resultado de cambios profundos en el poder relativo de los países, sino de una decisión política tomada por el presidente de Estados Unidos, que está rompiendo muchos de los consensos que estuvieron operativos durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. La decisión de Trump de cortar amarras con Europa no es un hecho aislado, sino que forma parte de un proyecto político de más largo alcance cuyas primeras manifestaciones no dejan lugar a la duda sobre su inspiración reaccionaria y autoritaria: purgas en la administración y en los servicios de inteligencia, acoso a la población inmigrante, ataques a la infraestructura científica del país, apoyo incondicional al genocidio cometido por Israel, limitaciones a la libertad de expresión con el pretexto del antisemitismo y cuestionamiento del poder judicial.
¿Acaso no podría suceder algo similar en Europa próximamente? La extrema derecha lleva tiempo creciendo en el continente y está envalentonada tras la victoria de Trump. No cabe descartar enteramente que dentro de unos años Marine Le Pen (o quien la sustituya) pueda presidir Francia, Meloni continúe en Italia y Alice Weidel entre en un Gobierno alemán de coalición. Si sucediera algo así, lo más probable es que la UE implosionara o derivara en una muy alejada de sus objetivos iniciales.
A mi juicio, la mayor amenaza para la supervivencia de la UE no procede de Rusia, sino de la falta de reacción de las élites políticas europeas para frenar al ascenso de las nuevas derechas. Supongamos que todos los países se ponen de acuerdo, aumentan rápidamente el gasto militar y el modelo de autonomía estratégica de la UE queda establecido, pero Francia, Alemania, Italia (y quizá España) caen en manos de líderes como las antes mencionadas. ¿De qué nos serviría la autonomía estratégica en esas condiciones? Estaríamos en una posición tan mala como lo está la sociedad estadounidense en estos momentos.
La prioridad debería ser prevenir el autoritarismo de las nuevas derechas. Eso no significa olvidarse de la cuestión rusa. Pero ¿acaso no tendría más sentido buscar un acuerdo de coexistencia pacífica y duradera con Rusia, garantizando la neutralidad de Ucrania (de modo parecido a como se hizo con Austria durante la Guerra Fría), y centrar de este modo toda la energía política en buscar medidas y pactos que reduzcan la amenaza interna de involución reaccionaria? El objetivo en el que se empeñan tantos políticos y buena parte de la inteligencia europea, la retirada de Rusia de los territorios ocupados, es poco realista en estos momentos. No solo resulta extremadamente costoso en términos humanos y económicos, sino que corre el riesgo de degenerar en un conflicto de mayor dimensión y consecuencias imprevisibles (Rusia sigue siendo una gran potencia nuclear).
Además, no parece que haya por ahora un consenso suficiente para mandar a miles de europeos a morir en el frente de Ucrania. Busquemos la contención de Rusia y centrémonos en cómo orientar las políticas económicas y sociales para desactivar el peligro autoritario. Políticamente, eso exige convencer a las derechas liberales y conservadoras de que corten de raíz con la derecha autoritaria; económicamente, hay que invertir para desactivar algunos de los agravios que animan a muchos ciudadanos a apoyar a esa derecha.
Lo peor que nos puede suceder es que los países europeos se deslicen por una pendiente como la de Estados Unidos. De hecho, creo que en el medio plazo es más probable la deriva autoritaria en el seno de la UE que ver los tanques rusos entrar en Varsovia. Pero en lugar de movilizarse para evitar dicha deriva, las élites gobernantes están centrando todo el esfuerzo en la seguridad, como si hubiera una amenaza exterior inminente, cuando el peligro mayor es el contagio trumpista del continente.
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