¿Contención en la carrera armamentista? Debate. Tres opiniones
Estamos entrando como sociedad en el debate sobre si debemos aumentar significativamente o no el gasto en defensa ante el panorama y actitudes que nos presentan Putin y Trump. A continuación para iniciar una serie de artículos al respecto y favorecer la reflexión y la discusión sosegada, transcribo tres de estos que están a cargo de expertos en la materia.
I)
Contener a Rusia y contenernos nosotros
IGNACIO SÁNCHEZ-CUENCA (Catedrático de Ciencia Política)
https://lectura.kioskoymas.com/article/281638195986488
Resulta más difícil controlar a los gobiernos en asuntos internacionales que en asuntos nacionales. En los asuntos nacionales, la ciudadanía está mejor informada y los hechos no son especialmente difíciles de entender. Cualquiera puede estar al tanto de cómo marcha la economía, la vivienda o el transporte.
Los conflictos internacionales son más complejos; los gobiernos saben más que los ciudadanos. De ahí que tengan más oportunidades de arrastrar en la dirección que ellos quieran a la opinión pública. En momentos de crisis y cambio como los que estamos viviendo, con gran incertidumbre ante el futuro, la ventaja de información y análisis de los gobiernos se hace notar mucho. Nos llegan mensajes alarmantes sobre todo tipo de amenazas y riesgos, algunos procedentes de Rusia, otros de Estados Unidos. El desdén de Estados Unidos hacia la UE (y, en buena medida, también hacia la OTAN) nos sitúa a los europeos en una posición inédita. A su vez, el brusco viraje de Estados Unidos con respecto al conflicto de Ucrania ha descolocado a Europa.
No es mi intención en absoluto minusvalorar la gravedad de la situación en la que nos encontramos. Claramente, todo se ha complicado. No obstante, me gustaría atemperar algunas de las cosas que se dicen. En el lenguaje militarista que se ha apoderado de tantos dirigentes y analistas, se presenta a Vladímir Putin como una especie de nuevo Adolf Hitler y a aquellos que no siguen las consignas sobre la seguridad europea como unos “apaciguadores” tan irresponsables como lo fue Neville Chamberlain en su día. Por supuesto, quienes defienden estos planteamientos se encuentran muy cómodos pensando que encarnan el espíritu del mismísimo Winston Churchill.
En mi opinión, estos juegos retóricos tienen un recorrido más bien corto. Y a veces originan consecuencias desastrosas (recuérdese adónde nos llevó la “guerra contra el terrorismo”, los fracasos en Irak y Afganistán; también entonces se calificaba de “apaciguadores” a quienes no comulgaban con la forma de afrontar las alarmas del momento). Tratemos de plantear las cosas con algo más de perspectiva. ¿Realmente tiene Rusia un programa expansionista, similar de algún modo al de la Alemania nazi? Incluso si la respuesta a esta pregunta es positiva, ¿puede Rusia llevar a cabo ese programa?
El hecho de que Rusia haya invadido Ucrania no implica que Putin tenga la ambición de conquistar Europa. ¿Qué interés podría tener Rusia en invadir, digamos, Finlandia o Polonia? ¿Con qué propósito exactamente lo haría? Es evidente que los costes de gobernar a los finlandeses o a los polacos sería enorme. Habría una fuerte resistencia cotidiana a todos los niveles, sería difícil que esos pueblos se dejaran sojuzgar por una Rusia imperial. Ese tipo de anexiones pudieron resultar útiles en otros momentos de la historia, pero ahora no está claro qué propósito tendrían.
Una cosa es que Putin tenga ambiciones imperialistas y otra es que sea capaz de conseguir esos objetivos
Que Putin sea un nacionalista empeñado en conseguir una zona de influencia no significa que sea un expansionista sin límites. Precisamente porque es un nacionalista irredento, ha invadido Ucrania, un país de una extensión enorme que fue parte de Rusia (o la URSS) durante siglos y que tiene un valor elevado para los rusos en términos políticos y de seguridad. Pero todo esto no quiere decir que, si obtiene un acuerdo favorable en la guerra en Ucrania, quiera continuar ganando territorio hacia el Oeste. No tenemos ningún motivo para pensar algo así simplemente porque no tiene lógica (de hecho, hay estudios que muestran que cuanto más distintas son dos sociedades, menor es el riesgo de que entren en guerra porque el valor de la conquista se reduce).
Otra cosa bien distinta es que Rusia, una antigua superpotencia que conserva un arsenal nuclear enorme, quiera tener un área de influencia para garantizar su seguridad. Los países occidentales han ignorado esas pretensiones y han provocado a Rusia mediante una expansión de la OTAN que ha llegado hasta sus fronteras. Aunque la responsabilidad política y moral de la guerra recaiga sobre Putin, puede al mismo tiempo defenderse la tesis de que los países de la OTAN han actuado temerariamente, despreciando la realpolitik.
Es verdad que Rusia podría intervenir en los países bálticos, dos de los cuales, Estonia y Letonia, tienen minorías rusas significativas. Sin embargo, la presencia de estos países en la OTAN es un hecho consumado, de modo que un ataque a alguno de los bálticos activaría de inmediato la defensa de los demás miembros de la OTAN. En cualquier caso, lo que quiero subrayar ahora es que las tensiones con Ucrania y los países bálticos tienen mucho que ver con la forma en que se descompuso la URSS y la presencia de importantes minorías rusas en repúblicas exsoviéticas.
La idea de que Putin quiera seguir conquistando países europeos es todo menos verosímil si tenemos en cuenta el poder económico y militar de Rusia. El PIB ruso se estima en dos billones de dólares, frente a casi 19 billones del PIB de la UE (el PIB español es de 1,6 billones). La población rusa es de 143 millones de habitantes, frente a casi 450 en la UE.
Asimismo, es necesario recordar que Rusia fracasó en su intento inicial de vencer rápidamente al ejército ucranio e instalar un Gobierno títere en Kiev. Durante tres años ha conseguido, con muchísimo esfuerzo, conquistar cerca de un 20% del territorio de Ucrania, justamente aquel en el que hay una mayor presencia de población rusa o rusófila, pero no parece que pueda ir mucho más allá. Es una derrota dolorosa para Ucrania que la zona oriental haya caído en manos rusas, pero también indica que Rusia no ha conseguido llegar a Kiev. A la vista de estos resultados, ¿es realista pensar que va a intentar conquistar países europeos? ¿Tenemos que prepararnos para esa eventualidad?
No estoy proponiendo que nos quedemos de brazos cruzados ante la agresión de Rusia en Ucrania. Ahora bien, primero hay que admitir que el problema de Ucrania no se entiende solamente por la “locura expansionista” de Putin. La OTAN ha cometido serios errores de cálculo en su política hacia Rusia. Quizá la UE debería volver a la vieja política de la “contención”, la que diseñó George Kennan en Estados Unidos en los años cuarenta del siglo XX, basada en un reconocimiento del poder relativo de las partes y de sus prioridades en cuanto a seguridad. Kennan buscó una vía intermedia para Estados Unidos entre la política de apaciguamiento y el intento de ser la única superpotencia mundial, reconociendo la existencia de un poder rival formidable encarnado por la URSS.
La contención requiere llegar a un acuerdo para acabar con la actual guerra y establecer una política de disuasión realista que evite futuros conflictos. En lugar de armarse hasta los dientes y adoptar una retórica belicista, sería más provechoso establecer un entendimiento duradero entre las partes. Tras el colapso de la URSS, los países occidentales pensaron que ya no tenían rivales y podían imponer sus reglas en el mundo sin resistencia de ningún tipo, cambiando regímenes políticos (por la fuerza si era necesario) y redefiniendo las reglas del juego de la seguridad. Ahora estamos despertando de esa ensoñación de la peor manera posible, con Trump en la Casa Blanca. Es momento de reconciliarse con la realidad, abandonar las exageraciones retóricas y establecer una política inteligente de contención.
***
II)
Invertir más para garantizar nuestra libertad
FERNANDO GARCÍA SÁNCHEZ, fue jefe del Estado Mayor de la Defensa de 2011 a 2017.
Kofi Annan, quien fue durante una década secretario general de la ONU, dijo: “No disfrutaremos la seguridad sin desarrollo, no disfrutaremos el desarrollo sin seguridad, y no disfrutaremos ninguna sin el respeto por los derechos humanos”. La seguridad es la semilla del desarrollo, la justicia, la igualdad, el Estado de derecho, la democracia y el bienestar social. Y la defensa es el dique que resguarda la libertad para elegir nuestro futuro. Hoy, la globalización y la lucha en todos los terrenos han creado una situación de inseguridad mundial que la guerra de Ucrania ha hecho palpable en Europa, en la UE y en la OTAN. La seguridad se basa en la integración y en la sostenibilidad y se consigue gracias a la voluntad política. La clásica dicotomía “cañones o mantequilla” ha quedado trasnochada, ya que la seguridad con “cañones” se necesita para tener “mantequilla”, es decir, para gozar de libertad, justicia y democracia, y para mantener nuestro Estado de bienestar.
Para estar segura, España debe aumentar su gasto en defensa, invirtiendo más y mejor. Necesitamos unas Fuerzas Armadas excelentes y equilibradas que garanticen la pervivencia de nuestros valores, de nuestra libertad y de nuestro estilo de vida, y que sean sostenibles logística y operativamente. Así, servirán como palanca de influencia internacional tanto militar (en tareas de apoyo, colaboración, prevención, disuasión y combate) como política, diplomática e industrial. Deben “ser”, no “parecer”, lo que implica mejorar sus capacidades humanas y materiales, y racionalizar su organización y sus estructuras.
Aumentar la inversión en defensa, además de alcanzar un determinado porcentaje del PIB, supone asegurar una España democrática con libertad, justicia y el bienestar social que promueve la Constitución. Una política de defensa responsable y transparente incrementa la cohesión social, y, como cuestión de Estado, facilita la evolución de una política nacional de confrontación hacia otra de colaboración.
La inversión en defensa eleva el empleo, mejora el PIB y produce impactos positivos en I+D+i, lo que contribuye a perfeccionar nuestra autonomía estratégica y nuestra posición internacional.
Pero, ¿cómo aumentar nuestro gasto en defensa? La forma en que no hay que hacerlo es gastar sólo por cumplir un compromiso internacional, vergonzosa y peligrosamente eludido. Gastar sin una programación que ajuste y sincronice las necesidades de personal, de material y de financiación es malgastar, no invertir.
El cuello de botella de este proceso de renovación de las Fuerzas Armadas se halla en las programaciones, que deben ser transparentes para que cuenten con el respaldo de los ciudadanos. A partir de la Estrategia de Seguridad Nacional, necesitamos una ley de programación y financiación que sirva a medio y largo plazo. De forma prioritaria, hay que invertir en personal para elevar la moral de las dotaciones. Urge igualmente una modificación de la Ley de la Carrera Militar, cuya entrada en vigor se remonta a 2008, para incorporar de forma masiva a reservistas y flexibilizar el perfil del combatiente del siglo XXI.
La nueva naturaleza de la guerra, que ha quedado en evidencia en Ucrania, obliga a revisar y corregir los programas de armamento que se encuentran en marcha. Se necesitan ya unos Presupuestos que asignen el 2% del PIB a defensa, aprovechando las normas fiscales de la UE, y, con su apoyo, llegar hasta el 3,5%.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, presentó el día 4 el plan de rearme de la Unión, que detalla algunas de las capacidades estimadas prioritarias: defensa aérea y antimisiles; sistemas de artillería, misiles y munición; sistemas de drones y antidrones; protección de infraestructuras críticas; movilidad; ciberseguridad; inteligencia artificial, y guerra electrónica. Deberíamos ajustar tales capacidades a nuestras prioridades estratégicas, sin perder de vista las ventajas de las tecnologías duales y la necesidad de integración y sostenibilidad operativa.
La inseguridad global refuerza la importancia de la defensa como un elemento nacional de carácter existencial, pero igualmente demuestra solidaridad, el cumplimiento de nuestros compromisos y la unidad de acción con nuestros aliados.
***
III)
La seguridad es tener techo, no tanques
JULIO RODRÍGUEZ, es secretario de Paz y Seguridad de Podemos. Fue jefe del Estado Mayor de la Defensa de 2008 a 2011.
Todas las guerras son terribles. Ninguna comienza con el primer disparo, pues los conflictos bélicos no acostumbran a crear fenómenos de la nada, sino a poner de manifiesto asuntos latentes, y ninguna termina cuando se silencian las armas: las posguerras son a menudo igual de violentas y se necesitan años, si no décadas, para superar sus huellas. Por encima de todo, las guerras son una prueba del fracaso de la política.
La Unión Europea se construyó como un espacio de paz precisamente frente a la experiencia traumática de la guerra, y en los años ochenta aparecieron conceptos como “seguridad compartida”, “defensas no provocativas” o “incapacidad mutua para no atacar”, en lo que constituyó un relevante esfuerzo colectivo para superar los dilemas de la Guerra Fría. El informe de Olof Palme, en 1982, tuvo una enorme repercusión y giraba sobre el principio “mi seguridad es tu seguridad y tu seguridad es mi seguridad”.
Más de 40 años después, en cambio, asistimos a un retroceso acelerado con respecto a esos planteamientos: los países occidentales han renunciado a la diplomacia y a la búsqueda de la paz, dejando de lado la posibilidad de responder a los conflictos mediante la erradicación de sus causas y el sistema de garantías del derecho internacional. La OTAN, más dependiente de EE UU que nunca, se refuerza, mientras la OSCE se debilita, Alemania dispara su presupuesto militar y se abre a participar en el paraguas nuclear, y Donald Tusk aboga por que Polonia albergue armas nucleares.
Por mucho rearme que se pueda plantear, en el mundo existe hoy una compleja competición en torno a sectores específicos, y ningún país podrá dominar todas las esferas. El control de los datos, por ejemplo, ya resulta más eficaz que el control de las bayonetas, y la gran rivalidad entre EE UU y China, y el futuro de las hegemonías, se decidirá en las vías no militares. Por eso sorprende y debería preocuparnos que estos días se hable con frivolidad y ligereza de la posibilidad de implicarse en un conflicto armado, o que se abogue por un proceso de militarización inspirado por viejas doctrinas que prometen seguridad, pero que engendran justo lo contrario. La historia demuestra que el “rearme” es el camino que nos llevará al desastre, y que ese término es un eufemismo que anticipa y justificará más guerras, y, con ello, enormes sacrificios sociales.
Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en 2023 se gastaron en armas 2,4 billones de dólares, una cantidad que sería suficiente para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, erradicando el hambre y garantizando servicios de salud, educación, vivienda y energía eléctrica a todos los habitantes del mundo en desarrollo. En Europa, el año pasado, el gasto militar de los Veintisiete alcanzó los 326.000 millones de euros, casi cuatro veces el de Rusia. En España, existe una enorme disparidad entre el gasto oficial y el real: el presupuesto del Ministerio de Defensa ascendió a 12.800 millones en 2023; la Intervención General del Estado contabilizó 15.250 millones al cierre del ejercicio; el SIPRI estima —al incluir las partidas presupuestarias de otros ministerios y organismos— que fue de 27.600 millones y, si se suma la deuda imputable al gasto militar, ascendería a 48.800 millones, pues existen compromisos de gasto hasta 2037 en programas de armamento.
Cualquier perspectiva de una paz duradera en estos días debe ir asociada a un nuevo concepto de seguridad, entendido en su sentido más amplio. Entre otras cuestiones, debe implicar dar pasos adelante en seguridad humana, seguridad habitacional, seguridad económica o seguridad ecológica, y tiene que ser sometido al debate público. Emprender una escalada militar en aras de una supuesta mayor seguridad tendría como resultado multiplicar los beneficios de la industria militar, en manos de unos pocos, y empobrecer al conjunto de la ciudadanía española, que siempre ha apostado y se ha movilizado por la paz. Hurtarle esa discusión para que decidan un puñado de aguerridos expertos sólo servirá para imponer un incremento aleatorio del gasto en armamento.
*Los tres artículos se publicaron en El País
Comentarios
Publicar un comentario