Sobre "el amor". Dos artículos de interés

El amor como presencia o ausencia está en nuestras vidas. Comparto con vosotros dos artículos publicados en ethic.es donde se aborda este tema. Pueden servir de inicio de un debate-coloquio. El primero trata de la filosofía y el amor y el segundo sobre la duración de este sentimiento. JHP





LA FILOSOFÍA DEL AMOR


La búsqueda de lo sublime, el motor del sentido, el reflejo de los deseos, noble virtud… Desde la Grecia Antigua, el amor ha sido motivo de cavilación de los filósofos.



Esther Peñas

Publicado en ethic.es

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La filosofía del amor


El amor, esa gran cuestión, capaz de hacer cabriolas con el ánimo, elevarlo hasta los rutilantes astros, abrumarlo en una honda desesperación. Aquello que promete nuestra felicidad, responsable último del sentido del vivir. «No hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso […] esto es amor, quien lo probó lo sabe». Estos versos de Lope de Vega resumen ese crisol aglutinante de emociones llamado amor.


Desde sus inagotables ángulos, el amor ha sido objeto de análisis del pensamiento del hombre. Elemento libertador, afección impertinente, estado psicológico, noble virtud, bujía del deseo, vaso comunicante con lo sagrado, grandeza de lo común… El amor ha cortejado a los filósofos de todos los tiempos y latitudes, en especial por su capacidad de traspasar la esfera individual, ser algo intrínseco a la naturaleza humana e inspirar a quien lo goza a ser mejor persona.


La concepción de Occidente del amor se despliega en El banquete, uno de los diálogos de Platón (que, junto con Fedro, compone la idea del amor platónico y data del siglo IV a. C). Tras una disertación en la que cinco de los comensales aseguran que el amor es un daemon (entidad divina que actuaba como mediadora entre dioses y humanos), desgranan el mito del andrógeno o hermafrodita, ese ser legendario que aunaba ambos sexos y que, al ser partido en dos por Zeus, busca incansable su otra mitad.


Para Simone Weil, el amor «es el único principio de justicia del alma humana»


Cuando le toca el turno de palabra a Sócrates, este cita la autoridad y sabiduría de la sacerdotisa de Eros Diotima. Según esta figura mítica (objeto de innumerables poemas, ensayos, análisis, recreaciones), el amor es como una escalera que conduce al alma hacia lo divino, a la plenitud de la realidad última: la belleza eterna. Solo el amante está colmado de lo celestial y puro. «El amor es el deseo de lo bueno y lo bello para siempre». Palabra de Diotima. Si el amor del cuerpo procura la inmortalidad de la especie, también propicia la inmortalidad del alma. El amor, según Platón, nos saca del terreno individual y particular para aspirar al universal y absoluto.


Para Aristóteles (siglo IV a. C.), su discípulo, «amar es alegrarse» y «querer para alguien lo que se piensa que es bueno». La columna dorsal del pensamiento aristotélico es la voluntad y el amor en tanto que amistad. Dos de los siete libros que le dedicó a la felicidad se centran en ella, que pareciera ser el modo más puro de amor (algo que retomará, siglos después, Montaigne en sus Ensayos).


El amor como burla o raíz


Mucho más pícaro y cuco es Ovidio (siglo I a. C.), quien en su Arte de amar nos presenta una metodología del cortejo. Para el poeta romano, el amor es un juego peligrosísimo con sus propias reglas, tretas y trampas. Dividido en tres libros, el primero presenta dónde encontrar a la mujer perfecta y cómo propiciar los encuentros para el requiebro. Se recomiendan ardides, engaños, embustes. En el segundo, se explica cómo mantener el interés de la amada, ejercitando patrañas, argucias y lisonjas. Todo vale, juramentos que se rompen, promesas inconsistentes, súplicas falsas. La figura de «donjuán» es quizá el más notable de sus discípulos. La leyenda asegura que Ovidio sufrió el exilio por esta obra, ya que el adulterio estaba penado por la ley romana, pero parece que ese destierro tuvo más que ver con intrigas políticas que de alcoba.


«El amor es un indicio de nuestra miseria. No podemos sino amar algo distinto a nosotros», escribió Simone Weil (1909-1943). Pero es una miseria luminosa, que nos obliga a salir de nosotros mismos y unirnos al otro, despertándonos de una vida indiferente, liberándonos de una soledad estéril y destructiva. En La gravedad y la gracia, Weil asegura que el amor requiere «echar raíces» en el otro, y para ello es básica la atención, la escucha, la ternura. El amor, asegura, nos transforma a través de la belleza, y nos muestra el camino para abandonar la violencia y el dominio y entregarnos a la justicia, la bondad y la verdad. «El amor es la única facultad del alma de la que es imposible que salga brutalidad alguna. Es el único principio de justicia del alma humana. La analogía nos lleva a pensar que se trata también del principio de la justicia divina».


El amor, principio activo


Entre los filósofos españoles, acaso el que de manera más profusa y atinada vareó los asuntos del amor fue Ortega y Gasset (1883-1955) en el ensayo Estudios sobre el amor, publicado en 1940. Este hombre ilustrado habla de pecado cordis para referirse a la mácula de quien no ama, y explica que «más que un querer entregarse», el amor «se entrega sin querer». Ortega contempla con recelo el enamoramiento, que se «apodera brutalmente de la persona sin la intervención de las porciones más delicadas de su alma». El enamoramiento tiene que ver, a su juicio, con el deseo, y el deseo nos hace pasivos («lo que deseo al desear es que el objeto venga a mí») y apuesta por la voluntad que unge el amor: «En el amor todo es actividad […] soy yo quien va hacia lo amado y estoy en él». Estar en él, «un estar vitalmente con el otro», fiel a su destino, sea el que sea. «Amar es estar empeñado en que exista el objeto/sujeto amado; no admitir, en lo que depende de uno, la posibilidad de un universo donde esté ausente». Bellísimo este derecho metafísico que Ortega concede al amor.


Aunque, un último matiz de Ortega, el relativo al fracaso amoroso: «La equivocación, en la mayor parte de los casos, no existe: la persona es lo que pareció ser, desde luego, solo que después se sufren las consecuencias de ese modo de ser, y a esto es a lo que llamamos ‘nuestra equivocación’. Es decir, no nos equivocamos de persona. Es lo que ya parecía ser. Lo que nos faltó fue prudencia, saber prever lo que pasaría con ese modo de ser en el futuro».


Ortega y Gasset: «Más que un querer entregarse», el amor «se entrega sin querer»


Algo similar propone el psicoanalista y escritor Carl G. Jung: cada cual proyecta sobre la persona amada sus deseos inconscientes, un arquetipo concreto, anima para los hombres y animus para las mujeres. Esto es lo que ofrece la cualidad de perfección del otro a nuestros ojos. Pero cuando ese encantamiento se va resquebrajando, el otro se nos muestra tal y como es. Solo entonces sabremos si el amor sigue fiel a lo real, o se desilusiona. Esta idea ya está en Del amor, un ensayo en el que Stendhal habla de la «cristalización». Uno ama aquello que proyecta sobre el otro, pero que en realidad el otro no tiene, ni es. Aquel a quien amamos carece de las cualidades que perseguimos, y el que ama tiene que imaginarlas. Puro idealismo, diría Ortega.


En El arte de amar, Erich Fromm (1900- 1980) sitúa esta emoción como el territorio en el que nuestra personalidad puede alcanzar la plenitud. Tres son sus cualidades: humildad, disciplina y coraje, y se fundamenta en la libertad para escoger al ser amado, de manera que el sujeto adquiera más relevancia que la facultad. Para Fromm, vivimos en una sociedad en la que la potestad de amar se ha envilecido. El amor corre el riesgo de convertirse en artículo de compraventa, pues el sistema ha tratado de mercantilizar los afectos.


Para que exista el amor, en el pensar de Fromm, han de darse cuatro elementos: el cuidado, que consiste en que el amante se preocupa por la vida, el bienestar y el crecimiento personal del ser amado; la responsabilidad, que reside en atender las necesidades del sujeto amado; el respeto, no como temor ni sumisión sino como manera de evitar la posesión y el control; y, por último, el conocimiento, contemplar al ser amado en sus propios términos, no en los nuestros. El amor, para Fromm, es la respuesta al problema de la existencia humana: «Si amo realmente a una persona, amo a todas las personas, amo al mundo, amo la vida […]. Amo a todos en ti, a través de ti al mundo, en ti me amo a mí mismo».


«Una apuesta sin garantías»


Incidiendo en las amenazas a las que el amor se ve expuesto en nuestros días aparece Zygmunt Bauman (1925-2017) con la visión de que aquellos aspectos de la vida que no estén comercializados ponen en peligro el sistema. Por ello, el capitalismo ha creado individuos líquidos, sin vínculos, que carecen de tiempo y ganas para construir relaciones a largo plazo (el amor) y prefieren los encuentros rápidos, inocuos, de bajo consumo emocional (el sexo). El amor, explica Bauman en Amor líquido, es lo más parecido a la muerte, solo se puede entrar en él una vez, porque es único e irrepetible, renace en cada aparición y no se puede aprender. Por eso, el capitalismo prima la versión más mundana del deseo, y lo hace huir del amor, presentando a las personas como objetos de catálogo y haciendo del sexo la única respuesta a la soledad, como fin en sí mismo y no como parte de un propósito más grandioso. El sexo es rápido, asequible, exime del dolor y del compromiso. Pero el mero sexo, advierte Bauman, no nos hace felices.


La mirada aristotélica plantea la amistad como el modo más puro del amor


Más luminoso y posibilista se muestra Alain Badiou (1937), aquilatando su teoría del «encuentro» en su Elogio del amor. El amor se inicia siempre con un encuentro, una especie de acontecimiento, un punto de no retorno. Este activa el deseo, no en sentido sexual, sino en tanto que añoranza de algo indefinible. Cuando irrumpe el amor, quiebra o altera radicalmente las circunstancias vitales de quien lo experimenta. Marca un antes y un después. Lo que era, ya no es más. Y exige «una apuesta sin garantías»: «El placer y el sufrimiento no son relevantes, lo definitivo es construir una nueva realidad».


El encuentro (lo que los cursis llamarían «flechazo») requiere la voluntad de dos personas para tejer entre ambas una vida, «no desde el punto de vista del Uno, sino desde el punto de vista del Dos». Según este filosofo, uno de los dones del amor es que es capaz de «inventar una manera diferente de duración para la vida». El amor como una nueva temporalidad, con apariencia de destino, que se traduce en «el nacimiento de un mundo».


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¿MATA EL TIEMPO AL AMOR?


El pasado año más de 90.000 personas se separaron en España, una cifra a la que se suman las rupturas no oficiales. ¿Tenemos la capacidad para mantener una pareja para toda la vida o cualquier relación está abocada a terminar en ruptura?



Esmeralda R. Vaquero

@EsmeRVaquero


¿Mata el tiempo al amor?


El inicio del amor suele parecerse a un cielo de fuegos artificiales: sensaciones placenteras, atracción explosiva, el brillo que parece desplegar la otra persona. Para mucha gente, quedarse siempre en ese estado de felicidad inicial es una aspiración, pero lo cierto es que la dopamina que nos provoca ese placer y euforia no es eterna. Y es una suerte: curiosamente, se trata del mismo neurotransmisor que se activa con los juegos de azar y con las drogas. Sabiendo esto, ¿podemos ser felices en pareja o en un matrimonio a largo plazo?


El Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece algunas cifras que nos dan pistas: en 2021 se registraron 90.582 casos de nulidad matrimonial, separación y divorcio, lo que supuso un aumento del 13,2% respecto al año anterior y una tasa de casi dos  por cada 1.000 habitantes. Aunque el número resulte elevado, es uno de los más bajos de los últimos 15 años. La duración media de los matrimonios el pasado año fue de 16,5 años, una cifra ligeramente inferior a la del año anterior. Durante los 12 meses previos, de hecho, menos de 150.000 personas contrajeron matrimonio.



Tras el paso del tiempo, la monotonía, el aburrimiento y una vida donde las mariposas del estómago se van quedando sin alas, son elementos que nos llevan a cuestionarnos si esa vida que estamos llevando es realmente la que queremos. ¿Hay algo en nuestra configuración biológica que nos impide estar con alguien para toda la vida y ser felices? La psicóloga Bárbara Zorrilla no cree que se pueda hablar en términos tan tajantes: «El «estamos hechos» es una expresión muy determinante, cuando sabemos de sobra que por mucha influencia genética que tengamos, conceptos como el deseo, el amor o la felicidad están muy influenciados por aspectos sociales y culturales», afirma. La experta considera que sí se puede ser feliz en un matrimonio de larga duración, si bien no es fácil.


Zorrilla: «Por mucha influencia genética que tengamos, conceptos como el deseo, el amor o la felicidad están muy influenciados por aspectos socioculturales»


«Dependería de características individuales de la persona, rasgos de personalidad, tipo de apego (no es lo mismo vincularse con alguien con apego seguro que evitativo, por ejemplo), modelos de referencia afectivos, principalmente familiares, experiencias de pareja previa o creencias sobre el amor romántico, entre otras», explica Zorrilla. La buena noticia es que sí podemos hacer algo para tratar de que una relación dure para siempre, aunque nunca tengamos garantías. «Las relaciones de pareja, al igual que el resto, se construyen día a día, tanto con lo que hacemos como con lo que dejamos de hacer», añade la psicóloga. Algunos aspectos que nos ayudan a mantener el vínculo son tener una comunicación fluida, ser honestas, respetar las necesidades propias y de la pareja, mantener espacios privados y compartidos, asumir que las personas evolucionamos –y las relaciones también– o ser conscientes de cómo pueden afectarnos la rutina y la monotonía, respetar los ritmos, intereses y gustos de cada persona, usar el refuerzo positivo en lugar del reproche o ser asertivas y dejar claros los límites. «Todo esto nos va a ayudar muchísimo a cuidar nuestra relación de pareja, y lo que se cuida dura mucho más», concluye la experta.


En relación a la configuración de las relaciones, en los últimos años se están visibilizando otros paradigmas que cuestionan la monogamia dominante en nuestra cultura, y es que los seres humanos formamos parte de esas pocas ramas evolutivas que en algún momento adoptaron la monogamia. No obstante, ¿somos naturalmente monógamos? La psiquiatra Judith Lipton y el psicobiólogo David Barash, autores del libro El mito de la monogamia creen que no. Para ellos, y aparentemente ignorando todos los aspectos culturales y sociales mencionados por Zorrilla, la biología humana tiende de modo natural a la poligamia. ¿Sería este, entonces, el secreto para perpetuar la felicidad en pareja? Parece que tampoco: no a todo el mundo le funciona. Lo cierto es que se trata de algo que parece depender de cada persona; es decir, de sus antecedentes en el amor y sus vivencias familiares, del manejo de las inseguridades, celos y miedos, de desear activamente sentir de otra manera y de tener la capacidad de estar bien; todo ello sumado a la comunicación y la asertividad.


Parece, por tanto, que no hay fórmulas mágicas para perpetuar el amor y el bienestar en una relación, aunque sí tendríamos algunas pistas: lograr acuerdos satisfactorios para ambas partes, respetar y valorar los sentimientos, generar confianza. En definitiva, trabajar cada día, como si de una preciada construcción se tratase, para que la estructura sea cada vez más sólida y no exista vendaval capaz de derribarla. Los temporales son inevitables, la calidad de los cimientos será lo determinante.

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