Navidades para incrédulos. F. Soriguer
Navidades para incrédulos
La democracia y las libertades políticas le han sentado regular a la fe institucional y muy bien a la religión
Federico Soriguer
Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias
https://www.diariosur.es/opinion/navidades-incredulos-20241223000100-nt.html?
Y desde esta perspectiva, en contra de los temores de algunas almas afligidas, la democracia y las libertades políticas le han sentado regular a la fe institucional y muy bien a la religión. Mientras tanto lo que ha desaparecido del escenario son aquellas teorías que, siguiendo la estela marcada por Nietzsche anunciaron la muerte de Dios y la desaparición de las religiones. Porque, ¿dónde están hoy Marx o Freud, por citar a dos de los firmantes más conocidos del certificado de defunción de Dios?. De hecho, la fe y, sobre todo, la religiosidad resurge de mil maneras allí donde hay libertad para que ocurra. Por el contrario, se fosiliza o se hace criminal, allí donde reina la tiranía y el fundamentalismo. Como dice el historiador Álvarez Junco, a lo largo de la historia la religión ha proporcionado a los pueblos una identidad (colectiva) semejante al linaje y que solo más tarde sería sustituida (solo en parte) por la idea de nación.
Una vez construida la identidad, la religión es más importante que la Fe, como demuestra el hecho de que en España el porcentaje de quienes se consideran católicos sea superior al de aquellos que declaran creer en Dios y, desde luego, estos son muchos menos de los que participan jubilosamente en las actividades religiosas de la Semana Santa o de la Navidad. Una religiosidad que surge de la necesidad de poner un cierto orden finito en el desorden casi infinito del Mundo. Un desorden que es el último refugio de una libertad, la libertad humana, siempre acorralada por los deterministas de uno u otro signo. Una religiosidad que ahora aquí, a falta de un término más preciso, llamamos laica, de la que la Navidad es un buen ejemplo por su sincretismo.
En ella se han fundido la tradición nórdica de Santa Claus, con la cristiano-católica y, sobre todo con la nueva religión del mercado. Una tradición que no es más que historia de un largo viaje de un personaje basado en la figura del obispo cristiano de origen griego Nicolas de Bari, que vivió en el siglo IV en Anatolia (en la actual Turquía), hasta terminar «naciendo» en el Polo Norte. Aunque el verdadero renacimiento y popularidad de Santa Claus surge en pleno siglo XX, concretamente en el año 1931, tras una masiva campaña de Coca-Cola donde rediseña su actual imagen y los colores de su ropa, sospechosamente parecidos a las latas de la famosa bebida. En todo caso unas fiestas universales. Quizás la más universal de todas las fiestas en la que los hombres y mujeres sin demasiada conciencia de ello, renuevan su confianza en la humanidad, en la fraternidad, y en la fe en un mundo mejor.
Una religiosidad laica que parasita sus ritos y que no es enemiga de la religiosidad (teista), sino su heredera, y que, simplemente, impide que una sola religiosidad (la teista) acapare todo el escenario. En este sentido, dice Dephine Horviller, la religiosidad laica es transcendente pues presupone que siempre hay un territorio más amplio que las propias creencias, capaz de acoger las del otro. Porque la religiosidad laica es incompatible con cualquier forma de totalitarismo y el mejor criterio de la calidad de una sociedad abierta. Que es también el sueño de millones de personas en el mundo.
Un mundo donde sea posible la paz (al menos la ausencia de guerras en las que los niños mueren) y la justicia (o al menos que impere el habeas corpus y la presunción de inocencia) y en el que desaparezcan las desigualdades evitables. Un mundo posible en donde nos reconozcamos como miembros de una misma especie, la humana, unidos por un destino sagrado que no está vinculado a nuestra supervivencia personal, pues la muerte, desde esta perspectiva, es la mayor muestra de generosidad con nuestros hijos y nuestros descendientes, para los que tenemos la obligación moral (¡sagrada ¡) de legar un mundo habitable y mejor. ¿Y no son estos los deseos que nos unen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes o no, cristianos o no, en estas fechas donde conmemoramos con la tradición cristiano-católica, el nacimiento de un niño que traería a todos unos mensajes de redención? Feliz Navidad.
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