¿Votar es cosa de viejos?. Lectura recomendada
Recientemente se publicó este artículo en la Revista Jot Down sobre el tema del voto y sectores de la juventud. Creo que su lectura puede ser de utilidad para conocer esos posicionamientos y participar en el debate de este tema tan importante. A continuación el enlace y la transcripción del artículo.
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Publicado por Pablo Simón
en Jot Down marzo de 2019
Fotografía: Xavier
Bonilla / Cordon Press.
Una de las hipótesis más interesantes sobre por qué fallaron las encuestas
en las elecciones del 26 de junio de 2016 tiene que ver con la brecha
generacional en el voto. Como se ha dicho ya hasta el aburrimiento, en España
la distribución del electorado se parece cada vez más a una escalera de color;
los menores de treinta y cinco son morados, los de treinta y cinco a cincuenta
son naranjas, los de cincuenta a sesenta y cinco son más rojos, y los mayores
de sesenta y cinco inequívocamente azules. Sin embargo, la propensión a votar
de cada uno de los segmentos de edad no es la misma. Si los jóvenes tenían
mayor tasa de no respuesta en las encuestas, es posible que los votos que se
imputaban a algún partido estuvieran inflados simplemente porque el día de la
elección no fueron a votar. Porque los jóvenes, de media, se abstienen mucho
más que sus mayores.
Este hecho ha sido contrastado en una gran cantidad de países como algo
normal; se ha dado por descontado que los jóvenes prefieren hacer cualquier
otra cosa que acercarse a las urnas el día de una elección. La razón principal
para ello es el conocido como efecto ciclo vital. Cuando uno es
joven suele tener menos ataduras, un puesto de trabajo menos estable (o ser
estudiante), menos ingresos, suele vivir con sus padres o no tener vida en
pareja. Todo esto hace que esté menos conectado, hasta cierto punto, con la
sociedad que le rodea. Sin embargo, a medida que el joven se va volviendo
adulto y debe pagar impuestos, vivir solo o con alguien, tener un círculo de relaciones
estable, asentarse en una comunidad… se va volviendo más consciente de la
importancia que tiene la política en su vida. Por lo tanto, a medida que va
creciendo, se vuelve un ciudadano más concienciado y más proclive a votar.
Este hecho estaría detrás de muchos de los sesgos que vemos en nuestra
política diaria. La razón por la que los jóvenes son una prioridad poco
preferente para cualquier Gobierno conecta con que son el colectivo más
abstencionista y, por lo tanto, menos interesante como caladero de votos para
cualquier partido. Por lo tanto, las políticas públicas de juventud suelen ser
menos importantes; un Gobierno empieza sus recortes siempre por becas y deja
pensiones para el final. De hecho, en esa línea, diferentes economistas y
sociólogos han demostrado que todos los Estados del bienestar en Europa tienen
una inversión en términos relativos muy superior en las generaciones de mayor
edad que en las de jóvenes. Aunque no sea el único factor, el que las personas
jubiladas sean una bolsa de votos fundamental tiene algo que ver.
En todo caso, este ciclo vital que señala que los jóvenes
no participan por razones casi vegetativas ha sido puesto en cuestión
recientemente. Si se trata de una explicación tan estructural, sería de esperar
que se hubiera producido siempre, pero cada vez hay más evidencia que señala que
la abstención de la gente joven es un fenómeno relativamente nuevo. Es decir,
que los jóvenes de hoy en día se abstienen más, pero los jóvenes de los años
sesenta sí que iban a votar. Ahora bien, este patrón se da en prácticamente
todas las democracias occidentales, lo que señala que debe haber algún tipo de
motor común más allá de factores específicos de cada país. No podemos decir que
haya sido algún evento nacional (pongamos, «el desencanto» tras la Transición
en España) el que haya desilusionado a los jóvenes a participar si al final
vemos que esta desmovilización se da en todas partes.
La explicación está en los factores concretos con los que las generaciones
actuales de jóvenes socializan y ahí es donde el consumo de medios de
comunicación es clave. Un consenso relativamente establecido es que el consumo
de periódicos es el principal mecanismo de aprendizaje político. No solo por
tratar más política, sino también por hacerlo de manera más exhaustiva. Sin
embargo, los jóvenes no leen el periódico ni de lejos como lo hacían sus padres
con su edad. Este papel ha venido a ser suplantado por la televisión, un medio
que profundiza en política muchísimo menos. Pero además, al mismo tiempo, las
noticias de televisión han tendido a volcarse más en el público mayor. Cuando
solo había unas pocas grandes cadenas era inevitable que todas las generaciones
en el salón vieran juntas la tele. Las noticias eran compartidas. Sin embargo,
habiendo cientos de cadenas de todo tipo es fácil segmentar, es fácil que un
joven pueda ver la tele sin siquiera rozar un canal con una noticia política.
Esta diferente pauta de socialización a través de los medios de
comunicación ha tenido un impacto dramático sobre las generaciones jóvenes
actuales en términos de conocimiento político. Aunque pueda sonar exagerado,
hay autores que afirman que hoy día tenemos a los jóvenes más desinformados
políticamente de la historia. Dada su capacidad para seleccionar su propia
exposición mediática, la política habría pasado a un plano insignificante en
comparación con otras formas de ocio. La ganancia en poder de elección habría
hecho perder focos de exposición política que había con otra estructura de
medios de comunicación. Este sería por lo tanto el factor que estaría generando
una importante brecha de participación electoral en todo el mundo. Es más, dado
que votar es un hábito que se genera de manera temprana en la vida, muchos de
estos votantes se habrían perdido para siempre, se habrían convertido en
abstencionistas crónicos.
Ello, de nuevo, retroalimenta el problema de la traslación de preferencias
en política. Si jóvenes y mayores tuvieran las mismas orientaciones hacia
izquierda y derecha, las mismas prioridades de gasto público o de inversión,
este sesgo sería irrelevante. Pero como podéis imaginaros, este no es el caso.
Quizá el ejemplo más cercano podamos tenerlo en el caso del brexit;
los jóvenes eran de lejos los más partidarios de continuar dentro de la Unión
Europea, y así se señalaba en todas las encuestas. Sin embargo, este hecho fue
irrelevante; el día del referéndum los jóvenes no fueron a votar.
El resumen, por tanto, es que la abstención crónica de los jóvenes no se
daría tanto por una razón biológica como por una razón generacional. Sin
embargo, hay aproximaciones más optimistas a este hecho. Ha habido algunos
sociólogos y politólogos que han hablado del efecto sustitución.
Esta idea es relativamente sencilla: que los jóvenes de hoy en día estén
votando menos no es un problema, porque están participando en política de otra
manera. Es decir, que, aunque se abstengan más, lo que hacen es participar en
más manifestaciones, asambleas, organizaciones, boicots a productos… Y por lo
tanto influyen en política de otra manera. Hacen política por otros medios que
van más allá de meter un papel en la urna.
Por desgracia, la información más reciente que tenemos parece ir en contra
de esta idea. Los que más participan por medios alternativos son, justamente,
los que también lo hacen votando. Es decir, que la participación política de
los jóvenes implicados se ha vuelto más plural, lo hacen por tierra, mar y
aire. Por el contrario, lo que sigue existiendo es una masa apática de jóvenes
que no se acerca a la política en ninguna de sus formas y que es muy superior a
la del pasado. De hecho, esta participación no convencional hasta genera sesgos
en las demandas de los jóvenes pues, al fin y al cabo, los que emergen son solo
la parte visible y privilegiada de ellos. Los que tienen tiempo y dinero para
permitirse estar en una asamblea.
La situación, por lo tanto, no invita demasiado al optimismo. El voto sigue
siendo uno de los instrumentos más poderosos e igualitarios que tenemos en
democracia, por más que no sea el único. Sin embargo, parece que hay toda una
generación que nos vemos abocados a dejar que sean nuestros mayores los que
elijan por nosotros. Y lo digo sin caer en la falacia de que los jóvenes tienen
más razón o que se es mejor que nadie por tener tal o cual edad. Todas las
generaciones tienen el derecho de ser escuchadas. Lo que me preocupa es que
haya una que ha renunciado a hablar porque piense que votar es cosa de viejos.
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