PSICOLOGÍA: La vergüenza
En esta nueva entrada sobre aspectos de la psicología contamos con la colaboración de Alejandro Elías, Psicólogo Clínico con orientación psicoanalítica que nos aborda el interesante tema de la vergüenza.
No nos podemos
engañar. Es verdad que siempre existieron los sinvergüenzas, nuestra historia
está saturada de ellos. Pero en la posmodernidad o hipermodernidad, como
algunos pensadores teorizan a nuestra época, se trata de otra cosa.
Es por eso que
la vergüenza debe ser redimida, por que ella humaniza, por que necesita de la
existencia de otro humano para poder emerger. “La vergüenza es la experiencia
del vínculo social” afirma el sociólogo Vincent de Gaulejac.
Pero no nos
vayamos tan lejos. Actualmente somos testigos de cómo la presidenta de una
comunidad autónoma se ve envuelta en un alboroto al ser descubierta que mentía
sobre la posesión de un Master. No sólo negó su indecencia sino que de manera
insolente y sin temblarle el pulso presentó pruebas falsas, siguiendo la lógica
sinvergüenza que si se sostiene la mentira y se la repite, finalmente se
instaura como verdad.
Alejandro Elías (Psicólogo). Abril 2018
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NOTAS SOBRE LA VERGÜENZA
“No hay más vergüenza“
sostiene con firmeza Jacques Lacan al finalizar su seminario dedicado, como ya
lo había hecho Freud, al malestar en la civilización. Transcurrieron 50 años de
aquella frase que sentenciaba la agonía de esa turbación tan humana llamada
vergüenza y nuestra vida contemporánea da muestras, a veces de manera pavorosa,
de la necesidad de recuperar y proteger este afecto en vías de extinción.

En la Antigua
Grecia se empleaba el término “aidos” para referirse a la vergüenza.
Aristóteles en su Ética Nicomáquea, datada en el siglo lV A.C, la nombra como
una reacción pasional objetiva que surge ante los actos deshonestos consumados.
Para Heidegger “aidos” es la palabra principal en la cultura de los antiguos
helenos, la cual tiene el valor de orientar al hombre en su proceder. Cabe
subrayar además que la expresión “aidos” era utilizada para designar la vergüenza
como así también hace alusión a la preservación del honor.
En definitiva,
lo que los griegos nos enseñan es que la falta de vergüenza contemporánea
marcha paralelamente al desvanecimiento del honor.
En nuestros
días ser un sin-vergüenza se impone, siendo el subproducto de ese empuje
irrefrenable que reza: “Avergonzarnos sólo de sentir vergüenza“.
Es entonces
cuando surge el primer interrogante. ¿Cuál es el origen de este déficit que
facilita que nuestros ideales dejen de
entrar en conflicto con lo pulsional del sujeto posmoderno?
Los valores que
durante miles de años guiaron a Occidente, los meta-relatos que regulaban la
existencia de los individuos caducaron. La obsolescencia, ese invento inaudito
del capitalismo, los relega al desuso.
En este nuevo
mundo ya nada está en su lugar. Una vez desmantelada la estructura, la
desorientación domina. Los puntos de referencia que aseguraban lugares de
pertenencia se extraviaron y el hombre actual adopta las características del
mercado, convirtiéndose en una mercancía más. Es así como llegamos a nuestra
bancarrota subjetiva, productora en serie de individuos llanos, expuestos y
transparentes.
Esto ya nos
puede dar alguna pista, ya que en nuestra lengua la vergüenza viene a designar lo que se debe esconder.
El Génesis nos
cuenta uno de los primeros sentimientos que experimentaron Adán y Eva. Después
de comer del fruto prohibido, sintieron vergüenza y fue a partir de ahí que
ocultaron ciertas partes de sus cuerpos.
Sin embargo hoy
asistimos a una sociedad sin velos, que
degrada el ser en el tener y el tener en dejarse ver. La Sociedad del
Espectáculo la nombraba Guy Debord en 1967. El show está servido y su exigencia
inexcusable es mirar y exhibirse. Además de desvergonzado, provocativo,
indiscreto y exhibicionista el sujeto hipermoderno debe ser charlatán, inocente
y transparente. Cautivado por sus múltiples pantallas se convierte en un
espectador solitario. Una vez alienado y aislado, el lazo con el otro se
altera, el vínculo se digitaliza.
El filósofo
surcoreano Byung-Chul Han afirma que
estamos envueltos en la sociedad de la hipercomunicación, de la
hiperinformación y la hipervisibilidad. En resumen: La sociedad de la transparencia,
la era Post-Privacy.
Este exceso
de transparencias conlleva ese aplanamiento subjetivo tan característico de
nuestra época, el cual acarrea la negación de la existencia de una mundo
interior: todo se puede decir, todo se puede mostrar, quedando así la vergüenza
en un “fuera de juego”.
Entonces por
qué sería tan importante rescatarla de su derrotero hacia la extinción? Por que
ella se revela como una dimensión constituyente del ser humano. Giorgio Agamben
en “Lo que queda de Auschwitz” asegura “La vergüenza es verdaderamente algo
como la estructura oculta de toda subjetividad y de toda conciencia”.
En “Las
Pasiones del Alma” René Descartes equipara la vergüenza a la gloria, ya que
ambas estimulan la virtud, homologado así al sinvergüenza con la posición cínica.
Él cínico de la Sociedad de la Soledad Globalizada, en contra posición con los
antiguos, ya no se retira del mundo en busca de placer. Toma el camino inverso
y se queda anclado al mundo para someterse a la sobreexigencia de satisfacción
que lo deja siempre insatisfecho.
En la cultura
de lo Fast no hay tiempo alguno para avergonzarse. El “Yo” del sujeto
contemporáneo es el “Yo” del “Narcinismo”, término muy bien acuñado por Colette
Soler: narcisismo sin vergüenza
sustentado en el cinismo.
“Unsicberbeit”
es la palabra alemana tomada por Zygmunt Bauman para designar el sentimiento
dominante. Este vocablo hace referencia a la incertidumbre, la inseguridad y
vulnerabilidad en la que estamos
hundidos y es lo que facilitaría que se esfume velozmente la confianza en uno
mismo y en los otros.
Él cínico contemporáneo se muestra cauto,
escarmentado, desconfiado y persuadido sobre la maldad de los otros.

No debemos
olvidar el papel central que juega la vergüenza en el orden social, formando
parte de esos diques morales de los que
hablaba Sigmund Freud, los que permiten el establecimiento de normas para
convivir.
Pero hoy
escasamente se convive. Encerrado en si mismo ante la inminente malignidad del
otro y en una eterna luna de miel con sus pantallas, el prójimo queda ubicado
muy lejos. Haciéndose cada vez mas imperceptible.
Autísticos,
automáticos, desenfrenados y desenfadadamente deshumanizados.
“Vergüenza” es
el título de la película de Steve McQueen (2011), el cual con su particular
forma de narrar nos muestra la descarada vida de unos personajes solitarios,
desamparados ante sus impulsos, en donde no hay lugar para el amor, solo para
la búsqueda de una satisfacción ilimitada.
Es conmovedor
ver como el séptimo arte puede tomar
este síntoma postmoderno y elevarlo a la
dignidad de una obra maestra. Pero nuestra realidad es más cruda… Instalados en
la era de la Pos verdad, la desvergüenza se expande enquistándose ferozmente en
todas nuestras instituciones: solo hay que prestar atención a los primeros
mandatarios que representan nuestro tiempo. Época insolente inaugurada con la berlusconización obscena del mundo de
la política que llega a nuestros días imponiendo, junto a la complicidad de
Facebook, otro deleznable en la Casa Blanca, pero esta vez de una desfachatez
inusitada.

A pesar de ello
lo más lamentable y bochornoso de este asunto, y esto es lo verdaderamente
importante, es que atrapados en medio del escándalo los compañeros de partido
en su Convención Nacional, reciben a dicha mandataria no solo con aplausos,
sino que la ovacionan de pie durante más de un minuto.
Un peligroso
horizonte colmado de sinvergüenzas y canallas nos espera, a no ser que tengamos
en cuenta aquello que Marx advertía en una carta a Arnold Ruge “La vergüenza es
un sentimiento revolucionario... La vergüenza es una especie de cólera, una
cólera replegada sobre sí misma. Y si de verdad se avergonzara una nación
entera, sería como el león que se dispone a dar el salto”.
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