PSICOLOGÍA: La vergüenza

En esta nueva entrada sobre aspectos de la psicología contamos con la colaboración de Alejandro Elías, Psicólogo Clínico con orientación psicoanalítica que nos aborda el interesante tema de la vergüenza.


NOTAS SOBRE LA VERGÜENZA

“No hay más vergüenza“ sostiene con firmeza Jacques Lacan al finalizar su seminario dedicado, como ya lo había hecho Freud, al malestar en la civilización. Transcurrieron 50 años de aquella frase que sentenciaba la agonía de esa turbación tan humana llamada vergüenza y nuestra vida contemporánea da muestras, a veces de manera pavorosa, de la necesidad de recuperar y proteger este afecto en vías de extinción.
No nos podemos engañar. Es verdad que siempre existieron los sinvergüenzas, nuestra historia está saturada de ellos. Pero en la posmodernidad o hipermodernidad, como algunos pensadores teorizan a nuestra época, se trata de otra cosa.
En la Antigua Grecia se empleaba el término “aidos” para referirse a la vergüenza. Aristóteles en su Ética Nicomáquea, datada en el siglo lV A.C, la nombra como una reacción pasional objetiva que surge ante los actos deshonestos consumados. Para Heidegger “aidos” es la palabra principal en la cultura de los antiguos helenos, la cual tiene el valor de orientar al hombre en su proceder. Cabe subrayar además que la expresión “aidos” era utilizada para designar la vergüenza como así también hace alusión a la preservación del honor.
En definitiva, lo que los griegos nos enseñan es que la falta de vergüenza contemporánea marcha paralelamente al desvanecimiento del honor.
En nuestros días ser un sin-vergüenza se impone, siendo el subproducto de ese empuje irrefrenable que reza: “Avergonzarnos sólo de sentir vergüenza“.
Es entonces cuando surge el primer interrogante. ¿Cuál es el origen de este déficit que facilita que nuestros ideales dejen  de entrar en conflicto con lo pulsional del sujeto posmoderno?
Los valores que durante miles de años guiaron a Occidente, los meta-relatos que regulaban la existencia de los individuos caducaron. La obsolescencia, ese invento inaudito del capitalismo, los relega al desuso.
En este nuevo mundo ya nada está en su lugar. Una vez desmantelada la estructura, la desorientación domina. Los puntos de referencia que aseguraban lugares de pertenencia se extraviaron y el hombre actual adopta las características del mercado, convirtiéndose en una mercancía más. Es así como llegamos a nuestra bancarrota subjetiva, productora en serie de individuos llanos, expuestos y transparentes.
Esto ya nos puede dar alguna pista, ya que en nuestra lengua la vergüenza viene a designar lo que se debe esconder.
El Génesis nos cuenta uno de los primeros sentimientos que experimentaron Adán y Eva. Después de comer del fruto prohibido, sintieron vergüenza y fue a partir de ahí que ocultaron ciertas partes de sus cuerpos.
Sin embargo hoy asistimos a una sociedad sin velos, que degrada el ser en el tener y el tener en dejarse ver. La Sociedad del Espectáculo la nombraba Guy Debord en 1967. El show está servido y su exigencia inexcusable es mirar y exhibirse. Además de desvergonzado, provocativo, indiscreto y exhibicionista el sujeto hipermoderno debe ser charlatán, inocente y transparente. Cautivado por sus múltiples pantallas se convierte en un espectador solitario. Una vez alienado y aislado, el lazo con el otro se altera, el vínculo se digitaliza.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han afirma que estamos envueltos en la sociedad de la hipercomunicación, de la hiperinformación y la hipervisibilidad. En resumen: La sociedad de la transparencia, la era Post-Privacy.

Este exceso de transparencias conlleva ese aplanamiento subjetivo tan característico de nuestra época, el cual acarrea la negación de la existencia de una mundo interior: todo se puede decir, todo se puede mostrar, quedando así la vergüenza en un “fuera de juego”.
Entonces por qué sería tan importante rescatarla de su derrotero hacia la extinción? Por que ella se revela como una dimensión constituyente del ser humano. Giorgio Agamben en “Lo que queda de Auschwitz” asegura “La vergüenza es verdaderamente algo como la estructura oculta de toda subjetividad y de toda conciencia”.
En “Las Pasiones del Alma” René Descartes equipara la vergüenza a la gloria, ya que ambas estimulan la virtud, homologado así al sinvergüenza  con la posición cínica.
Él cínico de la Sociedad de la Soledad Globalizada, en contra posición con los antiguos, ya no se retira del mundo en busca de placer. Toma el camino inverso y se queda anclado al mundo para someterse a la sobreexigencia de satisfacción que lo deja siempre insatisfecho.
En la cultura de lo Fast no hay tiempo alguno para avergonzarse. El “Yo” del sujeto contemporáneo es el “Yo” del “Narcinismo”, término muy bien acuñado por Colette Soler: narcisismo sin vergüenza sustentado en el cinismo.
“Unsicberbeit” es la palabra alemana tomada por Zygmunt Bauman para designar el sentimiento dominante. Este vocablo hace referencia a la incertidumbre, la inseguridad y vulnerabilidad  en la que estamos hundidos y es lo que facilitaría que se esfume velozmente la confianza en uno mismo y en los otros.
Él cínico contemporáneo se muestra cauto, escarmentado, desconfiado y persuadido sobre la maldad de los otros.
Es por eso que la vergüenza debe ser redimida, por que ella humaniza, por que necesita de la existencia de otro humano para poder emerger. “La vergüenza es la experiencia del vínculo social” afirma el sociólogo Vincent de  Gaulejac.
No debemos olvidar el papel central que juega la vergüenza en el orden social, formando parte de esos diques  morales de los que hablaba Sigmund Freud, los que permiten el establecimiento de normas para convivir.
Pero hoy escasamente se convive. Encerrado en si mismo ante la inminente malignidad del otro y en una eterna luna de miel con sus pantallas, el prójimo queda ubicado muy lejos. Haciéndose cada vez mas imperceptible.
Autísticos, automáticos, desenfrenados y desenfadadamente deshumanizados.
“Vergüenza” es el título de la película de Steve McQueen (2011), el cual con su particular forma de narrar nos muestra la descarada vida de unos personajes solitarios, desamparados ante sus impulsos, en donde no hay lugar para el amor, solo para la búsqueda de una satisfacción ilimitada.
Es conmovedor ver como el  séptimo arte puede tomar este síntoma  postmoderno y elevarlo a la dignidad de una obra maestra. Pero nuestra realidad es más cruda… Instalados en la era de la Pos verdad, la desvergüenza se expande enquistándose ferozmente en todas nuestras instituciones: solo hay que prestar atención a los primeros mandatarios que representan nuestro tiempo. Época insolente inaugurada  con la berlusconización obscena del mundo de la política que llega a nuestros días imponiendo, junto a la complicidad de Facebook, otro deleznable en la Casa Blanca, pero esta vez de una desfachatez inusitada.
Pero no nos vayamos tan lejos. Actualmente somos testigos de cómo la presidenta de una comunidad autónoma se ve envuelta en un alboroto al ser descubierta que mentía sobre la posesión de un Master. No sólo negó su indecencia sino que de manera insolente y sin temblarle el pulso presentó pruebas falsas, siguiendo la lógica sinvergüenza que si se sostiene la mentira y se la repite, finalmente se instaura como verdad.
A pesar de ello lo más lamentable y bochornoso de este asunto, y esto es lo verdaderamente importante, es que atrapados en medio del escándalo los compañeros de partido en su Convención Nacional, reciben a dicha mandataria no solo con aplausos, sino que la ovacionan de pie durante más de un minuto.
Un peligroso horizonte colmado de sinvergüenzas y canallas nos espera, a no ser que tengamos en cuenta aquello que Marx advertía en una carta a Arnold Ruge “La vergüenza es un sentimiento revolucionario... La vergüenza es una especie de cólera, una cólera replegada sobre sí misma. Y si de verdad se avergonzara una nación entera, sería como el león que se dispone a dar el salto”.
 Alejandro Elías (Psicólogo). Abril 2018




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