PSICOLOGÍA: La envidia


Contamos hoy en esta revista con la colaboración de Dª Liliana Fernández, psicóloga de orientación psicoanalista con un currículo y experiencia en su profesión muy amplio y extenso tanto en práctica asistencial como docente.  Más abajo reseño algunos datos curriculares de la autora de esta entrada:
-Psicoanalista miembro del Movimiento Internacional de Convergencia.
-Ex Prof Adjunta de la Cátedra "Psicopatologia II" de la Facultad de Psicologia - Universidad Nacional de Tucumán- Argentina
- Supervisora Clinica de las Residencias de Psicologia Clinica e Interdisciplinaria de Tucumán-Siprosa.
-Ex presidenta y miembro fundador de Trieb, Institución Psicoanalítica de Tucumán-Argentina

Le pedí hace un tiempo que nos preparara un acercamiento a un tema que creo que está presente desde siempre en las relaciones humanas. Me refiero a la envidia.
A continuación se expone el tema.


La envidia


El afecto de la “envidia” es un tema que nos concierne, como sujetos inmersos en la cultura, porque somos afectados por ella, nos habita, nos atraviesa indefectiblemente.
En el saber popular se relaciona la envidia con la idea de mirar con malos ojos algo que está afuera de ti, en el otro. Desde este saber la envidia estaría relacionada con una mirada celosa, hostil que ha generado en nuestras culturas un pensamiento supersticioso que se sostiene en la expresión “mal de ojo”. En ella el ojo toma una función virulenta y agresiva a tal punto que se crearon amuletos, que esbozan un contra-ojo, como medida de protección. Desde allí la envidia es concebida como una mirada con apetito voraz.
Los invito a tomar cierta distancia de estas ideas que nos hace pensar que la envidia consistiría en buscar dañar al otro, o bien intentar apoderarnos de lo que ese semejante, ese otro tiene. El psicoanálisis nos dirá que lejos de esta concepción lo que se envidia no refiere a otro sujeto ni al objeto que presuntamente tiene, sino a una relación, que suponemos ideal,  entre el otro y aquello de lo cual parece gozar. No se envidia, entonces, sino esa condición idealizada de goce, la imagen de una completitud. San Agustín en un pasaje del texto “Confesiones” nos acerca una observación interesante: “Yo vi y experimenté cierta vez a un niño celoso. Todavía no hablaba y ya miraba pálido y amargado a su compañero de leche.” El acento está ubicado en el odio celoso como respuesta en el niño al quedar capturado, en esa imagen del amamantamiento de su hermano. Imagen que le hace suponer una plenitud del otro con un objeto. En su respuesta -la palidez de su rostro- aún cuando no tiene acceso a la palabra, encontramos una expresión de profunda hostilidad. Como si la luz que desprende esa imagen lo sumiese en sombra.
 Para pensar este afecto nos resulta útil, en estos tiempos de segregación, un aporte desde Aristóteles. En su texto “Retórica” señala que la envidia no puede sino presentarse sentida entre los iguales o los que se le parecen. Nos dice: “Llamo iguales a los que lo son en linaje, o en parentela, o en edad, en hábitos, en fama, en bienes de fortuna. También son envidiosos aquellos a quienes les falta poco para tenerlo todo […]” La envidia, entonces, se ubica entre pares, mis vecinos, casi en igualdad de condiciones y no respecto de aquellos en los que la gran diferencia los torna inalcanzables. Freud nombra este malestar como “el narcisismo de las pequeñas diferencias”, la misma habla de la diferencia mínima que pone al sujeto en tensión agresiva. Lo que el otro tiene se ubica como un goce que no poseo y me resulta insoportable imaginarlo, se envidia eso que falta, que falta para tenerlo Todo. La envidia se juega en las pequeñas diferencias.
El lado más siniestro de este afecto se nos presenta en los fenómenos de segregación, en los conflictos bélicos entre etnias unidas por el lenguaje o por las tradiciones. La historia de los pueblos da cuenta de esto a través de las guerras civiles, entre hermanos. Y llevado a la escena cotidiana de la ciudad, los crímenes más cruentos son los crímenes pasionales en la pareja, los que se presentan en el seno de la familia. Actos que podemos leerlos como efecto de la lucha por las pequeñas diferencias. Se trata de acciones destructivas en aras del supuesto todo, que es inexistente, ya que, como es fácil deducir, es una postulación imaginaria, no hay tal “Todo” pero eso no nos exime a los seres hablantes de darle existencia.
Solo la tolerancia a las pequeñas diferencias posibilita orientarnos a un encuentro posible, con los otros, en la vida en sociedad. Nuestra inserción en la cultura no es sin el malestar estructural que ella conlleva, uno de ellos es la envidia. La apuesta es a sostener la fraternidad en lo diferente.

                                                                                                          Liliana Fernández

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