Artículos de prensa: Por un conocimiento responsable
Días pasados en el periódico Diario Sur el Dr. Federico Soriguer
publicó un interesante artículo sobre aspectos relacionados con las personas y la
concepción de la ciencia y de la tecnología en el mundo actual.
Transcribo a continuación este artículo que seguramente nos
ayudará también a entender algunas facetas de nuestra realidad.
Por un conocimiento responsable
FEDERICO SORIGUER. MIEMBRO DE NÚMERO DE LA
ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
La ciencia ha cambiado, pero los científicos, hoy
más que nunca, no pueden vivir ya de espaldas a las consecuencias del
conocimiento que generan
El pasado día 2 de febrero en la Sociedad
Económica Amigos del País y organizado por la Sociedad Erasmiana de Málaga, el
doctor José María Porta Tovar nos contó su experiencia como cooperante en
Malawi. Conozco al Dr. Porta desde hace muchos años entre otras cosas por haber
colaborado en sus prestigiosos cursos de antropología médica, y sabía de su
condición de cooperante, pero hasta hoy no había valorado suficientemente el
ingente trabajo que al frente de la ONG 'Andalucía por un mundo nuevo', está
llevando a cabo en diferentes lugares, especialmente en Malawi («uno de los
países más pobres del mundo, sin guerras y donde impera un cierto matriarcado»)
aclaró D. José María.
A Cajal le gustaba decir que la constancia es la
inteligencia de los pobres y es este tipo de inteligencia la que el Dr. Porta
ha llevado a Malawi. Un proyecto de colaboración que sin prisa pero sin pausa
desde hace más de un cuarto de siglo, en un lugar perdido de la sabana, ha
construido pantanos, depósitos de agua, escuelas, hospitales e, incluso,
acometido una concentración parcelaría, en estrecha colaboración con los
habitantes locales, especialmente las mujeres. Y todo esto sin ruido, sin ese
pavoneo al que ciertos médicos son tan dados cuando llevan a cabo alguna
colaboración solidaria. Ya de vuelta a casa, por esas extrañas asociaciones de
ideas de la imaginación humana, me acordé de una reunión en Barcelona con un
reducido grupo de líderes profesionales y científicos, allí convocados para
hablar de gestión del conocimiento. Me costó trabajo tomar la palabra ante tan
selecto auditorio pero una vez superado el hándicap del origen científico,
propuse al auditorio debatir dos tesis. La primera era sobre financiación. Una
cosa es la financiación de proyectos concretos que deben ser hechos, como es
natural, en régimen de concurrencia competitiva y otra cosa es la gestión del
conocimiento a nivel nacional, aclaré. Cité para ayudarme a Aristóteles en su
Ética a Nicómaco cuando dijo aquello de que «la justicia consiste en tratar
igual a los iguales y desigual a los desiguales», tesis que luego hicieron suya
teóricos de la justicia como John Rawls. Así, dije allí, mientras que los
proyectos debían tener como objetivo trabajar en la frontera del conocimiento y
por tanto había que financiar a los mejores vinieran de donde vinieran, la
cultura científica, como la musical o la humanística, son bienes imprescindible
para el desarrollo de cualquier comunidad, y deben ser distribuidos según
cierto principio de justicia. Me pidieron que concretara y les dije que me
parecía bien que una parte de los recursos científicos del país estuviese
destinada, como hasta ahora, a proyectos en régimen de concurrencia competitiva
pero que otra parte se debería destinar a las comunidades autónomas para la
política de regeneración cultural científica.
La repuesta por parte de aquella 'nomenclatura'
científica, que ya entonces se llevaba por méritos propios una parte muy
sustancial del presupuesto nacional de ciencia, fue echar mano de la parábola
de los talentos (Mateo, 25) y para que no quedaran dudas una conocida
científica catalana me dijo sin cortarse un pelo: «Federico tú lo que quieres
es un PER científico para Andalucía». Le ahorro al lector mi respuesta.
La segunda propuesta que hice en aquella reunión
en Barcelona fue de distinto calado y tenía que ver con la naturaleza del
conocimiento científico. ¿Nos hemos parado a pensar sobre la utilidad de todo
este ingente empeño científico? ¿Para qué está sirviendo y a quienes les está
siendo útil? ¿No sería sensato desacelerar esta alocada carrera para reflexionar
por un momento hacia dónde nos dirigimos? ¿Controlamos nosotros la dirección de
la flecha del conocimiento o es ella de la mano del desarrollo tecnológico y de
sus implicaciones comerciales la que una vez disparada nos arrastra sin freno y
sin destino? ¿No habrá llegado el momento después de los grandes logros de la
ciencia y de la tecnología de desacelerar el progreso, de reorientar la
creatividad y la innovación? ¿No será el momento de frenar el ritmo de esta
carrera en donde la mayoría de la humanidad ha quedado descolgada y apenas
contribuye sino como consumidora de los artefactos que la tecnología genera,
sin beneficiarse en su progreso social y cultural? Debo decir que al contrario
que con la primera propuesta, solo recibí un silencio desdeñoso. ¡Desacelerar
el Progreso, relativizar el conocimiento, introducir el principio de utilidad
universal en la cuenta de resultados de los proyectos de investigación!
Tonterías de un acomplejado científico andaluz me pareció que resonaba en los
ecos del silencio de aquellos científicos catalanes que unos minutos antes
habían defendido con tanta vehemencia sus intereses económicos. La conferencia
del Dr. Porta me ha recordado esta historia que permanecía olvidada en algún
lugar de mi memoria. En todos los lugares hay un Sur. El Dr. Porta lo descubrió
pronto y ha obrado en consecuencia, pero no de cualquier forma. Lo ha hecho
como si de un gran científico se tratara. Con inteligencia, con generosidad,
con imaginación, con constancia y con una clara vocación universal, pues, ¿no
son estas las virtudes que ya el sociólogo de la ciencia R. K. Merton en los
años cuarenta del pasado siglo consideró que debía tener la ciencia? Al
finalizar, el Dr. Porta su conferencia, en el coloquio, uno de los asistentes
que lo conocía bien le pidió que cerrara el acto en chichewa, la lengua oficial
de Malawi. Y D. José María se despidió con una plegaria en chichewa que
emocionó incluso a incrédulos irredentos como el autor de esta Tribuna. Si,
definidamente la ciencia ha cambiado, pero los científicos, hoy más que nunca,
no pueden vivir ya de espaldas a las consecuencias del conocimiento que
generan.
Yo no pude convencer a aquellos engreídos
científicos catalanes, pero el testimonio del doctor Porta sí que me convenció
a mí, y es este un regalo por el que siempre le estaré agradecido.
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