I) La lectura a debate// II) Cine y Música

I)


La lectura, a debate.


¿La caída de los índices de lectura rebaja el nivel de la política?


Los especialistas advierten que leer menos conduce a un pensamiento menos complejo


Una investigación reveló que el discurso de toma de posesión de Trump correspondió a un nivel de comprensión de primaria, el de George Washington, a un posgrado  


Julia Demaree Nikhinson / Ap-LaPresse


The Economist


https://www.lavanguardia.com/vida/20250910/11041345/caida-indices-lectura-rebaja-nivel-politica.html?facet=app&didomiConfig.notice.enable=false





El experimento era sencillo; y también, podría pensarse, la tarea encomendada. Se proporcionó a estudiantes de Literatura de dos universidades estadounidenses los primeros párrafos de Casa desolada de Charles Dickens, y se les pidió que los leyeran y luego los explicaran. Es decir, se pidió a estudiantes de Literatura Inglesa que leyeran literatura inglesa de mediados del siglo XIX. ¿Qué dificultad podía haber?


Pues mucha, según se vio.


Los estudiantes quedaron atónitos ante el lenguaje jurídico y desconcertados ante las metáforas. La descripción dickensiana de la niebla los dejó totalmente obnubilados. No podían comprender el vocabulario básico: un estudiante pensó que cuando se decía que un hombre tenía patillas (“whiskers”), significaba que estaba “en una habitación con un animal, con un gato, creo”. El problema no residía tanto en que esos estudiantes de literatura no fueran lo bastante literarios, sino en que apenas eran letrados.


La lectura está en peligro. Múltiples estudios en múltiples lugares parecen indicarlo. Los adultos leen menos. Los niños leen menos. Los adolescentes leen mucho menos. A los niños muy pequeños se les lee menos; a muchos no se les lee en absoluto. Los índices de lectura son más bajos entre los niños más pobres, un fenómeno conocido como “brecha de lectura”; sin embargo, la lectura ha disminuido para todos, en todas partes.


En Estados Unidos, la proporción de personas que leen por placer ha caído en dos quintas partes en 20 años, según un estudio publicado en agosto en la revista iScience. La empresa demoscópica YouGov descubrió que el 40% de los británicos no había leído ni escuchado ningún libro en 2024. La lectura a disgusto no está mucho mejor: como ha dicho sir Jonathan Bate, profesor de inglés de la Universidad de Oxford, los estudiantes “se las ven y se las desean para leer una novela en tres semanas”. Incluso el joven con estudios, afirma otro anciano, no tiene “los hábitos de la aplicación y la concentración”.


Tales lamentaciones deben tomarse con cautela: casi lo único que los amantes de los libros aman más que los propios libros es quejarse acerca de ellos y de la lectura. Siempre lo han hecho: el anciano mencionado en el párrafo anterior es Dickens, irónicamente, en Casa desolada. Casi tan pronto como desapareció la inquietud ante la llegada de la lectura (Sócrates temía que “produjera olvido” en quienes la practicaban; el Eclesiastés dice que “escribir muchos libros es tarea sin fin”), surgieron los temores acerca de su declive. Como también dice el Eclesiastés, “nada es nuevo bajo el sol”.


Sin embargo, cabría afirmar que lo está ocurriendo ahora sí que es nuevo. No es solo que la gente lea menos, cosa que es cierta; también está cambiando la textura de lo que se lee. Las frases son cada vez más cortas y más sencillas. Hemos analizado cientos de éxitos de ventas citados por The New York Times y hemos descubierto que las frases de los libros populares se han reducido casi un tercio desde la década de 1930.


Si abrimos el bestseller victoriano Modern Painters (Los pintores modernos) de John Ruskin, vemos que su primera frase tiene 153 palabras. Contiene también el severo consejo de que no hay que confiar en la “opinión errónea” del público e incluye un epígrafe que afirma: “La opinión pública no es criterio de excelencia”. Si abrimos un actual éxito de ventas de no ficción de Amazon The Let Them Theory (La teoría Let Them) de Mel Robbins, veremos que su primera frase sólo tiene 19 palabras. El epígrafe dice: “Cómo cambié mi vida”. Entre sus severos consejos encontramos que, para hacer las cosas, hay que contar hacia atrás como la NASA en el lanzamiento de un cohete, porque “una vez empiezas la cuenta atrás, no hay más opción que seguir adelante”. Se trata de un recordatorio de que Ruskin sabía de lo que hablaba.



Se responsabiliza a los teléfonos inteligentes del declive de los hábitos de lectura; y no cabe duda de que el número de distracciones ha aumentado. Sin embargo, leer siempre ha sido una molestia. “Un libro grande”, dijo el poeta griego Calímaco, “es un gran mal”. Es algo especialmente cierto después del almuerzo. Se sienta uno a leer y, como señaló un escritor, entra el sol, el día parece “tener cincuenta horas”, el lector “se frota los ojos” y al final se coloca el libro “bajo la cabeza y... acaba echando una cabezada”. Dado que ese lector en concreto era un monje y asceta del siglo IV, probablemente no se distraía con Snapchat.


Así que no es solo que hayan aumentado las distracciones, sino que parece que ha disminuido el deseo mismo de leer. En la época victoriana, florecieron las sociedades de superación personal. En los montes de Escocia, los pastores “mantenían una especie de biblioteca circulante”, escribe Jonathan Rose en su magnífico libro The Intellectual Life of the British Working Classes (“La vida intelectual de las clases trabajadoras británicas”). Los pastores dejaban libros en los huecos de los muros para que otros pastores los leyeran. En las ciudades industriales victorianas, los trabajadores ahorraban para comprar libros. En una localidad escocesa, un niño vio a un trapero leyendo un libro. El libro (que el trapero le prestó) era de Tucídides. El niño era Ramsay MacDonald, que se convertiría en el primer primer ministro laborista de Gran Bretaña.


Hoy en día, ese entusiasmo por el progreso personal ha disminuido. Algunos responsabilizan de la apatía intelectual moderna al elevado coste de los libros y al cierre de bibliotecas, pero los libros nunca han sido tan baratos. En la época romana, un libro costaba tres cuartas partes de lo que valía un camello (es decir, mucho). En la época victoriana, un ejemplar de Las peregrinaciones de Childe Harold de Lord Byron le costaba a un obrero aproximadamente la mitad de sus ingresos semanales. Y, sin embargo, a finales del siglo XVIII, los índices de alfabetización entre los autodidactas escoceses se encontraban entre los más altos del mundo. Hoy en día, el Childe Harold es gratuito en Kindle, y los lectores pueden encontrar muchos otros libros que cuestan menos que un café. Sin embargo, las tasas de lectura siguen cayendo.


Una explicación más directa es que a la gente los libros sencillamente no les importan. El profesor Bate provocó a todo el mundo con sus comentarios sobre los estudiantes que no leen: admite que decir cosas parece algo “chapado a la antigua”. Sin embargo, si hablamos con profesores, todos se lamentan de la disminución de la capacidad de atención de sus alumnos. Cuando el profesor Rose comenzó a dar clases, enseñaba Casa desolada. Hoy en día no lo intentaría, confiesa; en parte debido a la “presión constante” de las instancias universitarias para que se “asignen cada vez menos lecturas” y en parte porque “los estudiantes sencillamente no lo leerían”. En múltiples encuestas, los jóvenes describen la lectura como “aburrida” y “una pesadez”.


En EE.UU. la lectura de libros ha caído un 40% en 20 años, a pesar de que su precio es cada vez más bajo

Se podría decir: ¿a quién le importa? Los profesores de lengua lamentan la caída de la alfabetización, pero puede que sea por simple interés propio: no tanto por una preocupación ante la disminución de la costumbre como por la disminución del número de clientes. Sin embargo, la alfabetización afecta a más cosas que a las listas de lectura de la universidad. Por un lado, el aumento de la sofisticación literaria parece conducir a una mayor sofisticación política. En su forma más simple, los atenienses del siglo V antes de nuestra era pudieron empezar a practicar el ostracismo (votar para decretar el destierro de alguien escribiendo su nombre en ostraka, en fragmentos de cerámica) porque, como señala el académico William Harris, habían alcanzado “cierto nivel de alfabetización”.


Por el contrario, la disminución de la sofisticación literaria puede conducir a una disminución de la sofisticación política. Nuestro análisis de los discursos parlamentarios británicos ha revelado una reducción de un tercio en una década. También analizamos casi 250 años de discursos de toma de posesión de presidentes estadounidenses utilizando la prueba de legibilidad de Flesch-Kincaid (ideada para conocer la facilidad de comprensión de un texto). El discurso de George Washington obtuvo una puntuación de 28,7, lo que denota un nivel de posgrado, mientras que el de Donald Trump obtuvo una puntuación de 9,4, el nivel de lectura de un estudiante de secundaria.


No se trata de algo intrínsecamente malo. A menudo, la prosa sencilla es buena prosa, y pocas personas han deseado alguna vez que los discursos de los políticos sean más largos. El profesor Bate es más pesimista. Teme que, si se pierde la capacidad de leer prosa compleja, también se pierda la capacidad de desarrollar ideas complejas que “permiten ver los matices y mantener dos pensamientos contradictorios al mismo tiempo”. El medio es el mensaje, y el mensaje tiene hoy 280 caracteres. (En cambio, Casa desolada tiene alrededor de 1,9 millones de caracteres.)


El declive de la lectura traerá consigo otras pérdidas. Pocos motores de movilidad social son más eficaces que la lectura: sólo hay que preguntar a los pastores escoceses. Los niños ricos quizás lean más, pero la lectura es un invento igualitario. Nadie (ni la niñera, ni el tutor, ni los amigos, ni el colegio pijo) puede obligarte a devorar un libro, excepto tú mismo. La lectura no es sólo una herramienta: también es uno de los grandes placeres de la vida, como bien sabía Dickens. Como dice Joe, el amable herrero de Grandes esperanzas: “Dame un buen libro... y ponme sentado junto a un buen fuego, y no deseo nada mejor”. Cuando la gente olvide eso, el panorama será realmente desolador.


© 2025 The Economist Newspaper Limited. All rights reserved


Traducción: Juan Gabriel López Guix


                                                            ***

II)


A continuación comparto resumido un breve artículo de La Vanguardia donde están los próximos estrenos en cine y también un escrito sobre el rock.


CINE


Romería




Carla Simón cierra su ciclo sobre la memoria familiar, que inició con Estiu 1993 y continuó con Alcarràs, con esta historia rodada en Vigo que rinde homenaje a sus padres, fallecidos de sida cuando ella era una niña. La película, que participó en Cannes, nace de la frustración de la directora barcelonesa de no haber podido entender la memoria de sus progenitores “porque estaba muy teñida del tabú que implica el sida y la heroína”. Romería marca el debut en la gran pantalla de Mitch y Llúcia Garcia.



El cautivo



Alejandro Amenábar regresa al cine seis años después de Mientras dure la guerra imaginando a un joven Miguel de Cervantes y sus vivencias durante su cautiverio en Argel, donde  el autor de El Quijote halla refugio en su pasión por contar historias a la vez que comienza a idear un arriesgado plan de fuga. El filme, con Julio Peña, Alessandro Borghi, Roberto Álamo y Luis Callejo, tendrá su première mundial en el festival de Toronto.



Los domingos



Tras asombrar a crítica y público con su debut en la dirección con Cinco lobitos y la miniserie QuererAlauda Ruiz de Azúa vuelve a exprimir su talento en este drama familiar protagonizado por Patricia López y Blanca Soroa que también optará a la Concha de Oro. Soroa encarna a una brillante estudiante de 17 años que plantea a su familia  abrazar la vida de monja de clausura. Una noticia que pilla por sorpresa a sus padres y que provocará muchas tensiones.


Frankenstein



Inspirándose en el relato clásico de Mary Shelley, el director mexicano Guillermo del Toro reimagina el universo gótico de la novela escribiendo y dirigiendo su personalísima versión del monstruo con Jacob Elordi tomando el relevo de Boris Karloff y Oscar Isaac como el científico Victor Frankenstein. La película se presentó en Venecia y pasará por los cines antes de recalar en la plataforma Netflix.

                                                        ***

MÚSICA


Cuando el futuro del rock nos alcanzó


por

Ernesto Flores Vega



https://letraslibres.com/musica/flores-vega-born-to-run-bruce-springsteen-50-aniversario/


“Born to run”, el monumental disco de Bruce Springsteen que cumple 50 años, ilustra lo elevado que puede ser el rock cuando ambiciona expresar todo lo humano.



Ha pasado como Corvette descapotable en una autopista sin fin. Ahora que se cumple el primer medio siglo de Born to run (Columbia, 1975), el álbum con el que Bruce Springsteen alcanzó la notoriedad pública a mediados de los 70, reitero, como seguidor desde chavo del cantautor estadounidense, que aún lamento las erróneas interpretaciones de su álbum Born in the USA (Columbia, 1984) que, siendo en realidad una dura crítica al doloroso legado de la guerra de Vietnam y a lo incierto y brumoso del sueño americano, fue percibido por muchos –el entonces presidente Ronald Reagan incluido– como una proclama patriotera y un vehículo de simple y acrítico aval de las pretensiones estadounidenses (el “It’s morning again in America” reaganista, una suerte de precuela del Make America Great Again, MAGA, trumpista). Esa imagen deformada, pienso, ahuyentó a más de uno de este músico.

Si Born to run es el único disco de Springsteen incluido en el Registro Nacional de Grabaciones de Estados Unidos –a pesar de tener otro puñado que bien lo merece–, no es difícil argumentar que se debe a su ambición, la solidez del producto resultante, el admirable equilibrio entre letras y música y la redondez general del primer gran basamento de lo que, sin regateos, puede llamarse el proyecto artístico de Bruce Springsteen.

Born to run fue el tercer álbum en la carrera del trovador de New Jersey. A pesar de las buenas críticas a sus dos predecesores, sus ventas no fueron buenas. A Columbia le urgía el éxito de la tercera entrega. No es ocioso recordar que John Hammond, el mismo que había firmado a Bob Dylan, dio la bienvenida a Springsteen en la disquera. La estrategia del sello, nada raro, era mercadear “al nuevo Bob Dylan”. Pero aunque Hammond había quedado sorprendido por un Springsteen armado tan solo de su voz, sus canciones y su guitarra acústica, las habilidades, capacidades y ambiciones del músico eran mayores: era un buen guitarrista, un carismático líder de banda, un incansable entretenedor curtido en el exigente circuito de bares de la coste este y un melómano de gustos diversos que iban más allá de los 50, del rock and roll, el soul y el rhythm and blues. Una esponja que lo mismo había absorbido a Elvis Presley, Roy Orbison y James Brown, que a lo mejor de la Ola inglesa y, por supuesto, a Woody Guthrie y a Bob Dylan.

Revisitar Born to run en ocasión de su primer medio siglo me invita a arriesgar una sencilla propuesta del significado cultural del cantante y su obra. Afirmo que el bardo de 75 años sigue siendo relevante –aún en un entorno liderado por Taylor Swift, Beyoncé, Lady Gaga, Chapell Roan o Bad Bunny–, y no solo por brindar conciertos de cuatro horas; también por la capacidad de proponer una visión de la sociedad estadounidense a partir de la perspectiva de los más diversos personajes, la mayoría, de clase trabajadora.

Las ocho canciones de Born to run, con una duración total de 39 minutos muestran, por supuesto, la herencia beatnik (“Springsteen ha creado piezas que son el equivalente rocanrolero de la narrativa de Jack Kerouac”, anotó Juan Villoro al presentar su traducción a “Born to run” en El rock en silencio, Textos de Humanidades, Difusión Cultural UNAM, 1980), pero también un amplio conocimiento literario y cinematográfico de lo noir y del western.

Algunos acusan a este álbum clásico de sobreproducido, con sus largas horas de elaboración y sus múltiples capas de instrumentos y sonidos. Todos los recuentos biblio y videográficos sobre su creación (la propia autobiografia de Springsteen, titulada, por supuesto, Born to run, Literatura Random House, 2016) coinciden en la encrucijada de este álbum, en lo mucho que estaba en juego: hacerla o salir de Columbia. Springsteen se había impuesto externar con claridad una visión. Su creciente y fructífera colaboración con el crítico Jon Landau (el mismo que escribió “he visto el futuro del rock and roll y su nombre es Bruce Springsteen”), quien llegaría a ser su consejero, productor, representante y amigo, expandió sus miras.

Born to run resultó un disco ambicioso, monumental y logrado. Épico en muchos momentos. Sofisticado en otros, con el piano elegante del “profesor” Roy Bittan –el único miembro de la E Street Band en tener un grado universitario- y ubicuos arreglos de cuerdas. También es directo, dinámico y candente. Con el swing de los Hermanos Brecker y David Sanborn en, por ejemplo, “Tenth Avenue freeze-out”.

Algunos nunca entendieron a Springsteen. O no les entró su onda. A otros, como al ya mencionado Villoro, o a Nick Hornby, les cambió la vida. “Thunder road” da la bienvenida al álbum con memorable armónica y piano. Confiesa el autor de Alta fidelidad en Songbook (McSweeney’s Books, 2002): “Tal vez la razón por la que ‘Thunder road’ haya perdurado para mí es porque, a pesar de su energía y su volumen y sus coches veloces y su pelo, de alguna manera suena elegíaca, y entre más viejo me vuelvo más escucho eso.”

Y es que en este álbum emotivo no hay relleno. Cada canción cuenta, se gana su inclusión. “Meeting across the river” es un delicioso devaneo jazzístico con Randy Brecker en la trompeta y Richard Davis, que había tocado en Astral weeks, de Van Morrison, en el contrabajo

“Backstreets” y “She’s the one” son viñetas de una exposición que ya no puede verse desvinculada. “Born to run” es un himno, Chuck Berry y Little Richard con energía, pero también con preocupaciones, punto de vista e ilusión. Es Dylan con más electricidad y majestuosidad. Cito su parte final en la versión de Villoro: “Las autopistas están llenas de héroes caídos / En la última oportunidad de conducir poderosamente/ Esta noche todo mundo está en la carrera / Pero no queda un lugar para esconderse / Juntos, Wendy, podemos vivir con tristeza / Te amo con toda la locura de mi alma / Algún día, niña, no sé cuándo / Llegaremos a ese lugar / Adonde realmente queremos ir / Y caminaremos bajo el sol / pero hasta entonces, vagabundos como nosotros/ Nacimos para correr.”

Confesaré que “Jungleland” es una de las pocas canciones de rock que me hacen llorar. Es el espectáculo de un autor de 25 años que se atreve a darle dimensiones épicas a una pelea callejera en la gran ciudad. La pared de sonido spectoriana alcanza niveles wagnerianos. La violinista Suki Lahav inicia la pieza de nueve minutos treinta y tres segundos. El piano de Roy Bittan la sigue. Muy pronto, Spingsteen ya está desplegando una narración más realista que alegórica. Los arreglos de cuerdas de Charles Calello otorgan al asunto toda la relevancia y profundidad que merece y la guitarra del “Jefe” y el sax de Clarence Clemons ilustran lo elevado que puede ser el rock cuando ambiciona expresar todo lo humano. Después de al menos cuatro décadas de oír esta pieza, así como releo los cuentos o los poemas que me gustan, o veo de nuevo las películas que permanecerán por siempre en mi colección, sigo creyendo que “Jungleland” es una lección de arte narrativo, poético y musical. “El evangelio de la E Street Band”, dijo Max Weinberg, baterista de la agrupación. Para mí, un triunfo de la cultura popular.

Un producto sólido, impecable, que sigue en pie al paso de las décadas, y una robusta campaña de mercadotecnia, lograron el éxito comercial de Born to run. En histórico uno-dos editorial, Springsteen llegó a la portada de Time y Newsweek la misma semana. Siguieron legendarias presentaciones en el Bottom Line neoyorquino y en el Roxy de Los Angeles, así como en el Hammersmith Odeon, de Londres. Luego vendría su disputa legal con Mike Appel, su primer representante, que congeló a Springsteen tres años sin grabar ni presentarse en vivo.

A medio siglo del álbum que lo catapultó al estrellato, los medios no olvidan al cantante, quien critica a Donald Trump desde escenarios europeos y en la prensa (“lo que hemos vivido en los últimos días son cosas que todos dijimos: ‘Esto no puede pasar aquí. Esto nunca pasara en Estados Unidos’. Y aquí estamos”), lanza Tracks II: The lost albums (siete discos, cinco horas y 19 minutos en los que hay desde folk rústico y pop-rock hasta piezas de aliento góspel, canciones rancheras y con mariachi); asimismo, está a la vuelta de la esquina la biopic Springsteen: deliver me from nowhere, protagonizada por Jeremy Allen White, el actor de la exitosa serie The Bear. La cinta se centra en el periodo en el que el artista graba Nebraska, el álbum minimalista, crudo y directo –él y su guitarra acústica– que le abrió el mundo de personajes y situaciones de la cotidianidad más desfavorecida en la Unión Americana. Springsteen tomando la estafeta de un Hank Williams y un Woody Guthrie.

Multimillonario por sudor y derecho propio y paradójico vocero de la clase trabajadora de su país –también generoso donante–, Springsteen es, por supuesto, figura controvertida y escudriñada. Y todo hace pensar que aún tiene un buen trecho por recorrer. Nació, parece, para correr. 


A continuación podéis escuchar algunas canciones de su álbum.


https://open.spotify.com/intl-es/track/22wGmrE8HQZHvHC44n7Htm?si=e3e4d8af85ca46ed


https://youtu.be/IxuThNgl3YA?si=IJ82tTXvvdIN7N-Q


https://open.spotify.com/intl-es/track/3R2q3FCnNIw2XhuEbYtYk6?si=2fd33feea3374419

Comentarios

Entradas populares