1)¿Porqué mentimos?. 2)Cerebro y sesgos cognitivos. P. Fernández Martín/M.Toro Nader
¿POR QUÉ MENTIMOS?
Mentir exige un esfuerzo mental mayor que decir la verdad, ya que mantener el artificio desgasta mucho psicológicamente. Aun así, todos lo hacemos. A diario. La cuestión es si la mentira protege o destruye.
- PATRICIA FERNÁNDEZ MARTÍN (Psicóloga Clínica)
- https://lectura.kioskoymas.com/article/281659671188315
Todos mentimos. Y a todos nos mienten. Mentimos en casa, en el trabajo, en redes sociales, incluso en las conversaciones más íntimas. Algunos estudios apuntan a que la mayoría de la gente miente una o dos veces al día. “Está bien, no estoy molesto”. “Estuve trabajando todo el día sin parar”. “Te queda fenomenal esa chaqueta”. “No puedo quedar porque mi padre se ha puesto enfermo”. Estas frases, aunque no reflejan siempre lo que sentimos, suelen buscar suavizar interacciones y evitar fricciones. Otras mentiras, en cambio, son más graves: inventar una excusa para eludir responsabilidades, difundir falsos rumores o manipular información para beneficio propio. Como señala la psiquiatra Julia García-Albea, la definición más completa de lo que significa la mentira la podemos encontrar en san Agustín, que propone el acto de mentir como decir lo contrario de lo que uno piensa con la intención de engañar.
Mentir, por lo tanto, no es un acto único ni siempre tiene las mismas implicaciones. Esta distinción es clave para entender la complejidad moral de la mentira. Aunque la capacidad de mentir forme parte inherente de la naturaleza humana, su función y su impacto dependen de la intención, el contexto y las consecuencias que genera.
Desde hace siglos, filósofos como Platón describieron la vida social como un theatrum mundi, una representación en la que usamos máscaras para interactuar con los demás. Muchas de estas máscaras adoptan la forma de pequeñas mentiras que permiten que la persona se integre, se desenvuelva en la arquitectura de la sociedad y que la convivencia fluya. Por ejemplo, fingir entusiasmo por un regalo, dar un cumplido para no herir, o incluso evitar un comentario crítico en un momento de vulnerabilidad ajena.
Según el psiquiatra Carlos Castilla del Pino en su libro El discurso de la mentira, estas mentiras piadosas fortalecen el tejido social porque suavizan la verdad y contribuyen a mantener relaciones armoniosas. Explica que, en ciertos tipos de lenguaje, como el de la ficción, el publicitario, el religioso y el profesional, existe un pacto social implícito que hace que esa mentira no se perciba con un daño intencionado y se justifica por el contexto. Por ejemplo, en la ficción, el público sabe que los actores interpretan personajes y no engañan realmente. En el ámbito profesional, como el médico o el abogado, a veces se usan mentiras paternalistas para evitar sufrimiento y proteger al paciente o cliente. Pero mientras que las mentiras piadosas tienen un propósito altruista o protector, las mentiras destructivas buscan manipular, dañar o anular a un otro.
Mentir es cognitivamente más difícil que decir la verdad porque el cerebro debe construir y mantener una historia falsa. Este desgaste mental es una de las razones por las cuales la mentira puede ser agotadora y contraproducente para quien la utiliza. En la novela Expiación, de Ian McEwan, la protagonista Briony inicialmente miente sin mala intención, pero al persistir en la mentira consciente se siente culpable, lo que impulsa su deseo de expiación. La psiquiatra Marta Navas Tejedor, vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría Legal (SEPL), señala que estas mentiras más instrumentales pueden estar presentes en ciertos trastornos de personalidad, especialmente los del llamado clúster B (como las personalidades narcisistas), ya que es común que utilicen la mentira para construir una identidad y protegerse tras haber sufrido varios fracasos previos en su vida. Aquí, el engaño deja de ser un recurso puntual y forma parte de la estructura psicológica del individuo.
Castilla del Pino propone reducir las mentiras piadosas y combatir las patológicas desde una ética del lenguaje basada en el respeto, la empatía y la responsabilidad. Cree que un exceso de mentiras piadosas genera autoengaño y pérdida de autenticidad. Defiende la importancia de decir la verdad de forma empática y asertiva, con consideración hacia los sentimientos y la dignidad del otro, sin recurrir al engaño por comodidad o miedo al conflicto. Esta educación emocional y social se puede hacer desde la escuela, lo que permite abrir espacios de diálogo y entendimiento, incluso en situaciones difíciles. Así el individuo se puede acostumbrar a crear entornos donde la verdad pueda ser expresada y escuchada sin temor. En los casos clínicos, como las mentiras patológicas, plantea un enfoque terapéutico que busque comprender su función psicológica. Así, en vez de castigar o rechazar al mentiroso, se busca ayudarle a entender y modificar su comportamiento desde la raíz.
La capacidad de mentir, ya sea para bien o para mal, forma parte inherente de la naturaleza humana. Pero no todas las mentiras tienen el mismo valor moral ni el mismo impacto emocional. Algunas mantienen el lazo social mientras que otras generan fracturas. La pregunta clave no es si mentir o no, sino para qué y a quién beneficia o perjudica ese engaño. En definitiva, analizar la intención, el contexto y las consecuencias de mentir.
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Cerebro: LOS SESGOS COGNITIVOS
POR: MARIANA TORO NADER
ILUSTRACIÓN: NATALIA ORTIZ
Publicado en Ethic
https://ethic.es/sesgos-cognitivos-cerebro
Al cerebro le encantan los atajos. Dado que debe tomar decisiones constantemente —a veces con información incompleta o bajo presión—, nuestro cerebro utiliza heurísticas, es decir, formas de razonamiento rápido y práctico que le ayudan a resolver problemas sin que tenga que analizar toda la información disponible. Según el psicólogo Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía en 2002, los seres humanos creemos que tomamos decisiones porque tenemos buenas razones para hacerlo, pero lo cierto es que es al revés: creemos en nuestras razones porque ya hemos tomado la decisión. El pensamiento heurístico es útil y ágil, pero también puede llevar a distorsiones o a errores sistemáticos de juicio. Eso son los sesgos cognitivos.
Efecto Dunning-Kruger
Cuanto menos sabes, más confiado eres. Esa es la base de este sesgo cognitivo al que, de forma coloquial, algunos han denominado «el síndrome del cuñado». Los investigadores David Dunning y Justin Kruger descubrieron que las personas incompetentes sobreestiman sus capacidades, al tiempo que las más competentes tienden a subestimar sus conocimientos. Así, quienes tienen un conocimiento limitado sobre un tema no solo llegan constantemente a conclusiones equivocadas, sino que, además, se consideran superiores a personas más inteligentes y preparadas que ellos. El problema es que su propia incompetencia les impide darse cuenta de que están en el error.
Efecto de Arrastre
Seguir al rebaño. También conocido como efecto bandwagon, este sesgo hace que las personas opinen o hagan algo solamente porque esa es la opinión o el comportamiento de la mayoría. Se basa en la idea de que si algo es popular es porque debe ser bueno. Así, se forma una especie de comportamiento gregario en el que no se cuestiona de forma racional una determinada idea o conducta, sino que simplemente se apoya porque muchos más lo están haciendo.
Sesgo de confirmación
En época de redes sociales, uno de los sesgos cognitivos más extendidos es el sesgo de confirmación, también conocido como cherry picking. Debido a este, el cerebro separa de forma selectiva las evidencias y confía solo en la información que reafirma sus creencias, ignorando o incluso rechazando aquella que las contradice. De esta manera, se generan cámaras de eco, en las que las personas solo se exponen a los datos y argumentos que retroalimentan sus propias creencias y opiniones. Los expertos afirman que esto está contribuyendo significativamente a la polarización y que puede incrementar el extremismo.
LAS PERSONAS INCOMPETENTES SOBREESTIMAN SUS CAPACIDADES
Efecto Zeigarnik
A nuestros cerebros no les gusta quedarse a medias. Este fenómeno cognitivo recibe su nombre de Bluma Zeigarnik, la primera psicóloga que observó que es más fácil para el cerebro recordar lo incompleto. Las tareas inconclusas o que han sido interrumpidas en su proceso tienden a prevalecer en la memoria, a diferencia de las tareas que sí han sido finalizadas. Esto genera tensión cognitiva y favorece la memorización. El efecto Zeigarnik es ampliamente utilizado en marketing y comercio electrónico, por ejemplo cuando se recuerda a los usuarios que tienen artículos en su carrito de compras o presentándoles ofertas «por tiempo limitado».
Sesgo de autoridad
Describe la tendencia a dejarse influenciar por las opiniones de figuras que se consideran de autoridad —como personajes públicos o superiores jerárquicos— sin cuestionar si la información que están dando es correcta. Este sesgo hace que los individuos deleguen la responsabilidad de la toma de decisiones en otra persona, y puede llevar a que se sigan consejos e instrucciones equivocadas solamente porque las ha dicho alguien que se percibe como «autoridad» sin importar si es realmente experto en la materia.
Efecto Halo
Este sesgo cognitivo lleva a que las personas atribuyan cualidades positivas a alguien o algo basándose simplemente en primeras impresiones. El cerebro tiende a inferir destrezas y atributos en personas que considera atractivas, como pensar que son inteligentes, amables o bondadosas, por el mero hecho de su apariencia física y sin que esas otras cualidades se hayan demostrado. Puede surgir fácilmente en relación con personajes de la farándula o incluso con marcas célebres.
EL CEREBRO TIENDE A INFERIR DESTREZAS Y ATRIBUTOS EN PERSONAS QUE CONSIDERA ATRACTIVAS
Ilusión de frecuencia
«Compré un coche azul y ahora veo coches azules en todos lados», «ahora todo el mundo habla del libro que me recomendaste»… No necesariamente. Pero así es como funciona el efecto Baader-Meinhof, también denominado «ilusión de frecuencia». Se trata de un sesgo cognitivo que provoca que nos hagamos más conscientes de algo después de conocerlo o verlo por primera vez, lo cual nos hace pensar que sucede con más frecuencia de la que realmente tiene.
Falacia del coste hundido
Esta falacia hace que sigamos adelante con algo solo porque ya hemos invertido tiempo, dinero o esfuerzo en ello —incluso cuando ya se ha hecho evidente que los costes superan los beneficios—. Lleva, por ejemplo, a seguir invirtiendo dinero en una empresa que no despega solo porque se han empleado muchos recursos en ella, o a permanecer en una relación que no funciona porque ya se le ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo.
Falacia del jugador
«Si ese número no ha salido en el último sorteo, ahora ya le toca». O, por el contrario, «si ya salió antes, lo más seguro es que ahora no se repita». Estas son dos de las creencias base de la también llamada «falacia de Montecarlo». El sesgo del apostador lleva a pensar que los resultados aleatorios están influenciados por sucesos pasados. Así, se tiende a descartar el hecho de que en los juegos de azar cada sorteo es independiente y la probabilidad de que salga un número seguirá siendo la misma.
CUANTAS MÁS PERSONAS HAYA EN UNA SITUACIÓN DE EMERGENCIA, MENOR SERÁ LA PROBABILIDAD DE QUE ALGUIEN INTERVENGA
Efecto Ikea
Investigadores de las universidades de Harvard, Yale y Duke encontraron que tendemos a valorar más las cosas que hemos hecho nosotros mismos —sin importar si quedaron bien hechas o no—. Los consumidores les otorgan valor de forma desproporcionada a los productos que ellos mismos han armado. Este efecto está relacionado con la «justificación del esfuerzo», que hace que se valoren mucho más las cosas que ha costado lograr o conseguir.
Sesgo de atribución
También llamado «sesgo de correspondencia», es la tendencia a atribuir el comportamiento de los demás a rasgos de su personalidad o a su carácter, mientras que lo propio se atribuye a factores o circunstancias externas. De esta manera, si una persona comete un error, se tenderá a pensar que se debe a motivos personales —por ejemplo, que no sabe hacer las cosas o que es imprudente—. Sin embargo, si uno mismo comete el mismo error, la tendencia se achaca a motivos externos —por ejemplo, «la herramienta está fallando», «había mucho tráfico», «me explicaron mal», etcétera—.
Efecto del espectador
Cuantas más personas haya en una situación de emergencia, menor será la probabilidad de que alguien intervenga. El efecto del espectador hace que la gente sea menos propensa a ayudar a alguien en una situación crítica cuando hay más personas alrededor. Debido a la «difusión de responsabilidad», se tiende a pensar que alguien más saldrá al rescate.
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