Historias de la Ciencia. 11º entrega. 2º parte. F.Soriguer
HISTORIAS DE LA CIENCIA CON MORALEJA
11ª ENTREGA (Segunda parte)
Federico Soriguer
Capítulos ya publicados
1. El precio de la ignorancia. Marcel Proust y compañía. (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/01/historias-de-la-ciencia-con-moraleja-i.html)
2. La guerra de los huesos. (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/la-guerra-de-los-huesos-f-soriguer.html?m=1)
3. Koch, Ferrán y Cajal. Un cruce de historias (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/02/koch-ferran-y-cajal-un-cruce-de.html)
4. Una factoría de genios (http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/una-factoria-de-genios-f-soriguer_7.html%.)
5. Cajal, Río Hortega y los “Fake News .(http://joaquinperal.blogspot.com/2025/03/cajal-rio-hortega-y-las-fake-newsv-f.html)
6. No es la raza, imbécil. (https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/no-es-la-raza-imbecil-vi-f-soriguer.html)
7. Lombroso. (https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/lombroso-vii-historias-de-la-ciencia.html)
8. Pero, ¿existe tal cosa como el método científico?
(https://joaquinperal.blogspot.com/2025/04/historias-de-la-ciencia-octava-entrega.html)
9. El caso Lysenko: Ciencia burguesa frente a ciencia proletaria
(https://joaquinperal.blogspot.com/2025/05/historias-de-la-ciencia-lysenko-9.html)
10. TUSKEGEE
https://joaquinperal.blogspot.com/2025/06/historias-de-la-ciencia10- entrega.html
11. (Primera parte) Piotr (Pedro) Kropotkin. Cuando la ciencia y la política son inseparables (PIMERA PARTE).
(http://joaquinperal.blogspot.com/2025/07/historias-de-la-ciencia-kropotkin-f.html)
11º Entrega
(Segunda parte)
Piotr (Pedro) Kropotkin. Cuando la ciencia y la política son inseparables
Piotr Kropotkin
Comenzábamos la primera parte de este capítulo dedicado a Kropotkin, citando a Weber y su libro “El político y el científico”, resumiendo a continuación. su vida de príncipe desclasado incompatible con las tesis weberiana y su obra visionaria en la que introduce una versión evolucionista antimalthusiana que resumiría en su libro “La ayuda mutua. Un factor de la evolución”. Terminábamos la primera parte recordando la tradicional repugnancia entre los científicos a dejarse contaminar por la política y esa especie de pulsión de los políticos por controlar la ciencia. En esta segunda parte utilizaremos el ejemplo de Kropotkin para ampliar con algunos comentarios más, las siempre conflictivas relaciones entre la ciencia y la política.
La objetividad es la ambición más preciada de la ciencia. Frente a la política, los científicos esgrimen la neutralidad de la ciencia. Los valores no son un asunto de la ciencia, se suele decir, sino de la moral, la política, la teología. La consecuencia es que el conocimiento científico no es en sí mismo ni bueno ni malo, son los otros, los políticos en cuanto representantes de la sociedad los que luego contaminan de valores los resultados de ese conocimiento objetivo proporcionado por la ciencia, dándole una aplicación (una utilidad) (mala o buena) de la que los científicos no son responsables. Hasta aquí el mito.
El siglo XX ha dejado suficientes muestras de la difícil convivencia ente la ciencia y la política y Koprotkin representa un caso singular de la simbiosis entre la política y la ciencia, sin que en ningún momento de su biografía sepamos cuando sale de una para entrar a la otra.
La mayor aportación de Koprotkin a la ciencia fue la relectura que hizo de la interpretación darwiniana de la evolución. Inmediatamente después de la publicación de la teoría de la evolución por Darwin comenzaron a producirse interpretaciones de la misma. La más popular, la que ha llegado a más público es la filtrada por los modelos sociales, ideológicos y políticos dominantes, que la utilizaron desde el primer momento para justificar y apoyar científicamente sus presupuestos ideológicos. Así, por ejemplo, el concepto de “lucha por la vida” ha pasado en el imaginario occidental a ser interpretada como el del dominio de “los más fuertes”, aunque en realidad no figuraba como tal en la teoría de Darwin, que utilizó con más precisión el concepto de “los más aptos”. Lo que Kropotkin descubrió en las estepas rusas es que los más aptos no tienen por qué ser los más fuertes, ni los más individualistas, sino los que mejor se adaptan al entorno. Y esta capacidad de adaptación en ocasiones tenía más que ver con la solidaridad o la cooperación, conceptos que él identificó con los de “apoyo mutuo” o “ayuda mutua”.
Y al igual que hizo el propio Darwin y muchos darwinistas también, Kropotkin trasladó sus observaciones de campo a la sociedad humana en su conjunto, identificando los procesos históricos que muestran cómo han sido el apoyo y la ayuda mutua y no (solo) la lucha despiadada de “todos contra todos”, la supremacía y la supervivencia del más fuerte, las que han permitido que la especie humana haya llegado hasta nuestros días[1].
Esta traslación de las observaciones en el mundo animal a la explicación del comportamiento humano, fue una tentación demasiado fuerte para los darwinianos como lo fue también para Kropotkin. Y como lo es hoy, también, sin ir más lejos, por los tecno-entusiastas, con los transhumanistas a la cabeza, aunque en este caso no necesiten de la vida animal para justificar sus propuestas.
La pregunta que nos estábamos haciendo arriba adquiere ahora más sentido. ¿Koprotkin fue capaz de ver la ecología del entorno siberiano desde otra mirada porque ya era anarquista? Es decir, ¿antropoformizó la naturaleza desde sus prejuicios ideológicos? O, ¿llegó a ser anarquista porque sus observaciones de campo le llevaron a ver las relaciones entre los seres vivos y por extensión a los humanos, de otra manera?
Kropotkin pertenece al grupo de los perdedores de la historia. No es sorprendente, pues, que la mayoría de los que han analizado su obra hayan sido implacables a la hora de interpretar sus teorías científicas como el resultado de su contaminación ideológica[2], una acusación suficiente para descalificar toda su labor científica. Pero Kropotkin fue un evolucionista desde la primera hora y como tal es ampliamente reconocido. De hecho evolucionistas tan prestigiosos como Stephen Jay Gould, en su artículo “Kropotkin Was No Crackpot” (1997)[3] lo identifica como el continuador de una escuela del evolucionismo que pone todo el énfasis en la importancia de la sociabilidad –cuando no la solidaridad– en la lucha por la existencia de los seres vivos contra las dificultades ambientales (una especie de darwinismo no malthusiano).
Una interpretación de la evolución que no solo estaría asentada en ideales políticos más o menos radicales, sino sobre todo en una respetable tradición científica antimalthusiana, sólidamente anclada en el conocimiento empírico de un entorno natural peculiar como es el de los grandes territorios despoblados del imperio ruso. Una comprensión del mundo que contrastaba con la experiencia fundacional de alguien como Darwin, que había nacido y vivido en una isla superpoblada y desarrollado parte de sus primeros pasos como científico en entornos tropicales.[4]
Los casos de Kropotkin y de Darwin son dos buenos ejemplos de la dificultad para encontrar una clara respuesta a la pregunta que nos venimos haciendo desde el principio: ¿es posible separar radicalmente la ciencia de la cultura, dentro de la que estaría incluida la política? Algunos creen que sí, que es posible, que esta separación está en el ADN de la ciencia, que es imposible ser objetivo si no se es capaz de renunciar a la subjetividad, que el método científico, en fin, tiene sentido solo, precisamente, por este empeño de objetividad, que exige la exclusión del sujeto como portador de valores que contaminan la visión rigurosa de la realidad. Que la ciencia es, por definición, un constructo lógico exento de valores. Para otros, sin embargo, esta dicotomía entre naturaleza y cultura, es una forma de alienación resultado más de una visión mesiánica de la ciencia que de la naturaleza misma de la ciencia tal como discurre en el mundo real.
Que, en fin, hay buenas razones para dudar de que se puedan separar la lógica científica y la cultural o política como si fueran realidades estancas e inmiscibles en el interior mismo de la mente humana. Sí, es posible que las observaciones de Kropotkin en las estepas siberianas sobre la ayuda mutua sean el resultado de sus prejuicios ideológicos, pero ¿es que acaso las teorías de Darwin fueron solo el resultado de la observación de los pinzones y demás observaciones que fueron realizando a lo largo de su viaje en el Beagle y que nada tuvieron que ver la influencia de las tesis de Malthus, su antiesclavismo militante, su disidencia religiosa o el momento expansivo del imperio británico que le tocó vivir?[5]
Presentar a la naturaleza como la única fuente legitima de conocimiento y a todo lo demás (la cultura, la política) como peligrosa contaminante de la ciencia, es una manera de mantener el mito fundacional de la ciencia, ese que llevó a Bacon a denunciar el subjetivismo con su famosa teoría de los ídolos.[6]
Hay una diferencia importante entre, por ejemplo, Kropotkin y Huxley, el gran apologeta de Darwin. Kropotkin siempre reconoció la influencia de sus ideas políticas en sus observaciones científicas. Como comenta Álvaro Girón[7] en algunos de sus artículos de 1887 el mismo Kropotkin reconoce que el anarquismo y la filosofía de la evolución tenían los mismos métodos, lo que le permite afirmar, en contra de las tesis de Herber Spencer que las leyes de población malthusianas eran falsas y que no aportaban nada a la teoría de la evolución.
Mientras tanto Huxley[8], en la misma época, retrataba a la naturaleza como un conjunto de procesos amorales y brutales, absolutamente incapaz de proporcionar cualquier tipo de criterio sobre el que fundar la moral, en la que el permanente espectro malthusiano y la persistencia de instintos agresivos primordiales imponían severos límites a los proyectos de reforma radical y revolucionarios.[9] Una interpretación que siguiendo el rigorismo mítico del buen científico estaría fundada solo en la estricta observación de los hechos sin influencia alguna de su posición social, de su educación clasista, ni del ambiente político victoriano, dominante en ese momento.
Como toda teoría radical, las tesis de Kropotkin cayeron en errores importantes. Por ejemplo la necesidad de combatir las tesis de Malthus llevó a Kroptkin a unos excesos lamarkianos injustificables[10], pues para justificar su teoría consideraba necesario demostrar que la herencia de los caracteres adquiridos no era una imposibilidad teórica. Pero, aun así, de alguna manera, el evolucionismo de Kropotkin se ha ido imponiendo a lo largo del último cuarto del siglo XX. Los ejemplos de colaboración entre individuos de la misma especie son ya tan numerosos que son motivo temático de los documentales sobre animales de la 2. Aun así el debate continúa y podría estar representado por dos autores y dos libros, uno el “Gen Egoísta” publicado por Richard Dawkins en 1976 y sucesivamente reeditado[11] y otro, el más reciente de ColinTudge, “Por qué los genes no son egoístas”[12]. Los biólogos han sistematizado las diferentes formas de colaboración y hoy conocemos estrategias de parasitismo, comensalismo, saprofitosis o en general formas de colaboraciones simbióticas entre diferentes especies descritas ya por Mereschkosky[13].
Teoría simbiótica que explicaría, por ejemplo la aparición del núcleo en las células como consecuencia del intercambio de material celular o de las mitocondrias, propuesto ya por Richard Altman en 1890 y desarrollado en 1918 por Paul Portier en un libro titulado “Les Symbionts”[14]. Y más recientemente por Lynn Margulis que se ha destacado por su teoría de la endosimbiosis seriada, sobre la aparición de las células eucariotas como consecuencia de la incorporación simbiótica de diversas células procariotas , así como por el soporte de sus trabajos a la hipótesis de que la simbiogénesis sería la principal fuente de diversidad biológica. Tesis ambas que ponen en cuestión buena parte de los fundamentos del modelo neodarwiniano (síntesis evolutiva moderna).
Margulis considera que la síntesis evolutiva moderna (neodarwinismo) está centrada en el genoma al que otorga la categoría de entidad fundamental en la evolución, al vincular los errores producidos en su replicación como el origen principal de los cambios que conducen a dicha evolución. Margulis niega tal capacidad al genoma y otorga el protagonismo a los organismos. Mientras que para la teoría de la síntesis evolutiva moderna el genoma es el director del proceso, y los organismos se limitan a seguir los dictados indicados en el código genético, para Margulis son los organismos, los seres vivos, los que evolucionan y estampan el resultado de esa evolución en el genoma. Según ella, los organismos son los verdaderos actores del proceso y el genoma un registro que estos organismos se encargan de rellenar y modificar.[15],[16] No es sorprendente, pues, que Margulis apoyara primero y completara después la hipótesis Gaia formulada por Lovelock[17]. Pero esta es ya otra historia.
Un último comentario para terminar. Hoy hay pocas dudas de que no solo existe una evolución filogénica de los órganos sino también de los sentidos, incluido el sentido moral. Que la moral, esa propiedad tan genuinamente humana, no nace en el vacío, como consecuencia de una impregnación (divina o de otra naturaleza) en un momento determinado de la historia del hombre sino a lo largo de todo el proceso de humanización, pudiéndose encontrar vestigios en su filogenia allí donde se mire. Esta es, por ejemplo, la tesis de Damasio[18]. Un campo nuevo de la neurociencia que por primera vez llama a la puerta de asuntos que, como la ética, la moral o la misma libertad, han estado reservados a la teología o a la filosofía
Y terminamos con una pregunta nada retorica: ¿Quién dice que no hay ni debe haber relación alguna entre ciencia y política? ¿No es esta, acaso una forma de utopía de aquellos biologicistas, que desencantados de la capacidad de la cultura (de la retórica del humanismo la llamó Melman)[19] para solucionar los viejos problemas del hombre, proclaman el poder de ese nuevo constructo que llaman tecno-ciencia, con el que anuncian proféticamente la llegada de un hombre nuevo, que será capaz de superar y diseñar a la carta las bases biológicas mismas del bien y del mal?
Historias como la Kropotkin ponen en cuestión la tesis monolítica de una sola manera de entender la ciencia. Eso que algunos autores han llamado “la leyenda”[20]. La idealización de la ciencia como una disciplina libre de valores está bien mientras sea solo, un ideal al que los científicos aspiran sabiendo que es un desiderátum inalcanzable. Que es solo una buena idea que puede llegar a convertirse en una mala ideología cuando los científicos (o las corrientes científicas) olvidan la pluralidad axiológica de la ciencia. Y olvidan, sobre todo, que siempre están y han estado presentes lo que ahora se llama sesgos cognitivos contra los que lo único que cabe hacer es identificarlos y publicitarlos, incluyéndolos como parte del análisis de la realidad.
Esta ausencia de (auto)crítica por parte de los científicos es lo que está ocurriendo hoy, por ejemplo, con el llamado “determinismo tecnológico”, tan popular y al mismo tiempo tan peligroso, que nos presenta las propuestas tecnológicas como caídas del cielo e inevitables, Los humanos gestionamos mal la incertidumbre y probablemente sea esta necesidad de certezas (de seguridad) la razón del nacimiento de las religiones. Ciertamente la buena ciencia gestiona la incertidumbre con más eficacia que cualquier otra aproximación al conocimiento. Y es esta su mayor virtud. Pero cuando la ciencia no es capaz de reconocer sus propios límites cuando la ciencia y los científicos sustituyen a la religión, entonces la ciencia se transforma en una ideología como cualquier otra, que algunos llaman cientismo, quizás el más peligroso de todos los “ismos” que haya habido en la historia del hombre.
[1] https://sintarimalibros.com/recomendados/el-apoyo-mutuo-de-piotr-alekseyevich-kropotkin/
[2] Álvaro Girón. Tomando a Piotr Kropotkin en serio.
https://metode.es/revistas-metode/article-revistes/tomando-a-piotr-kropotkin-en-serio.html
[3] Kropotkin no fue un chiflado
.
[4] https://sintarimalibros.com/recomendados/el-apoyo-mutuo-de-piotr-alekseyevich-kropotkin
[5] Álvaro Girón. Tomando a Piotr Kropotkin en serio. (Op.cit).
[6] Francis Bacon. — (1984). Novum Organun. Ed. Sarpe, 1984,
[7] Álvaro Girón. Tomando a Piotr Kropotkin en serio. (Op.cit)
[8] Huxley, Thomas Henry. The coming of age of 'The Origin of Species'. Science. 1880; 1: 15 - 17
[9] Álvaro Girón. Tomando a Piotr Kropotkin en serio. (Ibiden)
[10] Álvaro Girón. Tomando a Piotr Kropotkin en serio (Ibiden).
[11]Richard Dawkins. El gen egoísta Salvat Editores, S.A., 2ª edición, Barcelona, 2000,
[12]ColinTudge, Por qué los genes no son egoístas. Madrid, Arte Editorial, 2014.
[13] Konstantin Mereschkosky fue un importante biólogo y botánico ruso que propuso a primeros del siglo XX la teoría de la simbiogénesis, desarrollada a partir de sus estudios con líquenes
[14] Citado en: Sebastien Duperron. Microbial Symbioses. Elsevier, 2017. p.7.
[15]Margulis, Lynn . Una Revolución en la Evolución (escritos seleccionados). Otros autores. Valencia (España): Colección Honoris Causa, Universitat de Valencia.2003.
[16]Sampedro, Javier. Deconstruyendo a Darwin. Ginés Morata (prólogo). (1ª edición). Barcelona: Editorial Crítica.2002.
[17] Lovelock, James E. (1985). Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra. Ediciones Orbis.
[18] Antonio Damasio. El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de las culturas. Destino,2018.
[19] Mermall Thomas. La retórica del humanismo. La cultura española después de Ortega.Tauris, 1978.
[20] Fran Miedema (traducción al español Federico Soriguer), . Ciencia Abierta. Ciencia Abierta: Una Buena Idea. Edición en español. Amelica 2024.
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