¿Por qué nos besamos?/ La tiranía de la imagen/ El triunfo de la mentira...
Tres artículos interesantes. El primero de Constanza Vacas donde trata de aclarar el porqué de besarnos; el segundo sobre la tiranía actual respecto a la imagen de Yair Leonardo Vera Bernal y el tercero sobre la inmigración de Walter Gallardo
I)
¿Por qué nos besamos?
Constanza Vacas (National Geographic)
La posible explicación evolutiva tras esta señal universal de afecto
Los besos no son fruto de nuestra época: esta práctica ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, lo que ha llevado a un equipo de la Universidad de Warwick a investigar su origen biológico.
Muchos simios se besan tras la práctica del acicalamiento para reforzar su vínculo social.
En este mismo instante, en cualquier parte del mundo, una pareja se está reencontrando en un aeropuerto tras semanas o meses sin verse. La escena, recurrente en esas comedias románticas hollywoodienses que todos hemos visto, culmina con aquello que el espectador espera: un gran y épico beso. Pero, ¿por qué se lleva a cabo esta conducta y no otra como, por ejemplo, meterse los dedos en los ojos el uno al otro, como hacen los monos capuchinos para mostrar afecto?
No importa si somos de la India, de Bielorrusia o de Nicaragua: resulta, de hecho, innecesario explicar por qué un beso ha sido, durante milenios, la señal de apego y cariño por excelencia en todos los continentes y culturas. De ello da cuenta, por destacar un caso, la representación en piedra de Los amantes de Ain Sakhri, figura tallada que muestra a dos personas fundiéndose en un beso y un abrazo, y que data de hace unos 10.000 años.
Así, está claro que, tal y como revela el registro histórico, besarse no es ningún gesto fruto de nuestra época. Sin embargo, en términos biológicos, ¿acaso hay alguna razón evolutiva que llevó al ser humano a hacer tangible su cariño a través de un beso? Un nuevo estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Warwick (Reino Unido) y publicado en la revista Evolutionary Anthropology, plantea una hipótesis que se relaciona con la práctica del acicalamiento entre simios.
Lo que nos une a nuestros 'primos' los gorilas
DÓNDE, CÓMO Y A QUIÉN BESAR: UNA CONDUCTA NATURAL CON LÍMITES SOCIALES
De todos los comportamientos humanos, quizás el beso sea el que tiene más importancia en la línea de vida de una persona: de hecho, es difícil saber cuándo fue la primera vez que saludamos a alguien, o le estrechamos la mano, pero sí que queda en nuestra memoria ―para siempre― el primer beso, como también el último que hemos dado hasta la fecha.
Que sea una conducta universal no quita, eso sí, que cada sociedad le haya dado unas connotaciones concretas y, con esto, unos límites determinados: por ejemplo, los antiguos romanos besaban de una manera u otra en función del grado de relación con la otra persona (al beso erótico lo llamaban savium, mientras que al familiar ―en la mejilla― lo llamaban osculum).
Y en cuanto a la actualidad, los dos besos europeos (de mejilla a mejilla, de izquierda a derecha) se utilizan frecuentemente en el encuentro hombre-mujer y mujer-mujer, pero no entre hombre y hombre, simplemente por consenso social.
Aun así, los investigadores detectaron que, lejos de las diferencias culturales que nos conducen a besar de una forma u otra ―a personas específicas, en entornos específicos y con intenciones específicas― hay algo que esos besos tienen en común: la función de regular las interacciones humanas: "Los besos están imbuidos de un significado biológico universal subyacente que atraviesa culturas, insinuando una base evolutiva más antigua que las propias convenciones culturales", indica el estudio.
ACICALAR Y BESAR: LO QUE REVELAN NUESTROS PRIMOS EVOLUTIVOS
A lo largo de las últimas décadas son numerosas las investigaciones que han surgido en torno al acto del beso. Una teoría extendida ha sugerido que el beso es una forma alternativa de "olfatear" para la inspección social, mientras que otros estudios apuntan a una herencia de la lactancia, por la similitud gestual de ambos comportamientos.
Sin embargo, nada de esto parece tener sentido si tenemos en cuenta el contexto social y la función del beso, muy ligado a la intimidad: "Los besos están reservados a relaciones específicas en instancias sociales específicas", señalan los investigadores.
Así pues, los científicos participantes del estudio recurrieron al reino animal en busca de respuestas. Concretamente, al análisis del momento social más importante entre esos grandes primates, el acicalamiento: una práctica ancestral que no solo sirve para liberar de parásitos el pelaje de los congéneres, sino que además es crucial para forjar y reforzar vínculos sociales entre los individuos del grupo. Y en ese proceso, lo que destacaron fue la manera de concluirlo.
Tal y como indica el estudio, tras el aseo "el peluquero tocaba al acicalado con los labios protuberantes y succionaba la acción para agarrarse y eliminar un parásito o desechos". ¿Te resulta familiar esta descripción?
Huelga decir que los seres humanos no practicamos el acicalamiento, y ello se debe a que su necesidad utilitaria disminuyó inevitablemente a causa de la evolución: según el estudio, a medida que los antepasados perdían gradualmente el pelaje, las sesiones de aseo fueron acortándose hasta desaparecer.
No ocurrió lo mismo, sin embargo, con la manera de consumarlo: con ese contacto boca a boca que sin duda sirvió para estrechar relaciones sociales, y que muestra paralelismos evidentes con el beso humano "hasta un punto que ningún otro comportamiento propuesto hasta ahora lo ha hecho".
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II)
La tiranía de la imagen
YAIR LEONARDO VERA BERNAL
https://telos.fundaciontelefonica.com/la-tirania-de-la-imagen/
El raudal de imágenes actual es un fenómeno cultural, propiciado por la revolución móvil. En el mundo digital se crea una imagen ajustada a los estándares estéticos dominantes (asociados a belleza, poder y dinero), modelando a los usuarios.
La avalancha incesante de imágenes es el signo cultural de los tiempos actuales, en los que también se vive una vida digital, aquel espacio virtual donde se recrea una imagen ideal. La sobreabundancia de imágenes inunda las redes sociales (RRSS), concebidas en un principio como espacios virtuales para socializar, pero se transformaron en un «no-lugar» donde también se vive.
En este ecosistema tecnológico donde confluyen Internet, la telefonía móvil y las redes sociales se confecciona una imagen idealizada y un relato de lo que se quiere contar, modelando el comportamiento humano mediante la imitación de estereotipos asociados al éxito, la belleza y la prosperidad.
Allí la foto deja su función informativa para ser imitativa, adaptándose al mensaje que un usuario desea transmitir y generando una estetización de lo cotidiano (como lo afirma Gilles Lipovetsky), junto con un interés económico. La imagen pierde su valor significativo y expresivo al diluirse en una dinámica imitativa, donde prevalece el «me gusta» sobre el análisis.
Susan Sontag afirmó que “las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión” (Sontag, 2006 pág. 15). Las fotografías dan la sensación de tener el mundo en la cabeza, como una antología de imágenes diversas que amplían el horizonte del conocimiento.
Las redes sociales modifican conductas, limitando el espíritu y la capacidad crítica
Las RRSS han convertido las personas en consumidores y productores de imágenes, haciendo de sus vidas un espectáculo imitativo y aspiracional, ligado a la lógica consumista y las estéticas hegemónicas. Las imágenes son la herramienta digital que propician la necesidad de aprobación ante un grupo social. Se dispara una cámara sin pensar, con el único objetivo de lograr la validación de la sociedad digital mediante el like (me gusta).
La contaminación visual generada por la hiperabundancia de imágenes se caracteriza por la incesante repetición de quienes creen estar capturando un momento único e irrepetible. Por ejemplo, la etiqueta «#sunset» aparece en 331 millones de publicaciones en Instagram. Así, se imitan poses en fotografías retocadas con filtros y en lugares mágicos para sentir que se pertenece a un ideal estético.
Selfie: el narciso digital
La selfie acabó con el espíritu documental de la imagen, trasladando el protagonismo al dueño de la cámara (el Narciso digital). Aunque también permite comprender y explicar el propio mundo.
Las imágenes son mediaciones entre la persona y su mundo que funcionan como herramienta de proyección de aquello que desea e idealiza. De esta manera, las redes sociales fomentan la imitación de modelos con mayor relevancia y reconocimiento social (seguidores y likes), asociados con marcas de lujo que simulamos alcanzar con réplicas para recrear las escenas del vídeo musical de moda.
Estos comportamientos sociales evidencian la incursión de la tecnología en la vida cotidiana, los cuales generan un contenido predictivo mediante el uso de los datos y la información de los usuarios. Los datos extraídos sirven para moldear el cambio de las personas, mientras que estas piensan que lo hacen libremente. Así, las redes sociales modifican conductas, limitando el espíritu y la capacidad crítica mediante la manipulación de las emociones y el deseo de ser parte del grupo.
La construcción de una imagen personal para reafirmar la personalidad naufraga en el mar de imágenes homogéneas. Al perseguir la singularidad que promete el individualismo, el look representa un rostro teatralizado y estético del neonarcisismo, alejado de los estándares tradicionales (Lipovetsky, 1990 pág. 143).
Este individualismo narcisista determina nuevas maneras de relacionarse con los demás y con los objetos (Lipovetsky, 1990 pág. 196), las cuales otorgan valor a los objetos ínfimos como instrumentos de distinción social.
Moda por imitación
La moda ha encontrado en las redes sociales una nueva plataforma de difusión, donde las personas adoptan y asimilan los objetos de un medio social, eliminando las diferencias y homogenizando las apariencias mediante una falsa ilusión de reivindicación y autoafirmación imitativa.
La moda influye en las relaciones humanas reales y digitales, generando la necesidad de exhibirse para ganar reconocimiento como ilusión de libertad y autenticidad, proyectadas como extensión de la personalidad. En este juego de distinción aparece el consumo y exhibición de símbolos de clase, donde la opulencia está asociada a la felicidad.
En este escenario (donde las redes sociales son simultáneamente escenografía y medio de promoción) se proyecta un Yo teatralizado, la mejor versión estética lograda con ropas, accesorios, lugares, poses y filtros con la que buscamos escapar de la normalidad. Dicha puesta en escena es un juego de apariencias, una vida enmarcada en una narrativa confeccionada a la medida de aquello que idealizamos y construida a través de la imitación de modelos hegemónicos.
Mediante los likes, las redes sociales aprovechan la necesidad de aprobación y reconocimiento para unificar los criterios estéticos de las sociedades digitales. Se comparten las mismas fotos, repetidas una y otra vez, atestadas de hashtags y frases de molde que -como la fotocopia de la fotocopia- van perdiendo su autenticidad.
En este capitalismo de la información (término acuñado por Byun-Chul Han) está basado en la comunicación digital y la creación de redes que le hacen creer a la persona ser libre, auténtica y creativa, donde su cuerpo es un objeto estético que sirve como valla para las industrias de la moda y la belleza.
De este modo la sociedad del consumo estandariza modelos ajustados a la lógica de producción para el consumo de masas, mediante la velocidad de la innovación permanente y el afán de personalización que reafirma una individualidad sumisa con la cual las personas exhiben sus vidas voluntariamente, puesto que hay una necesidad interior de mostrarse.
El cuerpo como espacio publicitario no se limita al cuerpo saludable que encaja en los criterios estéticos dominantes, también hay que tener una mentalidad atiborrada de pensamientos positivos. Esta tendencia del optimismo extremo resulta peligrosa, puesto que distorsiona la realidad mediante la negación de los problemas y dificultades de la vida.
Este complejo escenario digital está modelando la percepción del mundo y la manera como se relacionan las personas, quienes determinan los signos que evidencian el ascenso y la aspiración social para reafirmar el privilegio. Estos elementos de utilería funcionan en una puesta en escena inspirada en los modelos dominantes para ganar reconocimiento social, propiciando nuevos modos de relacionarse y generando la necesidad de estar a la moda en todo momento (trendy).
Préstame tu vida
Así aparece el influencer, personaje de gran relevancia digital en quien confluyen la cultura pop, la sociedad del consumo, el capitalismo digital y los emprendimientos tecnológicos. A diferencia de El show de Truman, son plenamente conscientes de que su cuerpo es un espacio publicitario, de los productos que promocionan y de la presencia de la cámara (que incluso ellos mismos sostienen).
Es común creer que las redes sociales son espacios diversos, pero allí más bien predomina la uniformidad, una serie de imitaciones que se replican rápidamente, aprovechando la efímera tendencia del momento.
Se trata de un juego imitativo que busca el reconocimiento a través de las redes sociales. Es una dinámica comercial donde el consumo desenfrenado e irracional adquiere un halo de refinamiento. Jean Braudillard define este comportamiento como el aprendizaje del consumo, donde se desarrolla una personalidad para afirmarla en un código de valores sociales, ganar aceptación de un grupo y luego proyectar sus rasgos colectivos.
Los comportamientos sociales están asociados a un estatus social, debido a que determinan el lugar de una persona en la sociedad. Así se condiciona su comportamiento y el uso de determinados signos para ser compatibles con los valores del grupo.
Las redes sociales también están remodelando la infancia de los niños con la aquiescencia de sus propios padres
En este contexto, el conocimiento es sustituido por el entretenimiento y el espectáculo, afectando el juicio humano para mantenerlo en un estado de inmadurez. Para Byung-Chul Han el discurso se ha fragmentado y todos siguen la misma tendencia (subirse a la ola viral del momento), diseñada para generar reacciones, en detrimento de la reflexión y el análisis.
El diseño inmoral
Las redes sociales también están remodelando la infancia de los niños con la aquiescencia de sus propios padres, quienes ven en su exhibición una oportunidad económica sin considerar los riesgos a los que los exponen, como una baja autoestima, derivada de los comentarios y comparaciones relacionadas con la mercantilización de sus vidas y cuerpos (especialmente en niñas). La instrumentalización mediante la exhibición de niños y preadolescentes resulta tan alarmante como preocupante. La manera cómo sus padres los muestran como un producto, inculcándoles una mentalidad perfeccionista y competitiva, los expone a una gran presión sobre su apariencia y su cuerpo en una etapa tan temprana de sus vidas.
Una investigación publicada en The Washington Post revela que Facebook conocía los efectos negativos de Instagram en niños y adolescentes. La empresa de Menlo Park sabía de las consecuencias en las personas al compararse con los otros cuerpos de Instagram, incrementando la ansiedad y la depresión en adolescentes (Wells, et al., 2021). Además, genera desórdenes alimenticios derivados de la constante competencia y la frustración por encajar en ese mundo digital de estéticas homogéneas.
Las redes sociales premian la obediencia y aplauden la adaptación al ecosistema digital mediante mecanismos de recompensas: un mayor número de likes y de seguidores significan un mayor reconocimiento social en la esfera digital, junto con una remuneración económica (por lo cual evitan abordar temas polémicos). De este modo, el biempensante tiene la ilusión de ser un crítico, pero no cuestiona las inequidades del sistema, tampoco indaga sobre los orígenes de la injusticia ni las estructuras de poder tradicional.
La construcción de una careta social es una alternativa para hallar un instante de la fama y la riqueza que proyecta el mundo Kardashian. Son también vía de evasión a una realidad donde los trabajos son tan escasos como precarios y han servido para alimentar colosales fortunas. Todos queremos tener los 15 minutos de fama de Warhol, aunque en tiempos virales bastan 15 segundos de viralidad.
Bibliografía
Sontag, S. (2006): Sobre la fotografía. Buenos Aires, Alfaguara.
Lipovetsky, G. (1990): El imperio de lo efímero (2000). Barcelona, Editorial Anagrama.
Zuboff, S. (2020): La era del capitalismo de la vigilancia. Barcelona, Paidós.
Han, B. (2021): Infocracia. Colombia, Editorial Taurus.
Fontcuberta, J. (2016): La furia de las imágenes. Notas sobre la posfotografía. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
Baudrillard, J. (1970): La sociedad de consumo (2018). Bogotá, Siglo XXI.
Nymoen, O. y Schmitt, W. (2022): Influencers: la ideología de los cuerpos publicitarios. Barcelona, Editorial Planeta.
**Publicada en Telos. Fundación Telefónica
Nota: Sugiero leer también otro artículo publicado en Sinapsis en el mes de septiembre de 2024 y que se titula "La sociedad narcisista".
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III)El triunfo de la mentira en tiempos de
desgracias
Por Walter Gallardo
La inmigración es desde hace tiempo el material demagógico predilecto de los partidos populistas de derechas, y, visto el éxito en votos de sus campañas construidas desde la mentira y el odio, por afinidad y oportunismo lo es hoy también de sus hermanos carnales, los conservadores. Juntos van detrás de una víctima fácil, alimentándose políticamente de la desgracia ajena, como algunos insectos lo hacen de la sangre de otros seres vivos.
El campo de acción es fértil en un año en el que numerosos procesos electorales en todo el planeta coinciden con éxodos masivos, consecuencia de invasiones armadas, genocidios, hambrunas, guerras civiles y dictaduras.
Pese a la explotación infinitiva del tema, los recursos usados carecen de novedades y abundan en lugares comunes. A saber: el extranjero está produciendo un fenómeno llamado “el gran reemplazo”, esto es, vaciando la cultura de los países donde se instala para imponer la suya; con ese fin, entre otras cosas, se esmera en tener más hijos para sacar ventaja de la “sobriedad reproductiva” del resto; violan a las mujeres locales y traen tanto enfermedades como religiones peligrosas, sobre todo la musulmana; tienen además una irrefrenable tendencia delictiva, por lo cual luego abarrotan las cárceles y en ellas se los alimenta injustamente con dinero público; como “son demasiados”, se hacen con los empleos, condenando a la miseria a los trabajadores del país de destino; devoran las ayudas sociales a la vez que sus niños (futuros malhechores) invaden las guarderías infantiles, se apropian de las plazas escolares y sus comedores, y, en conjunto, atiborran los hospitales y centros médicos barriales. No satisfechos con tanto vandalismo, estas familias de extrañas costumbres ocupan los parques sin dejar ni un banco libre para los jubilados.
Descripto así, parecería un sarcasmo; pero no hay que subestimarlos, esto es lo más moderado que se oye de sus bocas. A medida que se desplazan hacia un lejano y delirante derechismo, su inspiración se exacerba: en España, dirigentes del partido Vox (tercera fuerza y primo hermano de otras formaciones macondianas de Latinoamérica) sostienen, entre una montaña de ocurrencias, que los inmigrantes aprovechan el momento en que los mayores van al supermercado o a jugar a las cartas con sus amigos para ocuparles sus casas y expulsarlos a la calle; o que son mayoría los extranjeros entre los desalmados que golpean o matan a sus esposas o parejas.
A cada dato tremebundo y falso que suministran, las estadísticas siempre los desmienten, pero eso poco les importa: saben que las aclaraciones sólo llegan cuando han colonizado mentalmente a una franja importante de la sociedad; es decir, cuando el daño ya está hecho.
En Estados Unidos, las huestes trumpistas, en colaboración con cadenas televisivas como “Fox News” y las redes sociales, han convertido la mentira en un espacio donde se deshumaniza al inmigrante y la verdad en una plaga de la que hay que huir. Aparte de acusarlos de hacerse un banquete con perros y gatos, de portar enfermedades altamente contagiosas y de corromper unos supuestos valores nacionales, ante los recientes huracanes Helene y Milton difundieron la teoría de que el gobierno manipula el clima y produce estas catástrofes para que la gente, en particular esos mismos inmigrantes, coma de la mano de los demócratas y acabe votando a Kamala Harris. Pero la más hiperbólica de las fantasías, convertida en latiguillo de campaña, corresponde al propio Trump: nadie razonable (quizás por eso mismo sólo él lo cree posible) podría confiar en la promesa de deportaciones masivas, algo impracticable desde la logística y, en particular, desde las finanzas: detener, transportar y expulsar a más de 11 millones de extranjeros indocumentados costaría alrededor de 100.000 millones de dólares, una suma hiriente en un país donde 27 millones de ciudadanos no cuentan con cobertura médica.
Pero no siempre el ataque al extranjero estuvo tan teñido de desprecio. Los partidos de derechas, antes de descubrir el rédito de las noticias falsas, hacían un pequeño esfuerzo por aclarar que no eran segregacionistas o xenófobos, incluso hasta el punto de simular una simpatía poco creíble hacia los forasteros. Actualmente, han dado un paso adelante y ya no creen necesario ese preámbulo y proponen a viva voz una variedad de recursos: atacarlos con barcos de guerra, confinarlos como apestados o frenarlos con muros coronados por alambres con una carga persuasiva de electricidad. Humanismo en estado puro.
Ante el disparate o la indolencia como reacción a un problema en muchos casos de vida o muerte, se podría pensar que por fortuna hay una mayoría sensata dispuesta a actuar de contrapeso para encontrar soluciones.
Lamentablemente, no es así. Mientras el populismo de derechas miente, ataca y discrimina, el resto de la clase política ha resuelto ponerse una venda en los ojos y pagar con dinero de todos a una suerte de carceleros o sicarios para eludir responsabilidades. En ese papel están Turquía,
Mauritania, Marruecos o Túnez, países que han firmado acuerdos de colaboración con la Unión Europea para frenar a los trashumantes con unas reglas laxas o inexistentes en materia de derechos humanos. El primero de ellos, con una lluvia de denuncias en su contra, recibió 11.500 millones de euros desde la gran crisis migratoria de 2016. Y ahora como novedad muy
celebrada, están los planes de la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, conocida por su xenofobia, de trasladar a los extranjeros indocumentados a prisiones disfrazadas de centros de acogida en Albania, a un costo de 18.000 euros por persona, una imitación del fracasado plan del Reino Unido de llevarlos a Ruanda, a 7.000 kilómetros de Londres.
Meloni no está sola: ya consiguió el apoyo de Países Bajos y Austria, mientras otros estados comunitarios como Polonia, Hungría, Finlandia o República Checa creen que hay que ir más lejos y suspender el espacio Schengen, es decir, el libre tránsito en la UE y restablecer las antiguas fronteras.Todo indica que el febril trabajo de intoxicación de la sociedad está dando
resultados. Lo corrobora en España una encuesta reciente del diario “El País”: la mayoría de los votantes cree que los extranjeros conforman el 30,3 % de la población cuando en realidad no superan el 13,4, mientras que el 5 % está convencido de que los inmigrantes “reciben demasiadas ayudas públicas”, saturan la atención sanitaria y aumentan la delincuencia. Esta
percepción negativa ha crecido 16 puntos en año y medio al ritmo de la carroña política en los medios de comunicación y las redes sociales, y preocupa tanto como el desempleo o más que las guerras o el cambio climático.
Pero no toda la inmigración es igual. En esa misma encuesta, se preguntó si los españoles tendrían objeciones a que sus hijos tengan una pareja de otro país. Y la conclusión es que las parejas de países como Suecia o Alemania apenas generan rechazo: sólo a un 4,8% le parece mal o muy mal. Pero el porcentaje sube hasta el 34% si la pareja es de algún país del Magreb o al 25,7% si es de África Subsahariana. Pese a estos datos, nadie admite ser racista. ¿También hay un déficit de sinceridad?
Tal vez todo se remonte al día en que los hechos alternativos comenzaron a tener tanto crédito como los reales, el mismo día en que la verdad pasó a ser una pésima noticia o un testigo incómodo que estropea argumentos a medida de las malas intenciones de un sector político. Ante este escenario, y a la hora de acudir a las urnas, habrá que distinguir si el voto escogido
refleja lo que ocurre ante nuestros ojos o responde a un amasijo de falsedades instalado en la opinión pública por unos personajes disfrazados de Jinetes del Apocalipsis. De una decisión o la otra, dependerá que el futuro sea o no la proyección de las mentiras del presente.
(Publicado en La Gaceta de Tucumán)
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