Contribuciones de Juan Serra, Federico Soriguer y Walter Gallardo
Tres artículos con temáticas diferentes pero que os recomiendo activamente su lectura
I)
Artículo de Juan Serra
Comparto este escrito de un gran amigo, donde con palabras que sobrecogen, nos expone sus duros y tristes recuerdos de un periodo que vivió en la historia reciente de Argentina
¿QUÉ VOY A HACER CON TANTO CIELO PARA MÍ?
Juan Serra
(Publicado en: http://www.cnt.com.ar/inicio/noticia/18766.html )
Pareciera que en el Cielo está Todo. Y que dentro nuestro, también lo está
La noche era inmensa. Siempre lo fue, pero aquella lo era mucho más, parecía que todas las estrellas se habían puesto de acuerdo para mirar lo que me pasaba. Era una noche del mes de noviembre del año 1975.
- ¡Poné los codos para afuera y abrí los pies como un avioncito!
Era difícil hacerlo, pero tenía que obedecer, aunque el miedo y el frío me inmovilizaban.
Estaba tirado boca abajo con las manos esposadas hacia atrás sobre la pista de aterrizaje del Aeropuerto de Trelew, en la Base Aérea Almirante Zar de la Marina.
Intenté poner la cabeza de costado para confirmar que todo aquello era cierto cuando un culatazo sobre la nuca me volvió a la posición inicial, mirando el cemento.
- ¡Tucumano tenías que ser! Ahora vas a quedar hecho mierda cuando el avión te aterrice encima.
Comencé a orinarme de miedo. Los gendarmes se cagaban de la risa
Aquello era un traslado de presos políticos, aparentemente rutinario, desde la Cárcel de Rawson en Chubut a la Cárcel de Devoto en Buenos Aires. Digo aparentemente porque no era como tantos otros traslados. Estaba solo. Trasladar a una sola persona no era común.
- Ahí viene el avión, más vale que te hagas el dormido.
Cerré los ojos, tal vez creyendo que a la muerte es mejor no verla. Ya no sentía frío, tampoco ruidos. Todo el cuerpo se me había cerrado.
No fue la muerte, pero sí fue la última vez que pude ver la noche entera. Todas las que siguieron, durante ocho años, fueron con una mezcla de barrotes y cielo raso, con una esperanza que se acortaba de noche y se estiraba de día.
Uno se acostumbra. Y aprende. Y resiste. Y se conoce a sí mismo. Y también a los otros.
En espacios pequeños el cuerpo se vuelve pequeño, los gorgojos saben a orégano y la cáscara de naranjas es un postre exquisito. Con un poco de buena voluntad hasta se puede caminar por las paredes.
Con el paso del tiempo lo más terrible queda como anécdota.
Pero hay momentos sublimes, diría el poeta. Mágicos o milagrosos diría el creyente. Inolvidables digo yo. Y todo lo sensible que aún queda dentro de uno se asoma en lágrimas.
El 23 de junio de 1982 vi por última vez la celda 327 del pabellón N°7. Luego pasamos la última puerta de la Unidad Penitenciaria N°9 de La Plata. Era la Libertad. Alguien nos esperaba. No sabíamos de ómnibus ni de dinero, y la ropa me quedaba grande.
Miraba para todos lados. No me animaba a caminar. Levanté los ojos y se me escapo una sonrisa.
¿Qué voy a hacer con tanto cielo para mí?.
Autor Juan Serra
***
II)
Artículo de Federico Soriguer
Víctimas como verdugos
Israel está a punto de perder el inmenso capital moral que le daba el ser depositarios casi en exclusiva del concepto de víctimas de genocidio
Federico Soriguer
MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS
Publicado en Diario Sur. Málaga.12/10/2024
En una entrevista reciente la escritora Margot Rot, dice: «¿Cómo puedo ver una matanza en Gaza en la palma de la mano (el móvil) y continuar con mi vida diaria?». No es un sentimiento nuevo. Ya Adorno escribió que «después de Auschwitz, no se podría volver a escribir poesía». Fue solo una ilusión que no ha durado demasiado. Una mala conciencia que llevó a escritores como Haro Tecglen en los finales del franquismo a escribir: «Puestos a escoger prefiero ser víctima a verdugo». Lo que sí ha habido, paradójicamente es una universalización del concepto de víctima, ahora ampliado hacia todos aquellos que sientan (y aquí el sentimiento es lo importante), que sus deseos no son satisfechos e incluso a todos aquellos que ven peligrar sus privilegios. Aquella banalización del mal de Hannah Arendt ha sido sustituida por una banalización de las víctimas. Estos días, desde nuestras casas, asistimos a la ración diaria de muerte y destrucción en Gaza.
Los habitantes de Gaza viven encerrados en una jaula de pocos kilómetros de la que no pueden huir, atrapados entre unos líderes que los utilizan como escudos y los sistemáticos bombardeos del ejército de un Estado invasor, cuya violencia desmedida parece más estar inspirada en la sed de venganza de los textos del Viejo Testamento que en los derechos humanos y el derecho humanitario de una sociedad civilizada. Con frecuencia se echa mano de la historia para justificar las barbaridades del presente. Dos autores franceses, Bolloré y Bonnassies, han publicado recientemente un libro en el que, tras una erudita revisión de los grandes hallazgos de la cosmología, de la física y de la biología, creen estar en condiciones de poder demostrar más allá de toda duda razonable la existencia de Dios. En la segunda parte y en un prescindible capítulo rastrean en la historia del pueblo judío y en los textos del Viejo y del Nuevo Testamento las razones por las que los hebreos fueron el pueblo elegido.
Y es esta idea de 'pueblo elegido' sobre la que parece justificarse en demasiados momentos la desmesura de un gobierno donde ha desaparecido, si es que alguna vez existió, la separación entre religión y Estado, Lo que esa ocurriendo ahora en Israel y Palestina es tan despiadado que remite a las historias sagradas de la Biblia «{ (...) Pero el Señor le quitará sus posesiones; destruirá en el mar su poder y ella será consumida con fuego./ Gaza se retorcerá en agonía/y lo mismo hará Ecrón al ver marchita su esperanza./Gaza se quedará sin rey y Ascalón, sin habitantes.(...)/ De la boca les quitaré la sangre y de entre los dientes, el alimento prohibido./ (...) ¡Nunca más un opresor invadirá a mi pueblo, porque ahora me mantengo vigilante!}» (Zacarias 9-14). Desde una perspectiva occidental es muy difícil la equidistancia. Ante esta carnicería de los unos y, sobre todo, ahora de los otros, esta carrera alocada, salvaje, inhumana, solo cabe la vergüenza de formar parte de una especie que ha construido su historia sobre el sufrimiento y montañas de cadáveres.
Y es esta historia victimaria lo que une a Hamas y al Estado de Israel. Con esta matanza sistemática a los ojos de todo el mundo, Israel está a punto de perder el inmenso capital moral que le daba el ser depositarios casi en exclusiva del concepto de víctimas de genocidio. Y es esta deuda moral de la humanidad con el pueblo judío la que está a punto de perder Israel. Y si se queda sin este patrimonio moral habrá perdido buena parte de la razón de su existencia. El exterminio nazi de los judíos se ha convertido en el mayor referente ético-político contemporáneo y es conveniente recordar que el Estado de Israel adquiere carta de naturaleza a partir de la construcción de un mito basado en hechos reales, el Holocausto, que hace que las naciones del mundo reconozcan el derecho de retorno de los judíos (un discutible derecho étnico y religioso) a sus tierras 'míticas' originarias y, como ha dicho alguien «el que controla la máquina mitológica tiene en su mano la palanca del Poder».
El Estado de Israel ha asumido el papel de heredero y albacea de las víctimas del Holocausto y reclama, además, el privilegio de no ser censurado si se salta las leyes internacionales del derecho humanitario, acusando a quien critica la intervención en Gaza de antisemita. Solo así se entiende la frase que Daniele Giglione en su imprescindible 'Crítica de la Víctima' pone en boca de Golda Meir, ex primera ministra de Israel durante el Yom Kipur: «!Oh¡ árabes, nosotros os podremos perdonar un día el haber matado a nuestros hijos, pero no os perdonaremos nunca el habernos obligado a matar a los vuestros». Porque lo que el Estado de Israel reclama políticamente es lo mismo que en la actual sociedad reclaman tantas víctimas, reales o imaginarias.
El poder moral permanente por el mero hecho de haberlo sido. Un estatuto de víctimas que otorga derechos históricos y la potestad para transferirlos a las generaciones siguientes. Lo dramático es que las verdaderas víctimas, las que mueren bajo los ataques terroristas de Hamas y los que mueren aterrorizadas bajo los bombardeos de Israel son, sobre todo, víctimas que no quieren serlo y lo trágico es que ninguno de los dos, ni Hamas ni el actual Estado de Israel, están en condiciones de ofrecer una mínima solución. Tampoco la comunidad internacional, especialmente la europea que mira con la vista perdida el monstruo que, con su egoísmo, su insolidaridad y su prepotencia, ha conseguido crear. Unas víctimas de las que son responsables la ceguera de esa parte de la humanidad que asiste indiferente o impotente a tanto sufrimiento innecesario.
III)
Cómo acabar de una vez por todas con la cultura
Por Walter Gallardo
De tanto en tanto, una corriente simplista de pensamiento vuelve a la carga con la idea de que la cultura es una actividad superflua, onerosa y con veleidades izquierdistas a la que se dedica gente con pocas ganas de trabajar; gente parasitaria que nada aporta a la riqueza de un país pintando cuadros, filmando películas, escribiendo libros o componiendo canciones; gente, en suma, a la que hay quitarle cuanto antes todos los recursos para impedir que siga aprovechándose de los “ciudadanos de bien”, esos que hacen cosas consideradas “verdaderamente útiles”. Para sorpresa de muchos memoriosos, sin rubor y sin escrúpulos, suelen encabezar esta causa algunos economistas y políticos exhibiendo el rótulo de “liberal”, como si este fuera un sinónimo de sensatez o virtud, e incluso de decencia. Con el fervor exagerado del converso, presumen de tener las soluciones para desterrar esa lacra de la sociedad. En definitiva, vienen a preguntarse algo así: “¿Qué es un poeta al lado de un agente bursátil?”. O de un modo más insolente: “¿Qué es un Pablo Neruda al lado de un Bernard Madoff, el Gordon Gekko de la crisis mundial del 2008?”.
Pese a su embestida supuestamente innovadora, de esta corriente no se oirá nada nuevo sino una retahíla de propuestas desempolvadas del baúl de los resentimientos y fracasos; un antiguo eco desafinado y desleal al siglo XVIII. Sin duda, forman parte de ese espasmo cíclico de la historia protagonizado por un sector que se siente inseguro de su poder de persuasión, incapaz de conseguir el respaldo de los artistas, músicos y escritores, y, sobre todo, con un inocultable complejo de inferioridad intelectual. Así, coherentes con esas carencias y prejuicios, no propondrán alternativas creativas sino el cierre y la eliminación de los espacios donde el estado contribuya al fomento de la cultura. Si eso no se consiguiera democráticamente, con el aval de las instituciones y la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, lo intentarán por la fuerza. Al fin y al cabo, están convencidos de que sólo ellos saben lo que le conviene a la gente. Curioso, pero no raro: después del daño infligido, seguirán con su disfraz de “liberales” para bochorno de Adam Smith.
Así y todo, refutarlos es una tarea sencilla; no lo es, en cambio, impedir que algunos los tomen en serio, al menos por un tiempo, como antes ocurrió con otros tantos impostores y lunáticos. Si lo que pregonan desde los confines de los tiempos tuviera algún buen antecedente, o mejor, algún sentido, los habitantes de Atapuerca no habrían pintado las paredes de sus cuevas hace más de un millón de años y se habrían dedicado a la especulación inmobiliaria con tanta tierra sin dueño; Miguel de Cervantes no habría sacrificado ni una tarde libre en su obsesión por las aventuras de un tal Alonso Quijano y habría seguido muy tranquilo como recaudador de impuestos; o Beethoven, el gran genio, no habría dilapidado un solo minuto de su maltrecha salud y sus últimos años en componer la Novena Sinfonía de haber sabido que no le iba a solucionar sus problemas económicos. Y siguiendo en esa línea, hasta se podría poner bajo sospecha a las figuras destacadas del Renacimiento: ¿Eran unos vagos comunistas que al no tener oficio ni rumbo en la vida despilfarraban las horas haciendo esculturas como el David o pintando La última cena, la Mona Lisa o embadurnando las bóvedas de la capilla Sixtina con obras tan intrascendentes como La creación de Adán?
Suena disparatado, a club de la comedia, y algunos pensarán que por eso mismo no habría por qué preocuparse. Sin embargo, los que llevan adelante esta cruzada muchas veces llegan al poder (sobran los ejemplos) y es cuando la cultura ya no puede defenderse sola y pasa a ser una víctima fácil en los presupuestos. Para demostrar sus postulados, y darse a sí mismos la razón, harán que el ataque ideológico, la falta de dinero y respaldo institucional entorpezcan la creación artística y la empujen a la absoluta precariedad. Justificarán sus actos destructivos contraponiendo ejemplos groseros de prioridades, como si la cultura fuera incompatible con los malos momentos económicos o una frivolidad que debe ser permitida si se asocia a una forma de pensar y sólo en épocas prósperas.
Llegado hasta aquí, cabría preguntarse si estas ideas han producido sociedades más civilizadas. Para encontrar la respuesta, buena es la historia. Y ella nos dice que ningún pueblo ha podido hasta hoy prescindir del arte en todas sus formas porque es parte de la naturaleza humana, una herramienta que permite traspasar los límites asfixiantes de la realidad para introducirnos en un universo donde es posible dar rienda suelta a los sueños, a la ilusión y a las utopías. ¿Cuánto de todo esto necesita la salud de nuestro espíritu? ¿Alguien puede imaginar un mundo sin música, sin libros, sin cuadros o sin películas, es decir, sin la fantasía necesaria para suplir las carencias de nuestra condición de seres imperfectos? Hay países que lo intentan, claro, pero están en un estadio primitivo en el que el ciudadano sólo siente opresión y ganas de huir; donde la vida es una sucesión miserable de horas y de días.
Y como casi todo en esta corriente se restringe a las teorías de mercado, también habría que preguntarse si las grandes instituciones culturales fueron creadas con el fin de generar un beneficio económico directo. Pongamos por caso el Museo Británico, propietario de la colección permanente más grande del mundo: 8 millones de obras. Sería impensable sostenerlo sin un presupuesto específico del estado teniendo en cuenta que en el Reino Unido los museos nacionales no cobran entrada. ¿Se han planteado cerrarlo por insolvencia? O el Museo del Prado, que costó a los contribuyentes españoles casi 50 millones de euros en 2023. ¿Existe algún plan para quitarle fondos? Algo similar ocurre con la Radio Televisión Francesa o la BBC en Gran Bretaña: se financian con un impuesto que ronda los 170 euros por año y habitante. Las dos, como también lo hace la Radio Televisión Española, participan además en series renombradas de televisión, en películas y otros proyectos culturales con un éxito notable. Y podríamos ampliar la lista si habláramos del dinero invertido por algunos gobiernos europeos en orquestas o ballets, escuelas de arte dramático, bibliotecas, institutos de cine, coros y editoriales. Y como la tarea no se acaba dotándolos de fondos, sino que continúa promoviendo su actividad, algunos países de Europa distribuyen un bono entre los jóvenes para alentarlos a consumir cultura. En España, ese bono-regalo es de 400 euros.
En conclusión: ¿es la cultura un negocio ruinoso y hay que acabar de una vez por todas con él, como lo propone con sorna Woody Allen en el título en español de su libro “Getting Even”? Definitivamente, no. Sólo es rebelde, plural y provocadora, una piedra en el zapato de los que pretenden organizar la sociedad como quien diseña una ciudad sobre un plano. El resto, el cacareo político, y aún más el rancio debate ideológico, habla de las limitaciones y la incapacidad de quien intenta controlarla o suprimirla.
Publicado en La Gaceta.
https://www.lagaceta.com.ar/nota/1054509/opinion/como-acabar-vez-todas-cultura.html
Muy bueno el artículo de Juan Serra… y realista
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