Días de cuarentena (2): "Ancianocidios"

Días de cuarentena (2)

“Ancianocidios”


La terminación -cidio proviene del verbo latino caedere, que significa 'matar'. Por ello empleo el neologismo “ancianocidios” para señalar el efecto más destacado del virus que azota ahora al mundo.
Leo en un periódico de estos días: “El 95% de las víctimas mortales en España tienen más de 60 años, de acuerdo con los casos en los que se ha notificado el grupo de edad (un total de 4.522), según informa Sanidad. De ellos, el mayor porcentaje de muertos se sitúa a partir de los 80 años, casi el 60% de los fallecidos. Tal y como avanzaban la investigaciones previas, la enfermedad es más letal en los hombres que en las mujeres y, por debajo de los 20 años, apenas se contabilizan víctimas mortales. En cuanto a las personas contagiadas, en términos globales la mayor parte de afectados se sitúa a partir de los 40 años. De ellos, la franja de edad comprendida entre los 70 y los 79 años es la que más casos suma. Apenas hay contagios entre menores de edad”. Hasta hoy hay 3600 ancianos muertos de residencias y casi 7000 contagiados demostrados.

Soy un profano en la materia pero trato de saber por qué este trozo de ARN (SARS CoV-2) diezma a la generación de nuestros mayores. Mis amigos médicos me hablan de cambios en el sistema inmune más la suma de enfermedades previas e incluso algunas de esas también secundarias a los cambios inmunológicos asociado a la edad.

El proceso de envejecimiento provoca cambios en el sistema inmune que afectan su funcionamiento y desarrollo. Estos cambios pueden manifestarse desde la linfopoyesis hasta la respuesta que orquesta el sistema inmune frente a determinada enfermedad o agente infeccioso. Ambas ramas de la inmunidad, innata y adaptativa, se alteran en este proceso, lo que genera un impacto negativo en la respuesta inmune de los ancianos y los predispone a padecer enfermedades infecciosas, cáncer, autoinmunidad y también  a desarrollar respuestas más pobres tras la administración de vacunas.

Los acontecimientos inmunológicos que suceden como consecuencia del proceso fisiológico de envejecimiento se relacionan con déficit o disbalance en los mecanismos de inmunidad específica celular (coordinados por linfocitos Th1) y los de inmunidad específica humoral (dirigidos por linfocitos Th2). En este disbalance juegan un papel esencial las alteraciones del papel de los macrófagos y células NK (inmunidad natural o innata), y sus citoquinas relacionadas, IL-12 e IFN-,  entre otros. La traducción clínica de estas alteraciones se manifiesta por una exquisita sensibilidad de los ancianos a las infecciones, sobre todo aquellas provocadas por patógenos intracelulares. Curiosamente, estos trastornos de la inmunidad  se manifiestan de forma aguda en edades medio-avanzadas ( 60 años), tendiendo a desaparecer en los centenarios. 


En resumen podemos concluir que en los ancianos se producen una serie de cambios inmunológicos, conocidos como inmunosenescencia. Las alteraciones descritas más notables son:
  • Estrechamiento del espectro funcional del sistema inmune
  • Declinación de la respuesta inmune mediada por linfocitos T, más que de la mediada por linfocitos B.
  • Declinación de la hipersensibilidad retardada: anergia.
  • Mayor número de autoanticuerpos.
  • Menor respuesta a vacunas.
  • Mayor número de infecciones.
  • Aumento de ciertas neoplasias.
  • Mayor morbimortalidad.

Tras este conocimiento superficial del tema y a la vista de la extrema mortalidad entre los ancianos que está produciendo este virus pienso con modestia, que se tendrían que plantear algunas medidas de protección mucho más dirigidas y prioritarias ante este grupo de alto riesgo.
 Quizás intensificar o prolongar el confinamiento en  estos grupos de edad  hasta tener otros medios más eficaces de lucha contra esta pandemia.  Priorizar la atención médica, fármacos  y los sistemas de protección contra la infección (mascarillas y equipos adecuados en calidad y de uso generalizado en los ambientes de los mayores; prodigar una atención también más exquisita para los aspectos de sociabilidad, ocio, afectividad, sin descuidar las patologías ya presentes en estos grupos de edad avanzada). Nuestros ancianos de las residencias deben ser una prioridad pero sin exponer tampoco de forma absurda a las personas de más de 65 años en tareas o trabajos donde la heroicidad puede trastocarse en negligencia. Preparar y dotar de todo lo necesario a quienes atienden a diario a los mayores para evitar contagios y sus resultados ya conocidos.

Si no se diseñan protocolos especiales para los “mayores” estaremos desatendiendo a los que con su trabajo, dedicación y conocimientos nos han dado la sociedad que ahora tenemos.

Afortunadamente vivimos, creo, en una comunidad solidaria con los ancianos no como aquel ministro japonés, Taro Aso, paladín del neoliberalismo y responsable del área económica, que en 2013  pidió a los ancianos del país que "se den prisa en morir" para que de esta manera el Estado no tenga que pagar su atención médica. Tampoco nos tenemos que ir tan lejos en la geografía para encontarnos con valores similares. Nos basta leer algunas de las recomendaciones del govern catalán a los facultativos para la atención a los ancianos con coronavirus para sentir una horrible sensación de desprotección. Sin embargo tengo confianza en que los médicos catalanes actuarán correctamente dentro de los marcos éticos y desoirán a sus responsables políticos dirigidos por un supremacista.

 Carlos Bustamante

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