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Rotos en dos

David Trueba. El País

Estamos rotos en dos. Nos pasa un poco como al PP, que frente a la crisis adopta la estrategia del policía bueno y policía malo. A la lealtad le añade un bofetón. A la colaboración, un deseo de competición. A la elegancia, la puñalada. Y al final acabas como Díaz Ayuso, hartándote a criticar que el Gobierno no compre más mascarillas de inmediato y con dos aviones en China sin saber de qué llenarlos en el mercado negro por tu incontinencia y falta de madurez. No es grave, es solo que tenemos dos almas. Una nos guía hacia la calma, otra hacia la histeria. Una es honrada, la otra es trepa. Sucede siempre en estas crisis tan abrumadoras. Muchos hablan de que nos enfrentamos a una guerra, pero los que vivieron una guerra saben que no es esto. Seamos serios; maltratamos a diario a los refugiados de guerra precisamente porque no tenemos ni idea de lo que es una guerra. Lo que sí es cierto es que estamos inmersos en una lucha interior. A ratos nos vence la pandemia, el confinamiento y la sospecha de que lo hemos hecho todo mal como estrategas sociales. Y un rato después nos crecemos en la adversidad, apuntalamos las fortalezas y nos proponemos un futuro con valores esenciales en lugar de valores en Bolsa.

Un amigo que vive en Estados Unidos me escribió con sus sospechas de que el Gobierno español había reaccionado tarde y mal a la crisis sanitaria. A la semana, la Administración de Trump cayó en un vaivén grotesco. No solo eso, sino que Estados Unidos ha perdido el pie del liderazgo mundial. En esta crisis no ha ayudado a nadie, está aislado, perdido en su ombligo, y hasta China, con su experiencia reciente y su manipuladora estrategia internacional, ofrece más ayuda y comunicación directa que nuestro aliado natural. La sensibilidad política que abarca desde Bolsonaro hasta Boris Johnson, pasando por los Gobiernos del norte de Europa, empuja a adoptar una estrategia donde las personas mayores pueden sacrificarse frente a la salvaguarda de la solidez financiera. Es una manera de pensar que a otros nos repugna. Pero todos los argumentos son necesarios en una discusión que merezca ese nombre.

Hasta la estrategia financiera de Holanda dentro de Europa representa esa dicotomía necesaria. Tener dentro al que piensa distinto nos enriquece, nos hace más fuertes y nos obliga a razonar pese al apabullante instinto por creernos acertados siempre. Nuestro peor enemigo ha sido la histeria. Mostrada en las prisas por resolver lo que tiene un ciclo, por esa compra desmesurada, ya sea de papel higiénico o de material sanitario, como si todo fuera comprar. Todo fácil y factible en 24 horas. No es así. Y quienes han contribuido a acorralar a los responsables estatales con peticiones no asumibles, afeando que no tuvieran 100.000 respiradores en un almacén, han ayudado a activar el mecanismo de la histeria. Es cómodo dejarse ir y sacudirse en espasmos y gritos. Pero cuidado, porque afuera nos espera la fila de voluntarios con su solución autoritaria, como en aquella escena clásica de Aterriza como puedas donde a la histérica de turno le esperan arracimados tipos con llave inglesa, guantes de boxeo y bates de béisbol para calmarle el brote. No demos esa oportunidad a los que nos quieren imponer la receta del shock. Mantengamos la cabeza en su sitio y alimentemos nuestras propias dudas.



El holandés y el errante

Victor Lapuente. El País

No he podido elegir peor semana para defender a Holanda. A Alemania y al “norte insolidario”. Lo sé, pero, para precisar las responsabilidades del fracaso europeo necesitamos a un abogado del diablo puritano. Holanda se ha equivocado ahora. Se ha negado a un gesto de solidaridad en un momento de crisis. Y esto se suma al error que arrastran los países del Norte desde hace años: negarse a asumir que una unión monetaria, como la del euro, necesita una unión fiscal. Del tipo que sea, una mínima solidaridad interterritorial es imprescindible.
El norte de Europa ha errado a corto y medio plazo. Son responsables y, tarde o temprano, lo pagarán. Pero, a largo plazo, quienes debemos reflexionar somos los países del Sur. Y no siguiendo la línea populista que destilan muchas opiniones en España sobre la insolidaridad del Norte. Populista porque todos están obsesionados con Europa. Los más de derechas y patriotas miran a Europa con ira y querrían salir de ella. Los más de izquierdas y cosmopolitas observan a la UE con tristeza y desesperanza.
Pero, por una vez, los españoles debemos mirarnos más el ombligo. Y adoptar una perspectiva más amplia. Tradicionalmente, las opiniones públicas en los países con Estados de bienestar más desarrollados —más generosos y también más solventes— han visto con recelo la ampliación de la UE en asuntos sociales. Porque, si se igualan los impuestos y prestaciones sociales de todos los países de la UE, o del Eurogrupo, tendrían menos protección social. Para ellos, la europeización de las políticas sociales significa menos solidaridad.

Por el contrario, los países del Sur tenemos Estados de bienestar más precarios. Menos generosos, porque nuestros Gobiernos no cubren tantas contingencias de la vida cotidiana, y también menos sostenibles, porque acumulamos déficits e ineficiencias que nos obligan a hacer reformas impopulares. Debemos subir los impuestos y acabar con las deducciones fiscales que agujerean nuestros sistemas tributarios. Y también debemos ajustar el gasto público. Un Estado del bienestar maduro funciona en ambas direcciones: amplía “derechos”, pero también recorta, tanto prestaciones como costes administrativos.
A largo plazo, tenemos que discutir esto, pero es más cómodo atacar a los pérfidos protestantes. Holanda yerra hoy. Pero nosotros también estamos errantes.


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