Murakami: Breve relato para pensar
En diferentes blog y páginas literarias me he encontrado con este breve cuento que atribuyen al singular y destacado escritor Haruki Murakami. Es simple pero da que pensar, sobre todo el final. Os invito a leerlo. Leer a Murakami no es fácil e independientemente de que te guste o no su obra siempre te dejará ideas y sensaciones inolvidables. Yo lo descubrí con Kafka en la orilla y para los interesados en como se elabora un texto literario os recomiendo De qué hablo cuando hablo de escribir.
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Cuento de Haruki Murakami: Sobre
encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril
Una bella mañana de abril, en una callecita
lateral del elegante barrio de Harajuku en Tokio, me crucé con la chica 100%
perfecta.
A decir verdad, no era tan guapa. No sobresalía de
ninguna manera. Su ropa no era nada especial. En la nuca su cabello tenía las
marcas de recién haber despertado. Tampoco era joven –debía andar alrededor de
los treinta, ni si quiera cerca de lo que comúnmente se considera una “chica”.
Aún así, a quince metros sé que ella es la chica 100% perfecta para mí. Desde
el momento que la vi algo retumbó en mi pecho y mi boca quedó seca como un
desierto. Quizá tú tienes tu propio tipo de chica favorita: digamos, las de
tobillos delgados, o grandes ojos, o delicados dedos, o sin tener una buena
razón te enloquecen las chicas que se toman su tiempo en terminar su merienda.
Yo tengo mis propias preferencias, por supuesto. A veces en un restaurante me
descubro mirando a la chica de la mesa de al lado porque me gusta la forma de
su nariz.
Pero nadie puede asegurar que su chica 100%
perfecta corresponde a un tipo preconcebido. Por mucho que me gusten las
narices, no puedo recordar la forma de la de ella –ni siquiera si tenía una.
Todo lo que puedo recordar de forma segura es que no era una gran belleza.
Extraño.
–Ayer me crucé en la calle con la chica 100%
perfecta –le digo a alguien.
–¿Sí? –dice él– ¿Estaba guapa?
–No realmente.
–De tu tipo entonces.
–No lo sé. Me parece que no puedo recordar nada de
ella, la forma de sus ojos o el tamaño de su pecho.
–Raro.
–Sí. Raro.
–Bueno, como sea –me dice ya aburrido–, ¿qué
hiciste? ¿Le hablaste? ¿La seguiste?
–Nah, sólo me crucé con ella en la calle.
Ella caminaba de este a oeste y yo de oeste a
este. Era una bella mañana de abril.
Ojalá hubiera hablado con ella. Media hora sería
suficiente: sólo para preguntarle acerca de ella misma, contarle algo acerca de
mí, y –lo que realmente me gustaría hacer– explicarle las complejidades del
destino que nos llevaron a cruzarnos uno con el otro en esa calle en Harajuku
en una bella mañana de abril de 1981. Algo que seguro nos llenaría de tibios
secretos, como un antiguo reloj construido cuando la paz reinaba en el mundo.
Después de hablar, almorzaríamos en algún lugar,
quizá veríamos una película de Woody Allen, entrar en el bar de un hotel para
tomar unos cócteles. Con un poco de suerte, terminaríamos en la cama.
La posibilidad toca en la puerta de mi corazón.
Ahora la distancia entre nosotros es de apenas 15
metros.
¿Cómo acercarme? ¿Qué debería decirle?
–Buenos días, señorita, ¿podría compartir conmigo
media hora para conversar?
Ridículo. Sonaría como un vendedor de seguros.
–Discúlpeme, ¿sabría usted si hay en el barrio
alguna lavandería 24 horas?
No, simplemente ridículo. No cargo nada que lavar,
¿quién me creería en una línea como esa?
Quizá simplemente sirva la verdad: Buenos días, tú
eres la chica 100% perfecta para mí.
No, no se lo creería. Aunque lo dijera es posible
que no quisiera hablar conmigo. Perdóname, podría decir, es posible que yo sea
la chica 100% perfecta para ti, pero tú no eres el chico 100% perfecto para mí.
Podría suceder, y de encontrarme en esa situación me rompería en mil pedazos,
jamás me recuperaría del golpe, tengo treinta y dos años, y de eso se trata
madurar.
Pasamos frente a una florería. Un tibio airecito
toca mi piel. La acera está húmeda y percibo el olor de las rosas. No puedo
hablar con ella. Ella trae un suéter blanco y en su mano derecha estruja un
sobre blanco con una sola estampilla. Así que ella le ha escrito una carta a
alguien, a juzgar por su mirada adormecida quizá pasó toda la noche
escribiendo. El sobre puede guardar todos sus secretos.
Doy algunas zancadas y giro: ella se pierde en la
multitud.
Ahora, por supuesto, sé exactamente qué tendría
que haberle dicho. Tendría que haber sido un largo discurso, pienso, demasiado
tarde como para decirlo ahora. Se me ocurren las ideas cuando ya no son
prácticas.
Bueno, no importa, hubiera empezado “Érase una
vez” y terminado con “Una historia triste, ¿no crees?”
Érase una vez un muchacho y una muchacha. El
muchacho tenía dieciocho y la muchacha dieciséis. Él no era notablemente
apuesto y ella no era especialmente bella. Eran solamente un ordinario muchacho
solitario y una ordinaria muchacha solitaria, como todos los demás. Pero ellos
creían con todo su corazón que en algún lugar del mundo vivía el muchacho 100%
perfecto y la muchacha 100% perfecta para ellos. Sí, creían en el milagro. Y
ese milagro sucedió.
Un día se encontraron en una esquina de la calle.
–Esto es maravilloso –dijo él–. Te he estado
buscando toda mi vida. Puede que no creas esto, pero eres la chica 100%
perfecta para mí.
–Y tú –ella le respondió– eres el chico 100%
perfecto para mí, exactamente como te he imaginado en cada detalle. Es como un
sueño.
Se sentaron en la banca de un parque, se tomaron
de las manos y contaron sus historias hora tras hora. Ya no estaban solos. Qué
cosa maravillosa encontrar y ser encontrado por tu otro 100% perfecto. Un
milagro, un milagro cósmico.
Sin embargo, mientras se sentaron y hablaron una
pequeña, pequeñísima astilla de duda echó raíces en sus corazones: ¿estaba bien
si los sueños de uno se cumplen tan fácilmente?
Y así, tras una pausa en su conversación, el chico
le dijo a la chica: Vamos a probarnos, sólo una vez. Si realmente somos los
amantes 100% perfectos, entonces alguna vez en algún lugar, nos volveremos a
encontrar sin duda alguna y cuando eso suceda y sepamos que somos los 100%
perfectos, nos casaremos ahí y entonces, ¿cómo ves?
–Sí –ella dijo– eso es exactamente lo que debemos
hacer.
Y así partieron, ella al este y él hacia el oeste.
Sin embargo, la prueba en que estuvieron de
acuerdo era absolutamente innecesaria, nunca debieron someterse a ella porque
en verdad eran el amante 100% perfecto el uno para el otro y era un milagro que
se hubieran conocido. Pero era imposible para ellos saberlo, jóvenes como eran.
Las frías, indiferentes olas del destino procederían a agitarlos sin piedad.
Un invierno, ambos, el chico y la chica se
enfermaron de influenza, y tras pasar semanas entre la vida y la muerte,
perdieron toda memoria de los años primeros. Cuando despertaron sus cabezas
estaban vacías como la alcancía del joven D. H. Lawrence.
Eran dos jóvenes brillantes y determinados, a
través de esfuerzos continuos pudieron adquirir de nuevo el conocimiento y la
sensación que los calificaba para volver como miembros hechos y derechos de la
sociedad. Bendito el cielo, se convirtieron en ciudadanos modelo, sabían
transbordar de una línea del subterráneo a otra, eran capaces de enviar una
carta de entrega especial en la oficina de correos. De hecho, incluso
experimentaron otra vez el amor, a veces el 75% o aún el 85% del amor.
El tiempo pasó veloz y pronto el chico tuvo
treinta y dos, la chica treinta.
Una bella mañana de abril, en búsqueda de una taza
de café para empezar el día, el chico caminaba de este a oeste, mientras que la
chica lo hacía de oeste a este, ambos a lo largo de la callecita del barrio de
Harajuku de Tokio. Pasaron uno al lado del otro justo en el centro de la calle.
El débil destello de sus memorias perdidas brilló tenue y breve en sus
corazones. Cada uno sintió retumbar su pecho. Y supieron:
Ella es la chica 100% perfecta para mí.
Él es el chico 100% perfecto para mí.
Pero el resplandor de sus recuerdos era tan débil
y sus pensamientos no tenían ya la claridad de hace catorce años. Sin una
palabra, se pasaron de largo, uno al otro, desapareciendo en la multitud. Para
siempre.
Una historia triste, ¿no crees?
Sí, eso es, eso es lo que tendría que haberle
dicho.
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