Cultura. Arte. Música.Sociedad

I) Despedida de Serrat


Serrat deja los escenarios. Con él se van, además de una gran cantor, una persona singular que nos ha transmitido a varias generaciones a través de sus canciones unas formas distintas de amar, de aceptar y de luchar por valores que acercaban a las personas y que hacía que nos identificásemos tanto en el dolor como en las alegrías. 
Adjunto una columna escrita por Manuel Vicent sobre este cantautor y para que recordéis su música unas tres composiciones inolvidables de este catalán universal.


Con Serrat

                                                       Manuel Vicent. El País 

Joan Manuel Serrat se despide. Si un artista se retira, puede volver, como sucede a menudo; en cambio, despedirse en este caso significa que Serrat se dispone a bajar definitivamente del escenario dejando atrás un caudal de belleza y de placer compartidos con su público durante más de 50 años. En el aire quedará el sonido de aquellos tranvías que transportaban hacia las playas los domingos a gente derrotada y la devolvían con los cuerpos llenos de sol de aquel Mediterráneo con olor a algas y a brea. En el aire quedarán los gritos de aquellas adolescentes que fueron las primeras en arañarse las mejillas en los conciertos de Serrat. Ignoras dónde estará aquella niña de 15 años cuyo nombre ya no recuerdas, que oyó tus primeras palabras de amor, sencillas y tiernas, con los labios salados de mar. Tal vez habrá engendrado a su hija en una noche de sábado oyendo una de las canciones de Serrat. Tal vez aquella niña estará sentada con esa hija y con alguna nieta en este último concierto y si te cruzaras con ella la reconocerías con la mirada. Atrás quedará intacta la rebeldía moral del artista, tenaz, comprometida, puesta a prueba en momentos muy aciagos de la dictadura, usando como arma la alegría de vivir. La voz de Joan Manuel Serrat dio a entender que existe una patria universal a la que te llevaba la belleza de aquellas palabras cantadas en catalán o en el castellano de Machado y de Miguel Hernández. Las canciones de Serrat quedarán en el aire como una lección que el Mediterráneo ofrece de placer, de equilibrio y de locura de un amor olvidado tras las cañas. Este mar le enseñó a un chaval del Poble Sec a ser un catalán de Barcelona, de Madrid, de Buenos Aires, de México, de Santiago de Chile, y también de cualquier taberna de Mahón sin más bandera que un vaso de vino enarbolado. Despedirse significa en este caso que en el aire siempre quedará Serrat.

**En estos enlaces algunas canciones de Joan Manuel Serrat

 https://youtu.be/NXQQ3Zfm23E

 https://youtu.be/cZ74Tx_5MtE

 https://youtu.be/RL_3R-QVLks

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II) Artículo de Muñoz Molina

Primeras y últimas veces

 Me siento esta mañana viajando en el metro como un viajero en el tiempo que por un error de cálculo hubiera desembarcado en un porvenir que ya no es el suyo, y abro mi libro de tinta y papel

  • ANTONIO MUÑOZ MOLINA . Publicado en El País

 

                                                                    FRAN PULIDO

 La vida de cada uno está punteada de primeras veces y últimas veces, casi nunca recordadas, ni siquiera advertidas en el momento justo en que suceden. Yo recuerdo la primera vez y la última vez que fumé un cigarro. Me acuerdo bien de la última vez que hablé con mi padre por teléfono, pero no de la última vez que lo vi, y eso deja un doloroso espacio en blanco en la memoria. Me acuerdo de la primera vez que oí, en la consulta de un ginecólogo, saliendo de un pequeño altavoz, los latidos secos y muy rápidos del corazón de un hijo mío, y de la primera vez que vi su cara, recién llegado al mundo, los párpados muy apretados, protegiéndose de la primera claridad hiriente del mundo exterior. Tengo un recuerdo muy claro de la primera vez que di por terminada una novela, pero no del último día que pasé en el aula luminosa del instituto de enseñanza media, en el que sin embargo había pasado algunos de los años más estimulantes de mi vida.

 Cuando vivía por temporadas en Nueva York, ya con el equipaje en el vestíbulo, a punto de cerrar la puerta y de salir al aeropuerto para el vuelo hacia España, miraba por última vez el salón de mi casa y me preguntaba no sin aprensión si volvería a verlo. Una vez, ya en el mostrador de facturación, caí en la cuenta de que había olvidado un documento imprescindible. No me quedaba más remedio que volver a casa y recogerlo, y tomar otro taxi con la esperanza de llegar a tiempo para el embarque. Por fortuna había ido al aeropuerto con una anticipación exagerada de neurótico. Abrí la puerta y entré en el apartamento al que apenas una hora antes había pensado que no volvería en varios meses y me sentí casi un intruso en aquella soledad ordenada y misteriosa, que ya parecía plenamente instalada, como la casa de otro, como si se me hubiera permitido ver lo inaudito, un lugar cuando no hay nadie en él. 

Inevitablemente, se me ocurrió la posibilidad de un cuento de fantasmas. Años más tarde, cuando íbamos a salir por última vez de esa casa, a cerrar por última vez la puerta con unas llaves que ya no eran nuestras, miré hacia el interior y ya era un lugar deshabitado, del que no había costado nada que se borraran todas las huellas de nuestra vida tan tan intensa en ella, y hasta la luz que entraba por las ventanas y relucía en el parquet era la de otra ciudad ya desconocida y extranjera, en la que nosotros ya no íbamos a vivir, en la que dejábamos un catálogo disperso de últimas veces, una ausencia en la que casi nadie iba a reparar. Una primera vez puede ser también una última vez, y una última ser el preludio de otra primera. Después de la última clase de la profesora en vísperas de la jubilación llega la extraña primera mañana de holganza en un día que para los demás es laboral.

 A cada momento vas atravesando distraído una sucesión de primeras veces y de últimas veces, algunas capitales, muchas de ellas veniales, aunque quizás solo en apariencia. Bajo al metro, en una estación complicada y hasta futurista, con vestíbulos grandes y perspectivas de niveles diversos y escaleras mecánicas en movimiento, y por todas partes hay carteles que ocupan muros enteros, proclamando: “EL METAVERSO SERÁ VIRTUAL PERO SU IMPACTO SERÁ REAL”. En esta mañana hosca de invierno no se sabe si es una profecía, o una amenaza, o una de esas promesas venales y redentoras de las compañías tecnológicas a las que tanto crédito se les daba hace unos años. “¿TE GUSTARÍA ESTUDIAR ASTRONOMÍA EN EL METAVERSO DE MARK?”. Es la primera vez que veo estos anuncios. Sin la menor duda, no será la última. Tampoco recuerdo cuándo fue la primera vez que oí o leí la palabra metaverso, enunciada por ese personaje, Mark Zuckerberg (Mark, para todos nosotros), que cada vez tiene una cara más perfecta de robot o avatar de sí mismo.

 Llega el tren lleno de gente y no haya nadie entre los pasajeros que no esté inmerso en la pantalla de un teléfono móvil. Como somos tantos, y el tren es tan moderno, silencioso, flexible, sin separación entre vagones, y todos llevamos mascarilla, parece que estuviéramos en el metro de una de esas ciudades chinas de segundo orden que tienen 10 millones de habitantes.

También yo hago el gesto instintivo de buscar mi teléfono, nada más sujetarme a la barra, pero por dignidad, o por llevar la contraria al mundo sin que nadie se entere, saco el libro que traigo en la mochila y me pongo a leer. A lo lejos distingo a un semejante mío con un libro abierto. Cómo sería la primera vez que me monté en el metro de Madrid, allá por 1970, en los mismos días en que vi, por primera y última vez, al Generalísimo Franco, una momia al sol con gafas oscuras y uniforme, moviendo débilmente una mano, en un descapotable enorme que ya tenía algo de catafalco anticipado, mientras la gente empujaba a mi alrededor y aplaudía, con un fervor bochornoso para mi rabia de niño antifascista. Entonces había colillas y cáscaras de pipas en el suelo de los vagones y unos letreros sobre algunos asientos que decían: “Reservado para caballeros mutilados”.

 Algo me saca de mis cavilaciones y de mi lectura, y tardo en comprender. Un chico barbudo y sonriente se ha levantado y me hace un gesto. Habrá un día en el que alguien te ofrecerá por primera vez su asiento en el metro. He tardado en comprender porque nunca me había ocurrido antes. Niego con la cabeza, con estupor, hasta con indignación, con desconsuelo. En seguida me doy cuenta de que por buena educación mi negativa ha de tener un matiz visible de agradecimiento. Cómo no voy a ser un viejo para una mirada joven, todavía inexperta en calibrar edades, si en las fotos tengo el pelo y la barba más blancos que en el espejo, y me acuerdo del desfile de la Victoria de 1970. 

 Puerilmente pienso, en defensa propia, que en la mochila, aparte del libro, llevo la ropa de deporte, que vuelvo de entrenar con todo tipo de poleas y mancuernas y de correr sin fatiga durante mucho rato en una cinta. El chico amable se baja en la siguiente parada y entonces sí que ocupo su asiento y me pongo a leer. Quién sabe por qué vidas o qué mundos estarán viajando los pasajeros que a mi alrededor miran sus teléfonos, cada uno contribuyendo infinitesimalmente, como contribuimos todos, a la riqueza inmensa y el poder sin límites de esos magnates rapaces y mesiánicos de las compañías tecnológicas. A la del ya entrañable Mark, concretamente, yo no he contribuido; pero del yate monstruoso de Jeff Bezos tan desmedido que estuvieron a punto de desmontar un puente para que pudiera salir del astillero de Rotterdam donde lo construyeron, habré sufragado al menos un perno, y puede que hasta todo un grifo, en los tiempos de mis compras impacientes de libros en Amazon.

Me siento esta mañana viajando en el metro como un viajero en el tiempo que por un error de cálculo hubiera desembarcado en un porvenir que ya no es el suyo. Así que abro anacrónicamente mi libro de tinta y papel y en un instante me veo teletransportado al modesto metaverso de la literatura.

 

 III) Libros para regalar en navidades


"Personas Decentes". Leonardo Padura

"Olive Ketteridge". Elizabeth Strout

"Luz de febrero". Elizabeth Strout

"Una vez Argentina". Andrés Neuman

"El deseo interminable". José Antonio Marina 

"¿Cómo entender a los humanos? Rodríguez Palenzuela

"El pasajero"/"Stella Maris" Cormac Mc Carthy

"Homo Imperfectus". Martinón Torres


IV) Artículo recomendado


Irán más allá del velo

 

Ángeles Ramírez Fernández

Laura Mijares

 

Publicado en Nueva Sociedad

 

La lucha de las mujeres iraníes contra la imposición del velo ha activado la solidaridad internacional y también varios debates en relación al control estatal sobre los cuerpos.




 

El uso político del cuerpo de las mujeres y del pañuelo musulmán tiene una larga historia. En el caso de Irán, el chador tradicional estuvo prohibido desde 1936 hasta la Revolución de 1979, que determinó la obligatoriedad del hiyab en todo el espacio público.

En ambas circunstancias, se trata de normativas vestimentarias dirigidas solo a una parte de la población, a la que se obliga a vestir o no vestir de una determinada manera y cuya razón de ser descansa en una misma concepción de los cuerpos de las mujeres sobre los que parece legítimo decidir y ejercer cualquier tipo de coerción y violencia.

Mahsa (Jina) Amini, la mujer kurda iraní asesinada en Teherán el pasado 16 de septiembre por la policía de la moral, supuestamente por no llevar el hiyab según establece la ley, es una de las últimas víctimas de un régimen autoritario que ejerce un férreo control sobre toda la población. Estas políticas restrictivas son especialmente duras para las mujeres, ya que no solo se traducen en rígidas normativas vestimentarias, sino también en otras que sancionan por ley la desigualdad entre hombres y mujeres.

Con la llegada a la presidencia de Ebrahim Raisi, tras años de protestas provocadas por una fuerte crisis económica y política, el control que el régimen ejerce a través de la policía de la moral, que persigue y controla especialmente a las mujeres, se ha intensificado. La muerte de Amini ha sido el detonante de una ola de protestas centradas, más que nunca, en la lucha de las mujeres contra un autoritarismo insoportable.


Ola de solidaridad

Las iraníes han generado una maravillosa ola de solidaridad feminista, que ha hecho que su protesta se oiga en todo el mundo. Sin embargo, para explicar lo que está sucediendo, muchos de los análisis se centran en el hiyab y no en su imposición. Se descontextualiza el pañuelo, es decir, se considera que es el mismo en cualquier lugar y momento histórico y esto contribuye a no enfatizar en la responsabilidad política de un régimen que utiliza su legitimidad religiosa para perseguir a las mujeres.

Este ejercicio de extrapolación y fetichización del hiyab transforma inmediatamente a las mujeres iraníes en representantes de todas las mujeres musulmanas del mundo, a las que se les supone un deseo universal de quitarse el pañuelo. Se diluyen así las luchas de las propias iraníes, pero también las de miles de musulmanas que tienen que vivir su día a día en contextos en los que –al contrario que en Irán– se criminaliza y sanciona el uso del hiyab. Es el caso de Francia, o incluso de España, donde también se prohíbe, aunque no existe norma jurídica al respecto, como llevamos años viendo en algunos centros educativos.


Narrativas salvadoras

En nuestro libro Los feminismos ante el islam: el velo y los cuerpos de las mujeres, analizábamos de qué modo la obsesión por el hiyab, su construcción dominante como símbolo de la opresión de las mujeres musulmanas y de la situación de subdesarrollo de los contextos islámicos, hunde sus raíces en el colonialismo de los siglos XIX y XX.

En la Argelia colonial y durante la guerra de liberación del país, Francia organizaba ceremonias colectivas en las que se reconvenía e instigaba –cuando no presionaba– a las argelinas a quemar sus velos para «liberarse». Hoy las mujeres están quemando pañuelos en Irán para manifestar su oposición a un régimen que legisla sobre sus cuerpos para controlarlas.

Es un recorte de libertades que se da también en ciertos países de Europa en los que se están aplicando políticas sexistas y racistas que imponen solo a las musulmanas una corporalidad determinada, sin pañuelo, a veces en nombre del feminismo.

Debemos preguntarnos por el significado de estas restricciones en cada caso: ¿qué ocurre cuando es un régimen autoritario como el iraní el que impone una vestimenta y qué sucede cuándo se prohíbe esta misma vestimenta en nombre de la democracia y las libertades? Sucede que se usa una lógica perversa y paradójica que permite apoyar tanto la lucha legítima de las iraníes, como la prohibición del pañuelo a las musulmanas de Europa, la mayor parte de origen inmigrante. De este argumento se infiere que el único problema de las musulmanas –en cualquier parte, en cualquier momento– parece ser el hiyab. En suma, se las esencializa, reproduciendo una vez más las narrativas salvadoras que tan funcionales han sido a los proyectos imperialistas y racistas.

Fueron las rusas las que comenzaron la Revolución de 1917 reclamando pan. Quizás también las luchas de las feministas iraníes y del feminismo internacionalista por el derecho al cuerpo empuje otros procesos revolucionarios que acaben con regímenes asesinos. Apoyemos las protestas de las mujeres iraníes contra la imposición del hiyab y hagamos nuestra también la lucha de otras mujeres musulmanas que en Europa se baten por poder llevarlo.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

 


V) ¿Quién es una mujer?


Artículo extenso publicado en Jotdown sobre las controversias actuales en la sociedad sobre sexo, identidad de género,etc. Es un artículo para aprender, conocer otros puntos de vista, reflexionar y debatir dada la actualidad  del tema en estos tiempos. Podéis a través del enlace de más abajo leer ese artículo y conectar con la segunda parte.


https://www.jotdown.es/2022/11/quien-es-una-mujer-sexo-genero-y-elaboracion-de-politicas-1/

 

¿Quién es una mujer? Sexo, género y elaboración de políticas 

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