¿Qué es el carisma?. J. Herrera Peral

En este apartado comparto con vosotros el artículo sobre el carisma y al final, y para cambiar de tema, otro de actualidad sobre la OTAN.


1)


¿Qué es el carisma?

 

                                                                         Raimundo Ongaro

Hace ya muchos años, quizás cincuenta, a pesar de mi desconfianza personal e ideológica sobre los líderes carismáticos quedé seducido y atrapado por una personalidad de este tipo. 

 Días atrás me enteré por casualidad que el líder sindical argentino Raimundo Ongaro, que es la persona de la que luego os hablaré, había fallecido. En realidad había muerto ya hacía más de seis años pero yo ahora me acababa de enterar.

Antes de hablaros de él y como se dio mi contacto con esta persona y la historia breve que viví en relación a esta experiencia os comentaré algo sobre lo que es el carisma. Tenía yo una idea clara de lo que entendemos como tal en la vida diaria, pero traté de saber un poquito más.

 

Esta palabra viene del latín charisma y con origen en un vocablo griego que significa “agradar”. El término carisma se refiere a la capacidad de ciertas personas para atraer y cautivar a los demás. Un sujeto carismático logra despertar la admiración del prójimo con facilidad y de manera natural.

Otra acepción pero que no trataremos aquí, está en el terreno de lo religioso. En este ámbito se considera al carisma como un don gratuito que dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad.

 

Al parecer el carisma es algo innato y forma parte de la personalidad del ser humano. Se trata de una capacidad que está asociada al éxito, lo que se basa en la concepción de que al carismático le va bien en sus proyectos o que consigue sus objetivos.

El sociólogo Max Weber consideraba que el carisma permite ejercer una forma de poder. Los ciudadanos advierten una personalidad extraordinaria en el líder carismático y permiten ser conducidos por él.

Este tipo de liderazgo   posibilitó también en la historia, que personalidades atroces   construyeran su liderazgo y ejercieran el poder de una manera destructiva.

La gran mayoría de los líderes tienen un carisma especial, más allá de sus méritos intelectuales o profesionales; gracias a ello, tienen el poder de congregar a sus seguidores y lograr que éstos cumplan o sigan sus deseos o, al menos, crean en sus palabras.

 

Aunque al tratar este tema siempre pensamos en grandes líderes políticos también contactamos en nuestra vida laboral, ambiente de amistades o personas cercanas, con individuos dotados de carisma. La persona carismática, ¿lo es porque se comporta de una manera especial o puede comportarse como quiera debido a que sus cualidades han calado en su entorno?. 

Como señalaba John T. Marcus hace ya medio siglo, el líder carismático no es el que empequeñece a los demás, sino el que consigue inspirar a los que le rodean con el objetivo de sacar lo mejor de ellos, lo que explicaba el éxito que habían conseguido figuras históricas como Winston Churchill, Charles De Gaulle, Luther King; Gandhi entre otros. Aunque discutibles, todos tenían algo en común: una visión y la capacidad de que sus seguidores se sintiesen identificados con ella. 


Los líderes prestan atención a lo que dicen los demás y no los critican. Sin embargo, investigaciones recientes han detallado de manera más clara qué es lo que define a una persona carismática. No se trata tan sólo de una cuestión de serlo, sino también de comportarse como tal, como señala Jay A. Conger, uno de los científicos sociales que más se han dedicado al tema. En su libro El líder carismático (McGraw Hill), Conger añade que es en la intensidad de sus acciones donde se encuentra el factor decisivo para ser un líder, así como una credibilidad a prueba de bombas. 

Según Conger y otros más, hay acciones o comportamientos en algunas personas que dan o refuerzan la personalidad carismática o de liderazgo. Entre estas se destacan muy frecuentemente:


Saber escuchar

–Crean confianza e inspiran

–No son conformistas

–Son visionarios

 -Asumen riesgos y se sacrifican

–Son creativos

–No critican a los demás de su entorno 

–Hablan de “nosotros”, no de “yo”

 

Weber, además introdujo el sentido de "carisma de personalidad" cuando aplicó "carisma" para designar una forma de autoridad. Para explicar autoridad carismática desarrolló su definición clásica: “El carisma es una cierta cualidad de una personalidad individual en virtud de la cual se le distingue de los hombres comunes y se le trata como si estuviera dotada de poderes específicamente excepcionales”. 

En otras palabras, Weber indica que son los seguidores quienes atribuyen poderes al individuo, enfatizando que “el reconocimiento por parte de los sujetos a la autoridad” es decisivo para vigencia del carisma.

 

A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas con las características del carismático. Y éstas en el ambiente en el que se desarrollaban ejercían ese liderazgo. 

Ya en la infancia reconocí el carisma de algún amigo de mi barrio. También en la adolescencia y juventud. Ya ahora septuagenario como soy sigo reconociendo en mi propio entorno esos rasgos entre amigos y conocidos ya sea por sus valores humanos, o por un singular apasionamiento por el conocimiento u otras cualidades.

 

Ahora, el decidirme a escribir sobre este tema estuvo motivado por el recuerdo de un líder sindical y político que conocí en los años setenta del siglo pasado. Este sí que reunía todas las características de un líder carismático.

El impacto de la personalidad de este individuo cuando lo conocí fue inmediato.  Sentí como si estuviese con una persona excepcional y percibía que con sus gestos y palabras y también con sus silencios, te atraía y te hacía sentir como parte de un gran proyecto que por entonces era el conseguir una sociedad mejor mediante la lucha, el trabajo, el ejemplo personal y la autocrítica para ser mejor persona y servir más adecuadamente a esa ilusión colectiva de lograr un mundo de más justicia y libertad.

Como dije más arriba este personaje era Raimundo Ongaro.

 

Él fue un dirigente sindical que en la década de los sesenta y setenta en Argentina lideró un movimiento sindical combativo contra las dictaduras del momento y también contra otros sectores de su mismo partido que remaban entonces hacia otros derroteros políticos. Estuvo presente y liderando las grandes movilizaciones gremiales y políticas de aquellos años. Pasó varias veces por la cárcel, sufrió el exilio y perdió a uno de sus hijos asesinado por comandos parapoliciales creados por el gobierno del mismo partido al que él pertenecía.

 

La anécdota que yo os voy a contar ocurrió en los años 1971 o 1972. No recuerdo con exactitud la fecha. Había una gran movilización del gremio de FOTIA (trabajadores de la industria azucarera de Tucumán) y Ongaro estaba en esta ciudad clandestinamente para impulsar esas movilizaciones. 

Yo pertenecía entonces a un grupo político estudiantil que se llamaba GET (Grupo Evolución Tucumán). Aunque este grupo era fundamentalmente estudiantil y tenía algunas extensiones en otras provincias, en aquel momento tenía el objetivo de introducirse en el ambiente obrero que por entonces considerábamos que sería el motor de la revolución social a la que aspirábamos.

Este pequeño grupo político al que yo pertenecía no era peronista y las movilizaciones lideradas por Ongaro eran de esa tendencia ideológica. El GET tenía una organización abierta y democrática y entre los que liderábamos el grupo estábamos Rafael M., Carlos V. y yo. 

Cuando supimos que estaba Ongaro en Tucumán nos dirigimos a un dirigente político del peronismo de base, pero que tenía buena relación con nosotros para intentar tener una reunión con Raimundo Ongaro. Como os dije entonces, este dirigente era de los más valorados por todas las personas que luchaban por una sociedad mejor y había ya entonces creado tras él una aureola de carisma mesiánico. Lo conseguía mezclando ideas socialistas con contenidos religiosos del movimiento de Sacerdotes para el Tercer mundo. Él se declaraba peronista, socialista y cristiano.

Aquel amigo nos consiguió una reunión con este destacado dirigente sindical de aquellos momentos. Nosotros, representantes de un grupo independiente pero minúsculo nos reuniríamos con el gran Ongaro.

 

La reunión sería en los sótanos del local del sindicato de FOTIA.  Las calles que rodeaban a este edificio estaban cortadas por los trabajadores que se enfrentaban en los alrededores a la policía. Con algunas medidas de seguridad llegamos a FOTIA y allí alguien nos esperaba. Nos dijo que Ongaro estaba recibiendo a otras organizaciones pero que lo esperásemos en un local situado en los sótanos y que vendría luego a hablar con nosotros.

La habitación en la que esperamos estaba vacía no había nadie más que nosotros tres. Carecía de muebles por lo que nos sentamos en el suelo. Oíamos a lo lejos sirenas y los disparos de gases lacrimógenos que efectuaba la policía para dispersar a los manifestantes.

Nosotros estábamos nerviosos y nos sentíamos afortunados de poder conocer personalmente a este dirigente. Conocíamos su trayectoria por los periódicos, los noticiarios o por las vicisitudes que esta persona iba acumulando en su vida. No teníamos nada claro de lo que íbamos a plantearle ya que nuestro grupo era minoritario, no peronista y fundamentalmente de bases estudiantiles.


No esperamos mucho. Diez o quince minutos después se abrió la puerta y apareció Raimundo Ongaro. Por entonces tendría cuarenta y cinco años y nosotros veinte.

No era muy alto, poseía una fuerte y abundante cabellera pero no en longitud si no en volumen. Vestía con humildad y nos estrechó la mano a cada uno de nosotros y se sentó en el suelo. Nosotros hicimos lo mismo. Le contamos quiénes éramos y como apoyábamos las reivindicaciones de los trabajadores que estaban en lucha en aquellos días.

Nos escuchaba con atención, nos dijo que no importaba si no éramos peronistas si estábamos en la misma trinchera, nos habló con vehemencia, pero sin prisa y sin elevar el tono de voz, y nos habló, no de la lucha coyuntural si no de la grande, de la definitiva, la que cambiaría el mundo y por tanto las relaciones entre las personas, lográndose así una sociedad sin explotadores ni explotados. Hizo alguna alusión a una cita bíblica y nos llamó hermanos. Nosotros los del GET, habíamos visto y oído muchos de sus discursos públicos pero esta charla en aquel sótano, de tú a tú, en aquel tono de voz y con ese convencimiento de que estábamos a la puerta de un gran cambio social nos dejó muy impactados. Nos dijo también que el proceso conllevaría muchos sacrificios, pero que ese era el camino. Cuando terminó de hablar estábamos emocionados y conmovidos. Sentimos aquella tarde que hablábamos con una persona única, especial y muy necesaria para construir un mundo mejor.

Al rato nos dijo que se tenía que marchar, se puso de pie y nos estrechó la mano tras un breve y cálido abrazo y desapareció tras cerrarse la puerta.

 

Volvimos a informar a nuestro grupo sobre este encuentro algo cambiados. En aquel momento con un convencimiento mayor que estábamos en el buen camino.

 De ese encuentro pasaron ya muchos años y muchas cosas. Ongaro falleció en 2016. En su trayectoria global política muchas veces, desde mi humildad de ciudadano, pensé diferente de él y lo critiqué, pero no lo olvidé. Rafael y Carlos también han fallecido y yo aquí entrando en la ancianidad, recuerdo hechos que seguramente marcaron mi personalidad y las circunstancias que viví posteriormente.

En el mundo sigue sin producirse una revolución que traiga la paz, la igualdad y la justicia regada de libertad. Lo importante es que haya en las nuevas generaciones otros “Ongaro” u otros grupos como fue el GET. 

Aún así creo que los liderazgos carismáticos pueden entrañar más riesgos que beneficios en el progreso social  ya que por la emotividad que llevan implícita anulan el análisis racional de la realidad.

Para que os hagáis una idea de este dirigente os invito a ver este brevísimo video realizado en una entrevista de ya hace muchas décadas (año 1968) donde seguramente apreciaréis su personalidad casi mística y carismática.

 

https://youtu.be/QcLnHBNlF2M


                                                              ***



Dejando ya este tema os invito a leer este artículo actual de M. Martínez-Bascuñán  para el debate:



2)


 OTAN de izquierdas, OTAN de derechas

 

  • El País
  • / MÁRIAM MARTÍNEZ-BASCUÑÁN

 

La paz y la seguridad son valores que compartimos todos; aterrizarlos en la realidad es otro cantar. Lo vemos estos días a izquierda y derecha con las reacciones suscitadas por el supuesto resurgir de la OTAN, sobre la que Macron había decretado su muerte cerebral. Algo de razón tenía: la Alianza Atlántica no supo medir la relación de fuerzas entre Rusia y Ucrania cuando Putin hizo estallar la guerra, y no cumplió el objetivo para el que había sido creada, contener la pulsión expansionista rusa.

Putin lo ha cambiado todo, y eso nos obliga a adaptar nuestra mirada a la nueva realidad. Sin embargo, la izquierda observa a la OTAN desde el inmovilismo del ideal abstracto de la paloma de la paz y, ante la cumbre, solo repite el viejo y descontextualizado cliché del No a la OTAN. Su posición ante la guerra de Ucrania es una muestra más de la desorientación en la que vive. Sin querer entrar en la nueva conversación geopolítica, la autodenominada “izquierda auténtica” se siente más cómoda anclada en antiguos esquemas ideológicos. Y desde ahí la escuchamos, eso sí, mantener sesudos debates históricos sobre las supuestas causas que empujaron a Putin a la ofensiva que suenan más a justificación, con tal de no afrontar incómodas preguntas sobre qué precio estamos dispuestos a pagar por la libertad de Ucrania o qué significa para el feminismo enarbolar la bandera de la paz en una contienda donde la violación es un arma de guerra.

 

No deja de ser curioso que esa izquierda se muestre a favor de la autodeterminación de los pueblos al tiempo que critica que grandes democracias como Suecia y Finlandia decidan por propia voluntad entrar en la OTAN por miedo a esta agresión loca. Por otra parte, la posición de los supuestos halcones no es, a priori, ni mucho menos inmoral. La cumbre de Madrid debería fortalecer los lazos entre las democracias del mundo para hacer frente a un nuevo bloque de autocracias capitaneado por Rusia y China, cada vez más envalentonadas. En su argumentario, frente a la actual situación no quedaría otra que enviar armas a Ucrania y vencer a Rusia, en una victoria que debe ser total.

 

Confieso que no sé bien qué significa para esa izquierda hablar de paz, si lo que sugiere es permitir que Putin domine, cercene o destruya Ucrania. Pero tampoco entiendo a los halcones que quieren situar a Occidente del lado correcto de la historia, el de la justicia, y para ello pretenden borrar a Rusia del mapa. Si hay algo que ha mostrado esta guerra es que no podemos enmarcar el mundo en una batalla maniquea entre democracias y autocracias: esa lógica convierte en incomprensibles los atajos morales que usamos a conveniencia con Venezuela o los saudíes ricos en busca de petróleo. Las izquierdas fingen no entender que hay guerras justas, y la respuesta de Ucrania lo ha sido por necesidad, por defensa propia. La obligación de la Alianza Atlántica era apoyar a un país atacado injustamente y ayudarlo a defenderse. Pero que la guerra sea justa no significa que la paz vaya a serlo, y esto es lo que no entienden los halcones. La guerra de Ucrania no es una batalla existencial entre democracias y autocracias: no conseguiremos una paz duradera con una clara derrota de Rusia, la historia está plagada de ejemplos parecidos. Europa tendrá que hallar una forma de estabilidad tras la contienda, y no es bajo el paraguas de una OTAN liderada por Estados Unidos donde habremos de buscar la respuesta.


Estados Unidos no comparte vecindad con Rusia, ni tiene ningún tipo de dependencia energética de Rusia, y su visión sobre cualquier orden de seguridad viable en Europa no puede ser el mismo que el nuestro, como tampoco son similares los costes de mantener la contienda. Paz y justicia conforman una tensión política imposible de cerrar: la guerra ha conseguido cosas que consideramos justas, pero la historia nos enseña que ninguna solución definitiva traerá, nos guste o no, una paz verdaderamente justa.

  

 

 

 

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