Artículos escogidos para saber algo más y reflexionar

Os invito a leer los siguientes artículos:

1) ¿Nos extinguirán nuestros robots?

2) La edad del universo

3) Maniqueísmo e idiotez

4) Lo tonto agota

5) Esclavas de la prostitución


                                                           ***

1)

A continuación os transcribo un artículo publicado por Antonio Diéguez, Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia sobre la inteligencia artificial. 

 Se publicó en El Confidencial


https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-06-09/ia-maquinas-inteligencia-artificial-futuro_3437291/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=BotoneraWeb



¿Nos extinguirán nuestros robots?

 

Última hora sobre las máquinas superinteligentes

 

Los desacuerdos acerca del futuro del ser humano con la inteligencia artificial se recrudecen al tiempo que el debate se muestra cada vez más interesante

 

Por  

Antonio Diéguez




 

Sería difícil encontrar un campo de investigación tecnocientífica en el que las discrepancias acerca del alcance de lo conseguido hasta el momento, así como de lo que es probable que se pueda conseguir en las próximas décadas, sean mayores que en el de la inteligencia artificial (IA). La imagen popular y las expectativas generadas por la ciencia ficción, alimentadas por algunos científicos de renombre externos al campo, como Stephen Hawking, han dominado con frecuencia sobre los análisis de los especialistas, que suelen ser más prudentes. 

 

El escenario futuro que más interés suscita y más miedo genera es el de la tan traída y llevada Singularidad, es decir, el momento en el que, tras haber creado auténtica inteligencia artificial general (la que tenemos ahora, que realiza solo tareas concretas, se considera inteligencia artificial particular o estrecha), las máquinas serán capaces de crear otras más inteligentes que ellas mismas, o de perfeccionarse a sí mismas, en un proceso rápido que algunos describen como una “explosión de inteligencia”, y a partir de ese momento ellas tomarán el control de todo. Ray Kurzweil, un controvertido ingeniero de Google, cree que esto ocurrirá en torno al año 2045, aunque otros defensores de la idea lo sitúan más adelante, quizás en el próximo siglo

 

No faltan nombres relevantes entre los que creen no solo posible, sino muy probable, que se dé tarde o temprano la Singularidad. Entre ellos, los empresarios Elon Musk y Bill Gates, el historiador Yuval Noah Harari, los filósofos Nick Bostrom y David Chalmers, el físico Max Tegmark o el científico computacional Stuart Russell

Sin embargo, para otros expertos en inteligencia artificial, como Gary MarcusErnest DavisMargaret BodenErik J. LarsonLuc Julia (uno de los creadores de Siri), Luciano FloridiYann LeCun (científico jefe de inteligencia artificial en Meta) y, en nuestro país, Ramón López de Mántaras, este discurso no pasa de ser una tecnofantasía que ha conseguido atrapar la imaginación del público con sus predicciones apocalípticas. Lo novedoso, diría yo, es que las voces discrepantes de estos expertos comienzan a ser oídas

 

¿Posible o imposible?

 

La cuestión de si tendremos alguna vez máquinas capaces de hacer máquinas más inteligentes ha sido analizada desde los orígenes mismos de la inteligencia artificial. Uno de los primeros en hacerlo fue uno de los pioneros, John von Neumann, y concluyó que este tipo de máquinas podría ser factible si alcanzáramos un nivel de complejidad suficientemente alto. La pregunta es justamente si alcanzaremos alguna vez ese nivel de complejidad en el que las máquinas puedan lograr una mejora recursiva, es decir, no solo mejorar en inteligencia, sino mejorar su capacidad para hacer máquinas mejores. No hay acuerdo en que tal cosa sea posible, aunque tampoco se ha demostrado que sea imposible. 

Pero no hay que descuidar el hecho de que, antes de eso, tendríamos que haber logrado máquinas con inteligencia artificial general (AGI, por las siglas en inglés). Tal y como las definen dos teóricos de estas máquinas, son “sistemas de IA que poseen un grado razonable de autocomprensión y autocontrol autónomo, y tienen la capacidad para resolver una variedad de problemas complejos en una variedad de contextos, y para aprender a resolver nuevos problemas que no conocían en el momento de su creación”. Dejaremos aquí de lado, aunque es también un asunto relevante y discutido, si para que se produzca la Singularidad, esas máquinas deberían tener también autoconsciencia y voluntad (lo que las constituiría, por cierto, en agentes morales), y si ambas cosas surgirían espontáneamente como propiedades emergentes una vez alcanzado un cierto nivel de inteligencia. También aquí los desacuerdos son notables.

La IA ha experimentado un progreso sorprendente pero no se ha debido a ningún cambio revolucionario

La IA ha experimentado un progreso sorprendente desde mediados de la primera década de este siglo. Pero ello no se ha debido a ningún cambio revolucionario de paradigma, a ninguna gran transformación teórica. Como nos recuerdan Marcus y Davis en su libro Rebooting AI, se debe a dos factores más prosaicos: por un lado, el aumento en la capacidad de memoria y en la velocidad de computación del hardware y, por otro, el acceso a los big data (cantidades masivas de datos almacenadas en nuestros ordenadores) mediante algoritmos muy eficientes, como los del aprendizaje profundo, y redes neuronales más complejas. Sin embargo, en su opinión, ninguno de estos progresos nos sitúa cerca de la AGI. No basta con aumentar la capacidad de cómputo del hardware, el número de datos suministrados y la mejora de los algoritmos existentes para conseguir máquinas superinteligentes

 

Recientemente, un sistema multimodal desarrollado por DeepMind ha sido presentado a la prensa como un “precursor de la inteligencia artificial general” y como un “agente generalista”. Gato, usando siempre misma red neuronal, con los mismos pesos, es capaz de realizar 604 tareas diferentes, entre ellas, reconocer imágenes, controlar un brazo robótico, jugar a Atari o chatear. No se limita, pues, a las tareas únicas que realizan los sistemas actuales y no tiene que ser reprogramado para pasar de una tarea a otra. Aprende a realizar tareas diversas al mismo tiempo. Nando de Freitas, un ejecutivo de DeepMind y principal firmante del artículo de presentación, afirmaba en Twitter que “el juego había acabado”, que ahora alcanzar a la inteligencia humana era solo cuestión de aumentar la escala de Gato. Sin embargo, no todos creen que Gato, al igual que otros sistemas previos multimodales, sea un paso significativo para alcanzar la AGI. Como Gary Marcus ha señalado, Gato puede realizar muchas tareas distintas, pero ha sido entrenado para realizar cada una de ellas y ante una nueva tarea no sería capaz de aprovechar todo lo aprendido en las anteriores, no podría analizarla lógicamente, razonar sobre ella y conectar esta nueva tarea con las otras, entendiendo que hay implicaciones relevantes entre ellas pese a pertenecer a contextos muy distintos. Algo así, sin embargo, sería posible si tuviera una verdadera comprensión de lo que está haciendoNo puede decirse, por tanto, que Gato tenga una mejor comprensión del mundo que los sistemas hasta ahora en uso.

 

Decisiones concretas

 

¿Por qué estos desacuerdos tan radicales? ¿A quién hacer caso? ¿Hemos de temer a las máquinas superinteligentes, que podrían extinguirnos no por maldad, sino por simple desinterés hacia nosotros, o hemos de creer que estas especulaciones son vanas y nos distraen de los verdaderos problemas que hoy suscita la IA, que son muchos, como el control de los datos y la pérdida de privacidad, la vigilancia mediante reconocimiento facial, sesgos racistas y sexistas en lo algoritmos, los ciberataques, la desinformación mediante chatbots, las armas autónomas, etc.? Quizás antes de preocuparnos por si habrá alguna vez AGI, deberíamos prestar atención a qué decisiones concretas estamos dispuestos en el futuro a poner en las máquinas inteligentes y cuáles serían sus efectos prácticos sobre nuestra existencia

 

La incertidumbre en las predicciones sobre la tecnología es moneda común, pero es mucho más pronunciada con las tecnologías disruptivas

Una de las causas principales de la imprevisibilidad del futuro de la inteligencia artificial radica precisamente en el enorme potencial de desarrollo que encierra. Constituye, de hecho, un ejemplo claro de tecnología disruptiva. En este tipo de tecnologías, que implican discontinuidades no solo económicas o empresariales, sino también culturales, sociales e históricas, es casi imposible saber qué rumbo tomarán a medio y largo plazo su desarrollo y su gestión, y, por tanto, es difícil predecir los impactos sociales que tendrán. Es cierto que la incertidumbre en las predicciones sobre la tecnología en general es moneda común, pero es mucho más pronunciada en el caso de las tecnologías disruptivas. De lo que nadie duda es de que, tengamos o no pronto la AGI, los cambios van a ser muy profundos

 

Quizá por ello, y puesto que no cabe descartar por completo las posibilidades más amenazantes, comienza a haber voces críticas que se manifiestan contra la pretensión de generar una AGI, al menos hasta no estar seguros de que podríamos mantener su control o infundir en ella valores morales (cosas ambas nada fáciles en principio). En lugar de ello, se ha propuesto incentivar la búsqueda de inteligencias artificiales que aumenten, mediante la cooperación, la propia inteligencia humana. En la gobernanza de la IA nos jugamos el futuro y no podemos dejar las decisiones más importantes en manos de esos mismos sistemas, ni tampoco en manos de quienes dirigen las empresas dedicadas a su creación. La discusión sobre este asunto ya ha comenzado, y está generando reflexiones interesantes, pero va siendo hora de concretar también las instituciones adecuadas para hacer efectivas las normas que regulen la investigación y la aplicación de esta tecnología. 

  2) 

Interesante artículo sobre la edad del universo o el tiempo transcurrido desde el Big Bang. Publicado en The Conversation. Pinchar en el siguiente enlace y leerlo.



https://theconversation.com/cuanto-tiempo-ha-pasado-desde-el-big-bang-182902?utm_medium=email&utm_campaign=Novedades%20del%20da%208%20junio%202022%20en%20The%20Conversation%20-%202315123063&utm_content=Novedades%20del%20da%208%20junio%202022%20en%20The%20Conversation%20-%202315123063+CID_6c31a26bc75b5c774b4fa6287bde97aa&utm_source=campaign_monitor_es&utm_term=Cunto%20tiempo%20ha%20pasado%20desde%20el%20Big%20Bang


3) 

Continuación de artículo de Sinapsis anterior

Maniqueísmo e idiotez (2)

 

https://www.jotdown.es/2022/06/maniqueismo-e-idiotez-2/

 

Continúa de artículo anterior en Sinapsis.

 

Viene de «Maniqueísmo e idiotez (1)» Publicado en Jot Down

 

Por Carlo Frabetti

 

 



Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1931. Imagen: Paramount Pictures.

 

Como decía Bertrand Russell, las cosas no son ni buenas ni malas: las cosas son así. Al igual que el placer y el dolor, sus conectores con lo biológico, el bien y el mal no existen sino como experiencias subjetivas, objetivables solo en la medida en que son compartidas, puesto que atañen sustancialmente a las relaciones sociales. Pese a ello (o precisamente por ello) el mito de un Bien y un Mal absolutos, a menudo identificados con entidades poderosas y conscientes (dioses, ángeles, demonios, genios…), es común a casi todas las culturas y está en la base de todas las religiones, en función de una necesidad —tanto individual como colectiva— de regular la conducta mediante referentes claros e incuestionables.

El maniqueísmo, por tanto, es la expresión vulgar —e idiota, en el sentido más etimológico del término— de un mito profundamente arraigado en nuestra sociedad, que dista mucho de haber sido superado a pesar del aparente retroceso del pensamiento mágico-religioso frente al racionalismo; y, como tal, no podía estar ausente de una cultura de masas en buena medida idiotizante.

 

El maniqueísmo más esquemático preside la cultura de masas tanto en sus manifestaciones «realistas» (luego explicaré las comillas) como en una amplia gama de subproductos más o menos fantásticos emparentados con las mitologías y los cuentos maravillosos tradicionales. Las historias (novelas, películas, cómics, series de televisión…) supuestamente realistas suelen ofrecer una versión muy simplificada, y por ende engañosa, de la realidad (de ahí las comillas), en la que los buenos son intachables (además de bellos, fuertes y valerosos) y los malos son malísimos (y a menudo horrendos). Y las historias fantásticas acostumbran a compensar su menor pretensión de verosimilitud con un mal disimulado retorno al mito del Bien y el Mal con mayúsculas, encarnados, respectivamente, en los consabidos superhéroes y supervillanos.

 

Basta un breve repaso a algunas de las sagas más populares de los últimos tiempos, tanto librescas como cinematográficas y televisivas, para darse cuenta de hasta qué punto el maniqueísmo más extremo contamina la cultura de masas. El Señor de los AnillosHarry Potter y Star Wars —el pasado, el presente y el futuro imaginarios más frecuentados— comparten, entre otros tópicos, la idea de un ser tan maligno como poderoso que pretende adueñarse del mundo e instaurar un reinado del terror. En ninguna de estas sagas desempeña la religión propiamente dicha un papel significativo; sin embargo, la visión medievalizante de la vida como pugna entre Dios y el diablo está en la base de las tres. Y también comparten estos tres grandes metarrelatos contemporáneos (a los que cabría añadir algunos más, como los ciclos narrativos de Marvel y DC) la idea —esencialmente religiosa— de que la lucha entre el Bien y el Mal no solo se libra en el campo de batalla, sino también en el interior del individuo, y muy concretamente del héroe (la fascinación del anillo de poder, el empleo abusivo de la magia, el lado oscuro de la Fuerza). Y no hay batalla del Bien y el Mal más encarnizada que la que se libra en el interior de los hombres.

 

Maniqueísmo y lucidez

 

No es casual que Robert L. Stevenson, uno de los narradores más brillantes de todos los tiempos, el gran maestro de la novela de peripecias, se interesara de manera muy especial por esa violenta cohabitación de los contrarios, por esa batalla silenciosa cuya palestra es un corazón atribulado. Y del mismo modo que problematizó las historias de héroes y villanos (hay un antes y un después de John Silver1 en la narrativa piratesca), dio un mayor espesor psicológico al conflicto interior. A primera vista, podría parecer que en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde se lleva al extremo la dicotomía entre el bien y el mal, al desdoblarse una misma persona en un ciudadano respetable y un libertino sin escrúpulos; pero, en realidad, al señalar (mucho antes que Freud, dicho sea de paso) que la civilización es represión y que la represión engendra monstruos en nuestro interior, impugnaba la consabida división en «buenos» y «malos» e invitaba explorar nuevos territorios éticos y narrativos.

 

El propio Stevenson los exploró varias veces, pues, como dijo Borges, «siempre le preocupó el alter ego, que los espejos del cristal y del agua han sugerido a las generaciones». Un espejo deformante en el caso de Jekyll y Hyde, frío e implacable en Markheim, magistral relato alegórico —que parece fruto de una inverosímil colaboración entre Dickens y Poe— en el que un demonio paradójico oficia de ángel de la guarda. El definitivo espejo de la muerte en la balada Ticonderoga.

 

Maniqueísmo y equidistancia

 

En el extremo opuesto de la actitud crítica de un Stevenson, la supuesta superación del maniqueísmo de cierto relativismo moral —típicamente posmoderno— para el que el bien y el mal son meros convencionalismos, ha contribuido a sumir a nuestra sociedad en un preocupante estado de perplejidad o indigencia ética2.

Aunque no haya buenos ni malos en un sentido absoluto, sí que hay agresores y agredidos, explotadores y explotados, verdugos y víctimas, y en esos casos la equidistancia se convierte en una aberración moral mucho más grave que el maniqueísmo que pretende impugnar3 .

El antifeminismo explícito de los sectores más reaccionarios de la sociedad (y el antifeminismo implícito de la sociedad en su conjunto) es una muestra clara —y especialmente preocupante— de una falsa impugnación del maniqueísmo que desemboca en la grosería del término medio y el solapado atropello de la equidistancia. Grosería y equidistancia de la que a veces no se libran ni siquiera los que intentan denunciar los abusos del poder, como quienes gritaban en las manifestaciones antibélicas «Ni OTAN ni Milosevic», «Ni Bush ni Sadam» o, más recientemente, «Ni Putin ni OTAN». Pero ese es otro artículo.


 

1. Siempre ha habido piratas literarios caballerosos e incluso heroicos, como El Corsario Negro de Salgari o El capitán Blood de Rafael Sabatini. La singularidad de Silver estriba en que, sin dejar de ser el consabido villano de las novelas de aventuras, posee un espesor psicológico y una cierta ambigüedad moral que lo sitúan más allá del mero estereotipo. Salvando las distancias, Jack Sparrow podría considerarse su versión irónica actual.

2. Como negación de la falsa negación del maniqueísmo, en un montaje de su Discurso sobre los antecedentes y desarrollo de la interminable guerra de VietnamPeter Weiss situó a un lado del escenario a los vietnamitas vestidos de blanco inmaculado y al otro lado a los soldados estadounidenses vestidos de negro, para subrayar el hecho de que los primeros eran los buenos y los segundos los malos

3. En este sentido, es especialmente significativo el metarrelato literario sobre la impropiamente denominada guerra civil española que, con el pretexto de una supuesta «reconciliación», se ha promocionado en las últimas décadas, y no solo desde la derecha, como ha denunciado David Becerra en su esclarecedor libro La guerra civil como moda literaria (Clave Intelectual, 2015).

 


4)


Lo tonto agota

No sé si los políticos y la prensa españoles están puerilizados al máximo, son incomprensiblemente ingenuos o desmedidamente cínicos, o si son tontos sin mayor misterio. Estas posibilidades no son excluyentes ni incompatibles. No me explico, en todo caso, que hayan exclamado al unísono que el caso de los espionajes telefónicos de Pegasus era “gravísimo” y ponía “en peligro la democracia”. ¿En qué mundo viven editorialistas, articulistas, tertulianos, locutores de radio, presentadores de informativos y hasta el New Yorker, que comparte país con la NSA, que, como saben hasta los espectadores de cine, escucha sin cesar las conversaciones de quienes el Departamento de Defensa decide espiar? ¿Acaso no viven en España, país de brocha gorda en el que se conoce y publica cuanto está bajo secreto de sumario, al igual que las charlas informales y llenas de tacos de todo cristo, no sólo las del ex-comisario Villarejo?


Los políticos y la prensa independentistas, cierto es, se llevan la palma en lo referente a cinismo insólito. ¿Cómo no iba a espiar el CNI a los colaboradores de quienes se habían saltado las leyes y la Constitución para instaurar una república desgajada con todas las características de un régimen totalitario —reléanse las llamadas “leyes de transitoriedad” del 6 y 7 de septiembre de 2017—? ¿Se imaginan que a los colaboradores de una organización delictiva no los investigaran la policía o los mossos o la Guardia Civil? Se acusaría a estos organismos de negligencia criminal, y con razón habrían rodado cabezas. Eso es lo que exigieron airadamente esos políticos independentistas, más los podemitas, más los supremacistas vascos y demás, pero no por ninguna negligencia, sino por cumplimiento del deber. ¿Cómo es que fueron espiados, si, según los primeros, nunca han hecho nada? Pedro Sánchez, que jamás ha puesto tope a los chantajes (basta del imbécil verbo “topar”), se avino a pagar uno más y destituyó volando a una proba funcionaria, Paz Esteban, de larguísimo servicio al parecer intachable. A continuación la ministra Robles se achantó y tuvo el cuajo de declarar que aquello no era una destitución, sino una mera sustitución “natural”. ¿Natural, justo cuando se pedía a voces el sacrificio de la pobre Esteban? Por favor, dejen de llamarnos a todos idiotas a la cara. Me recordó a Colin Powell, con puntero, asegurando la existencia de armas de destrucción masiva en Irak…


Pero, más allá de esta cuestión, ¿cómo es posible que a estas alturas alguien se haga cruces y ponga el grito en el cielo por unas escuchas telefónicas? Señores y señoras de la prensa, ¿aún no saben que cualquiera será espiado si quien tiene los medios se pone a ello? ¿Que los smartphones por los que todo el mundo está voluntariamente esclavizado son instrumentos de vigilancia y control, como lo son Facebook, Twitter, Instagram, Twitch, Telegram, TikTok y el resto de bobadas? ¿Ignoran que, con la cantidad de cámaras que hay en las tiendas, estaciones, aeropuertos y calles, se pueden rastrear nuestros movimientos en cuanto se considere necesario o aconsejable? La policía examinará el material de esas cámaras cuando sospeche de alguien o cuando se cometa un delito en una zona determinada. ¿No se han dado cuenta de que, si intentan reservar en un hotel de Malta, al instante se les llenará el móvil de ofertas para otros hoteles de esa isla? O si miran zapatos, les lloverá publicidad de zapatos horrendos. No hace falta contratar el sofisticado sistema Pegasus israelí para averiguar lo que hablamos, vemos, compramos, vendemos, leemos, nos encanta o detestamos. ¿Cómo va a ser “gravísimo” lo que hoy es consuetudinario y normal? Claro que se habrán espiado los móviles de Sánchez, de Robles, de Macron, y hasta de Biden y Putin. Lo raro sería lo contrario.


Ni a ustedes ni a mí va a espiarnos nadie importante, descuiden. Hasta que por algún motivo o malentendido o confusión alguien con la capacidad de hacerlo decida que lo va a hacer. Entonces, no les quepa duda, lo hará retrospectivamente, porque nuestras tarjetas de crédito o visas, nuestros smartphones, a veces nuestros televisores, van dejando huellas indelebles. Se sabrá dónde hemos estado y en qué día, a qué países hemos viajado, con qué compañías hemos volado, qué hemos comprado y en qué comercio, qué transferencias hemos hecho y a quién, cuánto dinero nos ha servido el cajero automático. ¿Por qué creen que hay países que sopesan prohibir el efectivo? ¿Por qué los bancos nos obligan a hacerlo todo online? ¿Por qué cierran sucursales y ya no atienden casi en persona? (Bueno, también para despedir empleados y obtener más beneficios.) ¿Por qué se graban nuestras llamadas a una mensajería, al odontólogo, al banco, a Movistar o a un hospital? De verdad, no sé cómo nadie se puede escandalizar ni sorprender del uso que se da a la infinidad de datos que, desde hace ya un par de décadas, la mayoría brindamos gustosamente por doquier. Así que lo lamento, pero no me cabe sino insistir: ¿son ustedes tontos, o qué?

¿Acaso no viven en España, país de brocha gorda en el que se conoce y publica cuanto está bajo secreto de sumario?


5)

A continuación un artículo para un debate de actualidad


Esclavas de la prostitución

Prohibir la prostitución es iliberal. También lo es impedir que se conduzca ebrio o se fume dentro de un hospital. Un recorte más, y van ya cientos en lo que llevamos de civilización, de las libertades de unas personas para que otras tengan un mínimo de dignidad. Por ejemplo, que no te agredan física o sexualmente (como les ocurre al 60% o 70% de las prostitutas) hasta el punto de que, como comentan algunas, su trabajo es violencia machista “llevada al extremo”, o “lo que es violación para otros, es normal para nosotras”. Que no estés expuesta a enfermedades de transmisión sexual, que no te fuercen a ingerir alcohol y drogas y que, en definitiva, no tengas una tasa de mortalidad 40 veces superior a la de la población general, como descubrió uno de los primeros estudios sobre los efectos de la prostitución en la salud mental y física de las mujeres. Estas investigaciones se repiten de país en país y de tiempo en tiempo desde, como mínimo, la Nueva York de 1858, y presentan conclusiones desgarradoras sobre la “profesión” más antigua del mundo. Pero, casi dos siglos después, pocas naciones han apostado por erradicar esta lacra. Si las víctimas mayoritarias no fueran mujeres, jóvenes e inmigrantes, sino varones, maduros y nacionales, el mercado del sexo se hubiera eliminado hace mucho. Tendríamos incluso una épica y una lírica de su abolición, como sucedió con la explotación laboral en las minas. Pero a novelistas y cantautores les ha interesado menos el silente sufrimiento que provoca la prostitución.

No es tarde si la dicha es buena. Y la proposición de ley del PSOE, apoyada por el PP, y que salió adelante en el Congreso con 232 votos a favor, es un buen paso. Sigue el camino de la peor política contra la prostitución del mundo, excepto todas las demás que se han probado hasta el momento, claro: perseguir la demanda, sancionando a los compradores de sexo. Esta vía, que inició controvertidamente Suecia en 1999, no solo retiene el consenso político, sino que se va a endurecer todavía más, cambiando multas por penas de cárcel. Al contrario, la legalización de la prostitución, dado que no sustituye sino que aumenta la trata y explotación de las mujeres, está siendo cuestionada en Alemania.

Poco a poco, empieza a hacer mella la idea de que, aunque haya algún esclavo que quiera seguir siéndolo, lo liberal es abolir la esclavitud.

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