El fracaso de la cultura. F. Soriguer

A continuación transcribo un artículo publicado por F. Soriguer en Diario Sur que creo que os va a interesar.


El fracaso de la cultura

 

LA TRIBUNA. Diario Sur


La esperanza es solo un terreno abonado para los milagros, esa virtud que los humanos poseen para cuando carecen de soluciones

 

FEDERICO SORIGUER MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS

 



Los humanos somos los únicos seres capaces de imaginar mundos que no existen en la realidad. Lo sorprendente es que lo que esas singularidades inmateriales que nos hacen humanos surgen de la interacción de dos mundos materiales, el de la biología (los genes) y el del medio ambiente (la comida, el agua, el trabajo físico, el clima, la lucha por la vida). En la explicación de la naturaleza humana los filósofos, sociólogos y científicos han estado divididos entre los biogénicos y los sociogénicos, según la importancia que dieran a la biología o a la cultura en la explicación de la conducta. Pero ni siquiera los biogénicos más radicales pueden ignorar que los grandes cambios en la historia humana reciente han sido, sobre todo, de naturaleza cultural, pues nuestros cuerpos (su biología) no se han modificado, apenas, desde la desaparición de los neandertales. Durante mucho tiempo se ha considerado que la biología sería inmodificable, mientras la cultura (¡la sociedad!) sería, al menos en potencia, 'el reino de la libertad' (Marx). Sin embargo, a pesar del optimismo de los Steven Pinker en 'defensa de la ilustración', cada vez hay más personas que dudan del valor de la cultura para solucionar los grandes retos de la humanidad. Tienen algunas razones para ello. Por un lado, esta extraordinaria evolución cultural ha sido, sobre todo, 'científica y tecnológica' y no tanto 'moral'.

 

Que en el 2022 sigamos apelando a la matanza ritual de una guerra como la manera de resolver conflictos intergrupales es un ejemplo del fracaso de la cultura. No es sorprendente que algunos hayan vuelto la mirada a la biología y crean que será a través de las modificaciones biotecnológicas del cuerpo humano y de su cerebro de donde salga un hombre nuevo capaz de solucionar esta dificultad humana para el progreso moral. No son solo los transhumanistas los que avisan de este fracaso de los viejos humanismos. Autores como Bruno Latour ('Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política', Taurus) advierten cómo, hoy, es la naturaleza la que se ha convertido en una construcción artificial mientras que se está abandonando el sueño de que sea la sociedad la que, través de la cultura, resuelva los problemas de la humanidad. Una sociedad que ha llegado a sus límites y es incapaz de cambiar para solucionar, por ejemplo, el gran reto del cambio climático.

 

Comienza a parecer más fácil escapar de nuestra condición biológica que de nuestro condicionamiento social. Esto explicaría, dice Latour, la fantasía de los ricos de California de un mundo nuevo en Marte una vez que la Tierra se vuelva invivible, o, sin salir aun de la Tierra, esa otra fantasía nacionalista que ha vuelto la mirada a esos microplanetas nacionales, tan irreales como el futuro en Marte. Lo estamos viviendo en nuestros días. Salvo en momentos puntuales de catástrofe parecemos incapaces de diseñar estrategias que apunten al futuro. Lo vimos en la crisis económica del 2008, cuando el mundo empresarial, durante unas cortas semanas, consternado, llegó a pedir (a los estados) una moratoria del sistema (capitalista), y lo hemos visto durante la primera fase de la pandemia con el consenso sobre el confinamiento.


 Pero pasado el susto inicial de la crisis del 2008, el mercado volvió en poco tiempo a desregularse, aumentando, incluso, la desigualdad social y económica. Por otro lado, las promesas de que nada volvería a ser igual después de la pandemia no han tardado en disiparse sin esperar siquiera a que remita la sexta ola. ¿Cómo explicar, lo recuerdan María Ángeles Salle y Cecilia Castaño (hablando, por cierto, de feminismo), que, tras esta última crisis de la pandemia, las cotizaciones de algunas tecnológicas suban como la espuma, mientras que las condiciones de trabajo del personal sanitario, docente y de servicios sociales -ciudadanos que han estado en la primera línea, y luchado y sufrido por los demás-, no solo no han mejorado, sino que siguen arrastrando ya más de una década de recortes? Y si no somos capaces de cuidar de las personas, es decir de nosotros mismos, ¿cómo vamos a cuidar de la Tierra?.

 

Si la intervención sobre la naturaleza, incluido el cuerpo humano, no es más que una fantasía, un sueño, una forma sofisticada de cirugía estética, de tuneado para ricos insolidarios que anhelan la inmortalidad biológica y si la cultura se ha convertido en una forma de bricolaje, un juguete con el que los poderes fácticos se entretienen haciendo juegos de manos, ¿qué motivos quedan para la esperanza?. Pero, ¿desde cuándo la esperanza necesita motivos? La esperanza es solo un terreno abonado para los milagros. Esa virtud que los humanos poseen para cuando carecen de soluciones y la vida les viene mal dada. En todo caso, la única esperanza puede venir de todos aquellos, la inmensa mayoría, que no sueñan con ir a Marte ni tampoco con volver a la caverna. «De quienes en tierra de nadie (Latour dixit): pensamos que, en un momento u otro, habrá que aterrizar: reconciliar la economía, el derecho, la identidad con el mundo real del que dependemos». Lo dicho, sencillamente un milagro.

 

 

 

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