Por qué no soy un médico escritor. F. Soriguer

Por qué no soy un médico escritor

Federico J. C-Soriguer Escofet. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias 

Texto leído por el autor en la XIX Reunión Nacional de ASEMEYA (Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Málaga junio 2022

 


Antes de comenzar, quisiera agradecer a ASEMEYA su amable invitación y, muy especialmente, a Ángel Rodríguez Cabezas y a Paloma Soria, colegas y buenos y viejos amigos, que son quienes personalmente me animaron a hacerlo. 

A todos ellos les debo una explicación, y para ello puedo recurrir a Antonio Machín, cuando en su “Corazón loco” canta: ”Les debo una explicación.//Yo no puedo comprender//, Como se pueden querer dos mujeres a la vez.// Y no estar loco

Así yo aquí, ahora, intentando justificar porque no soy un médico-escritor

Pero es esta una ponencia seria, en un congreso muy serio, así que prefiero recurrir a Zubiri, nuestro serio, grave y gran filósofo.  Zubiri decía que los animales viven ajustados a su medio, pero los humanos no, y a esta necesidad de ajustamiento, Zubiri llamaba justificación. Espero que al final de estas líneas, el amparo de Zubiru haya servido para justificarme. 

·      Reconozca que el título de la ponencia es algo provocativo”, me hubiera contestado mi interlocutor de haber sido esto un diálogo socrático y yo el Sócrates redivivo 

·      Bueno, no es mi intención”.  Le hubiera contestado, sin entusiasmo, a mi improvisado y joven contertulio. 

No, al menos, - pienso yo para mis adentros, -  en el sentido en el que Lakoff, explicaba el éxito del partido republicano sobre el demócrata en los EEUU, con su “teoría del marco”, esa que obliga a pensar a todo el mundo en un elefante cuando tu propuesta es, precisamente: “No pienses en un elefante” pues la palabra "elefante" crea un marco de grandes orejas, larga trompa y gruesas patas redondeadas del cual es imposible salir, y ya nadie consigue pensar en otra cosa. 

Mi pretensión es más modesta y menos sibilina, cuando en este Congreso de Médicos-Escritores me atrevo a presentar una ponencia que lleva por título: “Por qué no soy un médico escritor”. 

No soy un médico-escritor, porque, simplemente no soy un escritor-médico. Todo un juego de palabras con el que, desde luego, no intento tomarle el pelo al respetable público. Pero en las construcciones gramaticales, eso que se llama el sentido de la frase, el orden de los factores si cambia el resultado. Y no hay que ser un Alex Grijelmo, solo un lector mediano, para saberlo. 

Porque la clave de esta justificación es que, para ser una cosa es imprescindible alguna noción sobre la cosa misma y así como sí sé lo que es ser médico no tengo ni idea de que significa ser un escritor. Y mientras no lo descubra, el concepto escritor queda engullido en el de médico hasta hacerlo prescindible.   

·      Pues debe ser usted el único que no lo sabe”, me dice impertinente mi joven contertulio, convertido ahora en el Calicles del Georgia.  

·       No, no soy Sócrates, es evidente, pero sí que he sido profesor de bioestadística y metodología de la investigación”. Le contesto. 

·      “¡Ah ¡”, “Y que tiene que ver esto con lo que estamos hablando” dice con jactancia mi Calicles particular, joven e impertinente.

·      “Pues que en la primera clase de bioestadística incluía, como es natural, el concepto de normal, anormal y patológico y cuando al final de la clase les preguntaba a los alumnos si lo habían entendido, no era infrecuente que alguno me respondiera”: “¡profesor, todo el mundo sabe lo que es normal hasta que usted se empeña en explicárnoslo ¡”.   “Pues así, con la pregunta de qué cosa es ser escritor”. 

Desde luego un escritor es alguien que escribe, lo que no parece suficiente pues todo el mundo escribe, pero todos no se sienten escritores. 

·      “¿Que vive de la escritura?”, añade mi pretensioso contertulio.  

·      Hay muchos muertos de hambre, incluso entre los escritores, famosos”, le contesto. Herman Melville, Emily Dickinson, Franz Kafka, H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Miguel Hernández, Cervantes, Benito Perez Galdós, Sándor Márai, murieron en la pobreza y algunos en el olvido.” 

·      ” ¿El éxito en el mercado, la fama? ”….. 

·       La trascendencia”, añade.

·       La inmortalidad” apostilla incansable. 

·      Sí, son buenas razones, pero válidas lo mismo para un presunto escritor que para un científico o un pintor”. le contesto. 

·      “¡Qué inventa historias que los demás leen ¡” (¿no se resigna mi joven amigo?). 

·      Con cierto hartazgo, le contesto: “¿Y los ensayistas, los críticos de arte, los sociólogos que escriben voluminosas obras?, ¿es que no son escritores?”  “¿No sigas” le digo, “no me abrumes con más preguntas retóricas?” ¿Sabe usted, le dijeron en una ocasión a Einstein, que hay más de 100 sabios en todo el mundo que cuestionan su teoría? A lo que Einstein contesto: con que uno solo tenga razón

¡Qué diferencia entre la razón científica y la narrativa ¡La teoría de la relatividad, como tantas teorías científicas todo el mundo la conoce, pero nadie la entiende! En cambio, una novela, por ejemplo, todo el mundo la entiende, pero no sabríamos ni siquiera definirla, como estamos viendo en esta testaruda y prescindible justificación.  

Pero mi contertulio lleva un rato queriendo decir algo: 

·      “¿Sí, le digo?” 

Con cara de listillo y tono altanero me dice:

 

·      “Un escritor es alguien que es capaz de desnudarse intelectualmente, de exponerse y que, a veces, incluso cobra por ello”.

·       Vaya, veo que te superas”. Acabas de definir le plus vieux métier du monde”. Interesante. Pero no voy a seguir por ese camino. Me tendría que desnudar y ya he advertido que yo no soy un escritor. 

·      Pero Dr. Soriguer”, me dice el joven residente con sorna “¿Si lleva toda la vida escribiendo? Miles de artículos, un par de decenas de libros” 

·      “¡Pues no me había dado cuenta¡”. Le contesto. 

 Me mira preocupado pues no sabe si le estoy tomando el pelo o he comenzado ya con esa amnesia tonta que anuncia el comienzo del fin y con tono académico me contesta: 

·      Vaya, veo que es usted un sofista”. 

·      Touché, me digo, “¿Alguien capaz de convencer a otro de lo propio y lo contrario? ¿Eso es lo que crees?”. 

·      “Lo que le quiero decir, maestro, es que se resigne y deje de jugar con el nombre de las cosas.  Las cosas son como son, eso es todo”. 

Era la primera vez en toda la conversación que me llamaba maestro y, sinceramente, me dejo desarmado. ¿Cómo defraudarlo?  

·      “Llevas razón”, le dije: Las cosas son como son y a eso se le llama realidad.  Eres joven, eres guapo, eres rico, eres realista, que otra cosa podías ser. 

·      Federico, me llamo Federico”, dice apresurado y chistoso mi joven amigo.

·      Sí, las cosas son como son, para que vamos a negarlo, a eso se llama realidad, Pero las cosas deben ser de una manera determinada. A eso es lo que Kant, ese idealista romántico que tanto daño ha hecho a la humanidad, le llamó imperativo categórico. Pero las cosas no bastan con que deban ser. Tienen que ser de una forma determinada y a eso se le llama responsabilidad.  A eso, joven Federico, es a lo que yo llamo responsabilidad. 

·      Disculpe maestro, no pretendía que se pusiera tan serio”.  

·      ¿Maestro?, ¿Por qué me llamas maestro? Solo los niños necesitan un maestro y tú no eres ya un niño. Así que no me llames maestro. Te lo diré con más claridad. No sé lo que es ser médico escritor, salvo que me lo digas en inglés: “medical writer”.  Suena bien en inglés. ¿Verdad? Las mentiras suenan mejor en inglés. Pero, ¿sabes lo que es un “medical writer”?. Te lo diré también en inglés para que lo entiendas, pues parece que los jóvenes no entendéis las cosas si no se os dicen en inglés. Pues un “medical writer” es un “gosth writer”. 

·      “¿Un escritor fantasma?”. Traduce sorprendido. 

·       Veo, joven, que lo has entendido”. La primera vez que oí hablar de ellos me lo ofreció un colega catalán. Dirigía entonces un proyecto de investigación nacional en el que participaban grupos catalanes. Y el director de uno de ellos, me dijo sin despeinarse: Dr. Soriguer, si necesita un “medical writer”, le puedo ceder el de mi departamento. ¿Un “medical writer?.  Caramba, le dije. ¿“Un negro”? “Se refiere a un ¿negro?” (…Hoy este comentario, hubiera sido impensable y no tengo que explicarles por qué.)…, “No, moltes gràcies”, contesté. Después de aquello, les declaré mi personal independencia. Fue un alivio. 

·      Me parece, maestro que se está desviando del asunto.

 

·      ¡!!!!!!!!!!!

 

Aquí, ahora como única respuesta, hay una serie ininterrumpida de signos de admiración¡¡¡, que expresan hartura por la reiteración en llamarme maestro. 

 Pero mi contertulio insiste. 

·      “Ah¡, maestro, le recuerdo que me pidió que en este momento le advirtiera que su tiempo es limitado. Le quedan 3 minutos”.. 

·      Gracias. Ahora sí que te has comportado como un verdadero discípulo”. “Recordarles el tiempo a los viejos es una de las funciones menos heroicas de los jóvenes”. ¡Ya le ha llegado su hora, parecen decir, lo mismo da que sea en una conferencia, que en la vida!

 

Plenamente consciente de su poder (¡los jóvenes se creen inmortales ¡). Con ironía me aclara: 

 

·       Es que no quisiera que terminara su intervención sin que me aclare algunas dudasPorque, sinceramente, la negación de su naturaleza de médico y escritor no me ha parecido convincente”. “¿Es que no cree en el humanismo médico?”.

·      Vaya, joven amigo, veo que vas afilando las preguntas”. “No, no demasiado”. Depende de lo que se entienda por humanismo. Aplicado a la medicina, por humanismo médico se suele entender el cultivo que hacen los profesionales de la medicina de alguna de las actividades o disciplinas tradicionalmente consideradas humanísticas (literatura, filosofía, lenguas e historia), adornándose así, en exclusiva, de una pátina renacentista. No, en este último humanismo no creo, pues no creo que sea muy distinto del humanismo de un físico nuclear o, un biólogo molecular o un general de artillería sin que para ellos exista una casilla que hable de humanismo biomolecular, físico o militar. Más le cuadra el adjetivo de humanistas a aquellos médicos que   practican una medicina de “rostro humano”, sensibles y capaces de mostrar empatía ante los problemas de los pacientes en los que ven a un ser humano en toda su complejidad y no solo a una enfermedad que hay que diagnosticar o tratar. Aunque más que humanistas estos médicos son simplemente humanos. Porque el eufemismo de médico humanista con frecuencia encubre con distracciones lejos de la medicina misma como las artes o las letras, las dificultades de algunos médicos para enfrentarse a ese proyecto épico que significa ser un buen médico. Distracciones que, bien mirado, poco o nada tienen que ver con la cultura, pues no contribuyen a cultivar en el médico las cualidades de su profesión sino solo a saciar unas insatisfechas necesidades éticas y estéticas que no han sabido, quizás por falta de vocación, encontrar en el interior de la medicina misma. 

·      “¿No ha sido un poco duro, maestro?”. Me dice cada vez más crecido. 

·      Pues quizás sí”. Contesto, ahora ya resignado a su manera de dirigirse a mí. 

 

·      “Quizás me han faltado las excepciones. Y me falta definir no ya el humanismo, sino qué cosa es la cultura, de la que lo único que puedo decir aquí con André Maurois es que es lo que queda después de haber olvidado todo lo demás.  De hecho la  retórica del  humanismo forma parte del gran legado médico y España ha contribuido de manera muy importante a esta cultura humanista de la medicina, a la que arriba hemos, con cierta impertinencia cuestionado, aportando figuras como  Cajal, Rof Carballo, Laín Entralgo, Marañón de los que se ha hecho eco Thomas Merman en un libro, llamado precisamente “La retórica del humanismo” en el que resalta la contribución al humanismo  de los médicos españoles citados, a los que habría que añadir,  más recientemente,  figuras como Diego Gracia, entre otros. Pero, para terminar con este enojoso tema,  solo decir que  el humanismo no ha sido más que un desiderátum, un ideal,  aunque muchos realmente o no lo conseguían o ni siquiera lo intentaban pues sus intereses y sensibilidades iban por otro lado y, sobre todo,  VAN POR OTRO LADO, pues una cosa es saber sobre Velázquez, tocar la viola o escribir novelas,  y otra cosa es el cultivo de esas cualidades que fomentan la capacidad crítica, la lógica científica, el razonamiento clínico y el sentido profético que la vocación y la dedicación medica hoy requieren. 

 

·      Se le acaba el tiempo, maestro”. 

 

(No había aparentemente ironía en sus palabras, pero …¡lo dijo¡. 

 

·      Vaya por Dios, le dije sin inmutarme, ahora que estaba comenzando a coger carrerilla”.

 

Querido y joven amigo. Hoy hay más escritores que lectores. De estos últimos, de los lectores, no tengo dudas. Se lo que son.  Pero después de haber escrito esta sesuda reflexión sobre el presente, me encuentro con una frase de Cicerón: 

Hoy día, los hijos no les hacen caso a los padres y cualquiera escribe un libro”

¡Solo han pasado 23 siglos ¡No quisiera, joven amigo, que sacases de esta breve conversación una conclusión equivocada! Así que, para terminar, te dejaré solo un consejo que a mí me dejó, a su vez, la lectura de Simon Leys: 

Entre dos cirujanos igualmente competentes procure que le opere el que haya leído a Chejov”.  

Pero, ¡vaya por Dios¡, -y esto lo añado yo por mi cuenta-, ahora que caigo, ¿no era, maldita casualidad, Chejov, médico y escritor? 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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