Rusia: propaganda pos moderna y actitud de sectores de izquierda

Sugiero la lectura de los dos artículos siguientes.



1) Algunos sectores de la izquierda latinoamericana (y no solo latinoamericana si no también algunas corrientes europeas), no han tenido una postura enérgica para repudiar la vil invasión rusa a Ucrania. Siguen pensando que el “único” enemigo de la ciudadanía son los norteamericanos. No entienden probablemente el panorama geopolítico actual y la disputa por la hegemonía que se está librando a nivel internacional. Caen víctimas de la propaganda populista que se anquilosa en posturas ya superadas y algunas al igual que la extrema derecha populista, se benefician de tener amigos como Putin.

En este artículo que transcribo a continuación Krause comenta estas actitudes sobre todo observadas en Méjico y otros países latinoamericanos.

Se publicó en Letras Libres.

 

https://letraslibres.com/historia/admiradores-de-putin/

 

Admiradores de Putin

 

Algunos sectores de la izquierda que permanece insensible al dolor y al heroísmo y, por el contrario, admira a Putin, ha abrazado los totalitarismos del siglo XX.

 

Por Enrique Krauze




 

Una potencia nuclear invade a una nación pequeña y soberana. El mundo es testigo de esa guerra injusta, minuto a minuto, imagen tras imagen: bombardeos implacables contra la población civil, testimonios desgarradores, éxodos masivos, escenas de indescriptible dolor. Eso solo debería concitar el repudio unánime al agresor y el apoyo irrestricto al agredido. Pero no es así. Una corriente de la izquierda latinoamericana y mexicana ha adoptado la “narrativa” del agresor. ¿Qué ha pasado con su conciencia moral?

Para calibrar su degradación presente importa entender su actitud pasada, y compararlas. Hay un testimonio útil para hacerlo. Me refiero al libro Un viaje al mundo del porvenir, publicado por Vicente Lombardo Toledano tras su estancia en la URSS en 1935. Basado en fuentes soviéticas, Lombardo postulaba la superioridad del sistema comunista sobre Occidente. De esa premisa –muy propia de aquel tiempo cuando la Revolución rusa conservaba su aura redentora– se desprendía el contenido: propaganda asumida sinceramente, pero propaganda pura y dura.

En la visión lombardiana, la colectivización forzosa había sido difícil debido a la mentalidad conservadora de los campesinos: “Llegaron hasta a quemar sus pastos y sus cosechas, a destruir sus arados rudimentarios, a matar su ganado, azuzados por mil ideas y mil procedimientos arteros y habilidosos de los kulaks (propietarios individuales como ellos, pero de mayor dimensión) […] que se aprovechaban de su ignorancia”… Para colmo, estaba el problema de las “viejas y atrasadísimas nacionalidades”, un apego a la lengua, a la tradición, a las costumbres, particularmente hondo en Ucrania. A esas “naciones antiguamente oprimidas por el zarismo” no se les podía dar “la simple libertad para que vivieran la vida que quisieran […] sin haberles dado una cultura política, sin haber levantado su espíritu armónico y su nivel”. ¿Qué hacer para emanciparlas de sí mismas?

Por fortuna, Stalin había ideado la solución: un cambio súbito y estructural que Lombardo resume en una línea: “liquidación del problema de los kulaks” y “éxito material”. Y ahora sí, “en las poblaciones (ucranianas) como Kharkov, se aplaude y se vive con interés y con convicción la nueva vida […] una adhesión […] al comunismo […] que vibra y se manifiesta a cada instante”.

Eso vio, o pensó ver, o quiso ver, o creyó ver, o imaginó ver, Lombardo Toledano.

La realidad fue otra. La realidad fue la gran hambruna del invierno de 1932 a 1933, que Stalin orquestó para secuestrar el grano de Ucrania y someterla. Se llevó a cabo con unidades policiales soviéticas por diversas vías, incluido, por supuesto, el asesinato masivo. Murieron 3.3 millones de personas. Esa hambruna consolidó la nacionalidad ucraniana.

Lombardo Toledano legitimó con su libro un régimen criminal. Pero entre él y la realidad mediaba al menos una ideología universalista. Y, como muchos rusos hoy, es probable que desconociera los hechos de Ucrania.

No es el caso de nuestra izquierda. ¿Qué explica su actitud? Su apego no es ideológico, como el de Lombardo. Saben que Putin es anticomunista y hasta zarista. Tampoco hay en ella desinformación o ignorancia: los horrores en Ucrania están a la vista de todos. Inventan que el presidente Zelenski (hijo de judíos exterminados en el Holocausto) es un títere de los nazis: ¿son crédulos o los corroe la mala fe? Justifican la invasión por respeto a esferas geopolíticas: ¿han olvidado las guerras que Estados Unidos desató en América Latina, inspiradas en el “Destino manifiesto”? ¿Qué hay entonces?

Lo que hay es la entusiasta aceptación de una narrativa que exalta al hombre fuerte sobre las leyes, instituciones y libertades de la democracia liberal. Sembrada en parte por las redes rusas, esa postura ha encontrado suelo fértil en el caudillismo de nuestros países. Y no solo en ellos. Vivir en Occidente subvirtiendo los cimientos de Occidente es la nueva moda.

No importa que esa adhesión implique avalar la vuelta del terror estalinista. No importa que el líder a quien ahora se rinde culto tenga semejanzas con el genocida nazi que enardeció a las derechas mexicanas y latinoamericanas, con su búsqueda imperialista de un Lebensraum, sus designios de purificación étnica, su odio al “cosmopolitismo” y su absoluto desprecio por la vida humana.

El sector de la izquierda que permanece insensible al dolor y al heroísmo y, por el contrario, admira a Putin, ha traicionado los últimos residuos de su legado moral. Ha abrazado las dos ramas totalitarias del siglo XX.

 

Publicado en Reforma el 20/III/22. 

  

 

 2)



Rusia y la propaganda posmoderna

 

No se trata de hacer creer mentiras a nadie, sino de sembrar la duda sobre las verdades aceptadas

 

Juan Soto Ivars. El Periódico de Cataluña

 



Vladimir Putin, en los estudios de Russia Today / EFE

 

La censura a las emisiones de 'Russian Today' y 'Sputnik' en Europa fue un movimiento ingenuo por parte de nuestras autoridades, como lo ha sido la decisión de Youtube de cerrar los canales de estos órganos de propaganda. El Kremlin utilizará todos los medios a su disposición parainfiltrar propaganda por aquí. No es difícil tropezar en las mismas redes sociales que están vetadas en Rusia con mensajes característicos de esa propaganda rusa, tan posmoderna. Su objetivo no es vender un relato o una información falsa concreta, sino de sembrar la duda y provocar la discordia. 

 

De la misma forma que los misiles indiscriminados tratan de 'blandear' el ánimo resistente de los ucranianos, una suerte de misiles simbólicos se emplea para hacer lo mismo con el de las democracias occidentales. No hay nada nuevo: es la práctica de intoxicación en pequeñas dosis de la que el Kremlin se valió para alimentar movimientos populistas extremos de izquierda y derecha. Los medios para lograr el objetivo son demasiado variados como para poder controlarlo. De entrada, en la propaganda posmoderna no sabes si la mano negra está ahí, o alguien simplemente dice lo que piensa.

 

No se trata de hacer creer mentiras a nadie, sino de sembrar la duda sobre las verdades aceptadas. Hay ejemplos burdos, como el intento de convertir a una víctima embarazada del bombardeo del hospital infantil de Mariupol en una actriz, o el de hacer creer a los conspiranoicos que Estados Unidos creó el coronavirus en laboratorios de Ucrania. Pero también otros más sutiles, relacionados con debates sociales para los que ya nos sobran actitudes de crispación y polarización.

 

Baudelaire dijo que la mejor treta del demonio ha sido persuadirnos de que no existe, y la propaganda posmoderna emplea precisamente esta receta. Rusia juegan con la ventaja estratégica de enfrentarse a democracias donde existe la libertad de expresión. Mientras Putin persigue a todo disidente, mientras prohíbe que se escriba la palabra guerra en los medios de comunicación rusos, aquí no sabemos si alguien sitúa a la OTAN como responsable de la agresión por convencimiento o intereses espurios. Esta clase de propaganda posmoderna irá a más en las próximas semanas, redoblada por el cierre progresivo de los cauces oficiales del Kremlin en Europa. Veremos sombras y no sabremos si es un monstruo o un abrigo en un perchero.

 



 

 

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