Complejidad y riesgos en la actualidad

A continuación diversos artículos sobre la actualidad.

Francia, en peligro

Macron se convierte en la única respuesta frente al avance de los populismos y el cataclismo de las fuerzas moderadas


El País12 Apr 2022

Francia se ha instalado en un territorio político peligroso. El buen resultado de Emmanuel Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el domingo, es tranquilizador. El actual presidente no tiene nada ganado, pero parte con ventaja para poder derrotar, el día 24, a la ultraderecha de Marine Le Pen en la segunda vuelta y evitar así un cataclismo de la democracia en Francia y también en Europa. Y, sin embargo, estas elecciones, en las que los partidos históricos del centroderecha y del centroizquierda han quedado al borde de la extinción y las fuerzas populistas de todo signo constituyen una mayoría, emiten señales preocupantes. Francia no es un país cualquiera: es una democracia fundamental en la Unión Europea, potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.

La catástrofe en las urnas es inapelable para el Partido Socialista, cuya candidata Anne Hidalgo no alcanza el 2% de los votos, un nivel propio de una fuerza extraparlamentaria. Miembro de la familia socialdemócrata europea, el partido de los presidentes François Mitterrand y François Hollande contribuyó decisivamente a la construcción de la Francia moderna y a la integración de la UE. Los Republicanos (la antigua Unión por un Movimiento Popular —UMP— de Nicolas Sarkozy y antes la Agrupación por la República —RPR, en sus siglas en francés— de Jacques Chirac, heredera del gaullismo) solo salen un poco mejor parados. Pero su candidata, Valérie Pécresse, queda por debajo del 5%. Juntos, los partidos que se alternaron desde los años ochenta y vertebraron este país no alcanzan el 7% de los votos.

Lo ocurrido en estas elecciones es el desenlace de un proceso que se puso ya en marcha en las presidenciales de 2017, que ganó Macron con un proyecto que despertó grandes expectativas pero que perdió fuelle al transformarse en una colección de recetas económicas desligada de las necesidades de los sectores más frágiles. Ahora ese proceso se ha acelerado. La agonía de los grandes partidos históricos deja un campo en ruinas tanto en la derecha como en la izquierda moderadas, y Francia pierde a dos formaciones europeístas y atlantistas que han defendido una economía de mercado regulada por la intervención del Estado y la redistribución. Queda un paisaje tricéfalo que revela cuánto ha cambiado la llamada vieja política, y se imponen unas formaciones que poco tienen que ver con la forma de gestionar los asuntos públicos que dominaba hasta hace solo unos lustros. En medio se sitúa el centro amplio de Macron y que incluye —entre sus dirigentes, y entre sus votantes— a antiguos socialdemócratas y a desencantados de Los Republicanos. Y a ambos extremos, la derecha nacionalista y populista de Le Pen y la izquierda populista de Jean-Luc Mélenchon, el tercer candidato más votado, muy cerca del partido de ultraderecha.

No es culpa de Macron —ni tampoco de Le Pen ni de Mélenchon— que tanto socialistas como republicanos, víctimas de su indefinición ideológica, sus querellas internas y su desconexión con los desafíos de este mundo, se hayan inmolado y que sus electores se hayan pasado en masa a otras formaciones. Pero Macron lo ha aprovechado para consolidarse como única opción del sistema. Juega con fuego. Tanto Le Pen como Mélenchon, desde posiciones antagónicas en asuntos como la inmigración pero coincidentes en la retórica del pueblo contra las élites, impugnan el sistema. En Francia ha dejado de existir una posibilidad de alternancia en el consenso. Es una receta para la inestabilidad en Francia y un riesgo para Europa.


Conferencia de Noam Chomsky sobre la política de Estados Unidos en relación a la invasión de Ucrania

Este controvertido intelectual estadounidense expone en este video un análisis que sin duda será polémico. A pesar de ello creo que es necesario conocer diferentes puntos de vista. Os invito a verlo.

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El nuevo desorden mundial

Hay una ausencia de debate sobre la actual crisis bélica en Ucrania. Es preciso un camino entre la culpabilidad de Rusia y la intervención irresponsable caracterizada por una guerra económica ya casi descontrolada

JUAN LUIS CEBRIÁN

En lugar de incitar a los ucranios a luchar hasta la muerte por la libertad, debemos trabajar, y creo que el presidente Macron es consciente de ello, para encontrar un acuerdo que sea aceptable para ambas partes”. Este es el resumen del artículo que Edgar Morin publicó hace dos domingos en este mismo periódico, y que constituye el más lúcido análisis de cuantos he leído sobre la guerra en Ucrania y la amenaza que la internacionalización del conflicto significa para la paz mundial. Morin, que cumplirá 101 años en julio, es el intelectual europeo más respetado e influyente en la actualidad. Su teoría del conocimiento complejo se resume en el hecho de que las amenazas más graves que acechan a la humanidad, como el cambio climático o la destrucción atómica, están relacionadas con la falta de control del conocimiento, y de reflexión sobre los efectos del desarrollo científico. La única manera de combatir esta degradación de la razón es un cambio profundo en el sistema educativo y la organización del saber.

Pese a la intensa actividad que Morin ha desarrollado a lo largo de su vida en América Latina y en nuestro país, es obvio que sus enseñanzas no han fructificado en el ecosistema que nos rodea. De modo que, vivamos o no en una isla energética, la clase política española parece instalada cuando menos en un páramo intelectual. Resulta irritante la ausencia de debate, el triunfo de la propaganda y el pensamiento único, respecto a la actual crisis bélica, que ya ha sido definida como la mayor amenaza que hemos padecido desde la II Guerra Mundial. Como el Gobierno ha decidido eliminar el pensamiento crítico de las escuelas, se dedica a predicar con el ejemplo. No le va a la zaga en ello el principal partido de la oposición. Sustituidas las ideas por las ideologías, vivimos bajo el asalto de eslóganes inútiles. Sánchez reclama unidad ciega con sus postulados, ningunea al parlamento, no le vayan a llevar la contraria, y huyendo de la sabiduría se escuda en el relato. Núñez (¿por qué ese empeño mediático en identificarle por su segundo apellido?) parece haber encontrado en la bajada de impuestos la piedra filosofal que ha de resolver todos nuestros males. Mientras tanto no logro encontrar en los resúmenes del congreso del PP en Sevilla referencia alguna a las incógnitas severas sobre el futuro de Europa y el papel que puede desempeñar nuestro país en la construcción de un nuevo orden internacional.

Sin embargo, el futuro de la gobernanza en esta nuestra isla energética depende de cuándo y cómo se logre un alto el fuego en la frontera rusa, y en qué ha de consistir ese nuevo desorden mundial. La criminal agresión a Ucrania es una guerra de signo imperialista, como lo fue también la invasión americana de Irak, con la complicidad en ese caso del Gobierno español del PP. No hay equidistancia alguna en esta consideración, sino la evidencia de que son los intereses y las pasiones, más que los derechos y los valores morales, por mucho que se prediquen, los causantes de la destrucción de vidas humanas y bienes materiales en los conflictos bélicos. El dicho de que en las guerras son perdedores hasta quienes las ganan no es una expresión buenista o ingenua, sino la constatación de la complejidad real de la convivencia humana, imposible de comprender si se interpreta a base de adoctrinamiento y propaganda.

Escribo estas líneas la víspera de unas elecciones parlamentarias en Hungría que auguran una nueva victoria del primer ministro Orbán, representante epónimo de la democracia iliberal, o sea, de la democracia no democrática, amigo y aliado de Putin. Pese a que Hungría condenara la invasión, y que es miembro de la OTAN, ha impedido el tránsito de ayuda militar al Gobierno de Zelenski. Otro importante socio de la Alianza, Turquía, cuyo régimen es una autocracia apenas disimulada, ha decidido no aplicar las sanciones económicas a Rusia, país del que es a la vez socio en la Venezuela de Maduro y opositor en la ocupación militar de Libia y Siria. Y Serbia, dependiente en su energía hasta en un 90% del gas ruso, tampoco ha aplicado las sanciones aprobadas por la Unión, a la que, no obstante, aspira a pertenecer. Este país habrá reelegido igualmente ayer, si las encuestas no fallan, a un presidente autócrata disfrazado de liberal. Otras democracias de pacotilla como la polaca, liderada por los amigos de Vox en España y de Le Pen en Francia, se han convertido en campeones mundiales del apoyo militar y humanitario a Ucrania. De los integrantes del grupo llamado BRICS, que aspira a compartir la autoridad del capitalismo global, India, China y Sudáfrica se abstuvieron de condenar la invasión, y Brasil, que sí lo hizo, no se ha sumado a las sanciones, como tampoco Israel.

La demanda de Morin sobre la necesidad de encontrar un camino entre la culpabilidad de Rusia y la intervención irresponsable caracterizada por una guerra económica ya casi descontrolada, se ve ensombrecida por los acontecimientos del día a día. Pero de las condiciones de la paz, cuando esta se alcance, depende no solo el futuro de Europa, sino la nueva ordenación del mundo. Desde un principio la OTAN, injustamente convertida en portavoz principal de la posición europea, decidió plantear la situación como una contienda entre democracia y autocracia, lo que es demasiado simplificador. Costaría describir a la Ucrania prebélica como una democracia real, y en la famosa clasificación del The Economist aparecía catalogada del mismo modo que Turquía entre los regímenes híbridos. La pelea es más bien por un nuevo diseño de las zonas de influencia de los grandes poderes militares y económicos. Estados Unidos ha optado claramente por la estrategia bipolar, un regreso a la Guerra Fría en donde el papel de la Unión Soviética sería desempeñado por China. La Unión Europea puede y debe expresar una posición autónoma al respecto. Por otra parte, se ha puesto de relieve la irrelevancia de las Naciones Unidas en el proceso, toda vez que la potencia agresora tiene derecho de veto en el Consejo de Seguridad. Cuando cese el ruido de las bombas será preciso plantearse la funcionalidad de la institución si no se abordan profundas reformas.

De momento, a lo que asistiremos es a un crecimiento extraordinario del gasto militar en todo el mundo, en el que el complejo militar industrial americano que denunciara el presidente Eisenhower tiene las de ganar. Aunque en este, como en otros casos, la imprecisión de las cifras pone de relieve que las estadísticas superan a veces a las mentiras, lo más probable es que en los próximos dos años haya prácticamente que doblar el presupuesto español de Defensa.

Mientras no se logren resultados esperanzadores en las tentativas de alto el fuego, la guerra económica que ha estallado ya con todas sus consecuencias ha de generar tanta o más destrucción que la militar, aunque de manera menos espectacular. No solo afecta a la producción y distribución de bienes y servicios, sino a la estructura financiera mundial en un mundo globalizado, endeudado y superpoblado. La crisis alimentaria acecha por doquier. Es en definitiva todo el orden mundial lo que está sobre la mesa: el político, el económico y el demográfico. Y el poder muestra ahora su cara más siniestra. Pero ya sabíamos que la guerra no es otra cosa que la continuación de la política por los métodos más indeseables.

Publicando en El País.


Ucrania y Rusia: de la Revolución de octubre a la Revolución de Maidán


El mundo ha observado con horror la brutalidad de la guerra de Vladímir Putin, cuyo verdadero objetivo no es restaurar las fronteras de la Unión Soviética sino las de la Rusia zarista. La invasión a Ucrania parece repetir una vieja historia.


Por Mira Milosevich

Investigadora principal del Real Instituto Elcano y autora de Breve historia de la Revolución rusa (Galaxia Gutenberg, 2017) Publicado en Letras Libres




“La Ucrania moderna fue creada en su totalidad por Rusia o, para ser más precisos, por la Rusia bolchevique, comunista. Este proceso comenzó prácticamente justo después de la Revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura para Rusia, separando, cortando lo que es históricamente tierra rusa. Nadie preguntó a los millones de personas que vivían allí lo que pensaban.” 1 Esta declaración de Vladímir Putin, realizada el 21 de febrero de 2022, tres días antes de la invasión rusa a Ucrania, así como otra anterior –“Estoy seguro de que la verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia”– 2 incluida en un artículo por él firmado el 12 de julio de 2021, no solo prueban que recurre a evidentes falsedades históricas para justificar su guerra, negándose a reconocer que Ucrania es un Estado independiente y soberano, sino que el verdadero objetivo del proceso de reimperialización iniciado con su llegada al poder en 2000 no es restaurar las fronteras de la Unión Soviética, sino las de la Rusia zarista. Putin no aspira a ser Lenin, sino a recuperar el legado de los zares y la Rusia Histórica, compuesta por Rossiya, Belarrossiya y Malorrossiya (Rusia, Bielorrusia y Pequeña Rusia). El último de los tres nombres es el que se le aplicó a Ucrania en torno a 1780 para referirse a las tierras de los cosacos; posteriormente, a finales del siglo XIX, se superpuso el nombre actual de la república (que significa “tierra de frontera”), como resultado del incremento de la conciencia nacional y del uso del idioma ucraniano. 3


Los tres países que formaban parte de la Rusia Histórica fueron los fundadores de la Unión Soviética en 1922, así como los gestores de su disolución en 1991. La Revolución Naranja de 2004, pero sobre todo la de Maidán en 2014, que derrocó a Víktor Yanukóvich, dejaron claro que la voluntad mayoritaria de los ucranianos era sacudirse la influencia de Rusia. Si, en los siglos XIX y XX, el destino de Ucrania fue determinado por su composición demográfica, mayoritariamente campesina, en el siglo XXI lo ha sido por la aspiración de una sociedad predominantemente urbana al ingreso en la Unión Europea y la Alianza Atlántica, en oposición al imperialismo putinista, heredero del zarismo y de la URSS.


En la Ucrania de 1897, solo tres millones de sus habitantes, de un total de veintidós, vivían en las ciudades. 4  La ausencia de una población urbana significativa se explicaba en parte por la prohibición, impuesta a los judíos ucranianos, de acceder a las profesiones liberales, lo que impulsó el éxodo de un importante sector de las masas urbanas hacia el campo, donde catalizaron el desarrollo de movimientos revolucionarios. La imposición de la lengua rusa en la enseñanza y la administración impidió el desarrollo de un liderazgo nacionalista. De hecho, el nacionalismo solo arraigó en un pequeño grupo de intelectuales que vivían en San Petersburgo. La primera organización nacionalista ucraniana, la sociedad secreta “Hermandad de los Santos Cirilo y Metodio”, se formó en 1846. Sus fundadores –el historiador Mykola Kostomárov, el escritor Panteleimon Kulish, el editor Vasyl Bilozersky y el poeta Tarás Shevchenko– esbozaron un primer programa político para el irredentismo ucraniano moderno. Sus ideas revolucionarias no los distinguían del resto de los conspiradores antizaristas que buscaban abolir la monarquía. Entre las organizaciones clandestinas posteriormente creadas destacó la Sociedad Ucraniana de los Progresistas, la cual, tras la Revolución rusa de febrero de 1917 y la consiguiente abdicación del zar Nicolás II el 3 de marzo de ese año, creó un gobierno ucraniano autónomo y fundó la Rada (“parlamento” o “consejo”, es decir, soviet, en ucraniano), el 17 de marzo de 1917. 5 La Rada proclamó el 20 de noviembre la República Popular de Ucrania y el 22 de enero de 1918, el Estado Independiente de Ucrania. Los bolcheviques rusos reconquistaron Kiev el 11 de junio de 1920, poniendo fin a la independencia de Ucrania en abierta contradicción con la Declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia, adoptada por los bolcheviques el 2 de noviembre de 1917. Dicho documento proclamaba la igualdad y soberanía de las nacionalidades del imperio zarista, el derecho de autodeterminación de las mismas, incluyendo la secesión y la formación de Estados independientes si así lo decidieran sus poblaciones, amén del libre desarrollo cultural de todas las minorías nacionales que desearan permanecer dentro de Rusia. Entre 1918 y 1921, durante la guerra civil, entre los bolcheviques y los blancos y aliados de estos, los primeros restauraron la territorialidad imperial, convencidos de que solo un Estado centralizado garantizaría la supervivencia de la revolución. Aunque Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania y Ucrania habían conseguido su independencia, nadie se hacía ilusiones sobre el respeto de Lenin al derecho de autodeterminación que él mismo había proclamado. Los bolcheviques negaban que fueran imperialistas como los zares, pero muchas naciones formaban parte del Estado común soviético contra su voluntad.

Desde mediados de 1920, Stalin, comisario del Pueblo para las Nacionalidades, intentó crear una Rusia ampliada. El 25 de febrero de 1918 se proclamó la República Soviética de Rusia, a la que se incorporaban Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Lenin estuvo en desacuerdo con este proyecto. Su propuesta era federalizar Rusia en términos de igualdad con otras repúblicas soviéticas y que cada pueblo tuviera derecho al uso de su lengua nativa. Stalin (como lo ha hecho Putin actualmente) lo acusó de implantar artificialmente identidades nacionales, sosteniendo que era prioritario divulgar las ideas socialistas contra los nacionalismos. Los comunistas de otras repúblicas querían permanecer unidos con Rusia, porque su supervivencia dependía del Ejército Rojo. En diciembre de 1922 fue aprobada la propuesta de Lenin. Todas las repúblicas se unieron en una federación, la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Los campesinos ucranianos fueron las principales víctimas de la creación de la Unión Soviética. En febrero de 1918, los bolcheviques decretaron la Ley de la Socialización de la Tierra, cuyo objetivo era conciliar la existencia de las granjas privadas con un sistema colectivo de agricultura, como transición a la economía socialista. En 1918, fueron creadas 3,100 granjas colectivas; en 1920, 4,400 más. La colectivización privó de sus tierras a los campesinos propietarios, y la deskulakización acabó con ellos como “clase”. Durante la guerra civil, el gobierno soviético impuso el “comunismo de guerra”, que supuso requisas de la producción agrícola (prodrasvertska), prohibición de todo comercio privado y nacionalización de los establecimientos industriales. Los objetivos de estas medidas eran exterminar a los campesinos que se opusieran al poder bolchevique, lograr el control centralizado de la producción agrícola y abastecer de alimentos a las ciudades y al Ejército Rojo. La eliminaciónde los kuláks (los campesinos supuestamente ricos) cambió por completo el orden social.

El definitivo golpe a los campesinos ucranianos se asestó entre 1929 y 1932, con otra fase de la colectivización (creación de dos tipos de granjas colectivas, koljós y sovjós, como parte del Primer Plan Quinquenal). Su objetivo era “el asalto al último bastión del antiguo régimen”, es decir, favorecer la industrialización (con inversiones que procedían de los beneficios de la colectivización agraria) y crear millones de nuevos puestos de trabajo (para proletarizar masivamente a la población). Esta política aniquiló a los campesinos “como clase”, sobre todo a los de las provincias productoras de grano (región del Volga, Ucrania, y las estepas fértiles de Asia Central) y de las comarcas ricas en pesca y caza del norte de Siberia.

La colectivización forzosa, la incompetencia administrativa, la inversión insuficiente y la expropiación de las tierras de los campesinos fueron causa de la producción extremadamente baja de las granjas colectivas, lo que provocó la gran hambruna (Holodomor) de 1932 y 1933, que condenó a muerte a cerca de 12 millones de personas en toda la URSS(en Ucrania, los cálculos de muertos oscilan entre 1.5 y 4 millones). 6  La causa principal de la hambruna radicaba en la exigencia de cumplir con las cuotas de producción de grano impuestas por el Estado, sobre todo en Ucrania, por ser esta el principal granero de la URSS. Anne Applebaum, en su libro Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania (2019), considera que Stalin cometió un genocidio deliberado contra el pueblo ucraniano propiciando una hambruna artificial.

La trágica experiencia de los ucranianos mientras formaron parte de la URSS influyó en el hecho de que alrededor del 91% votara el 1 de diciembre de 1991 a favor de su independencia. El 8 de diciembre de 1991, tres repúblicas –Rusia, Bielorrusia y Ucrania– declararon la disolución de la URSS y la Constitución de la Comunidad de los Estados Independientes.

En su discurso posterior a la anexión de Crimea (18 de marzo de 2014), Vladímir Putin afirmó que “millones de personas se fueron a dormir en un país y se despertaron en muchos otros Estados, convirtiéndose en minorías étnicas de antiguas repúblicas soviéticas; así los rusos se convirtieron en una de las naciones más grandes del mundo, si no la más grande, divididas por fronteras”. El concepto de “nación dividida” es el elemento clave de la política rusa hacia los Estados vecinos, antiguas repúblicas soviéticas, así como de la justificación de un proceso de reimperialización que apunta a recuperar el estatuto de Rusia como gran potencia y a mantener “zonas de influencia” en el espacio postsoviético. Este proceso comenzó con la llegada de Vladímir Putin al poder en 2000, y se cristalizó con las intervenciones militares rusas en Georgia en 2008 y Ucrania en 2014, después de que ambos países establecieran gobiernos proeuropeos y expresaran su deseo de convertirse en miembros de la Alianza Atlántica. La actual invasión rusa de Ucrania es la culminación de dicho proceso, pero, sobre todo, del fracaso de la estrategia que definió Valeri Guerásimov, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, cuando afirmó que “las guerras que librará Rusia responderán principalmente a una estrategia de influencia y no de fuerza bruta”, ya que su principal objetivo sería “romper la coherencia interna del sistema político y socioeconómico del enemigo y no aniquilarlo íntegramente”. 7

El mundo se ha espantado ante la brutalidad de la guerra de Vladímir Putin, que este sostiene haberse visto “obligado a hacer”. Tal “obligación” es resultado de la imposibilidad de sojuzgar a Ucrania mediante métodos puramente intimidatorios. En las relaciones entre Rusia y Ucrania, la historia se repite. Como lo hizo Hitler en Mein Kampf, Putin ha anunciado claramente sus intenciones: así, en la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero de 2007 sostuvo que la OTAN y Estados Unidos representaban la principal amenaza para la seguridad nacional de Rusia. Desde entonces ha insistido en que no permitiría que Occidente traspasara la “línea roja” –léase, la entrada de Ucrania y Georgia en la OTAN– y lo empezó a demostrar con sendas intervenciones militares en 2008 y 2014. Para Vladímir Putin, Ucrania no existe como Estado soberano; tampoco los ucranianos como nación. Puede que gane esta guerra, pero perderá todo lo demás, y no recuperará lo que ya había perdido en 2013, durante la Revolución de Maidán, cuando los ucranianos decidieron apostar definitivamente por ser dueños de sus destinos. ~




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